20.11.25

Intento formular mi experiencia del franquismo

Yo tenía exactamente nueve años y medio cuando murió Franco, pero ni siquiera fui un niño de derechas: el franquismo ni me rozó. Mi bloque estaba en uno de los sitios en que terminaba la ciudad y hacíamos vida tanto en la barriada como en los descampados con un indeleble espíritu anarquista, por no decir gloriosamente salvaje. Tuve la suerte de no padecer adoctrinamiento ni político ni religioso, ni en la familia ni en la escuela.
 
La tele nos lo daba todo y Franco solo aparecía en la tele en los aburridos Telediarios, que ni mirábamos. Sí teníamos que mirar el Nodo, a la espera de la película en el matinal o el cine de verano, y allí salía un Franco algo más dinámico, que asistía a eventos deportivos e inauguraba cosas, a diferencia del viejecillo estático de las noticias, un abuelete un tanto insípido que, sin embargo, tomábamos como un personaje más de la tele, solo que uno al que no teníamos ganas de ver como a Locomotoro, Pippi o la perrita Marilín.
 
Su verdadera presencia cotidiana para nosotros era en las monedas, que nos quemaban en las manos porque en cuanto nos caía una corríamos al kiosco a cambiarla por poloflanes, soldaditos, chicles bazookas o cromos (en Málaga decíamos "estampas") de futbolistas. Sí nos sorprendía que aquel perfil un tanto regordete se correspondiera, nos decían, con el viejo escuálido de la televisión. No lo reconocíamos.
 
Solo vi fotos del Franco joven en el primer fascículo de la colección que mi padre empezó a comprar: Los españoles. Colección en que también aparecieron El Cordobés, Picasso, Massiel y Dalí. De este salía un dibujo de niño con una rata en la boca. Franco era eso: el primero de toda colección de ese género que, por el espíritu de la época, derivaba en pop. Sabíamos, claro, que era el que mandaba. En este sentido, algo nos debieron de inocular; o tal vez fue por inercia. El efecto en todo caso era de carácter familiar: ya digo, Franco nos parecía una especie de abuelo. Entrañable pero sin calor: ni lo queríamos ni lo dejábamos de querer.
 
Entonces se puso malo. Se abrió un tiempo eterno, como todos los del niño, en que se me entremezclan ya los partes médicos reales con las fotos posteriores del Interviú. Sí son inequívocamente de los últimos días los chistecillos de mis padres y mis tíos. Los pequeños nos sumábamos a las risas, aunque no entendíamos muy bien de qué iba aquello. Solo me acuerdo de uno en que el personaje cantaba una sevillana famosa (veo ahora que es justo de 1975): "No te vayas todavía, no te vayas, por favor". Algo regocijaba a los adultos y no entendíamos qué.
 
Aquel periodo acabó la mañana del jueves 20 de noviembre, hace hoy cincuenta años. Mi madre me llevaba a la escuela y, al ir a bajar las escaleras de los eucaliptos, nos cruzamos con otra madre que subía con su hijo. "Que no hay colegio, que se ha muerto Franco". En la tele salían grabaciones de desfiles y música militar, imágenes de Franco en la guerra (¿cuándo nos habían hablado de la guerra?), y en mi memoria hay también dibujos animados y cine cómico, pero esto tuvo que ser ya cuando las elecciones de 1977. Lo de Arias Navarro no lo recuerdo en directo. Luego salí a dar una vuelta con el Antoñito y las calles estaban vacías. Nunca habíamos hecho la piarda, pero la sensación era de estar haciendo la piarda. Mi amigo me habló de "los regimientos" que habían salido en la tele, y en ese instante aprendí la palabra “regimiento”.
 
Después vino el entierro y la coronación del príncipe (de este había otro fascículo, el segundo, de Los españoles). A mi abuelo le impresionó aquello que le decían a Juan Carlos al final de la ceremonia: "Si así lo hiciereis, que Dios os lo premie, y si no, que os lo demande". Repitió, como hacía a veces, lo último: “que os lo demande”. No recuerdo emoción, ni mucho menos lágrimas, por la muerte de Franco. Era algo como irreal, aunque con una dimensión histórica que estaba en el ambiente. Nada que ver, desde luego, con la muerte que nos golpeó un mes y cinco días más tarde: la de mi abuela, que llevaba semanas ingresada. Por esta muerte, y porque mi abuelo se vino a vivir con nosotros y en la casa faltaba una habitación, nos mudamos en el verano de 1976.
 
Mi pequeño reino afortunado se quedó así encerrado en una burbuja: aquella barriada de Las Flores, un espacio con un tiempo específico, a la que regreso muy de tarde en tarde para que no se disipe el elixir.
 
Solo unos años después, atando cabos, me di cuenta de algunos indicios de la dictadura (tampoco recuerdo cuándo se empezó a decir esta palabra). Unos estudiantes universitarios corriendo, huyendo de algo que no llegamos a ver. Los adultos hablando en el rincón de alguna reunión familiar de un conocido de ellos al que la policía le había metido la cabeza en un cubo de agua. Una frase del abuelo del Antoñito después de que este dijera, en una discusión, que podía decir lo que le diera la gana: "Si uno pudiera decir lo que le diera la gana...".
 
La Constitución de 1978 se construyó contra Franco y el franquismo. Mienten los que dicen lo contrario. No se ocultó nada. Se habló abundantemente de la dictadura y de la guerra civil. Otro coleccionable de mi padre fue el de Hugh Thomas, que empezó a publicarse en 1979.
 
Los niños de entonces llegamos a saberlo todo. Pero de la triste dictadura se pasó a la alegre democracia y esta fue la que se impuso anímicamente. Ayudó que la alegría ya la traíamos. Nuestra niñez alegre se hubiera topado en la adolescencia, como las generaciones anteriores, con el anticlimático franquismo. Por fortuna nos acoplamos a una exaltante democracia, en la que mantuvimos la corriente de nuestra alegría.
 
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16.11.25

Sánchez ha calcinado a Rosalía

[Montanoscopia]  
 
1. Sánchez ha calcinado a Rosalía. Inescuchable ya. La ha convertido en la Estrellita Castro de su franquismo.  
 
2. Un amigo me había dicho: "Rosalía es la Sor Citroën del pop mundial". Lo cierto es que ninguna de las monjas de esta insufrible avalancha tiene la modernidad de Gracita Morales en ese papel. Nuestro tríptico insuperable de monjas (dos españolas y una mexicana): Santa Teresa, Sor Juana Inés de la Cruz y Sor Citroën. Las de ahora ni las rozan.  
 
3. Algunos (no muchos) somos tan visceralmente antifranquistas que nos revuelven el estómago los actos que, aunque se presentan como antifranquistas, atufan a franquismo. Así la visita del presidente a Radio 3, con la sumisión de su jefe de propaganda Joseph Paulus y todos los empleados, que se abalanzaban (¡con sus looks tan guays!) para la genuflexión. En otros tiempos Radio 3 era sinónimo de libertad (¡y de buscar la belleza, la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo!). También me eduqué con ella. Quienes señalan que Sánchez no está cumpliendo con los eventos prometidos del Año Franco no se dan cuenta de que lo está celebrando a lo grande: por suplantación.  
 
4. David Uclés se ha enfadado porque ha habido uno (¡uno!), el tuitero Basi, que ha leído su novela y la ha estado comentando en Twitter. Me ha llamado la atención lo mortalmente mala que es. No tenía pensado leerla porque me suscitaba perezón, pero daba por hecho que tendría algún valor literario. Las reseñas han sido elogiosas y se ha vendido como rosquillas. Ahora estos datos son un síntoma del estado catastrófico de nuestra cultura. El autor y los medios oficialistas hablan de odio. Pero lo que ha habido ha sido crítica literaria. Como la que los medios oficialistas han ejercido contra Juan del Val. Una vez más, los hunos y los hotros hablan de lo mal que escribe el autor de enfrente. Y, una vez más, todos tienen razón.  
 
5. He leído Astérix en Lusitania, por Astérix y por Lusitania. Es flojísimo, pero me lo he pasado bien. Como hacía tanto que no leía a Astérix, sobre el menesteroso volumen se han posado los volúmenes grandiosos. El primero que leí, con ocho o nueve años, fue Astérix y el caldero. ¡Qué gustazo entonces! Luego fueron cayendo los demás. Mis favoritos: El escudo arvernoLa Vuelta a la Galia por Astérix, Astérix en los Juegos Olímpicos y Astérix gladiador. Del de ahora solo está realmente bien el fatalismo que inyectan los fados. Entona uno Obélix y los romanos que los persiguen entran en depresión. 
 
 6. Gloriosa la reaparición de Rubiales. La finta que hace para ir a por el que le lanza los huevos es un prodigio. Este hombre es un portento de elasticidad. Por su ballet gestual en aquel palco junto a la reina y la infanta lo llamé "el Nadia Comaneci del tocarse los huevos". No me cansaba de ponérmelo. Ahora no me canso de ponerme esto otro, con otros huevos. Siempre huevos con Rubiales: parece que su arte lo desencadenan los huevos.  
 
7. Magias de la fisonomía: personas que te caen mal o que te caen bien porque se parecen a otras. Me cayó mal el escritor mexicano Xavier Velasco cuando se plantó en España como enfant terrible, diciendo que le gustaba dar besos con la boca llena de wasabi, sin saber que su cara ya estaba repartida entre nosotros: la tenía Milikito. Y me cayó bien Xabier Azcargorta, que se acaba de morir, porque tenía la misma cara que mi adorado Eugenio Trías. Incluso me parecía que hablaba filosóficamente de fútbol. 
 
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14.11.25

El aspecto lidibinoso de la Transición

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 2:47]
 
Buenas noches. No he leído las memorias de Isabel Preysler ni las del exrey Juan Carlos, porque yo (¡excusadme!) soy un lector hedónico. Pero sí las he rastreado, cruzándolas, con un propósito: atisbar si hubo hueco para que la reina de corazones y el rey de España tuvieran algo, un alguito. Preysler sí menciona varios encuentros con el monarca, pero en ocasiones públicas, cacerías y cosas así. Él, en cambio, no la menciona. Aunque tampoco menciona a Bárbara Rey. En fin, que no hay nada, pero a mi imaginación le habría gustado que sí. ¡Soy un sentimental! Ya que estoy aquí me gustaría hacer un comentario sobre el aspecto libidinoso de la Transición. Esto me lo hizo ver hace tiempo el novelista Juan Francisco Ferré, quien acaba de publicar en Anagrama Todas las hijas de la casa de mi padre, en que los personajes se ven afectados por las transiciones, también eróticas, de la Transición. Su narradora es una chica que transita maravillosamente hacia el lesbianismo; pero desde el punto de vista de un chico como yo (heterosexual, qué le vamos a hacer) se daba algo delicioso, aunque lo supimos más tarde. Resulta que nuestro objeto de deseo era el mismo que el de don Juan Carlos: Bárbara Rey. En mi caso, ella fue la primera mujer que vi desnuda, en algún Interviú distraído a los adultos. Pese a la democracia, se observaba una rígida jerarquía, digna de un bajorrelieve asirio. Los adolescentes le dábamos salida a nuestra pulsión con "la manito", mientras que nuestro rey lo hacía con toda su realeza. Pero era bello pertenecer a una misma comunidad de intereses sexuales. Sí, la Transición tuvo un indudable componente libidinoso... y eso engrasó (¡lubrificó!) la maquinaria democrática, dando aquella hija de penalty y al mismo tiempo querida: ¡la Constitución!

13.11.25

Savater para exaltar el corazón bumano

El nuevo libro de Fernando Savater, Ni más ni menos (Ariel), es estupendo en sí mismo, pero tiene un valor particular para los lectores de The Objective, ya que recoge los artículos publicados en este periódico digital. Aquí se leyeron bien, plenamente; pero verlos en papel, con el ritmo más pausado que este propicia, y todos juntos, potenciándose unos a otros, produce una mezcla de placer y emoción. Es como si el trasiego del día a día hubiese dado un fruto noble, perdurable.
 
Esta mezcla la percibí cuando cayó en mis manos el primer libro de artículos, precisamente de Savater (con él descubrí el género): Sobre vivir, que es uno de mis favoritos junto con Instrucciones para olvidar El Quijote, Sin contemplaciones o A decir verdad. A partir de un determinado momento, eran los artículos que ya había leído en la prensa, sobre todo en El País, pero en su paso al libro siempre ganaban. La escritura de Savater, la mejor en español desde que él escribe para mi gusto (punzante y ligera, entretenida, limpia, lúcida, juguetona, elegante, con encanto y gracia), funciona tanto en el periódico como en el libro, pero en este se cumple mejor. Al fin y al cabo, lo que escribe en prensa son ensayitos: visiones de la actualidad con un toque de literatura y otro de filosofía.
 
En lo que a mí respecta, no me abandona el regocijo de publicar en el mismo periódico que él y mi otro articulista preferido absoluto: Félix de Azúa. Este honor me lo dio esporádicamente Jot Down y ahora me lo da todas las semanas The Objective. Al principio tuve el sueño de estar en El País, el periódico con el que me formé y el único con el que he mantenido una relación sentimental. Pero, claro, El País era para mí el periódico de Savater y Azúa. Sin ellos es otra cosa que ya no quiero.
 
Quién nos iba a decir que para mantener un discurso ilustrado en España sería indispensable criticar a El País, el beato boletín del oscurantista sanchismo. No haberlo hecho es lo que le faltó, por ejemplo, a Mario Vargas Llosa, impecable en todo lo demás. La salida de El País y el paso a The Objective les ha permitido a Savater y Azúa ejercer la crítica completa de un modo abierto. Como dice nuestro director Álvaro Nieto en el epílogo del libro, Savater escribe ahora "más desatado que nunca". A veces es bronco, como quizá no lo había sido antes. Pero es lo que le corresponde a nuestro embrutecido momento. Al igual que la claridad, responder a la realidad es una cortesía del filósofo. Y nuestra realidad es hoy la que es.
 
Ni más ni menos recoge solo los artículos políticos y de abrupta actualidad (es "una obra de combate", escribe Savater en el prólogo). Los personales y culturales, los consagrados a sus aficiones, que cultiva Savater con fruición, darían para otro libro suculento. En este hay un apartado especial al final con artículos sobre el nacionalismo, el independentismo y los restos del terrorismo, con el título de uno de sus libros gloriosos en los años duros de ETA: Perdonen las molestias. Pero el resto son artículos sobre la podredumbre desencadenada por el presidente Sánchez, ese "ególatra apasionado por el poder", y sus obedientes servidores; es lo mismo que decir que sobre la decadencia y el envilecimiento de la izquierda. Impresiona asistir a este desfile de fechorías... de las que aún no nos hemos librado.
 
A estas alturas lo único que me separa de Savater es la pujanza, que él tiene y yo no. Yo celebro su activismo, pero desde mi pasividad (salvo en la escritura). Quizá con esto no he aprendido su principal lección, pero carácter es destino. Eso sí, aunque no sirva en la práctica, estoy de acuerdo con la cita de Stendhal que aparece en el libro: "Sirve para exaltar el corazón humano". Savater me lo lleva exaltando más de cuarenta años ya.
 
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9.11.25

Presumen del Watergate pero apoyan a Nixon

[Montanoscopia] 
 
1. El que en esta semana informativamente tan loca el emérito Juan Carlos I haya tenido su parte de protagonismo, con la publicación de sus memorias y sus indiscreciones, hace pensar que él, y no Felipe VI, era el rey que le correspondía al sanchismo. Como ha dicho Teodoro León Gross, el exrey se está comportando más bien como un expresidente de república. De haberse mantenido en el trono, España tendría hoy una definitiva unidad de estilo (bajo). Solo cuatro años mediaron entre su abdicación y la llegada de Sánchez al Gobierno. Imagínense que hubiese aguantado: Sánchez sería hoy el dueño de todas las piezas.  
 
2. El aplauso de los fiscales subalternos al fiscal general del Estado, en un receso del juicio en el que es el acusado, aunque no se sienta en el banquillo porque sigue ostentando su pompa, me parece el acto más logrado hasta ahora del Año Franco. Los españoles que no lo conocieron se habrán llevado una impresión muy exacta de lo que fue el franquismo. 
 
3. La épica del periodista, cuando él mismo la exhibe, resulta un tanto sospechosa (además de embarazosa). Máxime si, como ocurre ahora, nuestro autoproclamado héroe del Watergate local por quien se desvive es por Nixon. 
 
4. La otra noche confesó José Ignacio Wert en La Brújula que le gustaba Vicky Cristina Barcelona. Así que somos dos, porque a mí también me gusta. Rafa Latorre y los demás contertulios se reían de esa película, y Daniel Gascón contó algo gracioso que dijo David Trueba cuando la vio: "Woody Allen ha podido comprobar por sí mismo lo difícil que es hacer cine español". Pero a mí me gustó: tenía un toque almodovariano con un cierto aire neoyorquino, más derivaciones landistas, no sé. A todo aquel cine de postal de Woody (París, Roma) en el peor momento de la crisis yo lo llamé "el verdadero rescate de Europa". Se prolongó en San Sebastián (un San Sebastián idílico, sin nacionalistas) y ahora Ayuso pone dinero (de los madrileños) para que Woody ruede en Madrid. Quiero ver esa película, naturalmente. Sería ideal que sacara el jardincito del príncipe Anglona, aunque es improbable. Más probable es que salga el templo de Debod, tan Central Park al atardecer...  
 
5. Al templo de Debod precisamente le quieren meter mano, como a todo lo perfecto. La excusa es su conservación, cuando un encanto del templo es el tiempo pasando por la piedra milenaria. Es también una nube de las de Borges: "No habrá una sola cosa que no sea / una nube. Lo son las catedrales / de vasta piedra y bíblicos cristales / que el tiempo allanará...". Lo que tienen que hacer con el templo de Debod es volver a llenar el estanque, para que la piedra se refleje en el agua. Y para que en la sección que da al horizonte vuelva a manar el surtidor, el ónfalos de Madrid.  
 
6. He tenido la precaución de no escuchar aún el disco de Rosalía. Me libro así (¡provisionalmente!) del riesgo de entrar en éxtasis orgásmico como el de la beata Albertona (así llamábamos jocosamente en el instituto a la escultura de Bernini) y que se me derrame en la columna.  
 
7. Le han dado a Miguel Gomez Losada el I Premio Internacional de Pintura Ciudad de Sevilla por La mesa de Rosa (Sehnsucht). Rosa era su madre. Sehnsucht es una palabra del romanticismo alemán que significa "un incontrolable deseo en el corazón humano hacia no se sabe qué". Veo al jurado apreciando la pincelada. Conozco a Losada desde hace 32 años. Hace ya muchos que es un maestro de la pintura. 
 
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6.11.25

Ilustración lenta contra el nacionalismo

En La pulsión nacionalista (Debate), que llega hoy a las librerías, Manuel Arias Maldonado se propone una "ilustración lenta" no tanto contra el nacionalismo, como sobre el nacionalismo. Se ocupa del fenómeno de un modo amplio y ecuánime, con un intento de comprensión que no desdeña sus aspectos positivos, sobre todo en su origen; lo que pasa es que los negativos son tan abrumadores a estas alturas, y han sido tan devastadores, que el efectista contra de mi título no deja de resultar pertinente. El carácter lento de la ilustración, por otro lado, asume la dificultad de promover la razón en un ámbito dominado por una arraigada irracionalidad.
 
El ideal que alienta este libro es el cosmopolita, así como el de la democracia liberal. Para ambos, relacionados entre sí, corren malos tiempos: por los populismos y extremismos en boga, por el identitarismo y el nacionalismo. "El protagonismo recobrado por el nacionalismo político en las últimas décadas", escribe el autor, "constituye uno de los fenómenos más desconcertantes de la historia reciente". En efecto, pensábamos que "los desastres del siglo XX seguirían funcionando como una advertencia eficaz contra las tentaciones de la pertenencia agresiva en un mundo cada vez más globalizado".
 
En las poco más de cien páginas de La pulsión nacionalista, Arias Maldonado logra articular este estupor, con un estudio sobre el origen histórico del nacionalismo (y lo que sean las naciones), un análisis de la "psicopolítica" de la nación (es decir, la psicológica necesidad de pertenencia y sus efectos políticos), una disección del derecho a la autodeterminación y sus reivindicaciones debidas e indebidas, y una propuesta para un horizonte "posnacional" y justamente cosmopolita.
 
Mientras que el concepto de nación es antiguo y ha ido mudando con el tiempo, el nacionalismo es un fenómeno moderno surgido de la Revolución francesa. Se trataba de arrebatarle la soberanía, es decir, la legitimidad del poder, al monarca en favor del pueblo, lo que explica el carácter liberal que tuvo el nacionalismo inicialmente. El asunto se complica con la diversidad de elementos en juego: por un lado, los Estados nación que se apoyan en el nacionalismo como aglutinante, que en los casos más flexibles impulsan una idea de nación cívica y en los más rígidos una idea de nación étnica; y por otro lado, las naciones o etnias sin Estado, que tienden a suscitar tensión o provocar conflictos en el Estado o los Estados a los que pertenecen.
 
De entre todos los asuntos de que Arias Maldonado se ocupa, destacaría el hecho de que el nacionalismo crea en buena medida la nación que ensalza y a la que se entrega. Más allá de elementos reales que puedan componer una nación, como la lengua, la religión o las tradiciones, su carácter unitario suele ser fruto de una mitificación (y mixtificación) con participación violenta. Por eso está bien traída esta cita de Ernest Renan (autor de la célebre caracterización de la nación como "un plebiscito diario"): "El progreso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad". En la misma línea, Ernest Gellner afirma que "el nacionalismo se inventa las naciones".
 
La claridad admirable de la exposición, presente en todas las obras de Arias Maldonado pero en particular en aquellas en que hace hincapié didáctico, como en la precedente Abecedario democrático (Turner), junto con el estilo elegante y conciso, que se deja espacio para toques humorísticos e irónicos, hace que la lectura de este prontuario, además de provechosa, resulte placentera. La pulsión nacionalista constituye así un ejemplo del ideal que pretende. Ese mundo cosmopolita trabajado por la "ilustración lenta" sonaría de un modo parecido.
 
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2.11.25

En un ataúd de Halloween, para llorar o reír

[Montanoscopia]  
 
1. Digan lo que digan las encuestas, a la baja en cualquier caso, el PP parece ya un Javier Arenas colectivo, personificado en el cada vez más arenesco Feijóo. Cunde el miedo al gatillazo: miedo que, como sabemos, es un certero factor del gatillazo. Hay tantos fallos a la vista que no se entiende cómo no los ven ellos mismos. Por ejemplo, que el ominoso Mazón siga pululando por ahí. Su jeta debería haber desaparecido hace un año de la vida pública española. También el espectaculito del Senado, con el meritorio Miranda disparándole epiléptica e infructuosamente al cínico Sánchez, quien se puso gafas de mafioso de Casino. Yo tenía la ilusión de que el PP llegase (¡sin mi voto!) al Gobierno. Primero por el fin del sanchismo. Segundo por ver a amigos míos como subsecretarios de Estado. Pero estos amigos van envejeciendo y nada. Amenazan con ser los sempiternos príncipes Carlos de las subsecretarías de Estado.  
 
2. En su artículo sobre la sesión de escenificación, que no de investigación, del Senado, suelta esta perla Jabois: "el antisanchismo es una enfermedad que está destruyendo a las mejores mentes de la derecha". Está claro que un peligro del antisanchista es convertirse en un sanchista del antisanchismo: el envilecimiento (así como la pesadez) amenazan siempre. Pero que hable de destrucción de mentes ajenas uno que se reboza cotidianamente en las de El País y la Ser, y que además se mira al espejo, es para meterse en un ataúd de Halloween y no parar de llorar, o reír.  
 
3. De todos los giros en curso, el católico (como bien lo ha formulado Garrocho) es el que me resulta más simpático. Es una prueba de la astucia de la Sinrazón. Y también, por cierto, de la implacable vigencia de Nietzsche, cuya "muerte" proclaman ahora Gomá y Ana Iris. En cuanto a la moda monjil, era casi una consecuencia lógica del feminismo puritano de moda. Aunque lo de hoy no pasa de ser un revival ingenuo de lo que ya se ofreció de un modo más avisado en la Movida: de la película Entre tinieblas de Almodóvar a la canción Quiero ser santa de Parálisis Permanente.  
 
4. La clave de Morituri, de Sanz Irles, que acaba de editar Sr. Scott, podría ser: muerte con vidilla. Es una profunda novela sobre la muerte (sobre el envejecimiento y la muerte), pero recorrida (¡animada!) de tal modo por la electricidad literaria que uno lo que quiere es permanecer en la vida para seguir leyendo novelas como esta. La combinación de tema lúgubre y expresión jocosa es en cierto modo medieval, lo que entre nosotros remite a las danzas de la muerte y a obras como el Libro de buen amor o La Celestina; por la misma razón, podría decirse que es joyceana. El desparpajo verbal del narrador, que por estar fuera de la historia puede no solo contarla sino reflexionar sobre el contar, con extremada autoconciencia de las palabras y los procedimientos que utiliza, convierte cada página en un festín para el lector hedónico. Está bien que el contrapeso sea grave, porque así el juego resalta más. De algún modo, se habla de la muerte (y de la eutanasia y el suicidio, con consideraciones médicas, políticas y filosóficas) desde el chisporroteo de la vida: como para ilustrarnos lo que se pierde. La trama, que contiene elementos de la novela picaresca, con un crescendo casi berlanguiano, esperpéntico, humorístico, punteada a la vez de erotismo y de crepúsculo, es, como escribió Jaime Gil de Biedma sobre los poemas de su amigo Gabriel Ferrater, tras su suicidio, una añagaza para retenernos. 
 
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