31.12.08

El desastre anual

Alcazarquivir.— Alcazarquivir es el nombre de una derrota, el final de un periplo que empezó en Arcila: desaparecieron el capitán Aldana y el rey don Sebastián; comenzó el sebastianismo. También algo de mí ha desaparecido allí. Marruecos y los fracasos personales. El de Rick, en Casablanca, también. (Estos días se ha estrenado una película sobre los bajos fondos de esa ciudad: Casanegra.) El desastre de Annual: el desastre anual. (Aunque estoy contento: he perdido brillo, y quizá también brío; pero me he aquilatado, he quemado hojarasca —y le he quitado polvo a mi brújula.)

Otra estación.— Volví a Asilah el viernes 26, tres meses después de lo que pensaba al partir. Dejé la ciudad a finales del verano y la reencontré a principios del invierno. Me perdí el otoño, pero detecté sus signos: el apartamento olía a humedad (más fuerte en el cuarto, por las mantas), los palillos de tender estaban herrumbrosos, la miel de Agadir se había cuajado; las fachadas atlánticas de la medina se habían vuelto sucias, con chorreones amarillentos (entendí que las encalan cada primavera); la puesta de sol ya no podía verse desde la muralla, sino que tenía lugar más al sudoeste (estos días la esperé desde el baluarte y el malecón, pero siempre hubo nubes totales o parciales).

Los días no fumados.— Pero la huella más palpable de estos meses se encontraba en mis puritos: los de la caja que me había dejado empezada estaban como mojados, fríos, blanduzcos. Esos puritos, y los de las cajas sin abrir, iban a servirme para contabilizar mis jornadas en Asilah. Eran, pues, literalmente, el cadáver del tiempo que no pasé allí: las momias de mis días no fumados. (Me los voy fumando ahora y tienen sabor a destiempo: insípidos aunque con un regusto rancio; pero arden con gloria, aliviados de ser al fin brasa y humo, ceniza.)

Beneficios morales de la barba.—. Antes de partir pensé afeitarme la barba que me he ido dejando crecer por indolencia. Pero mi hermana me dijo que entre los musulmanes la barba es indicio de nobleza y bondad. Así que viajé con ella, por aprovecharme de sus ventajas morales. No sé si ha sido por la barba o porque ya me conocían del verano, pero el caso es que los dueños de las terrazas que más frecuentaba (las de Al Manar y el café de la Medina) se han estado sentando conmigo estos días a charlar. Ha sido muy agradable y he descubierto que al final sí hubiera hecho amigos allí. La noche del sábado fue la mejor. En mi mesa de Al Manar estaban el dueño y un camarero y fueron agregándose conocidos de ellos que pasaban. Al final me vi en medio de un grupo de siete u ocho marroquíes hablándose en árabe (con el dueño y el camarero dirigiéndome alguna que otra frase en español), yo allí con mi té y mi barba moral.

Oro puro.—. En este viaje he recurrido por primera vez en mi vida a los servicios de dos personajes arquetípicos: un limpiabotas y un porteador. Los dos resultaron ser maestros en su oficio. Lo del limpiabotas empezó por la palabra portuguesa que lo designa: engraxate. Me la había encontrado recientemente en un texto y no recordaba su significado. Me vino en Asilah, al verlo. Eso hizo que me fijara en él. En la terraza del café de la Medina le estaba limpiando los zapatos, con virtuosismo de violinista, a un francés. Mientras lo hacía miró mis pies, vio que conmigo no había nada que hacer, porque llevaba zapatillas deportivas, y se encogió de hombros con una sonrisa. Cuando terminó con el francés, se ofreció a la mujer que lo acompañaba, una dama bastante atractiva, con algo de Simone de Beauvoir, que llevaba (me fijé entonces) unos elegantes zapatos de tacón. Contuve el aliento, porque estaba a punto de producirse una escena de alta temperatura erótica (me acordé de mi amigo Losada, al que enamoran estos fetichismos), pero la francesa dijo non. Al día siguiente salí con mis zapatos de cuero negro, por si me volvía a encontrar al limpiabotas. Así fue. Me reconoció, se le iluminaron los ojillos al ver mi calzado, le dije que sí y asistí a su interpretación con una sonrisa maravillada. Todos sus movimientos eran precisos y estaban tocados por la gracia. Me acordé, mientras lo observaba, de la Señora Gorda de Salinger. Pensé también que un limpiabotas ha de ser bajito y ágil, como un jockey. Los zapatos quedaron perfectos. Duraron poco así, porque una hora después cayó un chaparrón que me los dejó embarrados: pero durante esa hora yo fui el individuo con los zapatos más limpios y relucientes del mundo. Al porteador lo contraté ayer, en el viaje de regreso. Se me acercó en cuanto bajé del taxi en el puerto de Tánger y tuve suerte: era el mejor. Su aspecto me recordaba al de uno de los forzudos de la banda de Robin Hood: el hombretón fuerte y noble de las historias de aventuras. Cargó mis bultos en su carretilla y los llevó en volandas hasta el muelle, subiendo y bajando rampas, recorriendo centenares de metros. Los descargó en el puesto 4, pero había una duda: el ferry podía atracar también en el 5, que estaba doscientos metros más allá. Faltaba una hora para que llegase, pero me aseguró que, si atracaba en el 5, volvería. Aunque yo ya le había pagado, le creí. Podía percibirse que a ese hombre le resultaba orgánicamente imposible la traición. Pasó la hora. El ferry se acercaba al puesto 5. Miré al muelle, y por allí venía corriendo con su carretilla el porteador. Me emocionó su nobleza: esa sustancia humana (oro puro) que escasea en los hombres, pero que justifica la especie.

Últimas lecturas del año.— Mis lecturas de Asilah han sido las últimas de este año. El único libro (librito) que he leído entero ha sido Nostalgia del Absoluto de George Steiner. Pero además he estado picoteando en El mundo de ayer de Stefan Zweig, Del inconveniente de haber nacido de Cioran y las odas de Ricardo Reis. Éstas las venía repasando desde principios de diciembre. Otras lecturas del mes: Dos mujeres en Praga de Juan José Millás (flojita, hecha sólo con los tics del autor), Ya sólo habla de amor de Ray Loriga (un bodrio), En Grand Central Station me senté y lloré de Elizabeth Smart (una joyita, que me mandó Cristina en fotocopias) y Ellas solas de Virginia Nicholson. Éste es un libro (editado por Turner) magnífico y tristísimo: uno de los más tristes que he leído en mi vida. Habla de las solteronas británicas de entreguerras y lo peor es que he debido de hacer una lectura adolescente (según la clasificación de Bértolo) porque mi identificación ha sido total: ¡yo soy una de esas solteronas! Me imagino los titulares: “Atleta Sexual es una solterona británica”. En fin. Pero esta noche, antes de las uvas y los cohetes, todavía leeré algunas páginas de un libro en el que me vengo deleitando desde hace tiempo: O óbvio ululante del inimitable Nelson Rodrigues, una recopilación de artículos memorialísticos publicados en Brasil entre 1966 y 1967, escritos con precisión, soltura, encanto y una pasmosa originalidad. La voz ideal para despedir el año.

25.12.08

El discurso de la Corona

Releyendo esta mañana el libro de Conversaciones con Jaime Gil de Biedma (El Aleph, 2002), me encuentro con este pasaje delicioso, y muy apropiado para el día después de Nochebuena. Pertenece a la entrevista de Benjamín Prado:

B.P.: Hablábamos antes de irracionalismo. Octavio Paz dice, en El arco y la lira, que el poema hermético proclama la grandeza de la poesía y la miseria de la historia.

J.G. de B: Pues, la verdad, realmente eso ya casi parece el discurso de la Corona...

Luego dice algo muy agudo sobre el poeta mexicano: "Octavio Paz es un crítico magnífico y un escritor tan brillante que, a veces, su brillantez va por delante de sus ideas y le juega malas pasadas". Pero mi momento favorito sigue siendo este cruce con Leopoldo María Panero (sitúense en 1977):

L.Mª.P.: Ten encuenta que la trampa en que hemos caído todos los poetas es que nuestro discurso, al no pasar por esta simbólica abstracta que rige la sociedad, no es leído, está proscrito simbólicamente por la sociedad y, por lo tanto, este discurso del inconsciente que es la poesía, la literatura y el delirio, ese discurso analógico...

J.G. de B.: Mira, yo estoy muy poco a la page; elabora tu discurso a otro nivel.

Volviendo a la entrevista con Prado, he aquí otra memorable respuesta, a la pregunta "Para usted son importantes los sentimientos, ¿porque son propios o como material poético específico?":

Para mí, lo son en cuanto materia bruta del poema, en el que puede haber todo el exceso de sentimientos que el poeta considere necesario exhibir, pero siempre que la voz que habla en el poema cree una especie de hiato que nos haga comprender que hay alguien ahí que no está completamente a favor de esos sentimientos. Con los sentimientos hay que ser imparcial, como con las percepciones. Generalmente, los poetas que creen que la poesía es, sobre todo, una cuestión de sensibilidad, suelen estar demasiado a favor de sus sentimientos. Yo no creo que un poeta necesite tener más sensibilidad de la que es normal en una persona cultivada de su país y de su época; lo que sí me parece imprescindible es que esa sensibilidad la tenga mejor organizada y sepa cómo funciona.

Siempre me encantó también esta autodefinición que se aplica, citando a Wallace Stevens: "Soy un poeta de domingo con conciencia de lunes".

21.12.08

Protección

Llevaba meses sin protección, desde que se estropeó el ipoide azul que me regaló hace tres años Jingle (¡otro de la lista de los ex amigos, especie creciente con la edad!); pero ahora tengo una bicoca, el iPod shuffle (45 € en el mercado), y vuelvo a estar protegido. ¡Qué cacharrito maravilloso! Del tamaño de una caja pequeña de cerillas, ultraligera, le caben doscientas cincuenta canciones, que pueden escucharse en orden o a voleo (¡a lo shuffle!). Yo le he metido, para empezar, los ocho discos del Songbook de Chico Buarque: ciento veintiocho temas ideales para el "modo aleatorio" (por más que se baraje, siempre sale un as). He de decir que estos meses han resultado espantosos, porque han sido los de la invasión de los acordeonistas. El acordeón, que es, según Bierce, "un instrumento con el instinto de un asesino". ¡Y yo desprotegido! ¡Y desprotegido también de las motos acuáticas de todos los veranos! ¡Y de los niñatos del horrísono tuneo! ¡Y del griterío merdellón! ¡Y del salseo y emeochenteo de los chiringuitos! La agresión acústica es incesante. Hay lugares en los que más o menos se puede estar... pero en el noventa por ciento suele haber un jaleo que los estropea. En Torremolinos, en Montemar Alto, han abierto un parque magnífico, con vistas al mar desde la altura. Un sitio minimalista, tranquilo, civilizado, perfecto para irse a leer... ¡pero el estólido alcalde Fernández Montes, ese delincuente estético, le ha puesto hilo musical! ¡Cada quince metros hay altavoces instalados en el césped semejando piedras! ¡Piedras que nos apedrean con música insufrible! Ni siquiera es "música de ascensor", más o menos aséptica e inofensiva, sino (¡lo juro!) cosas como Cantores de Híspalis, Los Del Río o ese Lombo, flamenqueo archicursi y chillón, aniquilante de atardeceres. Fui un par de veces y no volví más (la primera, al descubrir el engendro, perdí los estribos y me puse a patear una de las piedras: mis pies sufrieron menos que mis oídos). Pero ya puedo volver: embotellado en mi shuffle. ¡Ya pueden atronar las piedras-altavoces del alcalde! ¡Ya pueden berrear los acordeonistas! ¡Para mí están muertos! ¡O mejor: mudos!

17.12.08

La esperanza




Paraíso fue precisamente el título de la exposición que hizo mi amigo Gómez Losada en el año 2000. Esta tarde inaugura otra: La esperanza, que podrá verse hasta el 17 de enero en la galería Carmen del Campo, de Córdoba. El catálogo incluye un prólogo de Rafael Obrero Guisado, un poema de Pablo García Casado y tres textos del propio Gómez Losada, escogidos de su blog Cien ojos. En uno de ellos nos ofrece su idea del paraíso, suculenta:

Cuando pienso en el paraíso lo imagino nublado y con la hierba mojada. La palabra maleza no existe, tampoco ninguna jerarquía vegetal; no hay jardines ni animales domésticos. No hay dominio hacia otras formas de vida. Las mujeres tienen el pelo negro liso, con flequillo, casi todas iguales o con parecido de hermanas. Están descalzas, sólo llevan bragas blancas de algodón sin elástico, caídas por debajo del pubis, dejando ver a cada paso una vulva hermosa, de labios generosos y sin vello. Sus tetas son notablemente desiguales, divergentes, con los pezones oscuros manchados de leche. Son mujeres calmadas, sabias como madres, no narran lo que ven sino que lo interpretan; sonríen y me saludan desde el otro lado de la niebla. En el paraíso no hay demostraciones de superioridad (que es la inferioridad disimulada) porque todo el mundo es querido, valorado y cuidado. Se practican los bellos actos y las bellas palabras, ejercitando el espíritu, la emoción y la belleza. Al atardecer todos se asoman al mirador, esperando con entusiasmo la llegada de los que en la tierra todavía sufren alguna falta de amor.

Los dos cuadros que ilustran este post, y que Losada ha usado para las invitaciones, son espectaculares: por su tamaño (miden 146 x 456 cm) y por su hermosura definitivamente paradisíaca.

14.12.08

Paraíso

El jueves recibí de María José Rico su poemario Mi vida que no entiendo, editado por Renacimiento. Hacía frío y sol. Metí el librito en el bolsillo del abrigo y me fui al paseo marítimo. Allí, sentado en un banco, con el mar enfrente, lo leí. ¡Gratas brasas para el invierno! De entre todos los poemas, serenos y profundos, perceptivos, exactos, me gustaron especialmente dos: "Sylvia", sobre el suicidio de Sylvia Plath, y "Útero", que habla de la gestación. Entre ambos extremos del ciclo de la vida se tiende un hilo común: la muerte es presentada en el primero como un adormecimiento (provocado por el olor del gas, "dulce como la miel"), como un abandonarse ("Yo me dejo llevar, cierro los ojos./ Ahora todo es posible:/ la armonía, la luz./ Me hundo en la espiral/ que me lleva y me arrastra") que es como un regreso al útero materno. Y este es, entero, el poema "Útero":
¿Y qué me importa si soy como una nuez?
Mi grandeza reside en otro lado.

Dicen que soy un músculo, un elástico
de membranas mucosas. Sin embargo,
yo tengo el privilegio de albergar
el engranaje oculto y los secretos
que hay en la gestación de cada vida.

Dentro de mí no hay pena o sufrimiento,
tampoco humillaciones ni miserias.
En mi seno no existe la desdicha,
ni hay temor a perder a un ser querido,
y no sabe que no verá la luz
la niña que, al nacer, estará ciega.

Puedo decir, sin miedo a equivocarme,
que yo soy comparable al paraíso.

El título del libro, por cierto, procede de esta estrofa de Borges: "Pasan Cartago y Roma, yo, tú, él,/ mi vida que no entiendo, esta agonía/ de ser enigma, azar, criptografía/ y toda la discordia de Babel".

11.12.08

Cómo llegan los usuarios a mi sitio

No conviene envanecerse demasiado por el número de visitas que marca el contador del blog. Aunque sean muchas, la sección "Cómo llegan los usuarios a mi sitio" le baja a uno los humos de inmediato. Llevo un tiempo anotando qué frases mete el personal en el Google para desembocar aquí. Estas son algunas perlas (¡y algo habré hecho yo, después de todo!):

mamando pollones embarazadas
coñito de Susana Griso
hasta donde se la meten por el culo
chocho empolvados
mamen mendizabal fotos paparazzi
ATLETAS PORNO FOLLANDO
por donde se mete la polla en el coño
tetas redondas
felpudos tias
hombres gay follando y comiendo vergas
Sexo a saco en Gran Hermano: follando en el lavabo
fernandisco
chocho de susana griso
sexo con atletas
automamada
le vi las tetas cuando se agachó
por donde se mete la chorra
se folla a su madre por el culo.

(Efectivamente: lo más obsceno es fernandisco.)

10.12.08

Un zurullo para Arzalluz

Al final va a tener que ser el propio Arzalluz quien asuma la dirección de ETA. No porque él pertenezca a la banda ni sea un terrorista (es un impresentable, pero dentro de la ley), sino simplemente para que no se salga con la suya (¡con tantas detenciones!) "la policía de Barr... de Rubalcaba".

9.12.08

Sin ti

Estuve leyéndome a finales de noviembre (¡en malecones del paseo marítimo al sol, antes de la ola de frío!) la antología de poemas del austríaco Erich Fried (1921-1988) que sacó la editorial Losada en 2005: Amor, duelo, contradicciones, seleccionada y traducida (impecablemente: queda perfecta en español) por Jorge Riechmann. El libro se divide en cuatro partes: "Poemas de amor", que son muy buenos; "Poemas de miedo, cólera y esperanza", que no están mal pero que resultan comunistamente kitschs; "Poemas de poesía", que son aceptables; y "Final", poemas de muerte que no son tan buenos como los de amor, pero que también son buenos. Fried me ha parecido una especie de Benedetti logrado, por decirlo así. El libro es de muy grata lectura, aunque enturbiada por la melancolía que producen sus poemas políticos: no por sus supuestas revelaciones de las injusticias del mundo (injusticias que ya conocíamos, y nos pesaban, antes de leerlos), sino por esa suerte de casuística teológica (¡jesuítica!) que atormenta al, así llamado, o autoproclamado, "ser de izquierdas". Octavio Paz escribió que el comunismo había sido la última herejía del cristianismo, y en los poemas políticos de Fried se aprecia claramente esa mentalidad religiosa. El poeta padece unas agonías sobre qué es lo que hay que hacer o no hacer ("Dos preguntas" o "Uno de los tres deseos"), o qué es lo que hay que aceptar o rechazar de Marx o Engels o Lenin ("Salvamentos"), que se asemejan mucho a las culpas del católico que se ha masturbado o ha comido carne el viernes de vigilia. Hay también poemas, más inquietantes, que denuncian el terrorismo de estado (denuncia que suscribo: ningún delito me parece más grave) pero sin cuestionar el terrorismo revolucionario contra el que se ejerce ("El largo brazo de la justicia"). En cualquier caso, incluso esos poemas se leen bien. Y primero están los de amor, maravillosos. Como este "Sin ti", que me parece el más emocionante del volumen: "No nada/ sin ti/ pero no lo mismo// No nada/ sin ti/ pero acaso menos// No nada/ pero menos/ y cada vez menos// Acaso no nada/ sin ti/ pero poca cosa".

7.12.08

Venganza cumplida

Me manda Lowon una ilustración de la venganza que soñé en mi ejercicio bernhardiano "La rebelión de la batuta". Lowon es Cristóbal Ruiz, autor de El loco Wonder: una novela magnífica, rebosante de talento (¡y emociones!), que le publicaron hace ya casi diez años en Espasa. Luego hubo un encontronazo con la editorial y desde entonces Cristóbal Ruiz ha seguido llenando su baúl de inéditos, que debe de tener ya las dimensiones del de Pessoa. Algún día saldrán a la luz, y quedará en evidencia toda una generación de editores españoles.

6.12.08

La carcoma

Me preguntaba el otro día un lector que de dónde había sacado yo el recurso (¡el tic!) de la admiración entre paréntesis. De Thomas Bernhard. Exactamente de Corrección de Thomas Bernhard. Sólo que Thomas Bernhard lo usa de manera dosificada, y por lo tanto con mucho efecto, mientras que yo lo repito y abuso de él de un modo ya decadente y guasón, desinflado. Aquí aparece por primera vez el recurso en Corrección:

todo en la buhardilla de los Höller favorecía mi pensamiento, en la buhardilla de los Höller podía permitirme siempre todas las posibilidades de mis facultades intelectuales y, de repente, en la buhardilla de los Höller estaba sustraído siempre a la opresión del mundo exterior sobre mi cabeza y sobre mi pensamiento y, por tanto, sobre mi constitución entera, lo más increíble no era ya de repente increíble en la buhardilla de los Höller, lo más imposible (¡pensar!) no era ya imposible.

Pero el lugar en el que yo me enamoré de él fue en el pasaje de la carcoma, que copio entero porque es una de las cumbres (¡humorísticas!) de Bernhard:

Durante la noche él oía siempre en Altensam la carcoma, la voracidad de la carcoma no lo dejaba dormir durante la noche, por todas partes y durante la noche, como es natural, a causa de la agudeza de su oído y de la hipersensibilidad de su cabeza, con mayor claridad, oía a la carcoma que trabajaba, en las tablas del suelo y bajo las tablas del suelo, en los armarios y las cómodas, en todos los armarios de cajones sobre todo, así Roithamer, en las puertas y en los marcos de las ventanas, incluso en los relojes y en las sillas y sillones, podía distinguir siempre exactamente dónde y en qué objeto, qué mueble, trabajaba la carcoma, realmente la carcoma se había abierto ya camino hasta su propia cama, mientras permanecía despierto en la cama toda la noche, así Roithamer, seguía, tenía que seguir el trabajo de la carcoma, con la mayor atención, respiraba el dulce olor del serrín fresco y le resultaba opresivo tener que comprobar que, en el curso de los años, miles, posiblemente decenas de miles y cientos de miles de gusanos de la carcoma se habían introducido en Altensam para, como tenía que pensar siempre durante la noche, corroer Altensam, roer y corroer Altensam hasta que, en un solo instante, que posiblemente no se haría esperar ya tanto, se derrumbase sobre sí mismo. No había un solo objeto en Altensam, así Roithamer, en que no estuviera la carcoma, y si se trataba de un objeto nuevo, que se hubiera adquirido, también en ese nuevo objeto estaba en poquísimo tiempo la carcoma, así Roithamer. Si cojo una prenda interior del armario, así Roithamer, tengo que sacudir esa prenda interior, porque hay en ella serrín a montones, de la noche a la mañana serrín a montones en mis prendas interiores, así Roithamer, si cojo un pañuelo del cajón tengo que soplar en él, hasta la vajilla utilizada diariamente tiene que ser soplada y fregada, así Roithamer, porque está llena de serrín, y realmente todos están siempre en Altensam llenos de serrín, sus rostros llenos de serrín, sus cabezas y sus cuerpos llenos de serrín, así Roithamer. Constantemente, todos tenían miedo siempre de hundirse a través de las tablas del suelo, porque las tablas del suelo cedían ya de una forma inquietante, porque Altensam, por el trabajo de la carcoma (¡y de los hongos, como es natural!) cambiaba constantemente, tenían constantemente miedo, porque en realidad lo más sorprendente y lo más alarmante en Altensam era el trabajo de la carcoma, así Roithamer. Primero se hizo todo para combatir la carcoma, pero finalmente tuvimos que comprobar que no se puede hacer nada para combatir la carcoma, y dejamos de hacer nada para combatir la carcoma. Durante toda nuestra vida estuvimos en Altensam frente a millones de gusanos de la carcoma, sin poder defendernos de esos millones de gusanos de la carcoma. Impotentes contra la carcoma, así mi madre, así Roithamer, hemos combatido durante toda la vida contra la carcoma, pero finalmente hemos renunciado a la lucha, así mi madre, así Roithamer. Cada generación creía, así Roithamer, acabar con la carcoma de Altensam, que era ella, temía cada una, aquella sobre la que se derrumbaría de pronto Altensam, por estar totalmente agujereado por la carcoma, así Roithamer. Una vez mi padre hizo subir de Linz a Altensam un, así llamado, especialista en lucha antiparasitaria, pero esa estancia de semanas del especialista en lucha antiparasitaria de Linz fue totalmente absurda, así Roithamer. Y así, todos en Altensam, a causa de la carcoma y de su trabajo de siglos, que había minado ya casi todo Altensam, se habían acostumbrado a unos andares curiosamente cautos, unos andares exactamente adaptados a los suelos y los techos de madera, y que tenían también en cuenta los muebles, unos andares curiosamente cautos que, sencillamente, tenían en cuenta a Altensam, y cuando nosotros, así Roithamer, hablábamos juntos de algo, lo que ocurría como mucho una vez al año, hablábamos de la carcoma. Y aunque en Altensam hay un gran silencio y se crea no oír nada en absoluto, se oye, sin embargo, la carcoma de Altensam, así Roithamer. Los armarios, las mesas, están torcidos, las cómodas, los sillones, así Roithamer, y los suelos están hundidos, los postigos no encajan ya en los marcos de las ventanas, así Roithamer, la lucha contra la carcoma ha sido definitivamente abandonada (9 de marzo), así Roithamer.

2.12.08

Los posts que no escribí

Reaparece mi wifi de madrugada (¡no sé por cuánto tiempo!) y aprovecho para esbozar, a lo Steiner, los posts que no escribí estos días:

Extracción de la piedra de la locura.— La semana pasada vino Eduardo Jordá como jurado de un premio literario. Me hubiera gustado contar el paseo que nos dimos al solecito invernal de la mañana malagueña (con visita a la exposición de la obra africana de Barceló en el CAC inclusive) y, sobre todo, referir un pormenor de nuestra charla. Estaba aún caliente (¡supurante!) el artículo de Almudena Grandes sobre sus mmmilicianos violadores y Jordá y yo, alineándonos con la respuesta de Muñoz Molina, decidimos que habría que crear una asociación llamada “Extracción de la piedra de la locura”, o algo así, para combatir este delirio guerracivilista que se expande. Hubiese querido añadir un párrafo humorístico sobre un encuentro más con Romero Esteo, que también formaba parte del jurado y al que me acerqué a saludar en el acto de lectura del veredicto. Al felicitarlo por sus últimos premios, saltó: “¡Ya era hora! ¡Mis topos me habéis estado fallando siempre, Weil, tú...! ¡Pero esta vez Rosa Romojaro sacó en las deliberaciones un manual alemán de literatura y les dijo aquí pone que es un genio! ¡Y claro, me lo tuvieron que dar!”. En el corrillo posterior, mientras yo hablaba de nuevo con Jordá, me volví varias veces al escuchar el vozarrón de Romero Esteo llamando: “¡José Antonio!”. Pero no era a mí, sino al secretario del jurado, José Antonio Mesa Toré, que tenía que darle el cheque.

Doménica y L’Anticrist.— El lunes 24 de noviembre me llegaron dos libros de Barcelona: Doménica de José Ángel Cilleruelo, y una edición catalana de L’Anticrist de Nietzsche, con prólogo y notas de Antonio Morillas y traducción de Marc Jiménez Buzzi. Cilleruelo y Buzzi me habían anunciado por separado sus envíos y el azar quiso que llegaran juntos. El azar quiso también que mi ejemplar de L’Anticrist trajese una dedicatoria para Horrach, mientras que esa misma mañana Horrach recibió en Palma un ejemplar dedicado a mí. Tras dudar si intercambiarnos los ejemplares, decidimos que, en homenaje al Azar, tan querido por nuestro filósofo, nos quedaríamos con los trocados. En mi entrada pretendía hablar de esto, y hablar también de las obras: de la novela de Cilleruelo (quien precisamente ganó hace poco el Premio Málaga con otra, Astro desterrado, que se editará en febrero) y de este Nietzsche en catalán, que rechinará en los adocenados oídos del establishment (iba a poner establo) catalanista. A Nietzsche ya lo había leído en portugués, en una edición de sus andanadas contra Wagner que encontré en Río de Janeiro. El hallazgo me pareció otro guiño del azar, porque siempre he considerado (¡desde mi ignorancia musicológica!) que el ideal musical nietzscheano se cumple en la música brasileña. (Mi amiga Almudena —no Grandes, aunque sí grandes— se enfadará, pero ella no cuenta aquí: es wagneriana.)

El hormigonado heterodóxico.— También me pedía el cuerpo hacer un poco de coña con el Premio de las Letras (y, por lo tanto, no Premio Cervantes) a Juan Goytisolo, desarrollando lo que ya apunté en los blogs de Ferré y Mora. En el de este último me salió la formulación de lo que me parece, realmente, la obra de Goytisolo: un hormigonado heterodóxico.

Tropezón con Marsé.— A propósito del Cervantes a Marsé, pretendía hablar de mi relación con la obra de Marsé. Y de cómo un escritor se la juega en cada escrito: y que uno malo puede alejarle (¡matarle!) un lector. Me pasó con Marsé. Fue en aquella época de embeleso con los autores latinoamericanos del boom, con sus prosas fluidas, rutilantes, cuando me leí lo primero de Juan Goytisolo, Señas de identidad, que no estaba mal pero que, por su pesadez y su sintaxis arrastrada, no pasó la prueba. Marsé, en cambio, sí la pasó. Con creces. Leí maravillado Últimas tardes con Teresa y sentí que se iniciaba una etapa Marsé. Pero la siguiente que cayó en mis manos, La muchacha de las bragas de oro, no la pude ni terminar: y hasta hoy. (Aunque habrá que leerse Un día volveré.)

Nostalgia de la mala conciencia.— Y volviendo al guerracivilismo rampante de nuestros días, me he dado cuenta de que de los justicieros actuales nunca conocemos por ellos mismos su franquismo familiar. El presidente Zapatero exhibe emotivamente a su abuelo republicano, pero esconde, sin una mueca, sin un parpadeo, al franquista. De las andanzas fascistas del abuelo de Cristina Almeida nos acabamos de enterar por la prensa. Y con Luis García Montero pasa igual: lleva casi treinta años de obra poética y hasta hace un mes no supe que viene de una familia militar franquista de Granada. ¡Qué nostalgia, de pronto, de la mala conciencia! ¡Aquella que incomodaba al sujeto y, al menos, le hacía pasar un poco de vergüenza! Como la de Jaime Gil de Biedma cuando confesó: “señoritos de nacimiento / por mala conciencia escritores / de poesía social”. Pero los de ahora nada: vamos, ni una mueca, ni un parpadeo... ¡Esto se hubiera merecido un buen post!