19.9.25

Monumento a Perico


[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 1:55

Buenas noches. El ciclismo es una de mis pasiones, junto con los libros, la música brasileña y ese dandismo indumentario que tanto admiran los nanosegundos. Mi pasión por el ciclismo primero fue de sillín y hoy es de sillón. Se despertó en los tiempos de Perico Delgado, aunque mi ídolo no era Perico, sino Pello Ruiz Cabestany. Como tantas veces en la vida, aposté por el perdedor, perdiendo yo también: ¡qué pocas alegrías me dio Pello a cambio de tantas agonías! De aquella rivalidad me quedó un desdén por Perico que he venido cultivando desde entonces. Después de Pello, lo ataqué en favor de Miguel Indurain. Y desde que se hizo comentarista televisivo no he dejado de atacarlo, por sus anacolutos (¡lo llamé el Rey del Anacoluto!) y por ese buenrollismo perpetuo que tanto me carga. Pero de pronto, el graciosete Perico ha sabido estar a la altura en esta Vuelta tan baja. De una manera para mí emocionante, se lo ha jugado todo por amor al ciclismo. El que yo consideraba un pícaro, de repente se ha rebelado contra el acoso a la profesión de su vida. Esa profesión que, como decía el escritor mexicano Julio Torri, es de ángeles, porque los ciclistas avanzan como volando, sin pisar el suelo. En el momento de mayor servilismo de la televisión pública, mero instrumento del Gobierno como en la época del Nodo, Perico, que ahora vive de ella, ha sabido decir NO. Ya piden su cabeza, y es posible que caiga. Pero puede llevársela con orgullo, porque Perico se ha destapado como el grande que fue en la bicicleta. Ahora me arrepiento de haberme reído de lo que siempre había estado ahí por encima de todo: no un anacolutista, no un buenrollista, no un graciosete, no un pícaro. Sino un ciclista.