13.10.24

Cuchillas de doble hoja contra el sanchismo

[Montanoscopia] 

1. Las risotadas contra el sanchismo, en este momento de explosión de su podredumbre, son cuchillas de doble hoja: también nos desgarran por dentro. Es el país el perjudicado. Sánchez se irá por el sumidero, a su triste puesto entre los peores de la historia de España (en su caso, subsección mediocres), pero tardaremos mucho en recomponernos. Tiene difícil solución la tierra arrasada que deja, no ya en las instituciones, sino ante todo entre sus cómplices, entre los silentes. En cuanto a mí: ojalá me libre pronto del desprecio que siento por tantos, que también me corta. 

2. El silencio de los silentes: no es estático, sino dinámico. Cuanto más grave es la situación, más grave es el silencio. 

3. Mi corazoncito está con Jésica, estudiante de odontología. Instalada en la Torre de Madrid por Ábalos, le escribía a Koldo (asesor del entonces ministro) porque el congelador pitaba. Contratiempos domésticos en aquellas alturas que me enternecen. Conozco bien la Torre, porque un amigo mío vivía en el piso 23. Otro amigo, empresario gay, se traía muchachitos de provincias y los tenía alojados en unas oficinas lujosas pero desoladas. Una tarde me asomé y había uno, guapo, animoso, comiéndose un bocadillo de jamón york. Leo (no sé si es broma) que a Jésica la llamaban "la 20 minutos". Es tristísimo y también bellísimo, con punzada. Esas vidas precarias, relacionadas con la belleza y el placer: dones fungibles. Solo me sale al pensar en ella lo de una canción de Caetano Veloso: "Eu canto pra Deus proteger-te". 

4. Me gusta la nueva premio Nobel, la coreana Han Kang. Digo que me gusta ella, que es más o menos de mi edad; su literatura no la he leído. Como siempre, se han sucedido las bromitas. Ocurre casi cada año, incluido el de Szymborska, que resultó ser una maravilla. Todos los premios son engañosos y el Nobel, que es el premio mayor, es el más engañoso: introduce una especie de final feliz en la vida de los escritores. Final sí que es con frecuencia, porque el Nobel los aplasta; pero que sea feliz estará por ver, como en todas las vidas que siguen. Los libros, por otra parte, solo tienen un final feliz posible: que se cumplan en un lector, con o sin premio. 

5. El ministro Urtasun me ha resuelto un dilema que yo venía teniendo: cómo comportarse con las autoridades cuando son impresentables como las del Gobierno del que forma parte el ministro Urtasun. ¿Hacer abstracción de la impresentabilidad del individuo que ostenta el cargo y ser educado con lo que representa, que es la voluntad popular, o no? Urtasun, al maleducadamente no aplaudir al Juli cuando este recibía el premio nacional de Tauromaquia (suprimido por Urtasun), me indica el camino: no hacer abstracción de los impresentables, que ni el que hagamos abstracción de ellos mismos se merecen. 

6. Ha pasado una semana y ningún diputado del PP (ni de Vox) ha renunciado a su escaño por haber votado una reforma legal que no se leyó: tendrían que haber renunciado todos. El sanchismo es una danza a dos, en la que también participa la oposición inoperante. Tautológicamente: cuando un partido gobierna es porque el otro no se lo ha ganado. 

7. Brasas anuales que, desde la muerte de Franco (que nos pilló de niños), jamás padecimos los de mi generación: la del 18 de julio, la del 12 de octubre. La pseudoizquierda las ha reinstaurado, con sus insufribles recordatorios; y saltan con igual pesadez los de enfrente. Es un franquismo invertido (¡exactamente las mismas fechas de Franco!) el de esta España insoportable. 

* * * 

10.10.24

A favor de las despedidas de soltero

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:21:19
 
Buenas noches. Mi condición de bufón del programa me permite, casi me obliga, a llevarle la contraria al rey Latorre. Esta semana, como ha hecho otras veces, se pronunció radicalmente en contra de las despedidas de soltero, y hasta le quitó la palabra a Pablo Pombo cuando se disponía a iniciar una defensa. Aunque sea lo último que haga en el programa, la defensa la voy a hacer yo ahora. A mí me encantan las despedidas de soltero por su valor filosófico. El filósofo que más admiro es Nietzsche, que dividía el mundo entre lo apolíneo y lo dionisiaco. Pues bien, las despedidas de soltero son un ejemplo vibrante de lo dionisiaco. Lo dionisiaco es la exaltación de la vida, del desorden, del instinto. El matrimonio, en cambio, sería un ejemplo de lo apolíneo: la moderación mortecina, el orden, la sensatez. Quien se casa abandona la vitalidad salvaje del dios Dionisos y se sepulta en la mesacamilla, con estufita y babuchas, del pálido Apolo. Las despedidas de soltero son el último momento dionisiaco de quienes se van a casar. El futuro esposo o esposa, antes de esposarse a Apolo, se descoca en una fiesta final consagrada a Dionisos. Este es un dios comunitario, por eso los solteros y solteras llevan su cortejo de iguales, ataviados con motivos generalmente obscenos. En el fondo es la hoguera en la que arde lo que no se quiere que entre en el domicilio conyugal: la borrachera, la juerga, el despendole, la provocación... Querido oyente, diga lo que diga el rey Latorre, respeta el espectáculo de las despedidas de soltero cuando te cruces con una por la calle: se está oficiando un rito filosófico, la última noche feliz (¡dionisiaca!) de los solteros y solteras que van a sacrificarle su vida (¡su sexualidad!) al pichatriste Apolo.

No volveré a Madrid

Me sienta bien Madrid, pero no volveré a Madrid. ¡Se acabó Madrid para mí!

Mi ideal siempre ha sido vivir entre Málaga y Madrid. Logré cumplirlo durante unos años, cuando disponía de dinero y tiempo a la vez. Mi ratio era cuatro o cinco semanas en Madrid y una en Málaga. Siempre más Madrid que Málaga: la intensidad de Madrid sobre la languidez de Málaga. Llegar a Málaga con la intensidad de Madrid. Volver a Madrid con la languidez de Málaga; es decir, con el inicio de la languidez: justo antes de que la languidez empezara a estrangularme me iba.

Ahora sucede al revés. Llego a Madrid lánguido, tras semanas o meses en Málaga, y con el inicio de la intensidad regreso. Ahora solo se me agita un poco la languidez (apenas un comienzo de renovación) antes de regresar a ella. La languidez es mi casa. La languidez es mi sepultura. El día a día lánguido en Málaga es mi vida ahora. Es una languidez amable, con la brisa y el mar, y el solecito en invierno. ¡Y la dinamización de los cuartos con los ventiladores!

Dejo pasar semanas, meses, entre un viaje a Madrid y otro. Y, como sigo teniendo la pulsión de vivir en Madrid, repito un circuito, más o menos ritualizado, con el que fuerzo una especie de cotidianidad. Voy a los mismos sitios para asegurarme de que siguen ahí, y de que yo sigo de algún modo ahí también, en ellos, ante ellos. A veces los sitios desaparecen: locales que cerraron o mutaron. Y una vez el sitio cambió de sitio: mis dos musas acuáticas de la fuente que había arriba en la plaza de España ahora están abajo en la plaza de España; justo, por cierto, en el camino de otro de mis sitios, el templo de Debod (en el que no he estado en este último viaje). Algunos se incorporan, como la calle Pavía tras mi lectura de Berta Isla. Y luego Javier Marías se murió.

Se murió también hace poco Cristóbal Ruiz, con el que me fui a Madrid de estudiante a los diecinueve años. Éramos amigos difíciles, con intermitencias; había algo que nos impedía sintonizar. No nos veíamos (ni nos comunicábamos) desde 2015. Pero me ha sorprendido el aluvión de recuerdos suyos que tengo. Recuerdos que no frecuentaba en mi cabeza y que estaban ahí: todo un mundo. Ahora me explico Recherches como la de Proust.

En Madrid tengo amigos y amigas, y los veo con gusto. Me doy mis paseos y me siento en los banquitos y en los cafés. Fatigo (¡borgianamente!) librerías; la Cuesta de Moyano, la Feria del Libro de Ocasión. Acudo a eventos, crepitantes para el que llega de fuera, con sus morbosos cotilleos. Me lo paso ciertamente pipa. Y sobre todo me dejo azotar por el huracán de vida de Madrid, qué pujanza de calles, vibración en cada paso. Pero hay algo también que es dar vueltas para nada. Hay como un vacío del "hombre disponible" que se menciona en Vértigo o del Swann del primer tomo.

En el jardincito del Príncipe Anglona, en el parque de Atenas por la ventana del autobús, en el paseo de las Delicias y la calle Delicias, en el puente de Juan Bravo, en la mole de Atocha desde el hotel Mediodía se impone de pronto una percepción, inducida tal vez por el centenario de la muerte de Joseph Conrad: la de esa línea de sombra que advierte de que la primera juventud (que en mí se ha prolongado hasta los cincuenta y ocho años) debe ser por fin dejada atrás. 

* * * 

6.10.24

El presidente Égolo y este país (¡austrohúngaro!) de Franquitos

[Montanoscopia] 
 
1. Vengo a Madrid para la grabación de una charla con Marta Suárez y Diego Urteaga para el podcast Prólogos, que se publicará en breve. Lo hacemos con público en la Biblioteca Eugenio Trías, la más bonita de España y con el nombre del filósofo (¡catalán!) que tanto admiré. Para mí es un honor. Noto que cada vez me voy despegando más de este mundo feo y de la infamante actualidad, lo que me compromete como columnista. En realidad, el columnismo me obliga a seguir bregando: es una de esas cosas incómodas que están bien. Aunque no puedo dejar de combinarlo con los desplantes. Cuando me preguntan por la cultura, digo que la cultura es uno encerrado en su cuarto leyendo un libro y que lo demás son festejos. Cuando me piden que recomiende un título, doy El mito habsbúrgico en la literatura austriaca moderna, de Claudio Magris. Una propuesta intempestiva que no deja de venir a cuento en la España de hoy: al fin y al cabo, somos ya un país plenamente austrohúngaro. 
 
2. Sánchez aparece en El mejor libro del mundo, de Manuel Vilas, como Égolo. Algo que ha silenciado nuestra, así llamada, prensa cultural. Miro en Google y solo hay una mención, en una entrevista de 20 minutos. Vilas se arrima al toro en su libro y este silencio es una prueba. El (arriesgado) chiste viene reforzado porque, como recuerda el autor, su mote se inspira en el Kniébolo de Jünger, quien se refería así a Hitler en sus diarios.  
 
3. El resto de los escritores sigue callado ante Égolo, cuando no lo apoya abiertamente (o trabaja para él). Yo sigo fascinado con los de El País: los misceláneos de los miércoles, el argullólico de los sábados. ¿Qué respeto se les puede tener ya? Del argullólico me temo que se suba al carro antisanchista a ultimísima hora como hizo la otra vez, cuando ya no cueste nada y hasta sea rentable, y nos sermonee con un Todo lo que era Sánchez, como si los pecadores fuésemos los demás.  
 
4. Han saltado las alarmas en Pearl Harbour (¡perdón por la manida bromita!) con el artículo de The Economist sobre la deriva autócrata de Sánchez. Pero es tarde para las componendas: el hispanismo inglés ya ha empezado a trabajar en el nuevo pájaro histórico que le ofrecemos. 
 
5. Ya que sigo en Madrid, asisto a la presentación de La ruptura, de Ramón González Férriz. Se habla en corrillos de los que se enfadaron con Férriz, los simpatizantes del PSOE que entraron en el poder. Tal cabreo no tuvo como resultado una refutación del libro, sino su confirmación: la última prueba ha sido su ausencia del acto, escenificando la ruptura.  
 
6. En la biografía de Benet, El plural es una lata, se habla de cuando se implantó en España el DNI, a propósito de que el cuerpo de ingenieros estuvo entre la primera hornada de inscritos. Suelto una carcajada al leer que el DNI número 1 fue el de Franco. Mi carcajada es por pensar que todos los españoles formamos fatalmente parte de una serie numérica que se inicia con él. Somos técnicamente Franquitos. Lo que se evidencia en ocasiones como la del 23-J de 2023, en que tuvimos la oportunidad de guillotinar electoralmente al déspota de turno (¡para una vez que se podía!) y no lo hicimos.  
 
7. Como hacen los viñetistas con sus pancartas al pie de sus dibujos, al pie de esta Montanoscopia pongo mi execración de la abyecta y repulsiva manifestación pro Hamás en conmemoración del pogromo del 7-O que se celebra este domingo en Madrid. 
 
* * * 

3.10.24

Montano opositor

Están los opositores al régimen y están los opositores de las oposiciones, que son o pretenden ser suscriptores del régimen. Mi vida romántica me ha llevado a opositar varias veces en esta segunda acepción. No por suscribir el régimen, he de aclarar en mi caso, sino por el sueño de vivir sin trabajar. Algo que, por lo demás, comparto con el resto de los españoles. 
 
El opositor se acoge al ideal del rentista, que es el de ingresar un dinerito al mes, todos los meses; aunque a cambio, si no del trabajo, sí de entregarle unas horas diarias al Estado. Los funcionarios son seres descansados pero menguados, que van por la vida con amputaciones de su tiempo. Ahora que lo pienso, le pasa lo mismo a todo trabajador, solo que este encima tiene que trabajar.
 
Estoy bromeando, naturalmente. Algunos funcionarios logran escaquearse, como en los viejos tiempos; pero la mayoría trabaja. Y hay sectores particularmente duros, como el de la enseñanza o la sanidad. Pero esa esperanza de relax sí que anida en el opositor, siquiera sea la de alcanzar el preciado empleo fijo, que en esta época está más caro que nunca. Esperanza que ha de afrontar el nada relajado y sumamente esforzado, durante meses o años, "proceso selectivo". Puede que el opositor aspire a no trabajar, pero en las oposiciones mismas vaya si tendrá que trabajar.
 
La amputación del tiempo es total en el periodo de las oposiciones, con la maldición añadida de que la exigua parte no amputada queda contaminada también, por la cantidad de basura que circula por el cerebro a partir de un momento determinado y por la culpa de no estar estudiando en los minutos libres. Los días del opositor son días de muy mala calidad. Sumados los días y los años gastados por todos los opositores, da una cantidad monstruosa de energía desperdiciada. Pero como diría un castizo malagueño: "Al menos están arretiraos de la droga".
 
Al leer las preguntas filtradas de las pruebas a periodista de RTVE, los no familiarizados con las oposiciones se han preguntado qué tenían que ver con el puesto. La respuesta es que esa no es la pregunta. En estos procesos selectivos de lo que se trata es justamente de seleccionar. Esto sirve para que entren los que se lo merecen; y ya de paso los enchufados a los que se les ha filtrado las preguntas. Quienes las filtran suelen ser, coherentemente, aquellos autodenominados de izquierdas que hoy atacan la meritocracia.
 
Algunas oposiciones sí me las he preparado más o menos, pero el mismo romanticismo que me ha llevado a presentarme me ha hecho a veces sabotearlas.
 
Mi dos momentos cumbre fueron cuando, en unas oposiciones a profesor de lengua y literarura, me preparé solo el tema de Góngora; y en otras a profesor de filosofía, solo el de Spinoza. Mientras me estudiaba a esos dos autores como si fuese a hacer una tesis doctoral, histrionozaba ante mis amigos: "¡Me lo juego todo a la carta gongorina!". O: "¡Me lo juego todo a la carta spinoziana!".
 
En ninguno de los dos casos salió la bolita, pero dudé si escribir el tema de Góngora cuando había salido el del Lazarillo, o el de Spinoza cuando el de Abelardo. No solo había cretinismo en mí, sino también una cierta lógica: endilgándole mis eruditos folios (¡con mi apabullante prosa!), el tribunal se rendiría ante mis cualidades.
 
Pero en ambas ocasiones terminé actuando igual (mi cretinismo se imponía indefectiblemente): entregué el examen en blanco, porque consideré que el tribunal no era digno de saborear mis conocimientos sobre Góngora o Spinoza. ¡Así funciono!
 
* * * 

29.9.24

Bajorrelieve asirio de masturbadores

[Montanoscopia]  
 
1. La Transición también supuso una gran erotización del país, o una explicitación del erotismo que venía insinuándose con Franco todavía vivo, aunque reprimido aún. España se puso cachonda, por resumir. El dictador murió en su cama y los españoles resucitaron en las suyas. Hay toda una nueva oleada de nacimientos, tras la del baby boom, debida a Emmanuelle y similares. Para los adolescentes que habíamos nacido en los años 60, el mito erótico era Bárbara Rey. Me refiero a los heterosexuales, claro. Tal vez algunas chicas lesbianas estuviesen con nosotros. A las heterosexuales les ponía Pedro Marín o los Pecos y, a las malotas, los Tequila. A los chicos homosexuales, Leif Garrett o los Village People (¡y los bandoleros de Curro Jiménez!). Todo esto antes de la Movida, que lo cambió todo. 
 
2. El caso es que los chicos fantaseábamos con Bárbara Rey (fue una de las primerísimas mujeres desnudas que divisé en una revista, con su felpudín epocal) mientras el Jefe del Estado se la estaba tirando. Esto no lo sabíamos, pero retrospectivamente crea una comunidad de intereses (eróticos) maravillosa. Los chavalines nos la cascábamos con la vedette y resulta que nuestro Rey hacía lo mismo pero de acuerdo con su estatus y sus dimensiones. La representación podría ser la de uno de esos bajorrelieves asirios en que el rey Asurbanipal sale enorme y sus súbditos minúsculos: cada cual según su importancia y su poder. España llegaba en lo político a una democracia moderna, igualitaria, con una monarquía meramente simbólica, mientras que en los dominios de Eros (siempre tiránicos) seguía primando el despotismo. Pero los subditillos nos sometíamos con deportividad. Como supimos muchos años después, y hemos visto estos días en la revista holandesa, al menos nuestro Rey deseaba lo mismo que nosotros. Y encima lo cumplía. 
 
3. Hay un momento exacto en que Almodóvar se jodió como el Perú. Fue en la última frase de Carne trémula, cuando deja de hablar como un cineasta libre y empieza a hacerlo como un cantautor "comprometido" (lo que le dio la puntilla póstuma a la Movida, que fue ante todo una cruzada gamberra contra los monaguillescos cantautores): "Hace mucho que en España hemos perdido el miedo". Tal vez en ese instante volvió el miedo; o le volvió el miedo a Almodóvar. No se entiende que sin miedo se sea tan servil con el que manda, como cuando piropeó esta semana al presidente. He dicho otras veces que Almodóvar cumplió una gran función política en España. Y lo hizo con su primer cine, el frívolo, el inmoralista. Nos liberó. Sacó al país del franquismo mental. Al que ahora vuelve patéticamente, presentándose como la Estrellita Castro de Sánchez.  
 
4. Las películas de Almodóvar me siguen gustando, salvo en los tramos en que les incrusta la predicación. Por fortuna, su cine sigue siendo más grande que él: disfruta de esta gloria del artista. Es curioso cómo en otro tiempo se defendía de la moralización que actualmente defiende. Cuando Muñoz Molina escribió sobre su incomodidad ante la violación que aparece en Kika, entre las risas de la sala de estreno, Almodóvar lo tachó de "reaccionario". Ni Matador ni ¡Átame! pasarían hoy el corte gubernamental. Y en Hable con ella el enfermero se encama con la mujer en coma como los violadores de Gisèle Pelicot. Algunos también lo denunciaron en su época. Yo apoyé (y apoyo) todas esas películas: no eran la realidad, sino el cine.  
 
5. Estoy tan hasta los huevos de las polémicas estúpidas que mi única respuesta a la polémica entre España y México ha sido ponerme un disco de Aztec Camera
 
* * * 

28.9.24

"Me he convertido en un personaje de Thomas Bernhard"

He respondido a unas preguntillas de Manuel L. Sampalo para La Razón:
¿Cómo ves la rentrée literaria, Montano? 
¡Mal, muy mal! Los libros que he empezado, y llevo unos cuantos, los he tenido que abandonar en las primeras páginas. ¡Muy flojitos! Grandes lanzamientos y escasa calidad. 

¿Títulos, autores? 
¡No pienso decirlos! Defiendo el derecho del escritor a engañar a sus lectores. Defiendo que se gane sus eurillos timándolos. No quiero desmontarles el chiringuito a esos truhanes. 

¿Pero no le ha gustado ninguna novedad este año? 
Este año sí. Ahora hablaba de septiembre. Antes del verano me gustaron Presente, de Tania Padilla (autobiografía); Lloro porque no tengo sentimientos, de Bárbara Mingo (artículos); Raíz dulce, de Juan F. Rivero (poesía); El arte de encender las palabras, de Berta García Faet (teoría poética); y De donde viene el viento, de Manuel Arroyo-Stephens (textos varios). 

¿Y clásicos? 
Las Memorias de ultratumba de Chateaubriand. Muy entretenidas hasta la caída de Napoleón; un peñazo a partir de la Restauración. Ahora me he puesto con los Pensamientos de Pascal. Y bueno, llevo un año y medio leyendo todos los libros de y sobre Thomas Bernhard. 

¿Y qué tal? 
Horrible. Mi propósito es escribir un librito sobre Thomas Bernhard, pero me he convertido en un personaje de Thomas Bernhard. El protagonista de Hormigón se dedica a acumular material sobre el músico Mendelssohn Bartholdy pera escribir el estudio definitivo sobre Mendelssohn Bartholdy. Pero no escribe ni la primera línea. Eso me pasa a mí con mi estudio (¡naturalmente, definitivo!) sobre Thomas Bernhard.

26.9.24

Después del ramo de girasoles

Me puse a leer el libro porque era sobre Javier Marías y había que leerlo, por pena por su muerte, por recordarlo. Vi que lo elogió Fernando Savater, pero pensé que era por lo mismo. No me imaginaba que Duelo sin brújula, de Carme López Mercader, pudiese ser tan bueno. Es excepcional. Habla del sufrimiento por la pérdida de su marido, sin subterfugios, con gran prosa: una prosa que también lo homenajea. Extraordinaria mujer.

Es el último libro de la editorial Reino de Redonda, que mantuvieron los dos y ahora cierra. Pese a la modestia de la autora, que ni siquiera cree que encaje en la colección, me parece el mejor libro de Redonda. Y con el final del fantasma, plenamente de Redonda. Daniel Gascón ha sabido ver ese contagio quijotesco de ella, cuyo racionalismo empieza a ceder al coqueteo que tuvo Marías con los fantasmas. Ahora el fantasma sería él, acompañándola. Aunque con un consuelo pálido, porque como advirtió san Juan de la Cruz: "mira que la dolencia / de amor, que no se cura / sino con la presencia y la figura".

El propio Marías escribió hermosas páginas sobre la muerte de Juan Benet en Negra espalda del tiempo. Y nunca olvidaré la noche en que su padre Julián se echó a llorar en la radio cuando el Loco de la Colina le preguntó por su mujer, muerta unos años antes. Cuando el filósofo murió me acordé de la película favorita de su hijo, El fantasma y la señora Muir, cuyo final feliz es la muerte de ella, porque se podrá reunir con su fantasma. Además de Savater, que lo contó en La peor parte, también perdió a su mujer Emilio Lledó, al que Joan Margarit le dedicó un poema en catalán, Filòsof en la nit, del que destaco este verso: "Estimo l'absència teva al meu costat". A mí me llegó en castellano, impresionante: "Amo más que a nadie, junto a mí, tu ausencia".

La valentía (el valor) de Duelo sin brújula está en su pureza, que da cuenta del dolor sin consuelo. La palabra "duelo" está en el título y el libro se inserta inevitablemente en la llamada “literatura del duelo”; pero este es un ejemplo de cómo son las obras singulares las que fundan y justifican los géneros y no al revés. Cuando sucede al revés el resultado es retórico, la plasta de las palabras y las fórmulas establecidas ahogan la vivencia. En este libro ocurre lo contrario: la vivencia (abismal, insoportable) la podemos sentir por las palabras. O si se quiere expresar de un modo netamente textual: son las palabras que aquí leemos las que nos procuran la vivencia. En estos casos está presente la gran literatura, más allá de los géneros. Otros dos libros así: Una pena en observación, de C. S. Lewis, y El libro de mi madre, de Albert Cohen.

Lo más bonito de Duelo sin brújula es la vida, el amor que se recorta contra la muerte, ya después. Creo que en este pasaje se sintetiza todo, el sufrimiento actual y un detalle delicioso de la cotidianidad perdida: "Quizá por esa razón los dolientes caminamos despacio y casi arrastrando los pies. Pienso en lo que diría Javier si me viese ahora, cargando con ese quintal y moviéndome sin energía, sin mi paso rápido del que se reía. 'Siempre te imagino caminando con tu tiqui tiqui', así lo llamaba. Mi tiqui tiqui ha desaparecido, no sé si para siempre, y mi edad se ha doblado en un solo día".

Hoy es doloroso ver la foto feliz de la pareja, ella con un ramo de girasoles. "Hasta que la muerte os separe" es la sentencia fatal de todo matrimonio que sigue junto. Como escribió José Emilio Pacheco en un inolvidable poema, la "y" de la unión es también la de la bifurcación: por mucho que la pareja aguante en la vida, llegará la muerte.

Con todo, hay algo peor. O peor y a la vez mejor. Pero esa es otra historia.

* * * 

22.9.24

He decidido tomarme el otoño en serio

[Montanoscopia] 

1. He decidido tomarme el otoño en serio y leer los Pensamientos de Pascal, en la magna edición de Albiac (Tecnos). Pascal es el anti-Montaigne, el anti-Nietzsche, pero es ídolo de otros de mis ídolos: Cioran, Bernhard... Por ahora me ha llamado la atención algo del prólogo: un ejemplo de las consecuencias físicas de las ideas, que no se quedan en el gabinete del filósofo. Después de que Descartes decretara que los animales son máquinas, refiere otro autor del siglo XVII, "nadie daba ya importancia al hecho de golpear a un perro; con la mayor indiferencia se le asestaban fuertes bastonazos, bromeando acerca de quienes compadecían a tales bestias como si estas hubieran sentido verdadero dolor. Se decía que eran relojes; que aquellos gritos que lanzaban al ser golpeados no eran sino el ruido de un pequeño resorte que había sido puesto en marcha, pero que en modo alguno había en ello sentimiento". 

2. Más adelante descubro que la España de la época de los romanos era como los Estados Unidos de Charlton Heston, dominada por la mentalidad de la Asociación Nacional del Rifle, y eso que aún no había rifles. Es por esta cita del historiador Tito Livio que viene en la nota a un pensamiento de Pascal: "Habiendo acordado el cónsul Catón para asegurarse de ciertas ciudades de España que sus habitantes no portaran armas, muchos de ellos se mataron. Feroz nación que no comprende la vida sin llevar armas". 

3. Hace dos Montanoscopias hablé del pique entre Azúa y Marías sobre quién fue el primero que escribió sobre Bernhard en España. Azúa aportaba un artículo del 6 de mayo de 1978 y Marías otro del 18 de junio del mismo año, el de la publicación de Trastorno en español; pero indicaba que existía uno suyo anterior, con Bernhard aún inédito, en la revista médica Jano. Intenté encontrarlo, sin resultado. Lo ha conseguido el gran Sergio Campos, que como quien no quiere la cosa me lo manda en pdf por mail. Es de noviembre de 1977. El joven Marías se lo presenta a los médicos "en virtud de la curiosidad que su mundo puede despertar entre la profesión médica". 

4. La curiosa memoria hace que, en la muerte de Jimmy Giménez-Arnau, me acuerde de su anuncio radiofónico de Revital. Los publicitarios hicieron una operación poética con él, de transposición imaginativa. Como su nombre se asociaba a la coca por las noticias, los publicitarios solo necesitaron ponerlo a él para que el complemento energético adquiriese poderes especiales en la cabeza de los oyentes. "Rrrrrrrrevital", decía la voz de Jimmy, indudablemente energética. 

5. En la barca de Caronte, junto a Giménez-Arnau, Luis Ortiz, Schilaci y el poeta Ángel García López, se ha subido Cristóbal Ruiz, "the first of the gang to die". Le habría hecho gracia. Ha muerto a la edad de Bernhard, 58. Nos fuimos juntos a Madrid con 19 y allí se quedó él hasta el final, reinando en Lavapiés tras unos cursos en el Johnny. Solo ha regresado a su Mijas natal ya cadáver, como un señor. El primer libro que nos compramos en la cuesta de Moyano fue El aciago demiurgo de Cioran. En el tren de ida, que duraba toda la noche, se leyó La náusea de Sartre. Ganó el Goya por el guión adaptado de un Mortadelo. Pero sobre todo escribió novelas. No sé cuántas en el cajón (algún día saldrán) y tres publicadas: El loco Wonder, El Arcángel (La Canción del Hijoputa) y Hola, Melón (El Grifo del Rompeolas). La primera en Espasa y las otras dos en Eda Libros, la editorial de mi amigo Paco Torres. Este me ha dicho que Cristóbal había empezado otra novela, de título bellísimo si estuviera acabada y más bellísimo aún estando inacabada: Los irses de las tardes

6. Claudi Pérez, periodista de El País: "Es raro el nivel de ruido de este país, con el PIB creciendo al 3% y el paro al nivel de 2008. Con el procés apagado. Con ese peso en Europa. Llegarán peores cartas: en un tiempo eterno, todas las profecías acaban por cumplirse. Pero es inaudito este estado de excepción permanente". Es un puro argumento de tecnócrata franquista, durante el desarrollismo. 

* * * 

20.9.24

Por qué resultan imprescindibles los festivales

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:33:40

Buenas noches. La cultura está festivalera. Terminó el Hay Festival en Segovia y comienza el Festival de las Ideas en Madrid. Este, agárrense, ha sido definido (o predefinido, porque se dijo antes de que empezara) como "la gran fiesta de la discrepancia". Yo soy un escéptico que roza, en sus momentos cumbres, el nihilismo. Por eso no solo dudo de que vaya a haber discrepancia (ya se habrá encargado la organización de interceptar a los discrepantes por el camino), sino que también dudo de que vaya a haber ideas. Lo que sí habrá será festival. Y de eso se trata. Todos estos festivales de la cultura son ante todo festivales, y se dicen de la cultura como podrían decirse de tiro al plato. En los festivales de tiro al plato, por cierto, sí que hay una discrepancia básica, estructural: entre el plato y quien le dispara. No es el caso de los festivales culturales, en que todos los intervinientes son platos sin tiradores ni mucho menos francotiradores. Mis festivales favoritos son los literarios, cuyo secreto es muy simple: el público acude a ver a los escritores a condición de no tener que leerse sus libros. Hay escritores con fama literaria cuyo verdadero mérito es que hablan bien. Sus carreras literarias no se sustentan en sus libros, sino en lo bien que quedan en los festivales y en las entrevistas. Al fin y al cabo, el público lector es muy escaso: no da para sostener carreras literarias. En cambio, el público de los festivales, y de los medios audiovisuales en general, es amplio. Por eso el escritor que habla bien tiene su carrera literaria garantizada. Su fama va mejorando con los años al tiempo que sus libros van empeorando. Y esta es la razón por la que resultan imprescindibles los festivales.

19.9.24

En la cultura nos va la vida

Nada que ver con mis intereses (¡con mis pasiones!) el ya muy comentado artículo de Fanjul en El País "Ser cultureta cada vez mola menos". A mí me da lo mismo que mole menos o más o que molase en el pasado y no vaya a molar en el futuro o tal vez vuelva a molar. Me da lo mismo también ser (o ser tomado por) cultureta o subcultureta, o (por) anticultureta o antisubcultureta. Y por supuesto nunca he pretendido ligar ni mudar de estatus con el postureo cultureta o subcultureta, logros (si son logros) que por lo demás van siempre por otro carril (más físico y aun económico que cultural). A mí sencillamente en la cultura me va la vida, sin consideración alguna hacia los empaquetados sociológicos tipo Fanjul. ¡Mi temperamento es refractario a los empaquetados sociológicos!

En el artículo de Fanjul hay una sintagma que es un desagüe por el que se le va el invento. Ahora que estoy tan con Karl Kraus busco esos dispositivos de autovoladuras que casi todos los textos contienen (¡este también contendrá el suyo, búsquenlo!). Es cuando dice: "Hubo un tiempo en el que [ser cultureta] aportaba distinción: se presumía de leer a Faulkner, de visitar la feria Arco con aplomo [...]". No me refiero a lo de Faulkner, aunque en España solo han presumido de leer a Faulkner Juan Benet y los personajes de Amanece, que no es poco (por lo que sería una postulación fraudulenta). El desagüe está en ese "con aplomo". Visitar la feria de Arco "con aplomo". ¿Quién ha visitado la feria de Arco "con aplomo"? ¿Cómo se visita la feria de Arco "con aplomo"? Por aquí se ve que el empaquetado sociológico de Fanjul es un empaquetado ni siquiera sociológico, sino sociologizante, de lo que tiene Fanjul en la cabecita. (Lo que mola, definitivamente, es hacer empaquetados sociologizantes como el de Fanjul.)

Entiendo (¡y excuso!) al obrero de la pluma (¡al plumilla!) Fanjul, que cada semana tiene que hacer un empaquetado sociológico o sociologizante con elementos culturales o subculturales. Pero mi comprensión obrera no me ahorra la melancolía de leer en El País estos empaquetados divertidamente derogatorios, aplanadores en verdad, rebajadores de la exigencia, que por añadidura le vienen de perlas a El País de hoy, al público al que se dirige y al público que aspira a conformar. Antes (¡tal vez la autovoladura de mi artículo esté en este "antes"!) se decía de El País que era "el intelectual colectivo de la Transición", pero en realidad era el suplemento de nuestro del bachillerato, cuando el bachillerato era bachillerato. Yo lo empecé a leer justamente en el bachillerato y no puedo olvidar que en las páginas de El País vi por primera vez los nombres de, por ejemplo, Cioran, Pessoa y Leopardi o Umbral, Savater y Azúa.

En la "cultura" estuvimos siempre, no solo por Mortadelo, Astérix o Tintín, ni por las toneladas gloriosas de la televisión, sino también por los peliculones y el teatro clásico que nos tragábamos sin despeinarnos desde los tres añitos. Pero fue por entonces, por los comienzos del bachillerato, cuando fuimos conscientes de ello y el cine, la música, el arte, la literatura y la filosofía se revelaron como lo que nos mejoraba la vida y la intensificaba. Ni postureo ni utilización, sino fusión; fusión que era propulsión. Eran la intensificación y la propulsión lo decisivo, y para ello valían la cultura y la subcultura. En esta España de todos los demonios no ha sido fácil, ciertamente. Pero qué más daba: teníamos lo que necesitábamos para sobrevivir en esta España de todos los demonios.

* * *