El aprendiz al sol
José Antonio Montano © (jamontano@gmail.com)
14.8.25
10.8.25
Emulsiones engrúdicas y apestosas
[Montanoscopia]
1. Al relato de Gabriel Rufián en El País solo me he acercado con el desactivador de explosivos, es decir, por medio de los análisis que Ricardo Dudda ha hecho en The Objective y Letras Libres. La emulsión engrúdica y apestosa (apestosa a colonia mala) de Rufián sintetiza el estado no solo estético, sino también moral, en que se encuentra nuestra izquierda: entre asintáctico y churrigueresco. No me extraña que toda ella vea hoy en Rufián a su cabeza aglutinante: un separatista antiigualitario por definición, un extranjerizador xenófobo; así está la cosa. Como apunta Dudda, su melopea literaria se corresponde con la melopea política que exhibe en el Parlamento. En otros tiempos era la izquierda la que intentaba, en su empeño ilustrado, podar tales excesos, porque eran los excesos de la tradición carcamal española, que cristalizaron en el franquismo. Lo de Rufián es, en este sentido, franquismo puro: el suyo es un puro problema de prosa. A propósito, vale esto de Jaime Gil de Biedma: "Además de un medio de arte, la prosa es un bien utilitario, un instrumento social de comunicación y de precisión racionalizadora, y no se puede jugar con ella impunemente en la poesía, durante años y años, sin enrarecer aún más la cultura del país –una cultura sometida a graves tensiones, lastrada por el peso de una casi invencible e inveterada insensatez– y sin que la vida intelectual y moral de sus clases ilustradas se deteriore".
2. De la misma estirpe estéticomoral que la prosa rufianesca es la retórica patriótica de Vox, como la de su moción en Jumilla contra los musulmanes en nombre de la identidad, las raíces y las tradiciones españolas. Lo paradójico es que esta chusca metafísica nacional no sería de aplicación a los musulmanes precisamente. Si Islam es sumisión, España no digamos. Tal vez por la directa herencia islámica, nadie hay más sumiso que el españolito medio, obediente de lo que le dicta su imán de cabecera (¡ahí lo vimos cazando a inmigrantes recién desembarcados, como cazan de todo y en todas direcciones, puesto que para cada una hay un imán!). Lo que carece de identidad española, y de raíz y tradición, es por ejemplo la lectura. Así que son los lectores de Jumilla (alguno habrá) los que han de sentirse concernidos por la moción de Vox.
3. Férrea sumisión igualmente la de los articulistas gubernamentales. Entre otras campañas, el Gobierno anda ahora en la del desprestigio de Madrid, en parte para justificar el cupo catalán y en parte porque es el único lugar vivible que queda en España, el único en el que aún se puede respirar, y eso resulta intolerable. Así que allá que van los articulistas, desplegándose por las playas españolas para escribir cuadros costumbristas como ordenanzas en bañador; cuadros en los que nunca faltan unos malos que (¡vaya la casualidad!) son madrileños.
4. Sigo con el Primer cuaderno Borges de Roberto Alifano. En la página 30 aparece un curioso personaje. Están en 1974, Alifano explica que una de las influencias del "peronismo revolucionario" es la Rerum novarum de León XIII y dice Borges: "Sí, eso lo sabía. Un cura jesuita que es profesor de literatura y me visita, llamado Jorge Bergoglio, me habla siempre de esa encíclica, a la que él se adhiere, por supuesto".
5. Tengo curiosidad por ver cómo trata Borges a Alifano en el diario de transcripciones de Bioy Casares. El resultado es triste. Apenas hay tres o cuatro menciones, entre displicentes y despectivas. Hasta que un día de 1982 anota Bioy esto de Borges: "María [Kodama] veta a Alifano. Me va a dejar solo".
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En The Objective.
7.8.25
Bermudismo radical
Llevar pantalón largo en verano es de botarates. Hablo de los hombres y en regiones calurosas. Yo mismo incurrí durante años, por simple inercia, en esa aberración. Hasta que un día volví al pantalón corto de la niñez y caminé ligero como entonces. Ir con pantalón largo en verano es como llevar las piernas enfundadas en plomo. Un ascetismo muy español, y muy de esos remilgados que consideran que llevan inscrita en el espíritu la noción de la elegancia. Autoproclamada convicción que no resiste que les echemos un vistazo.
Suelen ser los denostadores igualmente del glorioso mangacortismo camisil. Todo lo corto les agrede, no me extrañaría que porque tratan de suplir con la extensión de las prendas otras cortedades más perentorias. Una vez me salió una buena frase (algo, por otro lado, no escaso en mí) cuando, al darme cuenta de que me presenté a la cita con un amigo con camisa de manga corta, pantalón corto y chanclas, le dije: "¡Llevo todos los cortismos que puede llevar un hombre, y si lleva más, no es un hombre!". Aventuro que entre los larguistas de todo género hay más de un pichacorta.
Ir con pantalón corto o bermudas (para mí es indistinta la denominación, lo que importa es que la pierna vaya en cueros) es ir haciendo un ballet delicioso por la ciudad, con un alivio que responde al principio estético (este sí lo es, y no los churriguerismos de los otros) de la ligereza. El bermudista va haciendo durante todo el verano, vaya por donde vaya, patinaje sobre fresco.
Las dos posiciones básicas del bermudista callejero son (a) caminando o (b) sentado. En la posición (a), el movimiento alternativo de las piernas produce una remoción del aire de lo más higiénica, es un efecto de ventilador no circular sino en bucle, como una serpiente de viento que se va enredando y desenredando en una perfecta danza invisible. En la posición (b) son las piernas las que, inmóviles, aguardan que la brisa se acople en ellas; o al menos, si no hay brisa, que no cause más estrago del imprescindible el calor. En ambas posiciones existe la quimérica posibilidad (no por quimérica menos posible) de que una transeuntesa nos avance una caricia.
Yo ahora en los veranos, como pueden comprender, no me pongo un pantalón largo ni loco. Mis piernas desarrollan con los días un rechazo textil que también se me instala en la cabeza. Confieso que no solo soy un bermudista práctico, ni solo un bermudista convencido, sino además un bermudista militante: ¡un bermudista radical! Cuando me cruzo con un pantalonlarguista, hago por que se note mi desprecio. Más de una vez el afectado se ha arremangado el pantalón por frenar mis disparos de kryptonita.
Al amigo que se presenta en una cena con pantalón largo, lo siento mucho pero no le dirijo la palabra. La mera imaginación del calor asfixiante de sus piernas, abrasadas entre telas estólidas, resulta disruptiva. Aunque los amigotes pantaloncortistas no estamos exentos de peligro: más de una vez tendemos, bajo la discreta mesa, al roce de rodillas fraternal.
Hay algo hermoso al término del verano, cuando el frío picotea los tobillos: la vuelta al pantalón largo tras el estiaje. Para entonces su calorcillo de estufa se recibe como grato y nuestras piernas son otra vez las del niño: aquel niño que fuimos y sobre el que después de las vacaciones se cernía la amenaza escolar. Qué formalitos de repente con las piernas tapadas por entero, lo que nos inculcaba un propósito adulto durante el curso para volver a ser, en el verano siguiente, indómitos arapahoes.
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En The Objective.
3.8.25
Agosto sin Sánchez (pero con Borges y Steiner)
[Montanoscopia]
1. Me pego un tiro en el pie de columnista: decido no hablar de Sánchez hasta septiembre. Corro el riesgo de aquel concursante de Esté un minuto sin imitar a Chiquito, que se retorcía hasta que en el segundo 59 estallaba: "¡No puedorl, no puedorl!".
2. Después del artículo de Trapiello sobre el Primer cuaderno Borges (Renacimiento), he corrido a comprármelo, porque para el verano no va a haber lectura mejor. Su autor es Roberto Alifano, que durante años fue, como él mismo dice, amanuense de Borges. Aprovechaba para tomar notas, como Eckermann con Goethe, de las palabras informales del maestro. Este volumen contiene las del periodo 1974-1976. Apenas llevo unas páginas, pero la felicidad se anticipa porque ya leí muchísimos libros de conversaciones con Borges; hubo una época en que era casi lo único que leía, pues ninguna otra lectura era tan deliciosa ni tan estimulante. Digamos que Borges, plantado en su ceguera, entreveía la aventura de la simple existencia: por la implicación (abismal) del momento, por la trama numerosa que había conducido hasta él. Utilizaba la literatura como un artilugio filosófico singular: no para desencantar, sino para reencantar el mundo. Un uso sabio de la lucidez. Aparte están, claro, las frases punzantes, las anécdotas. En lo poquísimo que llevo de este Primer cuaderno Borges aún no ha aparecido ninguna suya, aunque sí una de otro autor que lleva su sello. Al denostar al rival en una polémica literaria, dice: "El destino no quiso que deshonrara el patíbulo muriendo en él; y ahí lo tienen vivo, después de haber fatigado la infamia".
3. Me encuentro también con Borges en un artículo que le dedicó George Steiner, "Tigres en el espejo", recogido en el libro de 2009 George Steiner en The New Yorker (Siruela). Le tuve manía a Steiner. Una vez la fotógrafa Gloria Rodríguez lo sacó en El País Semanal junto a un perro enorme. Le dije a ella: "¿Por qué has hecho la foto de un intelectual junto a George Steiner?". Mi manía, curiosamente, surgió de este libro del New Yorker, porque hojeándolo en la librería me topé con las frases displicentes que le dedica a Cioran. Ahora, sin embargo, he leído el artículo sobre Borges y me ha parecido buenísimo, con el alto nivel que se le presupone a Steiner. Otro artículo excelente es "Danubio negro", sobre Karl Kraus y Thomas Bernhard. Kraus y Borges dicen algo convergente sobre la censura. Kraus: "Las sátiras que el censor entiende son prohibidas con toda razón". Borges (parafraseado por Steiner): "El auténtico escritor se vale de alusiones y de metáforas. La censura le obliga a afilar, a manejar de modo más experto, los instrumentos principales de su oficio".
4. En ese artículo de Steiner "Danubio negro" hay algo impresionante sobre Kraus. Este se había pasado décadas detectando los signos de descomposición del Imperio Austrohúngaro y la sociedad vienesa y anticipando el advenimiento del nazismo. Pero cuando al fin llega, escribe: "Respecto a Hitler, no se me ocurre nada que decir". Según Steiner, "el profeta se quedó sin habla ante la pesadilla de la realización de sus peores temores". Además de los escritos en su periódico unipersonal Die Fackel, Kraus recurría a interpretaciones públicas con modulaciones de la voz y todo un aparataje histriónico. Concluye Steiner: "En algún nivel muy profundo de su semiconsciencia tal vez percibió en Hitler (un antimaestro de la palabra más despiadado que él; un actor, un recitador más hipnótico) la imagen, monstruosamente distorsionada pero también paródica, de sus propios talentos. Ahora se encontraba a sí mismo entre la bola de cristal y el espejo y enmudeció".
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En The Objective.
31.7.25
Francamente Sánchez
Algunos hacen bromas sobre la dejadez de Sánchez en el Año Franco, que empezó pujantemente con el primer acto y el anuncio de otros mil (aprox.) por el cincuenta aniversario de la muerte del muñeco dictatorial; que no del fin de la dictadura, ojo. Este se produjo con la entrada en vigor de la Constitución de 1978. Pero Sánchez tenía un problema con la fecha efectiva: sus socios la reprueban y hacen escarnio de ella denominando a la democracia que instauró "régimen del 78". Un régimen a derrocar, con su democracia. Este es el contexto en que Sánchez inauguró el Año Franco.
El caso es que realizó aquel acto del 8 de enero en el Reina Sofía, lo más notable del cual fue el relanzamiento de la horrenda Libertad sin ira, que desde entonces no nos hemos podido sacar de la cabeza, por más desarticulada que fuese la versión (mejor que la original, de hecho), aunque reencajada en la nueva hornada cantautoril de prédicas ideológicas a la que pertenece la tal Jimena Amarillo (con el uniforme que se lleva ahora). Pero desde entonces no ha habido ningún acto más de los mil (aprox.) anunciados. Y algunos se ríen, es a lo que iba, de la dejadez de Sánchez, acosado por sus problemas, en este año suyo de caramelo, por Franco.
Yo, en vez de reírme, que también un poco, he estado cavilando hasta dar con una respuesta. La alternativa es grandiosa, nada que ver con la desperdigada sucesión de microactos antifranquistas a lo largo de doce meses, que habrían sido como disparos de escopeta de perdigones (¡justo!). Sánchez ha encontrado algo más impactante, tal vez estimulado por sus novelistas de cabecera, conocidas como las Pemanas: lo que había que hacer, y está haciendo Sánchez, es la ejecución de un Año Franco performativo. Un Año Franco en condiciones, con el mismísimo Sánchez encarnando al muñeco dictatorial y haciendo check en todos los ítems franquistas de ese neofranquismo que es el sanchismo. Lo está haciendo muy bien (¡francamente!) Sánchez.
Un amigo mío decía que con Sánchez la izquierda española había cumplido su sueño (¡húmedo!) de tener su propio Franco: un Franco guapo y de izquierdas, altito, políglota, con buena percha para los trajes. En verdad murió Franco pero no murió el franquismo sociológico, encarnado en la sociedad española transversalmente; tal vez porque fue el franquismo el que se acopló a la condición sumisa y acusica y sectaria de la sociedad española. Tras el trauma de la guerra civil (y descontando los muertos, los exiliados, los encarcelados: estertores de la resistencia), con el franquismo estuvo en su salsa como ahora lo está con el sanchismo.
Con Sánchez estamos volviendo a ver cosas que no se veían precisamente desde la muerte del muñeco dictatorial, y mucho menos desde que empezó a regir la Constitución de 1978. Han vuelto: el Nodo; la prensa del movimiento; la conspiración judeomasónica (ahora de "la derecha y la ultraderecha"); la autarquía; la censura previa (caso Luisgé con Anagrama); los privilegios para el País Vasco y Cataluña; los procuradores en Cortes; la sumisión del legislativo al ejecutivo, y el intento de un judicial regido por el Sánchezprinzip; la arbitrariedad del poder; la chulería a lo Millán Astray (¡un saludo, ministro The Puentete!); los intelectuales orgánicos; la adhesión de la farándula (¡las Estrellitas Castro!); el embrutecimiento ambiente; la moralización; el turista cien millones; la sintaxis infecta; la retórica hueca; la división brutal, sangrante, entre el discurso oficial y la España real.
El Año Franco, en fin, le está saliendo clavado a Sánchez. Los españoles estamos teniendo del franquismo una experiencia inmersiva.
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En The Objective.
27.7.25
Abriendo melones mentales
[Montanoscopia]
1. Una de mis aficiones malévolas de la temporada ha sido seguir La cena de los idiotés, de la cadena Ser, aunque por los vídeos. Resulta fascinante, porque es como abrir la caja craneal del establishment y contemplar lo que se cuece en su cabecita. Ahí lo personal no es que sea político, es que es directamente gubernamental. Por ello La cena de los idiotés es el Consultorio de Elena Francis del sanchismo. Del mismo modo que Elena Francis se planteaba dilemas cotidianos de la vida franquista que ella resolvía muy franquistamente, Aimar Bretos y sus comensales se plantean dilemas cotidianos de la vida sanchista que ellos resuelven muy sanchistamente. Todavía me parto con el del propietario comprometido (¡propietario y comprometido, vayan fijándose en el engranaje cerebral!) que duda si alquilarle el piso a un inquilino que exhibe la banderita de España en la muñeca. O el del abuelo de un pueblín de Asturias, querido por todos, del que destapan un atroz pasado fascista; una variante de este es el del abuelo franquista del que descubren que era gay (¡tremendo el engranaje cerebral!). Naturalmente, la cosa se adorna un poquito y el tono es desenfadado (¡para eso están Jabois y Caballero!). Pero en los dilemas laten las ansiedades del régimen (una recurrente es la de las tretas admisibles o no para trepar), y bajo su rollo casual asoman los pinchos de una férrea disciplina.
2. Hemos asistido a la cala de otro melón mental con Ana Belén. Cuando la noticia de la corrupción del Gobierno estaba fresca, ella manifestó algunas dudas, ciertos titubeos, con un atisbo de estolidez que no reflejaba precisamente tensión moral. En menos de un mes ha terminado de aflojarse: Ana Belén es una de las firmantes del manifiesto en favor de la corrupción. Ellos lo llaman de otra manera, pero es eso. Y en favor de cosas peores que la corrupción: el debilitamiento del Estado de derecho, la desigualdad perpetua entre los españoles... ¡Vaya la muralla!
3. El PP no deja de tener su utilidad para nuestra salud pública. Gracias a la corrupción de Montoro, han salido muchos a mostrarse preocupados por la corrupción, cuando ya no lo parecía. Gracias a la mentira de Noelia Núñez, han salido muchos a mostrarse preocupados por la mentira, cuando ya no lo parecía. El problema español es semafórico: circulas siempre de acuerdo con el semáforo de los tuyos.
4. Menudo papelón el del PP. Por fortuna, ya avisé unos días antes de que saltara el caso Montoro que no cabía esperar ninguna regeneración por parte de ese partido. Ni del PSOE, por supuesto. Y mucho menos de sus respectivos extremos pútridos, Vox y Podemos-ETA (permítanme que llame a este así tras el sándwich moral que Irene y Belarra se montaron con Otegi). El bipartidismo tiene al menos un sistema de saneamiento, limitado pero efectivo: la renovación de las aguas fecales.
5. A Julio Ramón Ribeyro lo conocí como personaje que competía en soledades en los cafés de París con Martín Romaña, en la novela de Alfredo Bryce Echenique que fue mi preferida absoluta como lector adolescente. Tiempo después salió de La vida exagerada de Martín Romaña y pasó a ser el autor de otro de mis libros preferidos: Prosas apátridas. Ahora ha aparecido un librito delicioso que en su día fue rechazado por demasiado breve: Dichos de Luder, acogido en La Caja Books. Luder es una suerte de Juan de Mairena peruano, que protagoniza escenas como de clochard taoísta y emite frases (los tales dichos) irresistibles. Amontono algunas. "Yo no soy roto ni descosido: soy un remendado". "Casi todos los grandes escritores son unos pesados. Solo la muerte los vuelve frecuentables". "Los clásicos siguen plagiándonos desde la tumba". "No es que yo sea bondadoso. Sucede simplemente que no soy malo. He escogido el cómodo camino de la virtud por omisión". "Toda mi obra es un acta de acusación contra la vida. No he hecho nada por mejorar la condición humana. Si mis libros perduran, será por la perversidad de mis lectores". En otro pasaje le cuentan que un artículo se ocupa de todos los escritores de su generación menos de él. Respuesta de Luder: "Me libré de la redada".
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En The Objective.
24.7.25
Días perfectos
Thomas Bernhard y cine japonés: en esto se resume, y va a seguir resumiéndose, mi verano; más los días iniciales del Tour, con el Mont Ventoux de anteayer como plataforma de lanzamiento. A la playa ya he ido lo suficiente: dos chapuzones y a otra cosa, mariposa. ¿Viajar? ¡Tururú! No pienso meterme en uno de esos trenes ministeriales del terror; ni en ningún otro, por su contagio. Los desaprensivos amigos me arrastrarán a alguna cena impepinable, pero eso será lo máximo: mi misantropía se mantendrá en su punto de caramelo. Del sexo paso; del amor, ni te digo. Me quedan las estudiosas lámparas y los estudiosos ventiladores, revoloteadores de apuntes. ¡Aplicación en la canícula!, tal será mi lema. Que veraneen ellos. Me gusta el estrépito turístico (acústico y cromático), pero para pasar a toda pastilla, sportivamente, camino de mi refugio. Este será un templo bernhardiano y un templo japonés hasta septiembre. Con música: ahora Carl Philipp Emanuel Bach interpretado por Keith Jarrett.
Persistirá un hilillo de servidumbre con la actualidad, para poder servirles estas columnas. No me he pedido descanso, como no he hecho nunca desde que soy columnista salvo en de agosto de 2023, en que alcancé, como tantos, la saturación absoluta. Un prestigioso tertuliano (valga el oxímoron, aunque en su caso es real) lo dejó porque no estaba dispuesto a seguir otra legislatura ocupándose de Égolo. Escribir en verano, de todas formas, ya no es lo que era. Se echa de menos la famosa serpiente. Los monigotes políticos del año no se terminan de ir nunca. También en las supuestas vacaciones nos dan la brasa, y de qué manera. Nos fastidian de todos los modos posibles e imposibles. Vivimos la insoportable dictadura del monigotado.
Aun así, ¿quién puede negar la perfección de los días? En mi visionado de cine japonés, tras empaparme de Mizoguchi, Shindô, Ozu y Naruse, he hecho una derivación germano-japonesa con Perfect Days, de Wim Wenders. He llegado el último a esta película que todo el mundo celebró a principios de 2024; pero, como tengo por costumbre, llego el último y me pongo el primero. ¡Qué película deliciosa! Y con una enseñanza elemental de carácter autoayudístico: el zen de la vida cotidiana; la atención a cada instante, y a la tarea del cual. Los días son perfectos y solo necesitamos evitarles nuestra rozadura. El señor Hirayama limpia retretes tokiotas, trabajo de parias en un célebre lugar de Oriente (no sé si en Japón), pero él va en el flujo del tiempo tan pichis. Los baños son lo más en arquitectura moderna (hay por ahí reportajes extraordinarios), y se recurre al truco de que no llevan restos de pis ni caca (al fin y al cabo, la película es un encargo de sus gestores), pero baste el carácter simbólico del asunto. Por otro lado, puede que Wenders haya dicho "¡acción!" después de que Hirayama haya terminado lo asqueroso de su trabajo. Todos, en fin, podemos ser Hirayamas.
Llegar el último permite acceder a la bibliografía segregada en este año y medio. Curiosamente, el mejor artículo sobre Perfect Days, el de Mauricio Bach, está en The Objective. En otros medios hay también elogios, pero no faltan la lectura ideológica sobre la vida anticapitalista (¡decrecentista!) de Hirayama ni la que le reprocha esa soledad libre de vínculos; un reproche que procede de los mandamientos vigentes.
Mandamientos que yo me pienso saltar este verano sin vínculos, sin cuidados, sin masaje sentimental, sin empatía. Solo cine japonés y Bernhard; autor este cuya filosofía sintetizó Cioran: "Estamos todos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro".
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En The Objective.
20.7.25
Progresismo nominal (y otras falacias)
[Montanoscopia]
1. Escribí sobre Moderaditos, el libro de Garrocho, pero se me pasó resaltar la cita de Oakeshott que recrea al final y que es la clave vitalista de la moderación política: "Cabe ser moderado en política para poder ser radical en todo lo demás".
2. Se pasan años llamando fascistas a quienes no lo son, y cuando aparecen fascistas de verdad, como los abyectos y repulsivos congregados en Torre Pacheco para "cazar" inmigrantes (y españoles que se lo parecieran), animados por el inicuo Vox, les entra una euforia extra que delata que antes mentían como bellacos. Y a unas alturas en que la palabra fascista ya la tienen debilitada y carente de efectividad, en su boca al menos. Aparte está el uso que hacen algunos columnistas para adornarse y para eludir hablar una semana más del Gobierno: Torre Pacheco es el minarete (¡justamente!) al que se suben los misceláneos como muecines de su inacabable autopromoción.
3. Dos muestras de progresismo (o socialismo) nominal y solo nominal. Pilar Alegría: "Mientras haya un gobierno progresista, no habrá ningún privilegio de ningún territorio". María Jesús Montero: "Mientras haya un solo socialista en Moncloa, nunca jamás habrá privilegios de unos territorios". Son dos claras paráfrasis de un argumentario (¡qué fenómenos sus perpetradores!) que incide en lo mismo: somos progresistas o socialistas porque lo decimos, independientemente de lo que hagamos. En este caso, abogar por el antiigualitario (y reaccionario y antisocialista) cupo catalán. Lo alucinante no es ya que digan cosas así, sino que sus militantes, simpatizantes y votantes (y la intelectualidad y la farándula casi en pleno) las sostengan.
4. La prueba de que no se está en el partidismo es que todas las noticias sobre corrupción (ahora llegan las del exministro del PP Montoro) son un mazazo. Para el partidista, en cambio, son motivo de alegría las de la corrupción de enfrente, que distraen de las de la propia. Y sirven de escudo y coartada.
5. Muere Guelbenzu. En sus reseñas de novelas anglosajonas había ráfagas incitantes que despertaban algo en mí... algo que luego no encontraba en tales novelas, ni tampoco en las suyas. Descanse en paz.
6. Muere también el humorista Josele (¡menudo es Caronte!). Se me había borrado de la cabeza. Ninguna nostalgia ahora, solo el recuerdo del casete que teníamos en casa con lo de Vente pa' España, tío, en que hacía gracietas costumbristas sobre la época de la Transición. Me viene este resto de diálogo: "Que se ha muerto Mao". "¿Que se ha quemao?". Una cierta nostalgia, ahora sí, de cuando el humor no era inteligente.
7. Un representante del humor inteligente (ja) era Pedro Ruiz, al que ahora nos tenemos que estar comiendo de nuevo por culpa de las redes. Una inteligencia autoadjudicada la suya, lineal, ramplona, insufriblemente didáctica, con mensaje: ¡es un cantautor del humor! Lo último es el sermón que le ha soltado al pobre Lamine Yamal por haber celebrado su mayoría de edad con putas y enanos. ¡Está integradísimo Lamine, es más español que nadie, y va y le suelta un torrepacheco moral!
8. Leo sobre la serie Superestar, en que Vigalondo resucita a los frikis aquellos de hace veinticinco años: Dantés, Porras, Genil, Arlekín, Tamara, Loly Álvarez... Yo los recordé hace diez o doce, cuando me di cuenta de que aquel mismo rollo lo reproducían los podemitas del principio: Iglesias, Monedero, Echenique, Errejón, Bescansa, Espinar... El curso de sus vidas ha sido más o menos idéntico. Vigalondo debería considerarlo para una futura serie.
9. Andanada en La Cultureta contra las bermudas. Salgo con las mías (¡son mi uniforme de verano!) con mayor fruición.
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En The Objective.
17.7.25
Entre la moderación y el cóctel molotov
He leído el celebrado Moderaditos, de Diego S. Garrocho (Debate). El autor ha acertado a concentrar en este prontuario mi ideal político, que es un ideal formal cuya expresión suprema es la democracia liberal, indisociable del Estado de derecho. Nada hay más progresista para mí que esto, y por ello quienes se dicen progresistas pero lo obstaculizan o corroen me parecen más bien reaccionarios.
Aunque aquí incurro en una de las trampas que señala preventivamente Garrocho, para el que la división entre izquierda y derecha es una inercia arrastrada desde hace más de doscientos años (desde la Revolución francesa, por supuesto). Mi carácter me separa de algunas cosas más del ideal. Por ejemplo, mi sangre caliente, que me hace estallar con demasiada frecuencia. O mi poca paciencia ante las deliberaciones; aunque esto lo compenso con mi admiración hacia quienes deliberan con paciencia. También mi debilidad por el ataque ad hominem, para mí irresistible porque me resulta humorístico. En relación con esto, peco de otro vicio que denuncia Garrocho: la tendencia a pensar que quienes sostienen ciertas posturas lo hacen por mala fe o por interés espurio, por un defecto moral. En el fondo, me temo, soy un moralista. Podría resumir todo lo anterior definiéndome como un moderadito que se aburre, y entonces trata de divertirse contraviniendo el ideal; o al menos dinamizándolo.
Pero el ideal se mantiene como ideal. Garrocho tiene el acierto de vincular la moderación a la valentía política. Los que nos hemos metido en estos fregados intermedios sabemos el coraje que hay que tener para aguantar la acusación de "cobarde": los que la lanzan son la primera piedra de toque de nuestra valentía. La postura matizada, atenta a la complejidad, es la que se corresponde con lo real, por otra parte: el moderadito lo que hace muchas veces es resistir al griterío por respeto a este primer dato del saber.
La mención en un par de ocasiones a Tucídides me ha llevado a una cita que recordaba de El mal de Corcira, de Lorenzo Silva. En Corcira, actual Corfú, se desencadenó la primera guerra civil entre los griegos y el personaje Bevilacqua parafrasea lo que dijo el historiador de ella: "Quienes actuaban de forma temeraria y atolondrada pasaron a ser ensalzados por ser más leales al partido que el resto. En cambio, quien se mostró prudente pasó a ser considerado cobarde, quien pedía moderación se vio acusado de ser poco hombre, y a quien apostó por la inteligencia le achacaron incapacidad para la acción. El que se dejaba llevar por la ira era el que se creía digno de confianza, y el que no, sospechoso. A quien se adelantaba a intrigar, a hacer el mal, o empujar a otro a hacerlo, era al que se respetaba, por astuto".
La paradoja de Moderaditos es que ha llegado a la vez en el mejor momento y en el peor momento. En el mejor momento porque es más necesario que nunca en nuestra historia reciente. En el peor momento porque casi todo parece irreversible ya. Yo mismo decía hace poco, medio en serio, medio en broma, que los buenos chicos constitucionalistas a lo que nos veíamos empujados ahora era a meterle fuego al Tribunal Constitucional. Habíamos sido asépticos patriotas constitucionales a los que de repente les pedía el cuerpo lanzar cócteles molotov.
Aunque, fatalmente moderaditos, eran simples desahogos verbales. Algo que regocijaba a un simpático trumpista, que se reía de mi pasividad. Al menos sé que disfrazarse de bisonte es más ridículo aún. Desde el otro extremo, resuena la pregunta de Lenin: ¿Qué hacer? Yo personalmente no tengo ni idea.
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En The Objective.
13.7.25
Parálisis en la pasarela del barco sanchista
[Montanoscopia]
1. Entre las medidas contra la corrupción que propuso Sánchez en el Congreso no estaba la única que se ha demostrado efectiva hasta ahora: atender a Ketty Garat y sus informaciones en The Objective. Por contra, lo que ha venido haciendo el Gobierno de Sánchez y sus extensiones politológico-mediáticas con esta periodista y este medio ha sido atacarlos. De este modo han estado encubriendo la corrupción, hasta que no han tenido más remedio que reconocerla. Con las investigaciones de la UCO ha pasado lo mismo. Así que un respeto a los verdaderos luchadores contra la corrupción, entre los que no han estado precisamente ni Sánchez, ni sus ministros, ni sus periodistas, ni sus politólogos ni politólogas.
2. En el debate Feijóo estuvo, en efecto, sucio. Exactamente a la altura (a la bajura) de Sánchez.
3. Que el PP se presente como "partido regenerador" es cómico, por la trayectoria que tiene y por lo que es. En España no hay regeneración posible, por culpa de los dos grandes partidos y por la de esos personajes entrañables: los españoles. Lo máximo a lo que se puede aspirar es al alivio periódico, mecánico, de cambiarle el agua a las aceitunas. Y ocasionalmente a la expulsión del poder de un autócrata como Sánchez. Esto de por sí supondría un avance regenerador. Pero con el resto de la retórica pepera solo se ilusionarán los ilusos.
4. La antropología, ya les dije, es la única ciencia social sólida. ¡Qué inagotable espectaculito el del ser humano! Ahora estoy fascinado con los que iniciaron la escapada del barco sanchista pero se han quedado paralizados en la pasarela, como ratas congeladas. Cuando parecía que la caída de Sánchez era inminente tras los primeros audios de Koldo, se pusieron a correr pasarela afuera, contorsionándose con un impostado cabreo: se trataba de esculpir una imagen de disconformidad con el sanchismo que anulara los años de conformidad (o silencio pancista) con el sanchismo; una imagen a la que recurrir ante el siguiente Gobierno, para continuar medrando. Pero como el capitán ha decidido mantenerse en el barco, los supuestos cabreados han ido ralentizando el movimiento, como fotogramas de película de Peckinpah, hasta quedarse quietos como el vizcaíno del Quijote. Y ahí se mantienen los pobrecicos, hasta que se decante la situación.
5. Escohotado lanzó divertidas andanadas contra el Departamento universitario como célula de represión y obstáculo para el conocimiento. Se podría decir lo mismo de la Redacción de El País, histérica esta semana contra sus columnistas Daniel Gascón y Ana Iris Simón (a esta ni le han publicado la columna).
6. La politóloga Bascuñán, cheerleader sin fisuras de Sánchez, dice que el problema del sanchismo es el antisanchismo, como escribió aquí nuestro Dudda, pero sin ironía. Ella lo cree a ciegas, y cree que el antisanchismo se estudiará en las facultades. Yo creo que la mermada politología deberá ocuparse más bien, para recuperar algo de credibilidad, de las politólogas (y politólogos) cheerleaders.
7. Escribí que Vivian Gornick y Rebecca Solnit eran dos autoras que, sin haberlas leído aún, me interesaban, pero que me parecieron un plomo en sus actos durante la Feria del Libro de Madrid. Pues bien, resulta que ahora Gornick me ha parecido estupenda en la entrevista que le ha hecho Javier Aznar en su podcast. ¡Resulta que la pobre fue un plomo por su entrevistadora, y es de suponer que Solnit también! Las sometieron a un tercer grado de catecismo feminista, sin que la vida apareciese por ningún sitio. Al final se volvió a cumplir lo que decía Pániker: "Todo entrevistado acaba reducido a los límites mentales de su entrevistador".
* * *
En The Objective.
11.7.25
La abuela de Ipanema
[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 6:30]
Buenas noches. En mi última intervención de la temporada quiero ahorrarles mis rabietas de cascarrabias ultramontano contra todo lo que se mueve y proponerles un movimiento exaltante: el de la música brasileña. Esta es mi gran pasión vitalista. El filósofo Nietzsche decía que "sin música la vida sería un error" y yo digo que "sin música brasileña mi vida sería un error". Hay un aniversario adorable: resulta que la muchacha que inspiró la canción A garota de Ipanema, Helô Pinheiro, acaba de cumplir ochenta y dos años. Aunque la bossa nova triunfó en Brasil en 1959 con Chega de saudade, interpretada por João Gilberto, el bombazo internacional se produjo en 1964 con The girl from Ipanema, cantada en inglés por Astrud Gilberto, con su marido João Gilberto a la guitarra, Stan Getz al saxofón y Antonio Carlos Jobim al piano. Jobim y Vinicius de Moraes, de cuya muerte se acaba de cumplir también cuarenta y cinco años, solían sentarse en un bar del barrio de Ipanema, en Río de Janeiro, y veían bajar todos los días a la playa a la chica que les inspiraría la canción.
La canción tiene un tono celebratorio, pero también nostálgico: porque esa belleza que pasa nos resulta inalcanzable. Esta es la clave de su perduración. En una canción posterior, Carta ao Tom 74, Vinicius recuerda entrañablemente el tiempo en que "nuestra famosa garota ni sabía / hasta qué punto la ciudad turbaría". Luego lo sabría, porque tras el éxito Vinicius y Jobim desvelaron la identidad de la garota, que prácticamente ha vivido de eso toda su vida, así como su hija Ticiane Pinheiro, conocida como A filha da garota de Ipanema. Mas volvamos a Helô Pinheiro. Aquella chica es hoy la abuela de Ipanema, pero se mantiene espléndida y cuando ella pasa el mundo enterito se sigue hinchiendo de gracia y fica mais lindo por causa do amor.
10.7.25
Tour y Sanfermines
Durante esta semana exacta, hay una cada año, tenemos los Sanfermines por la mañana y el Tour por la tarde. Se nos articula así una sacralidad del día, como las horas marcadas de los monasterios: vísperas, maitines... El ciudadano va haciendo su vida (con el chaparrón inevitable, a poco que se descuide, de detritus político), pero en esos dos momentos puede pararse a meditar.
Es una meditación particular, porque no es tranquila, sino emocionante. Es una trepidación, pero con tantos destellos de enseñanzas que se impone su carácter pedagógico. De pedagogía vital, descarnada, arisca; en el filo del tiempo, de lo abismático de lo real, de lo agónico de la acción, de la muerte.
A los Sanfermines me reenganché hace dos o tres años, por el calvillo ese de las retransmisiones (o carequinha, dirían en Brasil), y a las ocho estoy ante la pantalla religiosamente. El corazón en un puño en los minutos que dura el encierro: puñales lanzados sobre la multitud que se apelotona, y que corre a su par, y que cae. Los toros portando esos puñales. De aquellas parrafadas de Dragó sobre qué significa todo eso, emerge una palabra: ¡genesiaco! Rozarse con la muerte para renacer. Algo que técnicamente podríamos hacer en cada instante, en realidad; pero un toro lanzado contra ti ayuda a la simbolización.
El resto de la fiesta me da igual, sobre todo ese chupinazo frecuentemente proetarra; pero el encierro sin caretas, recogido en sus breves minutos, es otra cosa. Justo por Dragó pensé de adolescente hacer una escapadita para rozarme con la afilada intensidad del cuerno, aunque nunca lo hice y ya no estoy para esos trotes. La intensidad solo puede ser ya vicaria, electrónica. Pero alguna chispa efectiva salta durante ese tiempo en suspensión: el peligro contemplado también produce adrenalina. El desayuno luego está más sabroso.
Y por la tarde el Tour, que empezó antes de los Sanfermines y terminará después. En los tiempos del navarro Indurain, la coincidencia del 7 de julio la resaltaban los ciclistas del Banesto con un pañuelo rojo. Me acabo de enterar de que evoca la decapitación de san Fermín en Amiens, por donde pasó el Tour hace dos días. ¡Todo encaja!
En el Tour de este 2025 se subirá Hautacam, donde fue vencido finalmente Indurain, concluyendo su era. Es la montaña que se agigantó aquel día. Y se subirá el Mont Ventoux, el monte petrarquista que vio morir a Tom Simpson. Y vuelve, si no recuerdo mal, una contrarreloj pura, toda cuesta arriba, en Peyragudes.
Escribo después de la contrarreloj en que Pogačar se ha hecho con el maillot amarillo y ya tiene a más de un minuto a Vingegaard. Poca incertidumbre competitiva parece que va a haber. Pero no importa. También la había con Indurain. En el ciclismo lo que cuenta es la estampa: la representación del auto sacramental. Los trances agónicos, el riesgo. El espectáculo de la pelea con el propio límite.
Algo de toro tienen, por cierto, las bicicletas. Las llaman cabras, pero son taurinas. Dragó diría que la conjunción con los ciclistas produce minotauros. El Tour puede verse como unos Sanfermines en que los touros (en portugués) fueran los propios corredores. Los ciclistas tienen además algo de toreros. Recuerdo que Lejarreta tras una caída parecía Manolete tras una cornada.
Así que por la mañana los Sanfermines y por la tarde el Tour. Escuelas sobrias de vida. Algo de agitación emocional, mental. Inyecciones nietzscheanas: inyecciones que nos pinchan los ciclistas, sin que tengamos que pasar un control antidoping después. Después, tras el Tour, lo que viene es la merienda. Que también sabe divino.
* * *
En The Objective.
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