La brutalidad criminal de Netanyahu, tan poco inteligente además, es una mera excusa para el desbocado antisemitismo. No todo el que critica la política bélica de Israel, que no repara en la población civil, es antisemita, eso está claro. El propio Netanyahu es muy dado a escudarse en esa acusación, como hacen los dirigentes irresponsables que prioritariamente buscan salvarse a sí mismos. Pero que el antisemitismo vuelve a campar a sus anchas es indiscubible: no puede disimularse su hedor. Se expandió con el pogromo ejecutado por los palestinos de Hamás el 7 de octubre de 2023, que fue jaleado por un número insoportable de sujetos y sujetas de todo el mundo, entre estas últimas una europarlamentaria española que sería enseguida ministra de Sánchez: Sira Rego. Otro ministro europarlamentario entonces votó también que no a la condena a Hamás: el remilgado Urtasun. Lo hicieron justo en esa brecha en que Israel aún no había tomado represalias: la brecha por la que vimos a los antisemitas en pelotas sin necesidad de subirnos a ninguna silla.
Decía Freud (¡un judío!) algo muy interesante acerca de los actos fallidos y los lapsus. Estos no son puramente azarosos, sino que aprovechan una bajada de defensas, el cansancio, un descuido, para manifestar algo que se lleva dentro. Aquí el antisemitismo ha aprovechado la reacción de Israel para, literalmente, desatarse. Al contrario de análisis dolientes pero serenos como los de Juan Claudio de Ramón en El Mundo o Reyes Mate en El País, que dan cuenta de la complejidad de la situación y el reparto de culpas, sin minusvalorar la atrocidad de lo que está ocurriendo, la respuesta del antisemitismo es la histeria contra el nombre de Israel y contra los judíos por extensión. Asoma, por ejemplo, en el regodeo sádico con que pronuncia la palabra "genocidio" o, más aún, "exterminio". Muy bien escogidas a partir del terreno allanado freudianamente.
La cara de odio de Irene Montero era calcada a la de cualquier alemana nazi de 1938. Para ella y los suyos los muertos no son más que munición ideológica, como todo en ella y los suyos. Por otra parte, el anti-antisemitismo tiene su propia trampa: puede atenazar a la hora de juzgar crímenes. Confieso que me ha pasado un poco. Unos meses después del 7-O vi Shoah y me dejó noqueado. Pero debemos ser justos, o intentarlo al menos. Tarde o temprano se cumple el imperativo de Cioran, de crudo pesimismo antropológico: "Por las víctimas hay que tener una piedad sin esperanza". Nunca está descartado que terminen convirtiéndose en verdugos.
Volviendo a Sánchez, lo más ridículo es que ni siquiera es antisemita. ¿Cómo va a ser antisemita, si no es nada? Se ha montado en este carro por aprovecharse, como ha hecho siempre. Todos sabemos que hoy mismo llamaba a Netanhayu si necesitara sus votos.
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En The Objective.