Buenas noches. Antes que nada quiero dar cuenta de un cóctel indumentario de mi invención. Yo el verano lo paso, como saben, en camisa de manga corta y bermudas. En cuanto al calzado, nadie me baja de mis chanclas. Pero las chanclas a pelo siempre me han parecido sosas, así que les he añadido un complemento: no el calcetín de los guiris, demasiado aparatoso, ¡sino el pinki! Como nos ilustró Narváez, el pinki es ese calcetincito que no pasa del tobillo. A la combinación de las chanclas con pinkis le he puesto, en honor a nuestro compañero, "cóctel Narváez". Les invito a que lo prueben y verán qué elegante les queda. Pero yo no he venido hoy aquí a hablar de frivolidades, sino de libros: de los libros de playa. Libros que no han de ser frívolos, sino todo lo contrario. Nada detesto más que esas llamadas "lecturas refrescantes" que se suelen asociar a la playa porque son lecturitas fáciles, cómodas e insustanciales. Yo defiendo como lectura playera el tocho, y a ser posible el tocho filosófico. Tengo un amigo que se ha leído en la playa la Fenomenología del espíritu de Hegel, Ser y tiempo de Heidegger y El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer. Yo, por mi lado, me he leído este agosto un libro no filosófico pero sí filosofante: Extinción de Thomas Bernhard, su novela más extensa y, como todas las suyas, sin un solo punto y aparte. Son lecturas perfectas para la playa porque cada quince minutos puedes ir a refrescarte la cabeza en el mar. Cuando la sumerges, el agua hierve un poco a su alrededor. Desde arriba el sol te mira mosqueado, porque siente que estás intentando competir con él. Aunque luego se carcajea cuando te ve marcharte con tus chanclas con pinkis.