Parece que los actores ya están ensayando su actuación para la gala de los Goya del próximo domingo. Lo dicen El Mundo y El País: quieren aprovechar las ceremonia para denuncias extracinematográficas. Lo malo es que esa película nos aburre. Entre otras cosas, porque ya la hemos visto (y hasta la primera vez nos resultó cargante). La recaudación del cine español en 2012 ha sido buena: la mejor de los últimos tiempos. Diez años después del numerito del “No a la guerra”, en que los actores dejaron de ser actores para convertirse en cantautores, el público ha empezado a volver a las salas. Supongo que quieren echarlo de nuevo. El aficionado espera de estos señores profesionalidad: que actúen y se callen. No es muy agradable pagar una entrada y que no te pongan una película, sino una pegatina.
En cualquier caso, sería una pugna legítima, entre los actores y el público, si los primeros estuvieran dispuestos a asumir las consecuencias. Es decir, si por motivos ideológicos se sienten en la necesidad de darle la patada al cincuenta por ciento de los espectadores –como hicieron en la gala de 2003–, luego deberán asumir que ese cincuenta por ciento (y algunos más, por contagio) dejen de ir al cine. Lo que no se puede hacer es echarlos y luego quejarse de que no vayan. Pero los actores se quejan. Y es justo aquí donde se revela su naturaleza engreída. Lo quieren todo: la buena conciencia y el saldo económico positivo. Lo cual ya está, implícito, en el abuso que supone el utilizar la plataforma que les dejan para hacer una cosa distinta de aquella para la que se la han dejado.
Pero además está el sectarismo: la montan con unos, y con otros no. Contra Aznar hicieron aquella película, Hay motivo; y estoy seguro de que la harían contra Rajoy también. Con Zapatero, en cambio, no. Son motivos intermitentes, guadianescos, que tienen siempre en cuenta el semáforo ideológico. Por eso no nos creeremos su actuación.
[Publicado en Zoom News]