26.4.10

La educación del estoico

El lunes pasado, después de celebrar a San Expedito, me quedé pensando en que ahí está la trampa: en ese anhelo de un camino sin obstáculos. El deseo de facilidad es el preludio de la ineficacia. Recordé esta reflexión de Alain en su Spinoza:
El error de los errores consiste en querer ser libre al margen del obstáculo, lo cual hace que nos lamentemos de las dificultades que, por el contrario, nos fortalecen tan pronto como uno acepta extenderse sobre ellas y en cierto modo fiarse a ellas por completo.
Y me acordé también de la paloma kantiana que, según Juan de Mairena, “al sentir en las alas la resistencia que le opone el aire, sueña que podría volar mejor en el vacío”. Es decir: "ignora la ley de su propio vuelo". De igual modo, el devoto de San Expedito quizá sueñe con un almanaque blanco, en que todos los días sean el día cero. Es una pulsión claramente nihilista, como la que alienta al pessoano Barón de Teive en La educación del estoico. He leído recientemente el librito y no se me ha quitado esta frase magnífica:
Lo que me llevará al suicidio es un impulso como el que nos lleva a acostarnos pronto.
Acostarnos pronto y liquidar la jornada. Así Noodles en Érase una vez en América, cuando, a la pregunta de qué ha hecho todos los años que ha pasado fuera de Nueva York, resume su vacío con esta frase: "Acostarme pronto". Como Proust al principio de su Recherche: “Mucho tiempo he estado acostándome temprano”. Yo he pasado muchos años con la cabeza fuera del tiempo. Sintiendo sólo las rugosidades, las asperezas –en un ámbito cortado, en el que no se puede hacer nada, o se hace dificultosamente. Como el bañista con medio cuerpo fuera, o con la cabeza fuera, al que le azotan las olas. Sólo si se sumerge fluye –hay que meterse en el mar del tiempo.

[Publicado en Frontera D]

19.4.10

El fetichista de las fechas

El fetichista de las fechas (¡que soy yo!) se ha encontrado esta mañana, al mirar desganadamente el calendario (el mío es un fetichismo —un fechitismo— hastiado ya, a estas alturas), con que se conmemora el día de San Expedito. "Oh, dejar mi camino expedito al fin", me he jurado, con la ceniza de mis energías. He metido al santo en Google, a ver, y he encontrado una historia fenomenal, que viene que ni pintada para el propósito. Lo mejor es lo del cuervo:
Al momento de su conversión, un cuervo se hizo presente simbolizando al Espíritu del Mal y le dijo Cras... Cras... Cras... (lo que en latín siginifica Mañana... Mañana... Mañana...) intentando persuadirlo en la misma hora de su conversión al Cristianismo a que lo dejara para después. San Expedito reaccionó enérgicamente aplastando al cuervo con su pie derecho mientras exclamaba Hodie... Hodie... Hodie... (que en latín significa Hoy... Hoy... Hoy...) no dejaré nada para mañana, a partir de hoy seré Cristiano.
El cuervo era, obviamente, por encima del espíritu del Mal, el espíritu de Alberto Cortez, con su insidioso "a partir de mañana". Toda reacción antiprocrastinadora es, básicamente, una reacción antialbertocorteziana. Y todo intento de ir por la buena senda (¡la senda del hoy, del aquí y ahora!) es un ejercicio de resistencia duodinámica, o también calcanhottística. La cosa está clara, pues: frente a la procrastinación albertocorteziana, hay que empeñarse en el duodinamismo calcanhottista. Sí, habría que hacerse un hombre ya: calcanhotta, duodinámicamente. Lo que pasa es que con este cachondeo no hay manera...

[Publicado en Frontera D]

14.4.10

Dos casos ejemplares

Uno. Tiene todo lo que se necesita para ser un gran escritor, y en cantidades inmensas. Todo, menos una cosa: el talento.

Dos. Sabe tan poco de literatura, que carece del conocimiento indispensable para darse cuenta de lo mal escritor que es.

12.4.10

Escritos póstumos

Hay una inercia en la palabra póstumo. Es tan poderosa, que parece indicar que el autor escribió después de muerto. Por eso me sorprende siempre, cuando las miro, que las fechas remitan a un periodo en que el autor vivía. En el caso de estos escritos de Nietzsche, 1885-1888. Pero incluso ahora, en medio de la autoconciencia sobre el asunto, la palabra parece arrastrar el significado de inmortalidad; o, más que de inmortalidad, de prórroga en que al autor le fuera dado hablar un tiempo aún desde la muerte, impregnado de tiniebla y de profundidad, de clarividencia, de justicia —aunque de una justicia que excede ya a los hombres.

La edición que tengo no es la de la portada de arriba, sino una anterior, de 1998, negra y con las letras claras. Sin esa imagen de Nietzsche con babero y cara de loco que nunca me ha gustado. Mi Nietzsche no es el loco sino el lúcido; no el enfermo, sino el rebosante de salud. El prólogo de esta antología, El nihilismo: escritos póstumos (Ed. Península), es bastante bueno y está disponible aquí, en pdf. Su autor es Gonçal Mayos. Copio estas líneas porque despliegan una enumeración que termina siendo exaltante:
Otro modo de acceder a los diversos textos seleccionados es considerar el aforismo 9[78] como emblemático de la perspectiva filosófica nietzscheana: "Quien sabe cómo se forma toda fama también albergará sospechas contra la fama de que goza la virtud". Esta proposición se puede generalizar y ampliar con la sustitución de la palabra virtud por las que Nietzsche va considerando a lo largo de su obra: religión, moral, valores, bien, verdad, ser, lo eterno y absoluto, conocimiento, ciencia, sujeto, lenguaje, ideales, justicia, política, democracia, liberalismo, paz, ascetismo, belleza y —no nos detengamos aquí— antisemitismo y superioridad racial, patriotería, lo 'alemán', gregarismo, conformismo, mediocridad, falsa modestia, pasividad permanente, retraimiento temeroso, hipocresía, renuncia sistemática, miedo a vivir, cobardía, amor y caridad artificiales, obediencia debida, alienación individual y colectiva, culpabilidad paralizante, dominio por el dominio, incapacidad para pensar más allá de lo inmediato, el más allá o la utopía que sustituye al ahora y aquí...
He estado leyéndolo en una plaza al final de la tarde, en esos minutos en que cruza una ráfaga de aire frío. Cuando la jornada hace un último acopio de fuerza, para meterse sin debilidad, póstuma, en la noche.

11.4.10

Sorpresa

"Surpresa" es quizá mi canción preferida de Caetano Veloso, una de las que me he puesto toda una tarde en el repeat, paseando o en la playa, tanto en la versión del propio Caetano (del disco Cores nomes) como en la de Adriana Calcanhotto, que incluso me gusta más y que viene en el Songbook de João Donato. La música es de Donato, y de Caetano la escueta letra:
Que surpresa Beleza Luz acesa Certeza Que saudade Verdade Já chegou? Então Vem cá.
Al escucharla en esa filmación (por una vez un vídeo noble en YouTube, tras tantas aberraciones cursis con que suelen ilustrarse las canciones) me he acordado de otra sorpresa; tal vez la mayor que me llevé en Brasil. Como saben, el país me enamoró —aunque yo ya iba enamorado. Brasil me encantó, pero no me sorprendió en exceso: encontré, más o menos, lo que esperaba. Sólo hubo dos sorpresitas, y una sorpresa grande. La primera sorpresita fue reconocer a Lisboa en Río: los suelos con teselas, cierta distribución del arbolado, algunos aspectos del ambiente de la ciudad... La segunda fue el descubrimiento de las calles interiores de Copacabana e Ipanema, las que no dan a la playa y, por lo tanto, no aparecen en las postales. La vida de esas calles (también con algo de lisboeta), la belleza tranquila y llevadera de esas calles, sus cafés, sus comercios, sus fruterías... La sorpresa grande sucedió cuando abandonamos por primera vez Río. Íbamos a viajar a Belo Horizonte en autobús, en ônibus, y recuerdo que no esperaba nada, sino que pasaran las horas que teníamos por delante. Me acomodé en mi asiento, me puse el walkman, miré por la ventanilla la salida de la Rodoviária y el callejeo hasta dejar atrás la ciudad, y entonces me dispuse a relajarme: mis discos, mis libros, la conversación con Nádia. Y de pronto, a traición, la Naturaleza. No me lo esperaba, porque no suelo prestarle atención (no está entre mis intereses); ni siquiera había pensado antes en ella, en la naturaleza tropical. Pero allí apareció, hechizándome. ¡Sorpresa! [Publicado en Frontera D]

10.4.10

Última frase

Este mediodía, al ir a meterme en la ducha, me ha venido la última frase de la que, definitivamente, será mi primera novela. El verano pasado, mientras trabajaba en mi ensayito sobre Poe, se me presentó el acontecimiento final; pero ahora tengo además la frase. Hace tiempo anoté el principio. De modo que ya sólo me queda escribir el resto. He sacado de la estantería, para tenerlos en la mesa, Radiaciones y el Libro del desasosiego, que serán, combinados, mis modelos estilísticos. Jünger y Pessoa —traducidos por Sánchez Pascual y Ángel Crespo. Hay más (muchas más) incitaciones, pero aspiro a que ésa sea la textura.

* * *
(11-IV) Me escribe Sonia: "Pues hazlo ya y déjate de tonterías!!". Le he respondido: "¿Pero qué sería de mí sin las tonterías? Me quedaría en nada!".

6.4.10

El bosque de Descartes

Esta Semana Santa ha tenido algo de penitencia y de reposo —una penitencia sosegada. (Y los últimos días incluso, fuera de la ciudad, una antipenitencia.) He terminado de ver Dexter y Mad men, me he puesto episodios de Alfred Hitchcock presenta y viejas entrevistas de A fondo (con Dámaso Alonso, García Hortelano, Martín Gaite, Cela, Celaya, Larrea, Sender, Rodoreda, Brossa, Aranguren, Giménez Caballero... algunas saltándome tramos). He escuchado el último disco de Caetano Veloso, Zii e zie. Y he leído: las Memorias del subsuelo de Dostoyevski y el Spinoza de Alain. Dos libros curiosamente opuestos y complementarios: algo así como de muerte y resurrección. He pensado en el bosque de Descartes. En el Discurso del método, pone entre las normas de su "moral privisional":
Mi segunda máxima consistía en ser lo más firme y resuelto que pudiese en mis acciones, y no seguir con menos constancia las opiniones más dudosas, una vez que me hubiese determinado a ello, que si hubiesen sido muy seguras, imitando en esto a los viajeros que, habiéndose extraviado en un bosque, no deben errar dando vueltas, ahora por un sitio, ahora por otro, ni menos todavía detenerse en un lugar, sino caminar siempre lo más derechamente que puedan en una misma dirección, sin cambiar ésta por débiles razones, aun cuando en un principio haya sido, quizá, sólo el azar el que los resolvió a elegirla; pues de esta manera, si no van justamente donde deseaban, al menos llegarán a alguna parte, donde verosímilmente estarán mejor que en medio de una selva.
Se trata de considerar ese bosque sin resolución: ese bosque como espacio propio, que atrapa; ese bosque como lugar de extravío. El hombre perdido en él es un asno de Buridán que no duda entre dos montones de paja sino entre más: está cercado por la indecisión; no desgarrado entre dos, sino descuartizado por más fuerzas, las cuatro etimológicas, o cinco. El truco de Descartes está en el método: el método de la duda y el método de la resolución para salir del bosque. Ese bosque es el reverso del campo pelado de la duda; pero en ninguno de los dos se pierde Descartes. El que se pierde es el dostoyevskiano (¡y horrachiano!) hombre del subsuelo. Pero hay otro hombre más estimulante: el de Spinoza. Una de las lindezas de su filosofía es la alegría con que se salta la duda. Quizá porque la alegría misma es su brújula. Según Alain:
La tristeza y la alegría, a pesar de que no conocemos bien sus causas, son, hablando en propiedad, advertencias de Dios de las que podemos concluir, con una certeza completa, que pasamos a una perfección menor a una perfección más grande.
La tristeza y la alegría, el dolor y el placer, son, como luego suscribiría Nietzsche, el juicio metafísico del propio mundo:
El dolor dice: ¡pasa!
Mas todo placer quiere eternidad;
¡quiere profunda, profunda eternidad!
Y otra vez Spinoza, para deshacer el encantamiento del bosque de Descartes: "La felicidad no es la recompensa de la virtud, sino la virtud misma".

5.4.10

Los años petrolíferos

Una lectora atenta me pregunta por esta frase que coloqué en mi post de la semana pasada: “años que no eran aún petrolíferos”. La puse a modo de oráculo privado; y porque, aunque mi ideal es la transparencia, considero que a veces queda bien algún trazo de sombra. Pero se puede explicar. Aludía a estos últimos años míos, que han sido bastante hoscos. He vivido en la autotrituración íntima y en la ineficacia social. Consecuencia de cierto episodio en que mi alma se amplió, creció por desfondamiento: se venció su suelo y se abrió a un sótano oscuro, que yo he venido considerando de alquitrán pero que en realidad es de petróleo. Petróleo hecho, literalmente, de materia orgánica en descomposición, mi materia; un pozo turbio, pero utilizable como combustible. El sentimiento ahora es de alegría: creo que tengo para arder y calentarme (e iluminarme) por una buena temporada.

[Publicado en Frontera D]