31.8.08

Soledad iluminada

Ayer arrancó la Vuelta. Este año, que se presenta emocionante ("el Tour de 2008 es la Vuelta", dicen los organizadores), la seguiré sólo por la radio. En Asilah se escucha la radio española: onda media siempre y frecuencia modulada a veces. En el apartamento hay un televisor. Al principio intenté conectarlo (era inevitable que lo intentara), pero no supe y lo dejé. Es casi una decisión, porque tengo el teléfono del técnico y no lo voy a llamar. Para calmar la pulsión audiovisual me basta con el disco duro externo de mi portátil, donde tengo decenas de películas y de series que me grabaron Andújar, Curro y Palomo. Ahora estoy viendo los maravillosos episodios del Sherlock Holmes de Jeremy Brett. En la radio también se encuentra alta literatura: el programa La vuelta al mundo en 80 libros, de RNE, que es un ejemplo de lo que hay que hacer en los medios públicos. Las campañas de "promoción de la lectura" en abstracto son inútiles. La lectura no es nada sin una página concreta, como no es nada follar si no se tiene un cuerpo. En este sentido, La vuelta al mundo en 80 libros es una orgía. (Todas las emisiones están disponibles en internet.) Yo me he traído mi propio harén para mi estancia africana, pero lo que me espera en estos meses, más que leer, es escribir (que es una forma, también, de leerse a uno mismo).

La soledad en Asilah, atenuada por la amabilidad de los marroquíes. Las sonrisas y los buenos gestos, que hacen que uno vuelva de sus paseos reconfortado. He dejado de ver los atardeceres desde la muralla. Ahora me voy al malecón. Me siento en una roca y espero el rayo verde. No ha aparecido aún. Muchas tardes, aunque el cielo esté despejado, hay eso que Verne llama "brumas crepusculares". Contemplar el sol en su puesta, no había caído, se parece a espiar un strip-tease (más o menos duchampiano). El sol va desnudándose y anhelamos verle el sexo, la raja verde. Pero al final se interpone un biombo o una gasa, o se mete en el agua sin quitarse las braguitas.

Las brumas crepusculares y el humo de mi purito. El día se esfuma. Es el momento del homenaje a la ceniza. Una vez que se ha hecho de noche voy al mercado y compro para el día siguiente. Seis huevos cuestan cinco dirhams y medio, un melón quince, cinco litros de agua nueve. (Un dirham equivale a diez céntimos de euro.) Al mediodía, antes de prepararme la comida, hago en casa gimnasia y yoga. Con las asanas escucho mentalmente la voz de Weil, a cuyas clases he asistido estos tres años. Barro, friego, lavo, tiendo, cocino. La música desde que he vuelto (la última noche en Málaga, Losada me hizo la foto que ilustra esta entrada): Setting Standards: New York Sessions de Keith Jarrett, Gary Peacock y Jack DeJohnette, y Uma tarde com Bud Shank & João Donato. La escucho también en mi portátil, con los altavoces, y cada vez que empieza un nuevo tema aparece en pantalla un letrerito (en este instante, "The Mascarade Is Over"). Escribo de cara a la cortina, que es un visillo dorado. Dejo abierta la puerta de la terraza y se mueve. Le da el aire y el sol. Veo el cielo a través, parcelado por el armazón, sin cañas, de la techumbre. La mía es una soledad iluminada.

27.8.08

Aprender a estar

He vuelto a escuchar una de las más hermosas canciones de amor de la música brasileña: "Preciso aprender a ser só", interpretada por Maria Bethânia en el Songbook de Marcos Valle. Aquí puede escucharse una despojada y profunda versión de Elis Regina. En mitad de la emoción, me he fijado en la similitud entre el título de la canción y el de este blog. El puente podría ser el famoso título de J. V. Foix: "Sol, i de dol" [Solo, y dolido]. Esta es la letra de "Preciso aprender a ser só":
Ah! Se eu te pudesse fazer entender
Sem teu amor eu não posso viver
E sem nós dois
O que resta sou eu
Eu assim, tão só
E eu preciso aprender a ser só
Poder dormir sem sentir teu calor
A ver que foi só um sonho e passou
Ah! O amor quando é demais
Ao findar leva a paz
Me entreguei sem pensar
Que a saudade existe
E se vem é tão triste
Vê, meus olhos choram a falta dos teus
Esses teus olhos que foram tão meus
Por Deus entenda
Que assim eu não vivo
Eu morro pensando no nosso amor.

Qué bonito: "Sin nosotros dos/ lo que queda soy yo". Necesito aprender a estar solo. A estar o a ser. Gilberto Gil compuso otra canción en respuesta: "Preciso aprender a só ser". Su penúltima estrofa dice: "E quando escutar um samba-canção/ Assim como:/ 'Eu preciso aprender a ser só',/ Reagir e ouvir o coração responder/ Eu preciso aprender a só ser". [Y cuando escuche un samba-canción/ como 'Preciso aprender a ser só',/ reaccionar y escuchar que el corazón responde:/ Necesito aprender sólo a ser.] A ser o a estar.

22.8.08

Insatisfacción

Después de todos los muertos con "culpables" de estos últimos cuatro años, se percibe una cierta insatisfacción en nuestra clase política: ¡oh, ver estos de Barajas y no poderles sacar ningún rendimiento electoral!

17.8.08

Las mañanas, el centro y la serenidad

Recuerdo noches de insomnio y desaliento en que leía, uno tras otro, los prólogos de Borges a sus diferentes libros de poemas. No había un estímulo mejor: para la escritura y para la vida. En nuestro idioma no es común encontrar una sabiduría sin retórica (o sin hojarasca) como la de Borges, como no son comunes la sensatez y el hedonismo. No es común afrontar la página y el día sin infatuación. Por eso Borges, tan cercano, es poco común. Es un ejemplo de lo difícil que resulta la sencillez: porque la sencillez (o "la modesta y secreta complejidad") no es un desafío estético ni está limitada por el talento, sino que está al alcance de todos y es un desafío moral. Esta mañana he releído otra vez los prólogos de Borges (y los epílogos, cuando los hay) del volumen editado por Emecé de su Obra poética. Cada línea de Borges es limpia y lúcida y hermosa. Espigo algunas:
El sabor de la manzana (declara Berkeley) está en el contacto de la fruta con el paladar, no en la fruta misma; análogamente (diría yo) la poesía no está en el comercio que registran las páginas de un libro. Lo esencial es el hecho estético, el thrill, la modificación física en el lector. Esto acaso no es nuevo, pero a mis años las novedades importan menos que la verdad.

Como los de 1969, los jóvenes de 1923 eran tímidos. Temerosos de una íntima pobreza, trataban, como ahora, de escamotearla bajo inocentes novedades ruidosas.

En aquel tiempo, buscaba los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la serenidad.

Hacia 1905, Hermann Bahr decidió: El único deber, ser moderno. Veintitantos años después, yo me impuse también esa obligación del todo superflua. Ser moderno es ser contemporáneo, ser actual: todos fatalmente lo somos. Nadie —fuera de cierto aventurero que soñó Wells— ha descubierto el arte de vivir en el futuro o en el pasado. No hay obra que no sea de su tiempo.

Tales eran los deplorables modales de aquella época, que muchos miran con nostalgia. Todos queríamos ser héroes de anécdotas triviales.

Es curiosa la suerte del escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad.

La raíz del lenguaje es irracional y de carácter mágico. [...] La poesía quiere volver a esa antigua magia. Sin prefijadas leyes, obra de un modo vacilante y osado, como si caminara en la oscuridad.

Por lo demás, descreo de las estéticas. En general no pasan de ser abstracciones inútiles; varían para cada escritor y aun para cada texto y no pueden ser otra cosa que estímulos o instrumentos ocasionales.

Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, debería ser poético, ya que profundamente lo es. Que yo sepa, nadie ha alcanzado hasta hoy esa alta vigilia.

Trato de intervenir lo menos posible en la evolución de la obra. No quiero que la tuerzan mi opiniones, que, sin duda, son baladíes. El concepto de arte comprometido es una ingenuidad, porque nadie sabe del todo lo que ejecuta. Un escritor, admitió Kipling, puede concebir una fábula, pero no penetrar su moraleja.

La palabra habría sido en el principio un símbolo mágico, que la usura del tiempo desgastaría. La misión del poeta sería restituir a la palabra, siquiera de un modo parcial, su primitva y ahora oculta virtud. Dos deberes tendría todo verso: comunicar un hecho preciso y tocarnos físicamente, como la cercanía del mar.

No profeso una estética. ¿A qué agregar a los límites naturales que nos impone el hábito los de una teoría cualquiera? Las teorías, como las convicciones de orden político o religioso, no son otra cosa que estímulos. Varían para cada escritor.

Cada sujeto, por ocasional o tenue que sea, nos impone una estética peculiar. Cada palabra, aunque esté cargada de siglos, inicia una página en blanco y compromete el porvenir.

Un hecho cualquiera —una observación, una despedida, un encuentro, uno de esos curiosos arabescos en que se complace el azar— puede suscitar la emoción estética. La suerte del poeta es proyectar esa emoción, que fue íntima, en una fábula o en una cadencia. La materia de que dispone, el lenguaje, es, como afirma Stevenson, absurdamente inadecuada.

Un volumen de versos no es otra cosa que una sucesión de ejercicios mágicos. El modesto hechicero hace lo que puede con sus modestos medios. [...] Trabajamos a tientas. El universo es fluido y cambiante; el lenguaje, rígido.

El ejercicio de la literatura puede enseñarnos a eludir equivocaciones, no a merecer hallazgos. Nos revela nuestras imposibilidades, nuestros severos límites.

Escribir un poema es ensayar una magia menor. El instrumento de esa magia, el lenguaje, es asaz misterioso. Nada sabemos de su origen. Sólo sabemos que se ramifica en idiomas y que cada uno de ellos consta de un indefinido y cambiante vocabulario y de una cifra indefinida de posibilidades sintácticas. Con esos inasibles elementos he formado este libro. (En el poema, la cadencia y el ambiente de una palabra pueden pesar más que el sentido.)

Una reina, en la hora de su muerte, dice que es fuego y aire; yo suelo sentir que soy tierra, cansada tierra. Sigo, sin embargo, escribiendo. ¿Qué otra suerte me queda, qué otra hermosa suerte me queda?

Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente.

14.8.08

De Spinoza a João Gilberto

Ayer por la mañana terminé el Spinoza de Steven Nadler y por la noche escuché el concierto de João Gilberto en Madrid, en julio de 1985, que puso Carlos Galilea en Radio 3 (no cupo entero y hoy, de doce a una, pondrá el resto). Es la única vez, que yo sepa, que João Gilberto ha actuado en Madrid. Busqué en la hemeroteca de El País a ver si venía la crítica y aquí está: "Con él llego la 'bossa nova'". Me entero por ella de que Astrud Gilberto actuó en el Colegio Mayor San Juan Evangelista a principios de aquel año. Yo llegué a Madrid, y al Johnny, en octubre. Madrid y 1985. Aquel curso tuve de compañero de habitación a Cristóbal Ruiz, que años después publicó El loco Wonder. Nos escapamos juntos de Málaga, de la carrera de Filosofía, y solíamos decirnos una frase para justificar los riesgos: "De un gran fracaso se saca una buena novela". Yo entonces no era aficionado a la música brasileña (me aficioné en 1989), pero escuchar al João Gilberto de entonces, en el Conde-Duque, me ha dejado nostálgico.

La nostalgia es una de las "pasiones tristes" que Spinoza considera poco recomendables. Leo ahora a Spinoza y me propongo atravesar la vida (¡la que me queda!) spinozianamente. Sólo que yo estoy sujeto, de un modo viscoso, a los humores. Ese sería un propósito ético-literario: depositar los humores en la página, y así limpiarlos de la vida. La página como alambique alquímico: abajo la ceniza, arriba el oro. Steven Nadler traza un retrato de Spinoza algo alejado de los tópicos vigentes, aunque fiel a su fama en lo fundamental. También hace una descripción detallada de la Holanda del siglo XVII, en especial del núcleo de los judíos de Amsterdam. La edición, de Acento, es magnífica, aunque afeada por un prólogo y un epílogo de José Antonio Marina, que son como dos rebanadas sobrantes de pan bimbo embutiendo la biografía. Me ha encantado una frase que se cita de Hobbes: que la vida en estado de naturaleza es "solitaria, pobre, grosera, brutal y corta" (el amigo Schelling la dio en inglés: "solitary, poor, nasty, brutish and short"). El propio Hobbes, según cuenta Nadler, "se sintió desconcertado ante la audacia de Spinoza" al leer su Tratado teológico-político. En cuanto a la Ética, copio algunas líneas de Nadler (precedidas de esta otra sobre su efecto en los discípulos: "La nobleza filosófica que se desprendía del sistema de Spinoza predisponía favorablemente hacia él"):
La idea fundamental de Spinoza en el Libro Primero es que la Naturaleza es una totalidad indivisible, incausada y sustancial —de hecho es la única totalidad sustancial. Fuera de la Naturaleza no hay nada, y todo lo que existe es parte de la Naturaleza que es traído al ser por esa misma Naturaleza con una necesidad determinista. Este ser unificado, único, productivo y necesario es justamente lo significado por el nombre de "Dios". Debido a la necesidad inherente a la Naturaleza, no hay teleología en el universo. La Naturaleza no actúa con vista a fines, ni las cosas existen para ninguna clase de propósitos. No hay "causas finales" (por usar la conocida expresión de Aristóteles). Dios no "hace" unas cosas en interés de ninguna otra. El orden de las cosas se sigue de las esencias de Dios con un inviolable determinismo. Todo discurso sobre propósitos, intenciones, objetivos, preferencias o deseos de Dios, no es más que una ficción antropomorfizadora. [...] Dios no es un plafinicador orientado a un fin, que juzga luego las cosas según su grado de conformidad con sus propósitos iniciales. Las cosas suceden sólo por causa de la Naturaleza y de sus leyes.
* * *
(15-VIII) Últimas noticias sobre João Gilberto.

11.8.08

Chimenea duchampiana

Cuando aparece un inédito de Alberti, otro inédito de Alberti, o un dibujo perdido de Picasso, otro dibujo perdido de Picasso, decimos: "puf, un garabato más para la colección...". Pero al leer la noticia de la aparición de una nueva obra de Duchamp (como hoy, aquí y aquí), un hormigueo nos recorre el estómago. Es la diferecia entre los artistas con ideas y los meros emborronadores. (La diferencia, en suma, entre una nueva idea y un nuevo borrón —sin cuenta nueva.) De modo que una chimenea fue la última obra de Duchamp. Algo práctico y, a la vez, metafórico —e inserto en el universo metafórico del artista, gloriosamente: la chimenea-falda, que tira y alberga su incandescencia, y arde, y emite humo, y chisporrotea tubo arriba, hacia el cielo. Grande y coherente Duchamp: chapeau!

* * *
(12.08.08) Y más, aquí.

9.8.08

Lecturas africanas

Además de las relecturas del Cahier de Talamanca de Cioran y de la “Epístola a Arias Montano” de Aldana, he leído estos días El amor dura tres años y 13'99 euros de Frédéric Beigbeder y El rayo verde de Julio Verne, y he retomado la biografía de Spinoza por donde la dejé hace un mes. Insuperable Cioran, como siempre. Una cita del principio: “À Ibiza, la différence entre les saisons est minime. L’hiver n’y est qu’une légère aggravation de l’automne”. Otra de enmedio: “Je suis un obsédé qui se dissipe, qui gaspille et pulvérise ses obsessions”. Y otra del final: “J’aime la naïveté, la force, la connerie, la gentilesse; et déteste la fébrilité, la duplicité, la versatilité, etc., tous défauts que je comprends de l’intérieur”. Beigbeder, en cambio: qué cargante payasete. Me han entretenido sus libros, sin embargo (más el primero que el segundo): no por su valor literario, sino por su valor, digamos, de mercado. (El cual, por cierto, me parece con frecuencia un territorio más sofisticado, y en el fondo limpio, que el de la literatura; al margen de que Beigbeder sea, personalmente, un niñato de lo más convencional.) En el poema de Aldana, que debo estudiar con detenimiento, he cazado otro guiño al aprendiz al sol: "Un monte dicen que hay sublime y alto,/ tanto que, al parecer, la excelsa cima/ al cielo muestra dar glorioso asalto". Pero la gran maravilla ha sido El rayo verde: un libro de personajes deliciosos, y deliciosamente ambientado en Escocia, cuyo argumento principal, y su suspense, estriba en la búsqueda de un horizonte marino en el que se ponga el sol, despejado. Su búsqueda es también una búsqueda espiritual: "Este rayo tiene la virtud de hacer que aquel que lo ha visto no pueda jamás equivocarse en cosas del corazón; su aparición destruye las ilusiones y las mentiras; y el que ha tenido la dicha de verlo sólo una vez, ya puede ver claro en su corazón y en el de los demás". Inevitablemente, he vuelto a ver también la película de Rohmer, que me había traído en el disco duro externo. Ha sido la primera película que he puesto en esta casa. Y la primera música que he hecho sonar, para bautizarla, ha sido la de Antonio Carlos Jobim: primero sus interpretaciones instrumentales, y después un recopilatorio de versiones jazzísticas en el que destaca una apoteósica de "Chega de saudade" por Dizzy Gillespie.

7.8.08

Miel de Agadir

La otra noche, mientras me tomaba una tónica en una terraza (he decidido no beber alcohol aquí, por cortesía), apareció entre el bullicio un hombre bajito y feo, con ropas pobres, que caminaba cansado y sin esperanza. Vendía miel. Miel de Agadir. Se acercaba a las mesas, mostraba el bote sin énfasis y, como nadie le hacía caso, se iba. Era muy parecido al personaje mofletudo y dentudo de El Chavo del Ocho. Mientras lo observaba, pensé: “He aquí al más desgraciado de los hombres. Probablemente esta noche, aquí, nadie sea más desgraciado”. Luego caí en la cuenta de que su trabajo es similar al del artista: ofreciendo miel o dulzura, belleza, a una multitud que no le hace caso y que es más guapa y alta que él, y es más rica y más feliz, y ve su miel no industrial como algo pobretón y antiguo, o ni siquiera ve su miel. (Otra encarnación del albatros.)

Coda.– Anoche volví a verlo y le compré un bote: dos kilos por cien dirhams (unos diez euros). Acabo de probarla en el desayuno. Una miel inmejorable.

4.8.08

Assilah

Días de estricta felicidad, con azotes de soledad cruda. Ensimismamiento y receptividad. Este es el camino. Ayer terminé de preparar la casa y en este instante empiezo a trabajar (meteré este texto en el pendrive para colgarlo desde el ciber). Estoy en el lugar perfecto. He desembocado aquí por azar, naturalmente. Parece el destino, y puede que lo sea: pero los seres humanos sólo podemos conocer el destino a posteriori; entre tanto, es más higiénico llamarlo azar. O azar objetivo, en todo caso. (El fatum nietzscheano es eso: la lectura de lo que nos ha ocurrido hacia el pasado, no hacia el futuro.) El origen inmediato de que yo me encuentre en Asilah está en una mañana del último abril. Me había despertado muy temprano y, contra mi costumbre, había decidido ir al centro de yoga de Weil por la mañana. Llegué con quince minutos de antelación y me senté a hacer tiempo en un banco de la plaza. Entonces vi pasar a Carlos Font, con el que hacía tiempo que no coincidía. Iba hablando por el móvil, hacia su despacho. Él no me había visto y pensé no decirle nada, por no distraerle y porque la sesión de yoga estaba a punto de empezar. Pero al final le hice un gesto. Se paró, terminó su llamada y me propuso tomar un café rápido. Nos metimos en el Central. Me preguntó que qué andaba haciendo. Le dije que estaba ya hastiado de Málaga y de mi falta de disciplina, de mi impresentable inercia ineficaz, que había pensado presentarme a las oposiciones de Filosofía, pero sin ganas, y que lo que yo necesitaba era un apartamento tranquilo, en alguna población costera, para encerrarme a escribir uno o dos años. “Vete a Asilah”, me dijo, “yo tengo un apartamento vacío allí”. A mí no me sonaba el nombre de nada, aunque después he ido sabiendo que es un destino turístico de moda (sobre todo entre españoles). Le pedí que me lo escribiera en una servilleta: “Assilah”, puso, con dos eses (que es como lo transcriben los árabes; con una ese es en francés). Conservo la servilleta, como si fuese el plano de una fuga. Y aquí estoy.

1.8.08

31 de julio

El día antes de partir, leí en el prólogo de la edición de Cátedra de las Poesías completas de Francisco de Aldana que fue éste, y no don Sebastián, quien desembarcó en Arcila el 31 de julio de 1578, "con quinientos soldados castellanos". El rey ya se había "internado en África" con su ejército y Aldana fue a buscarlo porque le llevaba una carta del Duque de Alba. Una vez que lo alcanzó, siguió con él:
Durante la marcha hacia Alcazarquivir, Aldana advirtió con franqueza a don Sebastián "que mudase de parecer, porque se iba a perder: mas no fue posible ni ninguno vino en su parecer", pero el 4 de agosto, a vista del enemigo, fue "de opinión que se combatiese aunque hasta entonces lo había contradicho, pareciéndole que hasta aquel punto hubo lugar de retirarse y que ya no le había".
Ayer 31 de julio, ya solo en Asilah, fui a tomarme un café y a fumarme un purito en la terraza en que he estado estos días con mi hermana y mi cuñado. Antes de salir del apartamento, abrí la maleta de los libros y cogí el más delgado, para llevarlo en el bolsillo trasero del pantalón: resultó ser el Cahier de Talamanca de Cioran. Una vez en la cafetería, vi que comienza justo un 31 de julio (el del año de mi nacimiento, 1966). Por la mañana me había fijado en esta frase de Mohamed VI, que entresacaba el diario marroquí L'opinion de su discurso por la Fête du Trône: "Ne pas céder aux sirènes nihilistes qui répandent le désespoir et sèment le doute". Me he encontrado ya dos naipes en Asilah, los dos de oros: el martes el cuatro y hoy el caballo (en cuatro trozos). Todas las tardes la gente se asoma a la muralla a ver la puesta de sol en el Atlántico. Yo también, esperando el rayo verde.