El sábado 30 de septiembre, un día antes del 1-O independentista, tuvimos una terapia de grupo en la librería Luces de Málaga. José Aguilar Jurado presentaba el libro La tarima vacía de Javier Orrico (ed. Alegoría), y con él y el autor nos sumergimos en las depresiones por el estado de nuestra enseñanza pública (y la privada también).
Salió naturalmente el tema catalán, que está relacionado, y la depresión se ahondó. Después de la tristísima jornada del domingo, en que el constitucionalismo salió derrotado por la nefasta respuesta del gobierno (culminación de una larga serie de errores de los que son responsables el PSC o PSOE y el PP; aunque los culpables sean los nacionalistas), pensé que, desde que recuperamos la democracia, la España constitucional ha perdido todas las batallas en dos asuntos fundamentales: el nacionalismo y la enseñanza.
Se acabó con ETA, pero el nacionalismo sigue imponiendo su ley y su relato, reforzado ahora por los populistas. En cuanto a la enseñanza, no ha habido una ley competente desde la devastadora LOGSE, que ha venido cambiando de nombre para seguir siendo la misma. Si bien se piensa, tanto el del nacionalismo como el de la LOGSE han resultado hilos continuados, fortalecidos por su propia persistencia, en un contexto en que casi todo lo demás ha sido deshilachado y flojo. Esa continuidad les ha permitido dar sus frutos: frutos malos, evidentemente.
Así que hemos ido de derrota en derrota en unos asuntos que no pueden resolverse de un día para otro, pues precisan de una larga gestación. La actuación policial del 1 de octubre en Cataluña fue la amarga escenificación de un fracaso: el patético intento de resolver a palos y en el ultimísimo instante un problema que se abandonó durante meses y años, durante todas las décadas desde 1978.
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En The Objective.