Ayer domingo sucedió en Barcelona algo extraordinario: una catedrática de Derecho Constitucional habló de acuerdo con el derecho constitucional, un filósofo y profesor de Ética defendió el pensamiento, la libertad y la igualdad, y dos políticos de izquierdas sostuvieron discursos de izquierdas y por lo tanto antinacionalistas.
Esta vuelta de las cosas a sí mismas, algo a lo que nos habíamos desacostumbrado, me ha recordado lo que decía un maestro zen: “Antes de estudiar zen, los montes son montes y los ríos son ríos; mientras estudias zen, los montes ya no son montes y los ríos ya no son ríos; pero una vez que alcanzas la iluminación, los montes son nuevamente montes y los ríos son nuevamente ríos”. Esos montes y ríos que retornan no son exactamente como los primeros sino más nítidos, más limpios; porque fueron puestos en cuestión y volvieron purificados.
En política estamos teniendo un aprendizaje parecido gracias al procés: la lucha contra sus mentiras, el desenmarañamiento de sus turbiedades, está dejando una verdad despejada, más poderosa. Como los montes y los ríos previos, percibidos como “montes” y “ríos” de manera rutinaria, por inercia, también la democracia nos parecía que se nos daba sin más. Ha hecho falta una sacudida antidemocrática para que recordásemos que la democracia es algo por lo que hay que luchar: así la hemos visto nuevamente, como es.
Tiene que ver con esta reflexión de Hannah Arendt sobre los orígenes del totalitarismo, que ha recordado estos días Miguel Ángel Quintana Paz: “El sujeto ideal del dominio totalitario no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino personas para quienes la distinción entre hecho y ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, las normas del pensamiento) ya no existe”.
Llevábamos demasiado tiempo con catedráticos de Derecho Constitucional que dispensan coartadas para violar la Constitución, con filósofos rendidos a la tarea de argumentar sumisiones oscurantistas (como el inefable Bernat Dedéu, nuestro Milikito en Siracusa), y con políticos que se dicen de izquierdas entregados a causas reaccionarias como el nacionalismo, el socavamiento de la ley común o la desigualdad entre ricos y pobres (en favor de los ricos).
Pero por encontrarnos en estas brumas nos ha alcanzado tan poderosamente la iluminación: ¡qué fogonazo el de las palabras que se dijeron ayer en Barcelona! Como estas del gran Félix Ovejero: “La ley es el poder de los excluidos del poder”. ¡Cuánta luz, una luz fresca! Casi me puse a levitar.
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En El Español.