23.9.11

El verano fantasma

A veces me gusta esbozar cuadros vacíos, que no digan nada pero que lo contengan todo. Así el de este verano fantasma, que terminó ayer. Es lo contrario de un frasco: al cerrarse es cuando se desprende el aroma. De pronto, los días circunscritos aparecen como una representación. No dejarán mucha huella en mi biografía, pero hoy aún puedo observarlos. Hubo lirismo en ellos, después de todo. Soterradas turbulencias. Lirismo y épica: épica de bolsillo. Y, si se atiende a los detalles, algo que podría ser hasta grandioso: la excentricidad.

21.9.11

El autor y la escritura



Hoy he recibido un regalo lujoso: el ejemplar de un libro de Jünger firmado por Jünger. Observo y toco los trazos con incredulidad, casi como si fueran de Goethe. Jünger tenía entonces noventa y cuatro años, e iba a vivir otros ocho. Pero el lujo salta de renglón: el "Bilbao 19-Octubre-1989" de abajo está escrito por Iñaki Uriarte, que ha sido quien me lo ha mandado.

No deja de tener su gracia: como la lectura de los diarios de Uriarte me abortó la lectura de los diarios de Jünger, este ejemplar autografiado parece la piel del león que cazó Uriarte y que ahora me envía, hemingwayanamente, como trofeo.

El libro posee además otro valor: es un libro que sale en otro libro. Por supuesto, en los Diarios de Uriarte. En la página 173 del recién publicado segundo volumen, tras haber comentado (con sorna) una entrada de Pasados los setenta en que Jünger refiere una visita de Borges, concluye Uriarte:
Jünger me pone de malhumor. Saco muy poco en limpio. Es un tío rarísimo al que he leído mucho y no sé por qué.

Una de las pocas frases de Jünger que recuerdo es: "¿En qué consiste el éxito de un diario? En el monólogo bien logrado". Creo que él lo logra muy bien, aunque yo no lo entienda mucho.

La frase está en El autor y la escritura, un libro del que tengo en casa dos ejemplares. Uno muy manoseado y subrayado, y el otro sin usar, impoluto, aunque con el papel ya un poco viejo, firmado por Jünger.

Jünger estuvo en Bilbao hace muchos años para recibir un Doctorado Honoris Causa por la Universidad del País Vasco y asistí a la comida de celebración. Olvidé llevar alguno de sus libros para que me lo firmara y alguien me dio un ejemplar de El autor y la escritura. Es el que sigue sin usar, aunque da la impresión de hallarse más envejecido que el que hojeo a veces. Cuanto más lees un libro y más se le deteriora el físico, más vivo parece.
En el primer volumen de sus diarios, Uriarte contaba los entresijos de aquel extraño nombramiento de Jünger. He ido a buscarlo ahora y veo que ya aparecía allí (p. 64) este ejemplar.

18.9.11

Ornitología

Ahora lo entiendo todo. Jonhatan Franzen, el Gran Novelista Americano según Time, es un forofo de los pájaros. Hasta pertenece a la American Bird Conservancy. Durante la entrevista que le hace Juan Gabriel Vásquez en El País Semanal, no para de dar la matraca con los pajaritos:
Un chingolo punteado. Es un hermoso pájaro. [...] Oiga eso: es un colibrí. Hay muchos por esta zona. [...] Mire, un sastrecillo. El pájaro cantor más pequeño de Norteamérica. Siempre vuelan juntos, así que ahora vendrán otros. Para cuando estén todos, habrá unos quince. [...] Oiga eso: es un chivirín de cola oscura. Es raro que esté aquí. Su canto es muy fácil de distinguir. Óigalo.
El resto de la entrevista no está mal. Dice cosas interesantes. Pero yo no he podido quitarme de la cabeza que las estaba diciendo un imbécil; no por lo de los pajaritos, que es una afición simpática, después de todo, sino por su ridículo enfurecimiento con Juan Bonilla, según contaron en El Cultural. "¿Quién es Juan Bonilla?", llegó preguntando a la Feria del Libro. Esa inquietud, la inquietud por las críticas de Bonilla, eran el síntoma del resquebrajamiento del Gran Novelista Americano: y algo que desmiente muchas de las cosas recomendables que dice en la entrevista. Esto he estado pensando, hasta que he caído en la coherencia de fondo y se me ha rehabilitado el personaje. Lo que le interesaba a Franzen era qué pajarito es Juan Bonilla: "¿Quién es Juan Bonilla?" era una pregunta ornitológica. Su canto, simplemente le llegó.

17.9.11

La melancolía de los paquebotes

Durante media mañana he estado con la idea de releer La educación sentimental, como Muñoz Molina; pero no lo haré tampoco. Seguiré a solas con Álvaro de Campos, de momento. En uno de sus poemas pide "não ser nada, ser uma figura de romance"; y eso buscaba yo cuando leí la novela de Flaubert al termino de mis diecinueve años. En las primeras páginas me identifiqué con Frédéric Moureau, porque yo también había abandonado la provincia por la capital, con sus anhelos. Pero pronto la lectura se me hizo penosa. Acabé la novela, pero he de confesar que me aburrió. Fue luego, en el prólogo, que me había dejado para el final, cuando me asaltó una emoción retrospectiva: mi vivencia había sido la buscada por Flaubert (salvo en el aprecio artístico paralelo, que a mí me faltó: al cabo, leí La educación como un Bovary). Decía el prólogo (del traductor Salabert, en Alianza):
Una epopeya de la mediocridad, como la definió Gide. Una novela "antinovelesca", porque en ella "se anunciaban" cosas que luego no ocurrían, porque allí no ocurría nada. Nada más que la vida. [...] La obra era forzosamente mediocre, puesto que sus personajes lo eran.
Como adolescente aún, había proyectado el acento en el adjetivo sentimental del fastuoso título; cuando la novela, ante todo, era una educación. Severa. Sí hay un momento, sin embargo, de cierto romanticismo; un romanticismo decadentista, que era el que entonces me engatusaba. El famoso pasaje de los paquebotes:
Viajó.

Conoció la melancolía de los paquebotes, los fríos amaneceres bajo la tienda, el vértigo de los paisajes y de las ruinas, la amargura de las simpatías interrumpidas.

Regresó.

Frecuentó la buena sociedad y tuvo aún otros amores. Pero el recuerdo del primero los hacía insípidos; y, además, la vehemencia del deseo, la flor misma de la sensación, se habían apagado y marchitado. Sus ambiciones espirituales habían disminuido igualmente. Pasaron los años; y él soportaba la ociosidad de su inteligencia y la inercia de su corazón.
En el spleen de Baudelaire ya me sentía, nos sentíamos, como en casa. Solíamos repetir también el famoso "es lo mejor que hemos tenido", con risas prematuras. Pero no fue lo mejor.

16.9.11

Crispación

Me preguntó una amiga que con qué lecturas pensaba "satisfacer mi crispación". En ese momento me hallaba con unas cuantas opciones sobre la mesa: Kafka, Céline, Cioran, La información de Martin Amis, El lamento de Portnoy de Philip Roth, Salidas de tono y El aprendizaje de la decepción de Félix de Azúa... Estos dos últimos los disfruté mucho en su día, pero ayer solo releí un ensayito del segundo: "El escritor como hombre insoportable". A Kafka, Céline y Cioran los descarté también: no me apetecían ahora. Hice una cala en El lamento de Portnoy; su comienzo es magnífico, autosuficiente:
Estaba tan profundamente incrustada en mi consciencia que parece como si durante mi primer año de escuela yo hubiera creído que cada una de mis maestras era mi madre disfrazada. Tan pronto como sonaba la última campanada, yo corría hacia casa, preguntándome mientras tanto si podría llegar a nuestro apartamento antes de que ella hubiera conseguido transformarse en sí misma. Invariablemente, ella estaba ya en la cocina para cuando yo llegaba, preparándome la leche y las pastas.
Sin embargo, me dio pereza continuar. Abrí La información:
De noche en las ciudades, lo noto, hay hombres que lloran en sueños y luego dicen Nada.
¡Me quedé con esta! Por la noche, en la cama, la empecé propiamente. Las líneas que siguen mantienen el empaque:
No es nada. Sólo una pesadilla. O algo parecido... Desciendan en la nave del sollozo, con analizador de lágrimas y sondas de llanto, y darán con ellos. Las mujeres –ya sean esposas, amantes, musas demacradas, niñeras gordas, obsesiones, devoradoras, ex, némesis– se despiertan y, con femenina urgencia de saber, se vuelven hacia esos hombres y preguntan: "¿Qué te pasa?". Y los hombres contestan: "Nada. No es nada, de verdad. Sólo una pesadilla".
Pero después se barroquiza y banaliza, se le nota demasiado la escritura. Leí unas páginas, me dormí, tuve un sueño intrigante; esta mañana he leído algo más antes de ponerme de pie, pero –antes de ponerme de pie– he decidido abandonarla. He dudado si releer Tala de Bernhard, o quizá Maestros antiguos; pero entonces me he acordado de los poemas de Álvaro de Campos.

15.9.11

La barraca de las cañas

Estoy esperando el momento de escribir como es debido sobre el segundo volumen (2004-2007) de los Diarios de Iñaki Uriarte, pero adelantaré dos cosas: 1) son excelentes, yo diría que mejor aún que el primero si no se entendiera que este es peor; y 2) su lectura me ha hecho abandonar la de los diarios de Jünger. Cuando me llegó el libro, Jünger acababa de meterse en la barraca de las cañas (17-XII-1939). Como escribe el traductor Sánchez Pascual en el prólogo:
Al mando de una compañía, es enviado al Muro Occidental, a orillas del Rin. Las abstractas y mecánicas casamatas de hierro y cemento provocan en él una repugnancia incluso física, y pronto se hace construir una barraca de cañas, barro y madera donde pasa sus días y sus noches.
Pensé que era un buen sitio para dejarlo mientras leía a Uriarte. Mi idea era retomarlo en ese punto. Ha sido imposible. Después de la soltura y naturalidad de Uriarte, volver a Jünger era como someterse a la disciplina del uniforme alemán en el invierno bélico tras haber pasado un puente al sol con ropa cómoda. Así que ahí lo dejo sine die: en la barraca de las cañas. Sin embargo, no voy a regresar tampoco a Montaigne, que sería lo suyo; ando un poco crispado, y voy a buscar lecturas que satisfagan mi crispación.

* * *
Mientras tanto, sobre estos Diarios II ha escrito Muñoz Molina.

(21-IX) Y también García Martín: "Ejercicios de inteligencia".

14.9.11

'Il fabbro' del 'Vidrio'

De quién era Richard Hamilton, de los detalles, me estoy enterando ahora por la prensa; para mí era il fabbro de la mejor réplica del Gran Vidrio, la que vi en Barcelona. Así lo cuenta Tomkins en su Duchamp:
Un año y medio más tarde, durante el verano de 1966, se inauguraría The Almost Complete Works of Marcel Duchamp en la Tate Gallery londinense. Esta retrospectiva de gala organizada por Richard Hamilton incluía 185 obras, entre ellas una nueva reproducción del Gran Vidrio en la que Hamilton había estado trabajando a lo largo de aquel último año. Hamilton opinaba que el Vidrio de Ulf Linde, que estaba expuesto en Pasadena, presentaba muchas imperfecciones e inexactitudes en un sinfín de detalles. En lugar de limitarse a copiar su aspecto, Hamilton pretendía recrear el original, así que recurrió a los dibujos preliminares, estudios en perspectiva y notas y trabajó basándose directamente en ellos. Por otra parte, consiguió análisis de color de los conservadores del Philadelphia Museum of Art y consultó cada paso con Duchamp. Aun cuando el mismo Hamilton reconoció que no siempre había sido capaz de igualar la exquisita habilidad que Duchamp había derrochado en el original, ambos convinieron que aquella versión era lo más cerca que se podía estar del aspecto que tenía el vidrio antes de romperse, y lo firmaron los dos, como una obra conjunta.
En la foto de arriba aparece Hamilton junto a la chimenea anaglifa de Duchamp que se encuentra en un apartamento de Cadaqués, sobre la que escribió Pilar Parcerisas en su Duchamp en España.

10.9.11

Una experiencia sexual

Ayer decidí desperezarme. Me puse ropa deportiva y bajé a dar vueltas por la pista de atletismo. Yo aún no puedo correr, porque se me resienten las rodillas, pero caminando a paso rápido se sale con la sensación de haber hecho deporte. Además tuve una experiencia sexual. Cada cierto tiempo me cruzaba con tres chicas que hacían footing en sentido contrario. Andarían rozando los dieciocho, no sé si por arriba o por abajo; es posible que el boing-boing de algunas de esas seis tetas fuese ilegal. Pero la experiencia vino después. Las fui viendo cada vez más cansadas, y al final esprintaron, justo en el último de sus cruces conmigo. Después sentí sus jadeos muy cerca de mi cogote. Caminaban detrás, recuperándose, tan reventadas que se mantuvieron sin adelantarme un montón de segundos. Fue uno de esos extraños acompasamientos que se producen a veces. Me llegaban sus alientos cerquísima, con sonido, tacto y temperatura; yo, por no ser soso, incorporé una erección a esa especie de cama vertical que componíamos. Así avanzamos unos pasos más, hasta que la conjunción se deshizo y regresé a mi condición de caminante solitario. (Es una lástima que esto lo esté escribiendo yo y no Atleta Sexual; este, para redondear la entradilla, no hubiera dudado, ya puestos, en intentarlo en el salto con pértiga.)

9.9.11

Dentro de plazo

Sigo con Jünger. Su lectura asienta el mundo. Uno da pasos más trascendentales. Existe el peligro, sí, del envaramiento; de una profundidad falsa, de bisutería. Pero si se queda en el punto exacto, la vida se aquilata. Blankenburg, 10 de septiembre de 1939:
Domingo, que se ha ido por entero en la lectura de las pruebas de En los acantilados de mármol. Que Ares es hostil a las Musas es algo que puedo ya notar por el esfuerzo que me cuesta atinar exactamente con el giro adecuado. Pero de nada sirve someter la voluntad a una tensión todavía mayor – demasiado ligeros, demasiado ingrávidos resultan a ella los pesos que hay que pesar en la prosa.

Notable, por otra parte, el modo en que he acabado este trabajo "dentro de plazo". Existen seguramente instancias que se cuidan de que cada cual aporte a los guisos preparados por el Tiempo la especia que le toca aportar. Casi siempre me resulta penoso percaterme de tal cosa, de igual modo que no nos gusta darnos cuenta de los hilos a que están sujetas las marionetas en la representación. Tiene tanta fuerza el poder de la libertad que nos es suficiente soñar con ella.

7.9.11

Paraíso perdido

"Todas las guerras comienzan con cursillos", escribe Ernst Jünger el 6 de septiembre de 1939 en Blankenburg, donde se encuentra realizando uno tras su movilización. Viene de pasar un breve permiso en su casa de Kirchhorst, y esto anota al final de aquel día:
El ambiente de los permisos tiene algo de Paradise lost, de Paraíso perdido, por cuanto las circunstancias en que hemos vivido a diario nos son otorgadas en ellos como excepción. Tras una ausencia un poco prolongada el personaje del que regresa adquiere un aire de fantasma, de aparecido. A la Vida le gusta tapar los huecos. Desde los tiempos de Agamenón es esto asunto de la tragedia; de ella percibimos ya un soplo cuando tornamos a ver un jardín que hemos abandonado. Sin nosotros florecen y maduran las flores y los frutos.

5.9.11

La prensa vertical

He ahí a Poirot, desayunando con el periódico en vertical (o en diagonal): precursor de los futuros portátiles. El detective anticipó nuestro crimen: el glorioso asesinato de la prensa de papel. Nunca reparo lo suficiente en que hace años que no leo un periódico físico. Solo de tarde en tarde me acerco a hojearlo al OpenCor, teniendo que atravesar para ello la zona de los libros basura y las chucherías. Ese es el sitio del otrora prestigioso papelote. La novedad, para los que no tenemos sirviente, es que ya no hay que salir para comprarlo. Era un detalle significativo: para leer el periódico, había que respirar primero un poquito de aire exterior. Un tributo de frescura antes de sumergirse en el lodazal. Ahora no: ahora uno puede lanzarse a él en cuanto sale de la cama, a modo de antiducha. O mejor dicho: de ducha negra. La verticalidad, por lo demás, es mucho mejor para las cervicales. Antes había sumisión: se colocaba el periódico en la mesa (no como Poirot, sino en horizontal), y se le hacían genuflexiones a la Actualidad rabiosa. Desayunábamos con el "sí, buana". Ahora no: ahora es un tú a tú, mientras nos zampamos el bollo.

4.9.11

Elevaciones de mayo

Prosiguen las elevaciones de Ernst Jünger en "Jardines y carreteras"; todas estas son de mayo de 1939, en Kirchhorst:
El granizo ha causado serios destrozos en las plantas; así, a nuestro pequeño almendro le ha despojado de sus flores; por la mañana yacían bajo él en el suelo como una camisita de color rosa.

Se había roto el muelle del sillín de la bicicleta de Friedrich Georg y por ese motivo en Burgdorf hemos entrado en la fragua de un joven herrero. El pequeño taller, que olía a hierro, estaba atestado de objetos que habían quedado desprovistos de significación, atestado sobre todo de bicicletas desmontadas que en los rincones se cubrían de polvo y herrumbre. De las paredes colgaban otros objetos, cual ofrendas en el templo de Vulcano. Si alguien contempla desinteresadamente, como lo he hecho yo, uno de estos sitios, el trabajo humano cobra a menudo un sentido prodigioso.

Sobre el dolor. Cuando revise este trabajo mío habrá que añadir un capítulo sobre la amargura. La amargura del envejecimiento, especialmente en las mujeres; la amargura de los desengaños, la sentida por las injusticias y por los fallos irreparables; la amargura, en fin, de la muerte, a la que nadie escapa. La amargura no se aposenta en nosotros hasta la segunda mitad de la vida, cuando, con las arrugas del rostro, se pone de relieve el carácter ineludible de las líneas del destino. La amargura delata también una especie de inocencia perdida.

Una vez que se ha conquistado a una mujer, el varón se torna más audaz también con las otras; el éxito se extiende enseguida a la totalidad del sexo.

En la tarde de hoy domingo ha venido a visitarme uno de mis lectores, un cabo de veintitrés años que está cumpliendo el servicio militar en Braunschweig. [...] Me llama la atención el hecho de que todas las personas que he llegado a conocer de esta manera sufrieran más o menos, sin que fuera posible prestarles ayuda. [...] Sobre todo tengo la impresión, y eso ya por meras razones fisonómicas, de que todas estas personas viven enteramente dentro de la esfera de la consciencia y se ocupan de modo exagerado en pensar en la situación en que se encuentran. Ofrecen síntomas de eso que se llama "miedo al examen"; también están completamente en vela, y resulta extraño que tenga en ellas un desarrollo tan débil la voluntad de suerte y también la voluntad de recorrer caminos no transitados.

3.9.11

Aquel tiempo



Losada, que está a punto de culminar su Atlas Nocturna, hizo ese dibujo en mi ejemplar de Radiaciones. Fue cuando se lo presté en Madrid, en 1994. Me lo devolvió sin decirme nada y yo no lo vi hasta meses después, un día que hojeaba el libro. Recuerdo el instante como una sorpresa de Reyes Magos. (El iPhone no saca una foto más nítida; tengo que intentarlo con otra cámara.)

Sigo, pues, con Jünger; y con Poirot, que hace mejor pareja con este que con Montaigne. Estoy viendo ahora los capítulos de la primera temporada, que son más deliciosos aún. Duran menos (cincuenta minutos, mientras que los basados en las novelas conocidas traspasan la hora y media) y resultan más propiamente televisivos; pero mantienen la textura cálida, cinematográfica. Uno se mete en el Londres de la década de 1930, en los pueblos ingleses, en las mansiones, en la campiña, en el litoral; así como en lugares exóticos, turísticos. Es el mundo que también vive Jünger, todavía, en las primeras anotaciones de "Jardines y carreteras" y que está a punto de terminarse. No me di cuenta al principio, pero uno de los estímulos para esta relectura me ha debido de venir de Doktor Faustus, de sus reflexiones sobre la guerra y el destino de Alemania; de la cotidianeidad, de la textura de aquel tiempo.

2.9.11

El runrún

Acaba de salir el segundo volumen de los Diarios de Iñaki Uriarte, también en Pepitas de Calabaza. Mi ejemplar viene en camino, pero Txani Rodríguez y Manuel Jabois ya tienen el suyo y ha comenzado el runrún: los primeros movimientos de un río que crecerá en los próximos meses. Así nacen los clásicos. Txani copió ayer en el Facebook algunas frases del libro y Jabois escribe hoy en Jot Down el artículo inaugural. Solo con lo que han citado ambos ya tenemos una miniantología de excelencia:
En algunos momentos pienso que cinco años tomando notas me han curado de la necesidad de tomar notas. De todos modos, espero seguir con estos archivos, a los que vuelvo a veces como quien vuelve a casa, y soy yo mismo el que me abro la puerta y me recibo y me doy conversación.

Esencia del pensamiento conservador: creer en las elites, creer que hay personas mejores que otras y que se merecen más. Y lo que suele ser risible: creer que tú eres una de ellas.

Justificación de la envidia: no es infrecuente que las personas a las que les sucede algo bueno se pongan insoportables.

Quería reconciliarse con un escritor del que se hallaba distanciado. Me encargó la misión: "Dile que me ha gustado mucho lo último que escribió. Dile solo eso".

Hay rostros con un fondo de tristeza que son como una prueba viviente de que la felicidad existe y de que la conocieron.

Todos mis antepasados tuvieron hijos. No deja de asombrarme que yo vaya a ser el último de esa larguísima fila que comenzó en algún lugar de África hace muchos miles de años. Y de asustarme. Da la impresión de que uno no tiene derecho a volver la mirada hacia atrás y decir: "Hasta aquí hemos llegado".
Empecé la lectura de Montaigne, y he empezado la relectura de Jünger, sabiendo que haría una pausa en cuanto me llegara el libro. Diré campanudamente (porque en sentido estricto es pronto para decir estas cosas) que será una pausa sin bajar las escaleras.

1.9.11

Radiaciones

Llevo solo diez páginas de relectura de Radiaciones y se confirma mi idea de que es el mejor libro posible. En mis instrucciones para leer a Jünger, que en buena medida eran una relación de cómo yo mismo fui leyendo a Jünger, con algún reajuste fruto de la experiencia, aconsejaba empezar por el "Primer diario de París", porque así lo hice yo. Ahora, sin embargo, he comenzado por el principio, "Jardines y carreteras". En las primeras anotaciones, como señala Sánchez Pascual, Ernst Jünger se refiere "a su 'doble trabajo': en el jardín y en las cuartillas". Consideraciones sobre la tierra y las plantas, sobre los insectos; consideraciones sobre las frases, la alquimia de los sonidos y las letras. En sus párrafos diarísticos suele darse un doble movimiento, simultáneo, de profundización y de elevación. Lo que asombra, por decirlo en términos populares, es el nivel. Por ejemplo, en la anotación del 4 de abril de 1939:
Trabajado mal, lo que era previsible por el modo como he soñado y dormido. No todos los días son jornadas de captura, mas para mí es jornada de caza cada día – quiero decir que me paso la mañana dando forma a frases y desechándolas, cual alfarero que rompe sus cacharros. De esa situación me doy cuenta muy pronto y en realidad podría salir a darme un paseo. Me quedo, no obstante, y eso me hace suponer que también este esfuerzo encierra un significado. Son pocas las cosas que hacemos en balde.
Y en la del 11 de abril, que he leído esta mañana:
Nos falta ante todo una virtud, a la que podemos denominar "el arte de recibir regalos". En esto es preciso seguir siendo niños, la fortuna acude entonces por sí sola. Incluso creo haber observado que el dinero –no me refiero al dinero abstracto, sino al concreto, el de las herencias, el de los obsequios y el de las ganancias– tiene predilección por unos receptores enteramente determinados. Esto no es tan raro como parece, pues todos los que hacen regalos darán preferencia a quienes saben también recibirlos. De ahí que todos hagamos obsequios a los niños.
Volviendo a la del 4 de abril, al párrafo citado sucede otro admirable. Menciona su tarea en el jardín, y que ha leído El puente de San Luis Rey, de Thornton Wilder. A propósito escribe:
En un pasaje de este libro aduce su autor las señas características del aventurero auténtico – una de ellas es entablar conversación con extraños. Eso podría ser efectivamente un signo de primer rango. Si pasamos revista a las personas que nos son conocidas, aparecerán muy pocas cuyo conocimiento no nos lo haya facilitado un tercero que actuó de intermediario.
Continúa haciendo interesantes observaciones sobre el tema; algunas picantes incluso. Y, hacia el final, una elevación:
Tal como corresponde a seres sociales, en casi todos los grupos humanos ingresamos tan sólo si alguien nos introduce en ellos. El aventurero, que es un ser no social, se las arregla con el talento que le es propio.
Jünger podía haberlo dejado ahí; pero se eleva todavía más:
Como una aventura espiritual cabe considerar también la autoría, y con ello está relacionado el hecho de que cada uno de los autores disponga de un número de conocidos que se ha ganado dirigiéndoles directamente la palabra.
* * *
Avanzo un poco más y doy (al final de la anotación del 18 de abril de 1939) con una idea que no se me ha olvidado en todos estos años y que quizá cifre la ética metafísica de Jünger:
En nuestra condición de humanos disponemos de sellos de soberanía que son difíciles de romper si no los estropeamos nosotros mismos; aun los animales sienten el sortilegio de tales sellos. Lo único que se precisa es saber, como el romano Mario, que somos invulnerables.