El nuevo Gobierno ha tenido la suerte de que el traspaso se ha producido en Navidad, por lo que en nuestro ánimo es como si siguiéramos sin ninguno. Incluso el tijeretazo de ayer (un auténtico tijeretazo de salida) parece en suspenso, porque aún nos tenemos que comer las uvas. Todo empezará mañana, o como muy tarde después de Reyes: la cuesta de enero va a ser este año un Mortirolo, y Rajoy, amante del ciclismo, tiene marcada la etapa. Una etapa que a lo mejor se prolonga el año entero. O más.
Para la Oposición, por su parte, la patata está en febrero. Por lo que vamos viendo, quien va a arrasar en el congreso del PSOE va a ser el PP. El zapaterismo lo ha dejado todo atado y bien atado: las neuronas que quedaban fueron despedidas hace tiempo y hoy el partido es un erial. El debate es imposible, porque el único servicio que podrían prestar los debatientes sería hacerse el harakiri, como si fueran procuradores franquistas. Y está claro que no se lo van a hacer. Lamento ser tan pesimista, pero el PSOE actual es como esas páginas que, según Borges, sólo podrían ser mejoradas mediante su destrucción.
En cuanto a mí, quisiera desengancharme bastante de la actualidad. Me ha gustado este mes y pico belga que hemos vivido, con ese desvanecimiento del poder en el traspaso. Ha sido como esos fundidos de transición de las películas, en que la imagen nueva se superpone a la antigua y hay un instante fantasmal. Los belgas estuvieron sin Gobierno 589 días, y yo quisiera embarcarme en un paréntesis así. Los tijeretazos irán cortándome, como a todos; pero que me lleguen al menos como saliendo de mi autoalgodón.
El español, sin embargo, no lo soportaría. Si se viera inmerso en una felicidad belga, o suiza, se tiraría pedos en el agua, o se precipitaría hacia la superficie para eructar. Durante este mes lo hemos visto en las tertulias: no teníamos Gobierno, pero los tertulianos (esos tecnócratas del sectarismo) seguían con la matraca. Y el tertuliano es la encarnación del español: el individuo que gritó “vivan las caenas”, que votó Disney en marzo de 2008 y que ahora le ha dado la mayoría absoluta al peor Rajoy posible, un Rajoy ya irremisiblemente contaminado de ZP (que es lo que el español quería).
El surrealista belga Louis Scutenaire, según le oí a Estrella de Diego, escribió que “mourir est un village”. Literalmente, “morir es un pueblo”; aunque la traducción correcta sería: “morir es un pañuelo”. Aquello es pequeño y todo el mundo termina encontrándose. Demasiado tiempo he estado detestando Bélgica, por mis pruritos baudelerianos. Ahora solo aspiro a esa felicidad. Tengo un amigo en Bélgica, pero no voy a preguntarle cómo están las cosas allí: porque mi felicidad va a consistir, simplemente, en no estar aquí.
[Publicado en Jot Down]