En The Objective.
El aprendiz al sol
José Antonio Montano © (jamontano@gmail.com)
9.11.25
6.11.25
2.11.25
31.10.25
A favor del cambio de hora
[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 2:08]
Buenas noches. Yo estaba rabiosamente en contra del cambio de hora, pero en cuanto Sánchez se ha manifestado también en contra, yo me he vuelto un fanático en favor del cambio de hora. ¡Así funciono! De pronto me he puesto a verle virtudes formidables al cambio de hora y ya no concibo mi vida sin el cambio de hora. La vida, de hecho, suele ser un tostonazo, un río monótono en el que nunca pasa nada... ¡Salvo el cambio de hora! El cambio de hora nos da vidilla dos veces al año y está bien que al menos nos pase eso. Por otra parte, los ingenuos que se oponen al cambio de hora (yo mismo hasta que habló el presidente) dan por hecho que el horario que se quedará será el de verano. ¡Quiá! Los gobernantes nos quieren con horario de invierno. Por la mañana temprano a trabajar y por la noche en casa recogiditos. Hay un dato que nos permite deducir esta preferencia del Estado por la opción más triste. ¿Qué es lo que hace el Estado ahora que cambia la hora? Pues robarnos una gloriosa hora de primavera para devolvernos, cinco meses después, una marchita hora de otoño. El Estado no engaña a nadie: nos roba oro y nos devuelve ceniza. Pero, aun así, está bien el cambio. A partir del pasado fin de semana, nos comeremos infinidad de tardes tristes, en que a las seis ya es de noche. Pasaremos muchísimas semanas con el ánimo por los suelos, que no levantará ni el suplemento de las luces navideñas. Pero el sacrificio merecerá la pena solo por la primera tarde larga que nos aguarda a finales de marzo, cuando el horario de verano regrese. Sí, solo por ese golpetazo de luz, intenso y deslumbrante (¡cosquilleante!), merecerá la pena.
30.10.25
Nuestra política mata
En el fondo soy optimista. Justo por ser catastrofista. Hago mío este aforismo, tan bernhardiano, de Cioran (lo tradujo en su día Savater): "Estamos todos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro". No deja de maravillarme que las cosas funcionen más o menos: que salga agua del grifo, que haya fruta en la frutería y carne en la carnicería, que los coches se paren en el semáforo y se pueda pasar, que no andemos a garrotazos por la calle (aunque sí en Twitter), que se encienda la luz.
Es cierto que un día no se encendió la luz, durante horas. Y que ya no puedes asegurar tu tiempo de llegada si coges un tren de The Puentete. La catástrofe se insinúa, está siempre como fondo o posibilidad, amenazante. En el caso del ministrete, altísima la posibilidad. Pero por el momento son excepciones: la vida marcha aproximadamente. Para mí, en verdad, es milagroso.
El engranaje del funcionamiento resulta complejísimo. Es un artilugio de relojería que se diría que funciona de chiripa si no funcionase tan persistentemente. Debe de deberse a unos ajustes y reajustes ancestrales, que vienen de muy atrás y que se mantienen en buena medida por una prodigiosa inercia. Pero nada está garantizado y, en el fondo, todo es frágil. Basta eso, un ministrete, para que los trenes (¡por los que, junto a las fábricas, se inventó la hora común!) vayan de estropicio en estropicio y aparezcas a las nueve de la noche cuando tu cita (¡de vida o muerte!) era a la una de la tarde.
Para lo que se sale de la normalidad es para lo que hace falta pericia, fruto de la preparación y la experiencia. Pero los que están al mando carecen en la actualidad de pericia, preparación y experiencia. Son gente que estaba ahí para otra cosa, para el lío político. Como estaba Illa de ministro cuando la pandemia, que le pilló sin tener ni idea de nada. Cuando la cosa va por sí sola, hay poco problema. Ahora, si la cosa se tuerce, se acabó.
Recuerdo que un amigo se apuntó a un curso de conducción deportiva en el circuito del Jarama. Le enseñaban maniobras para momentos de apuro. En su vida diaria de conductor no le hacían falta. Pero tuvo que recurrir a ellas en un par de ocasiones en las que, sin ellas, se la habría pegado. Esa es la cuestión.
La invasión de los políticos en todas las esferas de la vida pública española es la invasión de los inútiles. Por el procedimiento de selección adversa mediante el cual suben (cual mecanismo de retrete aberrante, regurgitador de heces, lo peor de la sociedad sin lugar a dudas; estarían los delincuentes y ellos, que también son delincuentes), no hay nadie en un puesto clave que esté a la altura. Así se puede afirmar que nuestra política mata. Cuando adviene una catástrofe, la irresponsabilidad se cuenta en muertos.
En el primer aniversario de la dana (237 muertos), todos deberían estar tendidos boca abajo en el suelo pidiendo perdón; o mejor, no estar. De Mazón a Sánchez, pasando por el resto, como aquella encargada de las emergencias que no sabía cómo se activaban las emergencias. No hay diferencia entre los partidos porque todos se nutren del mismo tipo de inútiles desaprensivos. Incluidos, naturalmente, los que se presentan como alternativa radical y serían aún peores.
Pero la situación no debe de estar tan mal, en realidad. Exceptuando las catástrofes, en el día a día vamos tirando, pese a nuestros políticos y pese a todo. Es un milagro increíble.
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En The Objective.
26.10.25
Héroes de anécdotas triviales
[Montanoscopia]
1. En homenaje a Diane Keaton revisité Misterioso asesinato en Manhattan. La había visto dos veces y las dos me pareció una película buena y entretenida. Solo ahora he apreciado que también es perfecta. Woody Allen en su plenitud: ¡ametralladora de chistes mientras avanza la trama! Para mí fue además importante porque desde que la vi en el cine en 1994 me sumé al ritual de ver todas las de Woody en la primera sesión del día de estreno (o la más próxima a esa que pudiera). Un ritual que se terminaría, pensaba, cuando Woody muriese. Pero se ha terminado antes, por la nueva Inquisición.
2. Leído el Primer cuaderno Borges de Roberto Alifano (Renacimiento). Anoté aquí que iba a ser un libro para todo el verano, pero pasó agosto, pasó septiembre y seguía con él. Lo he acabado solo ahora, a finales de octubre. Al devolverlo melancólicamente a la estantería caigo en que mi propósito se ha cumplido: el verano se ha venido arrastrando, como mi lectura, hasta esta fecha.
3. El Borges de Alifano no es un libro imprescindible, pero sí interesante. Asistimos a la cotidianidad de Borges en tiempos turbulentos, la Argentina de 1974 a 1976: los últimos meses de Perón, el gobierno de su viuda, el golpe militar; en la vida privada de Borges, la enfermedad y la muerte de su madre, al borde de ser centenaria. Una noche está cenando Borges y el restaurante tiembla: ha estallado una bomba en el edificio de enfrente. Por esos episodios, dice el escritor argentino: "Nos estamos convirtiendo en un país latinoamericano". Pero él sigue dictándole a Alifano sus cuentos y sus poemas. Todos son buenos, algunos son obras maestras. Quizá no hay que olvidar que aquel mundo murió, pero no su obra.
4. Llevo doscientas páginas de las setecientas de la biografía Jorge Luis Borges. Un destino literario de Lucas Adur (Cátedra) y este sí es un libro imprescindible. He pasado por su juventud vanguardista, por sus trifulcas y polémicas. Borges diría maravillosamente de entonces, pasados muchos años: "Todos queríamos ser héroes de anécdotas triviales". Y continuamente hallazgos. A un amigo que se suicidó le dedica un poema (recogido en Cuaderno San Martín) que tiene este verso: "si tu voluntad fue rehusar todas las mañanas del mundo".
5. Una información preciosa de la biografía. Resulta que Lorca, sobre el que Borges siempre hizo chanzas, le influyó: le enseñó a combinar lo popular con la vanguardia. ¡Nunca hagan caso de las chanzas que hacemos los escritores!
6. El usual Lucas y el acomodaticio Del Molino se han confabulado para rebajar el nivel de la cultura española. ¡Juntos componen una genuina pinza jibarizadora! Lucas fue el que propuso a Byung-Chul Han, el Murakami de la filosofía, para el premio Princesa de Asturias, con lo que el premio ha tenido este año menos categoría que el Planeta. Por su parte, Del Molino ha metido en el noble recinto de la Fundación Juan March, para hablar de libros, a Ramoncín y Víctor Manuel. ¡Se dice pronto! Doy por hecho que ya tiene en el cargador, para un próximo disparo goebbelsiano, a Milikito.
7. Si quieren deprimirse con dignidad, elevación y limpieza, pónganse el vídeo de la charla de Manuel Arias Maldonado con Rafael Jiménez Asensio en el Centro Cultural La Malagueta de anteayer: España y su reforma inacabada. Jiménez Asensio habla, a partir de Galdós y Valera, de la incompetencia de España para construir un Estado liberal. Seguimos siendo un país de fanáticos (Valera). Entre las perlas, esta de Tocqueville: "No hay nada más difícil de gobernar que un pueblo de solicitantes".
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En The Objective.
23.10.25
Thomas Bernhard en el momento decisivo
Qué gustazo que Thomas Bernhard sea otra vez novedad editorial. Lo fue hace unos meses con Andar, en la traducción de Virginia Maza para Contraseña, y lo es desde hoy con la edición crítica en Cátedra de Maestros Antiguos, a cargo de Javier Aparicio Maydeu, en la traducción de Miguel Sáenz que ya estaba en Alianza. Antes de entregarle en 1985 esta novela a su editor Siegfried Unseld, le escribió Bernhard: "La producción literaria de hoy, en conjunto, ha llegado a su punto más bajo y alcanzado su peor gusto. [...] No se publican más que cursiladas y basura sin pies ni cabeza. [...] Los escritores son estúpidos sin arte y los críticos charlatanes sentimentales". Estas frases siguen vigentes cuarenta años después. Entonces como ahora una colosal excepción fue y es Thomas Bernhard.
Cada vez que me preguntan por qué libro de Bernhard empezar doy respuestas ligeramente distintas. Pero de un tiempo a esta parte se repite una: por Maestros Antiguos. Es quizá el Bernhard perfecto, el que alcanza la plenitud de su arte con el elemento que hace que todo arte vuele: la ligereza. El aparato bernhardiano, aparentemente (solo aparentemente) pesado, tiene en Maestros Antiguos una insólita levedad. La clave la da el autor en el subtítulo: Comedia. La tragedia de la vida, presente aquí como en todo Bernhard, se aligera de un modo casi entrañable: se diría que humano.
Maestros Antiguos contiene varios de los pasajes más memorablemente humorísticos de toda la obra de Bernhard: las páginas sobre el mal estado de los retretes vieneses ("los retretes más sucios de Europa"), sobre los Habsburgo o sobre el austriaco ("que es siempre un innoble nazi o un católico estúpido") y las andanadas contra Stifter, Bruckner, Mahler y Heidegger, que se saldan a carcajada limpia. De este último dice: "Lo veo siempre en el banco de su casa de la Selva Negra, sentado junto a su mujer que, con su perverso entusiasmo por tricotar, le tricota ininterrumpidamente medias de invierno con la lana tundida por ella misma de las ovejas heideggerianas". Y: "Era totalmente poco inteligente, carente de toda fantasía, carente de toda sensibilidad, un rumiante filosófico superalemán, una vaca filosófica constantemente preñada, que pastaba en la filosofía alemana y durante decenios dejó caer sobre ella en la Selva Negra sus coquetas boñigas".
En The Nihilism of Thomas Bernhard, Charles W. Martin observa dos grandes periodos en la obra narrativa bernhardiana, con la pentalogía autobiográfica como eje o transición. El primero, duro, radical, asfixiante, lo compondrían las novelas Helada, Trastorno, La Calera y Corrección. Cada una de ellas con una novela corta con la que haría pareja; respectivamente: Amras, Ungenach, Jugar al watten y Andar. Tras la pentalogía autobiográfica, entreverándose inicialmente con ella, vendría el segundo periodo. Al principio, novelas más breves, menos densas, marcadamente irónicas: Sí, Los comebarato, Hormigón y El sobrino de Wittgenstein. A continuación la llamada "trilogía del arte": El malogrado, Tala y Maestros Antiguos. Por último, el testamento: Extinción. Se ha venido diciendo (Maydeu lo repite) que esta, última en publicarse, fue en realidad la penúltima en escribirse y que la verdaderamente última es Maestros Antiguos. Pero J. J. Long deshace el malentendido en The Novels of Thomas Bernhard: el orden de publicación es acorde con el de escritura.
Lo cual no quiere decir que Maestros Antiguos no sea otra especie de testamento. Ante todo, un testamento literario. Es la novela del segundo periodo formalmente más parecida a las del primero, con un personaje monologante (aquí Reger) de cuyos monólogos da cuenta otro (aquí Atzbacher) y con uno más en liza (aquí Irrsigler). El prodigio de Bernhard es haber logrado que ese tipo de novela, que ya era valioso en su primera fase, con sus cuatro novelas maestras más sus cuatro novelas cortas también maestras, fluya con una naturalidad fuera de serie. Es la consumación maravillosa de un arte.
El esquema argumental, como ocurre habitualmente con Bernhard, es sencillo: Reger, octogenario crítico musical del Times, ha quedado con su discípulo Atzbacher en el Kunsthistorisches Museum de Viena ante El hombre de la barba blanca de Tintoretto. Reger se sienta ante ese cuadro tres o cuatro horas, a veces cinco, "un día sí y otro no, salvo los lunes", desde hace más de treinta años. Para ello cuenta con la complicidad del vigilante del museo, Irrsigler, que a veces le cierra la sala para él solo. En esta ocasión, de manera excepcional, Reger ha vuelto a citar allí a Atzbacher por segundo día consecutivo, con un propósito que se revelará en la última página. Atzbacher ha aprovechado para ir una hora antes y poder espiar a Reger desde otra sala. Naturalmente, en este esquema Bernhard introduce evocaciones del pasado, historias en diferentes planos y, sobre todo, las elucubraciones verbales de Reger sobre asuntos filosóficos, literarios, artísticos, históricos, políticos, vitales y (¡sorpresa!) amorosos.
Bernhard escribió Maestros Antiguos justo tras la muerte de su mujer, Hedwig Stavianicek, treinta y cinco años mayor que él y a la que llamaba a veces "mi tía" y a veces "el ser de mi vida". Llevaba con ella desde los diecinueve años. Reger ha perdido también a su mujer y hacia el final de la novela se cuenta su duelo, en las que quizá sean las páginas más intensas y emocionantes de Bernhard. Tiene que ver con el asunto, con el título. Los Maestros Antiguos de la pintura, a los que por otra parte Reger les encuentra defectos ("un cuadro genial al ciento por ciento, eso no lo consiguió nunca ninguno de esos, así llamados, Maestros Antiguos; o fracasaron en la barbilla o en la rodilla o en los párpados, así Reger"), nos dejan solos en el momento decisivo.
Así lo escribe Bernhard, y no encuentro conclusión mejor:
Nos acostumbramos naturalmente durante decenios a un ser humano y lo amamos durante decenios y lo amamos en definitiva más que a cualquier otro y nos encadenamos a él y, cuando lo perdemos, es realmente como si lo hubiéramos perdido todo. Siempre había creído que era la música la que lo significaba todo para mí, a veces al fin y al cabo también que era la filosofía, la literatura elevada y más elevada y elevadísima, lo mismo que, en general, que era sencillamente el arte, pero todo eso, todo el arte, el que sea, no es nada en comparación con ese único ser querido. [...] Cuando uno ha perdido a su ser más próximo, todo le resulta vacío, ya puede mirar adonde quiera, todo está vacío y uno mira y remira y ve que todo está realmente vacío y de hecho para siempre, así Reger. Y uno comprende que no son esos Grandes Ingenios ni esos Maestros Antiguos los que lo han mantenido vivo durante decenios, sino solo ese ser único, al que quiso más que a ningún otro.
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En The Objective.
19.10.25
Ser español es lo más pesado que hay en el mundo
[Montanoscopia]
1. El pobre PP, después de tropezar con las mamografías y el aborto, tropieza con la inmigración. "La nacionalidad española no se regala, se merece", ha dicho Feijóo. ¡Jóo, macho! Yo solo firmaría la frase si se entendiese el último verbo en su sentido de merecer castigo. La nacionalidad española es una formidable condena. Ser español es lo más pesado que hay en el mundo. Y no digamos en sus variantes catalana y vasca: las maneras más pesadas, de entre las pesadas, de ser español. García Calvo caló muy bien a estas Españitas. El gran problema español, no me canso de repetirlo, es la incapacidad para el pensamiento abstracto. Incluido el pensamiento político abstracto. No se comprende la limpia noción de ciudadanía universal, vacía, sin adherencias. Hay una pulsión fatalmente falangista por introducir contenidos espurios. También (ninguna facción española se libra) en nuestra malbaratada izquierda.
2. Me ha hecho gracia el revolcón al gañán Aroca por ponerse a cloquear en la cadena Ser mientras hablaba la perla Harbour. El feminismo ha empezado a criticar el machismo de la izquierda. Ha tardado, pero está llegando. Lástima que no le alcanzase, porque ya murió, a un celebrado mago de la literatura. Este no dejó pruebas escritas, a diferencia de Neruda con su "me gusta cuando callas", contra el que ya espabilaron también. El de Luisgé fue un episodio anterior a este de Aroca. El feminismo no duda ahora en meterse en el corazón del sanchismo para afirmar su hegemonía.
3. Escribe Del Molino una simpática columna sobre Antonio Famoso, el hombre que pasó quince años muerto en su casa sin que nadie lo advirtiera. Como sus cuentas estaban automatizadas, "era el ciudadano perfecto, siempre al corriente de pago". Añade el columnista de El País: "Ni siquiera votaba, para no estropear las encuestas ni exacerbar la polarización". Esto último es particularmente simpático. Más simpático aún, aporto yo, es que Famoso superase a Ábalos en el número de años sin pasar por el cajero (quince a seis). Pero lo que convierte a Famoso en el ciudadano definitivamente perfecto es que jamás dijo ni mu sobre Sánchez, como cualquier simpático columnista de El País.
4. El nombre sórdido de Rodríguez Menéndez no me evoca sordidez, sino felicidad. Al leerlo en la noticia de su muerte me ha llegado el inconfundible aroma. La felicidad es por la tertulia que tenía entonces en Madrid con el escritor Fernando Marías y otros amigos. Es la única vez que he tenido una tertulia fija y era estupendo, porque te arreglaba la semana. Nos reuníamos en el Café del Prado, en la mesa del altillo. Había un piano cerca. Entonces no sabía que en aquella calle del Prado (no confundir con el paseo) vivía el narrador de El malogrado de Thomas Bernhard, una historia de pianistas. Pero en la tertulia nunca hablábamos de literatura. En aquel tiempo le dieron el premio Nadal a Fernando por El niño de los coroneles y en las entrevistas le oímos hablar de libros por primera vez. "Nos hemos tenido que enterar por la prensa de que te gusta Joseph Conrad", le dijimos. De lo que hablábamos era de cine y de cotilleos. Rodríguez Menéndez salía todas las semanas. Era nuestro héroe negativo. Nos reíamos con sus exabruptos. Uno de nosotros supo un suceso terrible del abogado en un piso de Atocha y lo contó una tarde. (No lo puedo revelar.) Me lo crucé una sola vez, mientras me dirigía a un concierto de Bebel Gilberto. La vida es así de rara. Un tipo como ese formaba parte de un paisaje en que fui feliz.
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En The Objective.
17.10.25
El más distinguido club de escritores
[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:03]
Buenas noches. ¡Semana de premios! Merecidísimo el Antena de Oro para nuestro Rafa Latorre (¡felicidades, jefe!). Merecidísimo también el Nobel de la Paz para María Corina Machado. Sobre el Planeta no digo nada, porque es de esta casa. En cuanto al Nobel de Literatura, me da buena espina el húngaro de nombre raro. Pero tengo que decir una cosa: respetar este premio después de que se le negara a Borges me parece mucho respetar. Los suecos se hicieron ahí los suecos de manera irreversible y se autolesionaron mortalmente. Cada año entramos en el juego de valorar al premiado, y me parece bien, porque con algo hay que llenar la vida; pero no debemos olvidar que es eso, un juego. El Nobel de Literatura hay que verlo al revés. El verdadero premio es no ganarlo. El escritor sin Nobel pertenece a un club del que forman parte –además de Borges– Proust, Joyce, Jünger, Salinger, Lispector, Pessoa, Vallejo, Onetti, Galdós, Kafka, Rulfo, Nabokov, Greene, Highsmith, Ginzburg, Cavafis, Rilke, Chesterton, Svevo, Simenon, Piglia, Marías, Conrad, Cioran o Bernhard. Los escritores pertenecemos de entrada a este club tan distinguido. Pero cada mes de octubre uno de nosotros es expulsado. La ejecutora de la patada en el culo es la Academia Sueca, que, aunque malvada, al menos se compadece de los pequeños y escoge a los más envalentonados. Fue maravilloso cuando expulsó a Saramago, por ejemplo. Es cierto que a los no poseedores del Nobel nos da pena que ya no podamos contar con Mann, Faulkner, Beckett, Bellow, Jiménez, Paz, Varguitas, Coetzee, Szymborska, Glück o Jelinek. Sin ellos, el club es algo menos distinguido, ciertamente. Pero lo que jamás le perdonaremos a la Academia Sueca es que haya mantenido entre nosotros a Tolstói, quien, como saben los asiduos de estas opiniones ultramontanas, es un piernas.
16.10.25
De la imposible persuasión
Hay columnistas que intentan persuadir. Ofrecen argumentos y datos, se fundamentan en los hechos y en la razón. Yo los admiro sin ironía, pero no estoy entre ellos. Su encomiable esfuerzo inútil me noquea melancólicamente. Porque se trata de un esfuerzo inútil en este corral; tal vez (ya vemos cómo va el mundo) en todos los corrales. Su única utilidad será, valga la paradoja, estética: ilustrarán a los lectores del futuro sobre las iniquidades del presente y les mostrarán que algunos no estuvieron del todo embrutecidos. Se salvarán ante ellos. Ya ocurrió con nuestro Jovellanos o nuestro Larra. Los cuales tuvieron (conviene no olvidarlo) cárcel o pistoletazo.
Descartado el afán de persuadir (quizá porque, además de impacientarme y aburrirme, tampoco sé hacerlo), me queda dar un poco de espectáculo, dispensar vidilla, juguetear con las noticias, soltar alguna ingeniosidad (si se me ocurre, cada vez es más complicado), marear (con cierto ritmo) la perdiz hasta llegar a las seiscientas palabras, propinar mandobles verbales, emitir diagnósticos abruptos (me temo que sin terapia), endilgar algún lirismo, captar o transmitir estados de ánimo, acompañar (¡desde mi misantropía!), vengarme, reaccionar, señalar, encomiar si toca y, en resumidas cuentas, expresarme. Haciendo de la necesidad (o de mi limitación) virtud, añadiría que tratar de persuadir es una vulgaridad.
En realidad, les tengo un respeto último a mis detestados y despreciados: prefiero que sigan en sus (¡detestables y despreciables!) trece antes de que me hagan caso a mí. Si me hicieran caso, no sabría cómo manejarme con ellos. Y sin duda los detestaría y despreciaría el doble. Y me darían pena. De la detestación y el desprecio pasaría a la pena, lo que sería un mal negocio para todos. Con semejantes pulsiones estoy condenado al fatalismo dialéctico. Esta mezcla de una visión conflictiva del mundo con el convencimiento de que en el fondo todo da igual (o de que no hay nada sustancial que se pueda hacer) sería mi salsa.
Si los persuasores ilustrados, que como he dicho admiro desde fuera, me producen melancolía por la inutilidad de su esfuerzo, entre mis detestados y despreciados se encuentran en un alto lugar los predicadores. Estos vendrían a ser unos persuasores oscurantistas, que tratan de persuadir con la mentira y la sinrazón. Además de unos pesados, son peligrosos. Y son los que abundan y los que tienen éxito. En este setido malo, la persuasión sí que es posible. Lo comprobamos todos los días. Aunque como funcionan mejor es oralmente, no por escrito.
Las redes sociales están llenas de tales predicadores o propagandistas. Desde mi carácter dubitativo (una duda real que me inutiliza y arrasa, no esa duda cosmética que algunos se ponen de adorno), me llama la atención la firmeza de tales predicadores (o propagandistas o vendemotos): la tajante ejecución de sus movimientos de manos, como encajonando el aire, como cortando quesitos, la emisión potente de la voz, hábilmente modulada, las jetas impávidas, de piedra pómez, aunque con su estudiada coreografía de boca, ojos y cejas. Cada uno es emisor de un mensaje contundente. La única esperanza es que la batidora universal haga una papilla con todas sus contundencias.
Como decía el Ricardo Reis de Pessoa: "Sabio el que se contenta con el espectáculo del mundo". Intervenir no deja de ser una obscenidad. Con los años uno va adquiriendo una única enseñanza sobre los seres humanos, nuestros entrañables congéneres; o mejor dicho, una enseñanza doble: que cada uno hace lo que puede (con la acumulación de lo que arrastra) y que todos somos unos desgraciados. No dar la tabarra puede ser la conclusión moral que se deduzca de este aprendizaje.
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En The Objective.
13.10.25
Que alguien la meta, aunque sea Ábalos
[Montanoscopia]
1. Entre tanta sordidez, solo Ábalos me parece digno. Un hombre dominado por su pizarrín, ese pajarillo al que continuamente había que darle alpiste. El alpiste se compraba o con dinero público o con dinero turbio del PSOE. El que el partido antiputas (supuestamente) le pagara las putas a su secretario de Organización es más bello que la Victoria de Samotracia. Eso por la parte del partido. Pero por la parte de Ábalos, ¡qué bicoca! Todo se lo ha llevado o llevará el río. Ábalos puede que termine en la cárcel. Pero aquellas fornicaciones, aunque venales, ya nadie se las quita. La sabiduría popular lo sabe: "De la vida sacarás / lo que metas, / nada más". Es una rima puramente para hombres, o para seres con pizarrín, sean hombres o mujeres. (Que los seres sin pizarrín inventen la suya.) Me hace gracia que, en el contexto torrentiano de Ábalos, hay una frase que tenía que salir fatalmente y que por fin lo ha hecho: "He dejado el pabellón muy alto". En cuanto a si fue con dinero público, este contribuyente ya ha declarado que cede gustosamente su cuotaparte. Como buen socialdemócrata, quiero que mis impuestos financien la sanidad y la educación. Pero que unos eurillos se deriven a la alegría de vivir no me parece mal. Que alguien la meta, aunque sea Ábalos.
2. Entiendo la decepción de la izquierda española: es un fastidio que las matanzas en Gaza no se hayan prolongado al menos hasta los Goya. ¿Qué son los miles más de muertos que habría habido de aquí a febrero comparados con el fabuloso escenario de la exhibición moral con lentejuelas? En los alrededores del cine está Barbie Gaza, de bajona también: ¡han frenado en seco su incipiente carrera de famosa! Y ni siquiera está ya Interviú para que le hubiese dado tiempo a inmortalizar sus tetas. La flotilla ha sido el gran símbolo festivalero de este espíritu. Me ha recordado a aquella foto que descubrió Trapiello en que Alberti se refería a la guerra civil como la belle époque. Así la vivieron. Así lo viven. No dejan de ser también homenajes a la vida, sobre un fondo de muerte.
3. Hay que admirar la coherente relación de esta izquierda con la democracia. Si a la democracia española la acusa de no ser una democracia, es lógico que una dictadura como la de Maduro cuente con su aprobación. Y que desapruebe rabiosa y hasta sarnosamente el premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, luchadora por la democracia en Venezuela. Pablo Iglesias la compara con Hitler, clavando su autorretrato político.
4. Ya que esta Montanoscopia cae en 12 de Octubre, traigo de nuevo una canción que para mí indica cómo hay que tomarse esta fecha histórica: justamente por el lado de la alegría de vivir. Es Las tres carabelas, compuesta por nuestro Augusto Algueró, en la versión maravillosa para el disco Tropicália (1968) de Caetano Veloso, Gilberto Gil y Os Mutantes, con la orquestación de Rogério Duprat. Se habla del descubrimiento de América, pero lo que importa es lo que sigue: "Mira tú qué cosas pasan / que algunos años después / en esta tierra cubana / yo encontré a mi querer". Por lo tanto: "¡Viva el señor don Cristóbal, que viva la patria mía! / ¡Vivan las tres carabelas: / la Pinta, la Niña y la Santa María!". ¡La de cosas que no tendría sin el señor don Cristóbal! Algunas amigas, algunas músicas, algunos paisajes, algunas plantas, algunos alimentos, el ciclismo colombiano, el cine americano, la vidilla extra de nuestras calles, Venus Williams, Clarice Lispector, sor Juana, Borges, Darío, los dos Vallejo, Parra, Varguitas, Bryce Echenique, Cabrera Infante, Elena Garro, Octavio Paz o Brasil.
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En The Objective.
9.10.25
La casa de Aleixandre
En estos días de octubre de 1985 llegué a la habitación que me habían asignado en el sexto piso del Johnny y vi que debajo de la ventana estaba la Escuela Diplomática y más allá, distinguiéndose entre las casas, la amarilla de Vicente Aleixandre. Este había muerto menos de un año antes, en diciembre de 1984, justo cuando yo leía su Historia del corazón.
Durante todo aquel curso tuve ese paisaje a la izquierda, desde mi escritorio. Allí cumplí veinte años. Con frecuencia paseaba por delante de la casa y me quedaba ante su verja y su puerta verde. Imaginaba a los visitantes que habían pasado por allí: todos los del 27, Neruda, Miguel Hernández, Valente, Gil de Biedma, Gimferrer, Villena. Una tarde calurosa de junio, mientras sonaba en mis auriculares el adagio del concierto para piano núm. 23 de Mozart, vi a Cernuda. Subía la cuesta con la chaqueta en el brazo, pasaba por delante de mí sin verme y entraba.
Lo recordé el otro día durante el pase en Málaga de Velintonia 3, de Javier Vila, al que me había invitado su productor José Antonio Hergueta. Fueron dos horas de emoción, porque vi por dentro la casa que tantas veces había visto por fuera. Está abandonada y vacía. La cámara recorre las paredes desconchadas, con manchas de humedad y el contorno aún de los cuadros que hubo y el reloj de péndulo, los suelos con virutas, algún objeto tirado, enchufes antiguos. Permanece la luz que entra por las ventanas, haciendo sus dibujos, postulando sus mapas, así como el verde de las hojas de los árboles, que se renueva en cada generación de hojas (así lo observaron los líricos griegos).
Hay un guía para poetas jóvenes, que les va contando la historia de aquellas estancias. Y hay poetas viejos que recuerdan lo que vivieron y hablaron allí cuando ellos eran los jóvenes y el viejo Aleixandre: Carnero, Siles, Colinas, Molina Foix, Dionisio Cañas, Lostalé, Barnatán y su mujer la periodista Pereda. Eché en falta a Villena y Gimferrer. Se completa la película con la preparación de un concierto de campanas en el jardín, que se celebra al final, de noche, con velas, la lectura de textos (versos, cartas, artículos) e imágenes de archivo de Aleixandre en la casa, deambulando por ella o contestando en el sillón al cuestionario Proust. Trabajaba acostado, pero trabajaba. Se me quedó una frase: "Hacer es vivir más".
La calle se llamaba Wellingtonia, aunque para Aleixandre y su círculo era Velintonia, como aparece en muchos escritos; hasta se inventaron el verbo "velintonear", cuyo significado era ir a visitarlo. Cuando le dieron el Nobel en 1977, el mejor homenaje de las autoridades habría sido rebautizarla así. Pero no, la llamaron calle Vicente Aleixandre, lo que disgustó al poeta, que ni siquiera salió a inaugurar la plaquita. Así son las autoridades. (En Brasil pasó lo mismo: al aeropuerto de Galeão, que sale en canciones de Jobim, le pusieron aeropuerto Antonio Carlos Jobim.)
Se ofrece a la vez un recorrido por su obra, desde Ámbito hasta Diálogos del conocimiento. Se resalta la importancia de Sombra del paraíso en la posguerra. Carnero elogia al Aleixandre tardío de Poemas de la consumación. Se repite el tópico lanzado por Umbral de que la poesía surrealista francesa no alcanzó el nivel de los libros surrealistas de Aleixandre, Espadas como labios, Pasión de la tierra y La destrucción o el amor. Es un tópico falso (ahí están los poemas de Éluard, Char, Péret o el propio Breton), aunque los de Aleixandre son grandes libros. El mecanismo del símil por inversión del primer título lo ejemplificaba el profesor Escartín con un equivalente vulgarote que no he logrado olvidar: "balines como garbanzos". El espíritu rabiosamente surrealista, por otro lado, estaba más (aparte de en el Lorca de Poeta en Nueva York) en el Cernuda de Un río, un amor y Los placeres prohibidos.
Por Cernuda pasé a despreciar a Aleixandre, al que yo empecé apreciando. La valentía homoerótica del primero, con sus pronombres y adjetivos masculinos ya desde los años treinta, dejaba en evidencia al segundo, con sus cobardones femeninos. He tratado de refrenar mi juicio, por reconciliarme... pero esos femeninos volvieron a salir en algún recitado del documental y no puedo con ellos.
Pero sí, a Aleixandre lo leí mucho y de aquellas lecturas tengo un recuerdo cálido. Me ha alegrado saber por Velintonia 3 que uno de los poemas que Aleixandre más quería es uno que a mí me emocionó también y que me sé de memoria. Se titula "Adolescencia" (yo era adolescente entonces) y dice:
Vinieras y te fueras dulcemente,de otro caminoa otro camino. Verte,y ya otra vez no verte.Pasar por un puente a otro puente.–El pie breve,la luz vencida alegre–.Muchacho que sería yo mirandoaguas abajo la corriente,y en el espejo tu pasajefluir, desvanecerse.
Hoy el Johnny, el Colegio Mayor San Juan Evangelista, está tan abandonado como la casa de Aleixandre. Aunque parece que esta se va a rehabilitar.
* * *
En The Objective.
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