Si hay una izquierda decente es la que representa Antonio Muñoz Molina. Por eso no es extraño que suela despreciarle la izquierda que no lo es tanto (además de –no hace falta decirlo– la derecha que tampoco lo es). Quizá les molesta la comprobación de que se puede ser decente en la izquierda, y claro, quieren dinamitar el vínculo. Es uno de esos ejemplos que resultan irritantes.
Muñoz Molina es moderado, y por supuesto que se puede ser más de izquierdas que él: más radical, o más impacientemente de izquierdas. Pero no se puede serlo con decencia sin sus mismas prevenciones. A estas alturas es casi tan urgente ser de izquierdas como serlo con prevenciones; es decir, con las lecciones de la historia bien aprendidas. Por esto, por la historia, no se puede ser ufanamente de izquierdas: solo se puede (y se debe) ser escarmentadamente de izquierdas. Es un ejercicio difícil, áspero y decepcionante (para uno mismo y para los demás). Hay que estar muy entero para sobrellevarlo.
Ahora se han juntado unos cuantos de esa otra izquierda para mandarle una carta chulesca a Muñoz Molina en la que le piden que no recoja el premio que le han dado en Jerusalén. Da un poco de grima la melosidad y la grasa del escrito; ese “ha decepcionado a muchos de sus lectores y lectoras” con que empieza, y el tono falsamente informativo (en realidad, más impositivo que informativo) con que sigue. Muñoz Molina les ha respondido con sosiego y sensatez; aunque sin hacerse ilusiones: “puede que sea vano dar explicaciones cuando está bastante claro que muchas personas favorables a uno no las necesitan, y otras, hostiles, no van a considerarlas”.
El asunto en este caso no es, desde luego, la política de Israel, sobre la que caben denuncias, defensas e incluso matizaciones. El asunto es que un determinado grupo decide autoerigirse en tribunal moral y establecer, no ya qué hay que denunciar (y qué no, por cierto), sino cómo hay que hacerlo; y afearle la conducta a quien desobedece. Como hacen las viejas.
[Publicado en Zoom News]