30.10.17

El zen del 'procés'

Ayer domingo sucedió en Barcelona algo extraordinario: una catedrática de Derecho Constitucional habló de acuerdo con el derecho constitucional, un filósofo y profesor de Ética defendió el pensamiento, la libertad y la igualdad, y dos políticos de izquierdas sostuvieron discursos de izquierdas y por lo tanto antinacionalistas.

Esta vuelta de las cosas a sí mismas, algo a lo que nos habíamos desacostumbrado, me ha recordado lo que decía un maestro zen: “Antes de estudiar zen, los montes son montes y los ríos son ríos; mientras estudias zen, los montes ya no son montes y los ríos ya no son ríos; pero una vez que alcanzas la iluminación, los montes son nuevamente montes y los ríos son nuevamente ríos”. Esos montes y ríos que retornan no son exactamente como los primeros sino más nítidos, más limpios; porque fueron puestos en cuestión y volvieron purificados.

En política estamos teniendo un aprendizaje parecido gracias al procés: la lucha contra sus mentiras, el desenmarañamiento de sus turbiedades, está dejando una verdad despejada, más poderosa. Como los montes y los ríos previos, percibidos como “montes” y “ríos” de manera rutinaria, por inercia, también la democracia nos parecía que se nos daba sin más. Ha hecho falta una sacudida antidemocrática para que recordásemos que la democracia es algo por lo que hay que luchar: así la hemos visto nuevamente, como es.

Tiene que ver con esta reflexión de Hannah Arendt sobre los orígenes del totalitarismo, que ha recordado estos días Miguel Ángel Quintana Paz: “El sujeto ideal del dominio totalitario no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino personas para quienes la distinción entre hecho y ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, las normas del pensamiento) ya no existe”.

Llevábamos demasiado tiempo con catedráticos de Derecho Constitucional que dispensan coartadas para violar la Constitución, con filósofos rendidos a la tarea de argumentar sumisiones oscurantistas (como el inefable Bernat Dedéu, nuestro Milikito en Siracusa), y con políticos que se dicen de izquierdas entregados a causas reaccionarias como el nacionalismo, el socavamiento de la ley común o la desigualdad entre ricos y pobres (en favor de los ricos).

Pero por encontrarnos en estas brumas nos ha alcanzado tan poderosamente la iluminación: ¡qué fogonazo el de las palabras que se dijeron ayer en Barcelona! Como estas del gran Félix Ovejero: “La ley es el poder de los excluidos del poder”. ¡Cuánta luz, una luz fresca! Casi me puse a levitar.

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En El Español.

28.10.17

África empieza en los Pirineos

África empieza en los Pirineos, pero en cuanto se sale de la “república catalana independiente” reaparece Europa. Así han puesto las cosas los separatistas. Los que nos hemos educado en la idea de que Cataluña era la región más avanzada de España, la que representaba la posibilidad hispánica de ser europeos, no salimos de nuestro estupor.

De repente –un de repente trabajado durante décadas por el nacionalismo– Cataluña es un socavón carpetovetónico. Cualquier otro lugar de España es hoy más avanzado que Cataluña. La salida que teníamos para Europa se ha convertido en una trampilla que nos devuelve a la peor España: la de los espadones y las asonadas del siglo XIX, la de la ruina institucional que se traducía en ruina física. Cataluña es hoy Celtiberia Show.

El espectáculo de estas semanas, que culminó en la astracanada de anteayer y ayer, ha sido inaudito. La falta de decoro y de respeto –por sí mismos y por los demás– es el signo de una decadencia galopante. La “república catalana independiente”, por pretender huir de España con tan poca clase y tan poca inteligencia, ha recaído en la España de la que España ya se había librado.

Estaría por pensar que aquella Cataluña europeizante fue una proyección española, dinamitada ahora por los nacionalistas. Estos habrían dejado Cataluña reducida a lo que es: una cosa pequeña, pueblerina, entregada a eso tan español (en el viejo sentido) de disponerse a vivir peor en nombre de una idea falsa.

Estaría por pensarlo, pero no lo pienso: porque sé que los nacionalistas son solo una parte de los catalanes. Y será a los otros, a los no nacionalistas, a los que no han llevado ni una velilla en esta mojiganga, a los que tendrán que mirar los catalanes del futuro para no morirse de vergüenza.

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En The Objective.

26.10.17

¡Viva Manolo Escobar!

La de Manolo Escobar, en efecto, es la verdadera canción protesta: la protesta en favor de la alegría de vivir contra las brasas fúnebres de los Lluís Llach; canción ligera vs. canción pesada. Recupero dos textos míos de 2006 en que postulaba a Manolo Escobar como avanzadilla de la Transición, en contraposición con el landismo, que encarnaría los estertores (¡sexuales!) de la España de la dictadura. Aparecieron en los comentarios del blog (entonces) de Arcadi Espada; este fue su hábitat, que determinó en cierto modo el tono.

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Manolo Escobar y la canción ligera

Bueno, bueno, tengo que salir en defensa del gran Manolo Escobar, que hoy denuesta Arcadi en su carta de El Mundo. El arte de Manolo Escobar, desde luego, queda achicado si se le compara con los grandes dramones de la copla. Nada más lejos de él que los almodovarianos melodramas. No ha cantado con las tripas, ni se ha desgarrado, ni se ha derramado hemorrágicamente en los escenarios y en los discos. Pero ha aportado algo que siempre faltó en España: ligereza. Levedad, sonrisa y cariño. En un país de cazurros hoscos no es poca cosa. Manolo Escobar ha aportado la civilización de la intrascendencia. Estoy convencido de que Nietzsche lo hubiese elegido como bastión contra Wagner, si cronológicamente no le hubiera resultado imposible. Lo que cronológicamente pudo hacer Nietzsche, lo hizo: escoger a Bizet y a Chueca. Manolo Escobar ha sido nuestro príncipe anti-engolado: nuestro anti-Plácido Domingo. Se ha pasado setenta años con su sonrisilla y con sus brillitos cucos en el ojo. Paco Ibáñez aporreaba (¡sin arte!) sus guitarras y apestaba a sudor castroestalinista, mientras que nuestro Manolo canturreaba como quien no quiere la cosa "no me gusta que a los toros te pongas la minifalda". ¿Quién tiene más cadáveres a sus espaldas, Ibáñez o Escobar?

Manolo Escobar ha sido también el cantor de una patria frágil e inofensiva, de postal folclórica. Nadie ha cantado nunca "Que viva España" con el rictus congestionado (¡y sanguinario!) con que los euskonazis o los fasciocatalanes cantan sus himnos. "Que viva España" es un anti-himno, irónico y conscientemente risible, como una canción de los payasos de la tele. Y la grandeza de Manolo Escobar estuvo en mantenerla en ese punto de ironía, pero sin agrietarla en esperpento. Manteniendo ese cariño de fondo que suele tenerse por este desastre de país. "Que viva España" es, de hecho, el último estertor de la patria, ya cansada y auto-irónica. Como las canciones sentimentales de Manolo Escobar son el último requiebro sonriente del macho que se sabe en extinción.

De entre todos los versillos de Manolo Escobar, siempre me gustó especialmente este que le canta, en no recuerdo qué película, a una sueca que, tras tener un affair con Manolo en sus vacaciones en España, le escribe para decirle que está embarazada: "Arguno tuvo que sé / quien puso el ansuelo / y a mí me quieren cargá / con ese moshuelo". Quien no sepa ver la gracia que ahí anida es que tiene amazacotada la sensibilidad.

Por otra parte, no nos engañemos. El bueno de Manolo cantaba sin tragedia a esos crepúsculos de la patria y el macho, pero precisamente por ser un hombre tan poco trágico (y tan fuera, por tanto, de la tradición hispánica), ya estaba preparándose sus acomodos modernos. Se casó con una alemana (está claro que porque las españolas, y más las de su época, jamás han sapido chuparla) y se puso a coleccionar arte contemporáneo, avanzadísimo, igual que hizo Billy Wilder. Esto nos da una indicación de que el arte ligero de Manolo Escobar hay que entenderlo como transparencias duchampianas. Son volutas que se elevan sin estrépito, en este mundo apelotonado, competitivo y pomposo. Frente al Arte Trágico, que intenta jodernos la vida, siempre me llamó la atención esa frase (¡sublime en su modestia, si lo pensamos!) que suelen decir los cantantes ligeros (¡lights!) al empezar sus shows: "Espero que les agrade". ¡Para que luego digan que no hemos tenido pensiero debole ni postmodernidad!


Manolo Escobar y el landismo

Siguiendo con lo anterior, se me ocurre una interesante diferencia entre dos tipos de películas españolas de los sesenta-setenta: las de Alfredo Landa y las de Manolo Escobar. En las de Alfredo Landa los españolitos persiguen suecas (normalmente de un modo indigno, en calzoncillos) pero jamás se las follan; mientras que en las de Manolo Escobar sí. Landa y su trouppe landista son seres minúsculos y ridículos, herederos de la represión nacionalcatólica y de la economía del hambre, que ya les resulta mentalmente irreversible a pesar del desarrollismo. Las suecas son el símbolo del Occidente desarrollado y libre, que cruza con sus bikinis provocándoles espasmos de impotencia tercermundista. Manolo Escobar, en cambio, camina más erguido, con arte y con gracia. No persigue ridículamente suecas, sino que las seduce y se las folla. Por el lado landista, tenemos retraimiento y encastillamiento en la torpeza y la ineficacia; por el lado escobariano, gracejo expansivo y aireado que permite contactar con otras culturas.

La España de Landa es la España inutilizada por Franco, la España africana que muere de asfixia. La de Manolo Escobar, en cambio, es la que tiene ganas de vivir y por eso hace la Transición, para que se universalice el bikini y para que las propias españolas, vendadas de negro islámicamente, se despipoten también. Y ahora, por último, un pequeño ejercicio de observación: ¿de cuál de esas Españas vienen nuestros progres? ¡De la landista, obviamente! No en vano el segundo rostro del landismo fue Pepe Sacristán, el Paco Ibáñez de los actores.

23.10.17

Dos millones de frustrados

El verdadero problema político es que hay dos millones de catalanes cuyo futuro inmediato es la frustración. Si aceptamos la cifra de que sean dos millones los catalanes que se quieren independizar. Y va a ser una frustración inevitable, logren independizarse o no.

Sí, si se independizan la frustración también está asegurada. Por una razón simple: han depositado en la política cosas que la política no puede dar. Lo más obsceno del nacionalismo y del populismo, del nacional-populismo, es su excitación de los bajos instintos (resentimiento, victimismo, agresividad, odio) junto con su remisión a una instancia que, aunque se presenta como política, excede lo político, pues se da por hecho que resolverá problemas existenciales y servirá de refugio religioso; que le dará, en fin, sentido a la vida.

Desde fuera se ve diáfanamente la burbuja. Y se ve también cómo les estallará, si llega el día, a los que están dentro. Su nación independiente será, en el mejor de los casos, tan defectuosa como la que abandonaron. O peor, puesto que se encontrarán con un defecto añadido: en ella ya no tendrán el horizonte que tenían en la otra; ese anhelo incumplido que, como los bárbaros de Cavafis, era en sí mismo, al cabo, una solución...

Pero ese anhelo incumplido seguramente lo mantendrán, porque lo más probable es que no se independicen. La frustración será entonces la que ya les conocemos, con un plus de amargura y quizá de violencia. No hay nada peor para un sueño imposible que quedarse al borde de su (aparente) cumplimiento. La sensación de estafa será abrumadora. ¿Cómo va a manifestarse esa frustración? Esta es la cuestión ahora. La pacífica imagen del suflé que baja pausadamente queda antigua. Las metáforas ahora son más virulentas: volcánicas.

Tiene que haber vencedores y vencidos, porque los independentistas se han comportado de una manera inaceptable. Me ha llamado la atención, a este respecto, que haya faltado una figura (yo al menos no la he visto): la del independentista que, sin renunciar a su independentismo, haya advertido de que así no se hacen las cosas y haya cuestionado las falsedades emitidas por los suyos. Esta ausencia me hace pensar que el sueño independentista ha seleccionado a un tipo de sujetos entre los que no era posible esa figura; precisamente porque más que un sueño ilustrado es un delirio oscurantista.

Tiene que haber vencedores y vencidos, pero lo ideal es que no hubiese humillados. El problema (político) es que se han expuesto tanto, han extremado tanto y tan histriónicamente la situación, que la derrota les resultará humillante.

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En El Español.

PD. Rectifico. Resulta que sí existe esa figura, y brillante además... tan brillante en sus críticas a los independentistas que, aunque lo tengo en Twitter, no sabía que era independentista: Xavier Rius, director de e-notícies. Mis excusas para él y para los que estén en su posición.

18.10.17

Pla para desintoxicar

Para desintoxicarme de los nacionalistas catalanes leo a dos catalanes no nacionalistas, trenzados en un libro: el Josep Pla de Arcadi Espada (ed. Omega). El libro era inencontrable, pero lo encontró Manuel Arias Maldonado en Palma de Mallorca. Lo trajo a Málaga, me lo prestó, yo me lo llevé a Madrid y de allí a Barcelona para la manifestación del 8 de octubre. Después le pedí al autor una dedicatoria para el dueño y puso, entre otras cosas: “mi mejor libro, lo escribió Pla”.

Tiene razón. El libro está montado con maestría, de manera que deja hablar a Pla –en sus “notas para un diario” de 1965 a 1968 y en otros textos– y sobre él habla Espada, acerca de Pla: expandiendo y ahondando, comentando al paso, sin traicionar a Pla. Me ha recordado al contagio que produce João Gilberto en los otros cuando cantan con él, que quedan imbuidos de su tempo, de su sosiego. Aquí lo que predomina es la antirretórica, o la retórica sutil de lo concreto, de lo físico y palpable, eludiendo lo sentimental. Esto último tiene tanto más valor por cuanto que en esos años Pla está desgarrado por un asunto amoroso, o mejor, erótico: acometidas solitarias (salvo en sus viajes a Buenos Aires, donde está ella) indisociables ya de la vejez. Tiene miedo de hacer el ridículo y procura no hacerlo. Rechaza además el énfasis.

Luego he vuelto a ponerme la entrevista a Pla de A fondo y he regresado a El cuaderno gris. Al comienzo dice Pla, cuando siente que los padres lo miran decepcionados el día de su veintiún cumpleaños: “Tener hijos en forma de incógnita, de nebulosa, tiene que ser muy desagradable”. Produce nostalgia, pero también esperanza, saber que en la tierra hoy embrutecida por el nacionalismo pudo haber un Montaigne.

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En The Objective.

16.10.17

Indignos de la República

No hay hoy en España unos individuos menos dignos de la república que los autoproclamados republicanos. Ellos son, de hecho, el verdadero obstáculo para toda república viable entre nosotros. Por la sencilla razón de que son republicanos solo nominalmente: en todo lo demás son profunda, abrasivamente antirrepublicanos.

Me refiero, por supuesto, a la república basada en la democracia, en el Estado de derecho y en el pluralismo: no un régimen ideológico para un sector, sino un sistema en el que quepan todos. De este ideal está más cerca nuestra monarquía constitucional (pese al detalle del rey) que esa república sectaria que defienden –y por la que empujan y tienen prisa– nuestros nacionalistas, populistas, comunistas y, ay, una parte de nuestros socialistas. Sus reacciones al discurso de Felipe VI el 3 de octubre lo mostró una vez más.

En fin de cuentas, ¿qué hizo el rey, sino pedir el acatamiento de la Constitución vigente? El rey no fue votado, pero sí lo fue la Constitución ahora quebrantada: y él la defendió frente a sus enemigos; en ejercicio de sus funciones constitucionales. Me hace mucha gracia que los que cuestionan lo que dijo el rey por ser rey no respeten la Constitución, que es una constitución: homologable a las demás constituciones democráticas del mundo. Lo que ellos propugnan será una república solo porque no habrá un rey; pero dudosamente va a ser un Estado de derecho, ni garantizará el pluralismo.

A eso apunta también el tipo de oposición al presidente Rajoy que no se funda solo en sus errores –que son ciertamente muchos–, sino sobre todo, sustancialmente, en su ideología. La incapacidad para apoyarle en la defensa de la Constitución, porque si la hace él se considera que es de derechas, revela una mentalidad netamente falangista, que no disocia el cargo público del partido de quien lo ostenta. Su aspiración de fondo es al partido único, al movimiento nacional.

Los días en que estuvo el Rey sin hablar nos mostraron lo que sería una España republicana hoy: estos republicanos defectuosos tampoco respetarían a un Rajoy que fuese presidente de la república, aunque hubiese sido votado.

No acatan el marco institucional democrático, sino que sueltan cosas como esta de Joan Tardà: “A nuestros hermanos españoles les decimos que el Proceso Constituyente de la República Catalana será palanca de la III República española”. Por estas tejeradas, algunos republicanos apoyamos hoy al Rey. La III República llegará, si llega, por vías constitucionales. Y en contra de los Tardàs.

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En El Español.

12.10.17

Ser español es respirar


La nación no es una metafísica, sino un resultado histórico. Depende del momento. Y desde 1978 ser español es respirar, porque no es nada, no implica contenidos ni un modo determinado de comportarse. Ser español hoy no es un ser, sino un tener: tener una ciudadanía. Democrática y europea. O un ser vacío, estructural: ser ciudadano.

La metafísica de las naciones –como dijo Nietzsche respecto a otra– es una metafísica del verdugo. O del carcelero. O del opresor: literalmente del opresor. El que oprime los pulmones y tapa la boca con su melaza. El que asfixia.

Ser español fue también asfixiante en el franquismo, porque entonces sí se exigían contenidos y adhesiones y una forma determinada de comportarse, y había una imposición sentimental y mangoneo y énfasis. Lo que ocurre ahora con el nacionalismo catalán, nuestro franquismo realmente existente. Un franquismo no del deshilachado final, sino de la primera época: muy falangistizado.

El nacionalismo español es hoy, por fortuna, irrelevante. Pero es una bestia el nacionalismo y a veces se le ve asomar: como cuando se echó encima de Fernando Trueba por decir que no se sentía español. El ideal es poder decirlo y que no pase nada. Y en realidad, en la vida cotidiana, salvo esas explosioncillas molestas pero con pocas consecuencias, no pasa nada. Esto es lo relevante.

Ser español hoy es lo que vi el domingo pasado en Barcelona. Estuve en la manifestación con amigos barceloneses. Ellos veían (y algunos llevaban) las banderas españolas como puro aire fresco. Verlas en sus calles era para ellos ver recuperadas sus calles. No “para España”, sino para la ciudadanía. Lo único que ellos querían, su anhelo, era que el nacionalismo les dejase en paz. Que la ciudad no fuese de unos pocos, sino de todos. Eso es allí ser español.

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En The Objective.

En inglés: "Being Spanish is breathing".
En italiano: "Essere spagnolo è respirare".
En alemán: "Spanisch sein bedeutet atmen".

9.10.17

Hemos sido un millón

La primera impresión en el Ave fue regular. Parecía que de Madrid a Barcelona viajaba todo el barrio de Salamanca. El tren iba lleno pero se veía que era un viaje de ida y vuelta, porque no había equipajes. Solo algunas mochilas y banderas, muchas banderas. Solo españolas, de momento: en los chinos de Madrid no vendían cuatribarradas. Estas empezaron a verse ya en la manifestación. Como también las europeas, a las que Josep Borrell llamaría luego "nuestras verdaderas esteladas".

El ambiente en el vagón en general era civilizado, aunque con algunas altisonancias futbolísticas. Yo me refugié en una chica sentada más adelante que, aunque iba envuelta en una bandera, leía a Shakespeare. El mercader de Venecia, concretamente. Yo mismo iba en mi burbuja: leía el Josep Pla de Arcadi Espada (las páginas en que cuenta cómo huyó del lirismo en su juventud) mientras por mis auriculares sonaban las suites inglesas de Bach; al clavecín, por supuesto.

Lo que el viaje pudiera tener de expedición colonialista (la basura indepe se nos mete incluso a los antiindepes) se nos disipó en cuanto llegamos a Barcelona y empezamos a recibir las gracias y los abrazos de las amigas y amigos catalanes. Les emocionaba que hubiésemos ido a acompañarles; que era por lo que en realidad habíamos viajado. Y les emocionaba ver su ciudad movilizándose por la libertad y no por el cepo nacionalista. Ocupaban sus calles como no las habían ocupado nunca.

Ha sido un día arrebatadoramente hermoso, suave y alegre, oxigenador, limpio. "Hemos sido un millón", dijo uno de nosotros que había podido leer algo en internet al término de la marcha. Y no se habrá visto nunca a un millón tan acogedor, tan abierto, con tantas ganas de abrir los portones interiores de su sociedad.

Y entre la alegría, ráfagas de tristeza. Mientras caminábamos bajo el sol, entre las banderas y las pancartas, mis amigos, que eran todos profesores de instituto (de filosofía, de historia, de francés) me iban contando la fanatización de sus compañeros de trabajo, sus amigos y sus familiares. Cómo se ha podrido y embrutecido el ambiente, lo pesada que se ha vuelto la vida cotidiana. Algunos pensaban en irse, repasaban sitios adonde hacerlo. Si pudieran.

Son, realmente, el tesoro de Cataluña. Y algún día los catalanes del futuro tendrán que mirarlos a ellos cuando quieran encontrar un poco de aire en la asfixiante historia de estos años. Haber resistido a la bestia del nacionalismo con la inteligencia y la elegancia con que lo han hecho, cuando lo tenían todo en contra, cuando lo fácil era abandonarse; con rabia pero sin odio, sin una gota de odio; con una admirable dignidad.

Vuelvo ahora en el Ave y me acuerdo de ellos. De pronto me da casi vergüenza de que se alegraran de que les acompañásemos, porque son ellos los que nos han acompañado y nos acompañan. Nos han dado un día bellísimo.

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En El Español.

4.10.17

De derrota en derrota

El sábado 30 de septiembre, un día antes del 1-O independentista, tuvimos una terapia de grupo en la librería Luces de Málaga. José Aguilar Jurado presentaba el libro La tarima vacía de Javier Orrico (ed. Alegoría), y con él y el autor nos sumergimos en las depresiones por el estado de nuestra enseñanza pública (y la privada también).

Salió naturalmente el tema catalán, que está relacionado, y la depresión se ahondó. Después de la tristísima jornada del domingo, en que el constitucionalismo salió derrotado por la nefasta respuesta del gobierno (culminación de una larga serie de errores de los que son responsables el PSC o PSOE y el PP; aunque los culpables sean los nacionalistas), pensé que, desde que recuperamos la democracia, la España constitucional ha perdido todas las batallas en dos asuntos fundamentales: el nacionalismo y la enseñanza.

Se acabó con ETA, pero el nacionalismo sigue imponiendo su ley y su relato, reforzado ahora por los populistas. En cuanto a la enseñanza, no ha habido una ley competente desde la devastadora LOGSE, que ha venido cambiando de nombre para seguir siendo la misma. Si bien se piensa, tanto el del nacionalismo como el de la LOGSE han resultado hilos continuados, fortalecidos por su propia persistencia, en un contexto en que casi todo lo demás ha sido deshilachado y flojo. Esa continuidad les ha permitido dar sus frutos: frutos malos, evidentemente.

Así que hemos ido de derrota en derrota en unos asuntos que no pueden resolverse de un día para otro, pues precisan de una larga gestación. La actuación policial del 1 de octubre en Cataluña fue la amarga escenificación de un fracaso: el patético intento de resolver a palos y en el ultimísimo instante un problema que se abandonó durante meses y años, durante todas las décadas desde 1978.

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En The Objective.

2.10.17

Según sentencia del tiempo

Creo que ya lo dije alguna vez (el columnismo es una larga conversación, con sus repeticiones): mi gran descubrimiento de los últimos años ha sido cómo nada queda impune, ni en la biografía ni en la historia. Se producen azares, acontecimientos imprevistos, cambios de fortuna, pero en lo esencial hay coherencia. Los errores se pagan; de un modo u otro, tarde o temprano. Siempre.

Es triste, duro, pero de una belleza inapelable. La justicia es una matemática. Lo dijo el filósofo Anaximandro en el siglo VI a.C.: “Donde tuvo su origen, allí es preciso que retorne en su caída, de acuerdo con las determinaciones del destino. Las cosas deben pagar unas a otras su castigo y pena según sentencia del tiempo”. Es un engranaje despiadado, prodigioso. Ante nosotros, el paso imperial de la realidad.

Solo hacen falta años. Unos cuantos en la biografía; algunos más en la historia. Y cuando en la biografía se ha pasado de los cincuenta empieza a haber, como fruto inesperado, una percepción biográfica de la historia.

Los de mi edad (los nacidos en la década de 1960) ya vemos el arco argumental de nuestra vivencia histórica. Se puede resumir así: pensábamos que éramos la primera generación de españoles que se había librado de la historia de España, pero esto se ha revelado como un sueño; la historia de España nos ha caído encima con todas las de la ley. Ha llegado el momento de pagar nuestros errores, el principal de los cuales fue pensar que era fácil.

Esto ha supuesto una tremenda frustración, pero a la vez ha restablecido el hilo con nuestros antepasados. Nos parecía que eran unos extraños, que estaban muertos. Pero siguen vivos: somos nosotros. Económicamente hemos mejorado, nos hemos insertado en el progreso del mundo (siempre al borde de la ruina, por otra parte); pero nos aqueja, al cabo, la misma inutilidad. Nos sentíamos superiores y era falso.

En nuestros manuales de historia, el problema de todo el siglo XIX y que se adentraba en el XX hasta la guerra civil fue el de “la debilidad del estado nacional” (en formulación de Juan Pablo Fusi); durante el franquismo el problema tampoco se solucionó, solo se estancó y se envició: no es lo mismo autoritarismo que fortaleza.

La culpa de la democracia nacida de la Constitución de 1978 es que el estado se ha mantenido débil. Tuvo legitimidad, por fin, para ser fuerte: pero no se atrevió. Y de esta dejadez se han ido adueñando los turbios poderes periféricos. El “régimen del 78” muere no por lo que hizo bien –que es lo que le critican los populistas–, sino por lo que hizo mal o dejó de hacer. En términos anaximándricos, ha sido un suicidio.

De igual modo, esta Cataluña demediada que nace, hecha no solo contra España y en el odio a España, sino contra la mitad de los catalanes y en el odio a la mitad de los catalanes –es decir, contra la Cataluña real y en el odio a la Cataluña real–, pagará su castigo y pena por la misma ley implacable. Según sentencia del tiempo.

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En El Español.