En The Objective.
El aprendiz al sol
José Antonio Montano © (jamontano@gmail.com)
14.9.25
11.9.25
El testamento de Thomas Bernhard
No es para menos, porque es una obra imponente: la más larga de Bernhard, una auténtica síntesis bernhardiana, con todos los recursos puestos en acción con maestría. Es la tercera vez que la leo, y la que más me ha admirado. Tal vez sugestionado por aquello que dijo Javier Marías de que se la había guardado sin leer tras la muerte del autor para cuando llegaran momentos de vacas flacas (que finalmente llegaron), siempre pensé que Extinción funda el estilo del Marías maduro y que este declaró que no la había leído por disimularlo. Aunque luego supe que Marías no leía a Bernhard en la traducción española de Miguel Sáenz, sino en la francesa. Pero el juego es estimulante: la prosa de Marías, en su estado de mayor tensión, casi roza la de Bernhard (el Bernhard de Sáenz) en su estado de menor tensión.
Esta menor tensión tiene aún mucha tensión, naturalmente. La tensión propia de Bernhard, que en Extinción logra relajarla sin perderla. El efecto es maravilloso: algo así como una ligereza con empaque. Hay también un tono inéditamente amable, entre sus diatribas. Suelta los mandobles habituales, contra Austria y el Estado austriaco, contra la Iglesia católica, contra la familia, contra los políticos, contra la cultura oficial, ¡contra la fotografía!, pero a veces da cuenta de la sonrisa o las risas de su interlocutor ante ellos. En las novelas anteriores de Bernhard, los monólogos del personaje principal suelen estar referidos por otros, de manera pasiva. En Extinción, en cambio, como señala J. J. Long en The novels of Thomas Bernhard, es el personaje principal, Murau, el que narra, pero le narra a otro, a su discípulo Gambetti, y consigna sus reacciones. Por ejemplo: "Entonces Gambetti se rio, con su risa gambettiana fuerte, sin obstáculos ni inhibiciones".
También Murau se ríe a veces de sí mismo, o al menos duda, o matiza algún dicterio después de haberlo emitido. Sin que esto le impida seguir emitiendo dicterios. Es en esta novela donde Bernhard explicita su tendencia a la exageración:
A menudo nos dejamos llevar de tal forma a la exageración, le dije luego a Gambetti, que consideramos luego esa exageración como la única realidad consecuente y no percibimos ya la auténtica realidad, solo esa exageración llevada al extremo. Desde siempre me ha aliviado ese fanatismo de la exageración, le dije a Gambetti. A veces es la única posibilidad, es decir, cuando he transformado ese fanatismo de la exageración en arte de la exageración, de salvarme de la miseria de mi estado de ánimo, de mi hastío intelectual, le dije a Gambetti. Me he adiestrado tanto en ese arte de la exageración que, sin más, puedo calificarme del mayor artista de la exageración que conozco. No conozco a nadie más. Nadie ha llevado nunca tan lejos su arte de la exageración, le dije a Gambetti, y luego que, si me preguntaran un día de improviso qué soy realmente y en secreto, solo podría responder eso, el mayor artista de la exageración que conozco. Entonces Gambetti soltó otra vez su risa gambettiana y me contagió esa risa gambettiana, de forma que esa tarde nos reímos los dos en el Pincio como nunca nos habíamos reído antes.
El esquema argumental es simple, como en todas las narraciones de Bernhard. Franz-Josep Murau es el segundo hijo de una alta familia austriaca, dueña del castillo de Wolfsegg y sus terrenos. Refractario a su tradición, vive en Roma, donde da clases particulares de literatura alemana a Gambetti. Nada más volver de un viaje a Wolfsegg para la boda de una de sus dos hermanas, recibe un telegrama con la noticia de que sus padres y su hermano mayor han muerto en accidente de tráfico. Así que, cuando pensaba no regresar en mucho tiempo a Wolfsegg, debe hacerlo inmediatamente para los funerales. Él es ahora el heredero.
Extinción se divide en dos capítulos compactos, sin ningún punto y aparte, como es propio de Bernhard: "El telegrama" y "El testamento" (precisamente). Como es natural, al hilo de la breve trama evoca todo su pasado. Aparte de su infancia difícil y sus conflictos con sus padres y sus hermanos, y su complicidad con su tío Georg, un réprobo que huye al sur como él, relata minuciosamente la connivencia de su familia con el nacionalsocialismo. En la última página (lo adelanto aquí, pero no importa) desvela que donará Wolfsegg (representación de Austria, como se ha venido viendo) a la comunidad israelita de Viena. Sabe que le queda poco tiempo de vida, como le quedaba a Bernhard, y al final un narrador nuevo, exterior (¿Bernhard?), que solo apareció al principio, dice que ya se ha muerto. Deja su obra Extinción, para extinguirlo todo.
No queda sitio para hablar de otro gran personaje, el eclesiástico vaticano Spadolini, amante de su madre, que yo me imagino como una mezcla de Jesús Aguirre y (de nuevo Marías) Francisco Rico. Ni de Maria, la amiga poetisa del narrador, trasunto de Ingeborg Bachmann, a la que dedica las páginas más bellas y elogiosas. Ni de su cuñado, al que llama con cachondeo "el fabricante de tapones para botellas de vino", una na sola palabra en alemán: Weinflaschenstöpselfabrikant. En el recuerdo de la boda, cuenta Murau que el cura no se acordaba de su nombre y estuvo a punto de gritarlo.
Como en otras novelas de Bernhard, como La Calera, Los comebarato u Hormingón, hay reflexiones sobre la imposibilidad de llevar a cabo la propia obra. Bernhard, que sí llevó a cabo la suya, pone en boca de Murau estas palabras también testamentarias (y para mí emocionantes, por su grandeza):
Escribiré una obra inmensa, me digo, y al mismo tiempo tengo miedo de ello y, en ese instante del miedo, he fracasado ya, en la imposibilidad absoluta de poder empezar siquiera con ello. Decimos enfáticamente que lo que proyectamos es algo inmenso y único, no retrocedemos en absoluto ante una manifestación así, pero al mismo tiempo nos vamos con la cabeza baja a la cama y tomamos un somnífero, en lugar de comenzar lo inmenso y único. Así somos, le dije una vez a Gambetti, pretendemos ser absolutamente capaces de todo, hasta de lo más alto y lo más grande, y ni siquiera estamos en condiciones de coger la pluma para llevar al papel aunque solo sea una palabra de ese algo inmenso y único anunciado. Todos padecemos manía de grandezas, a fin de no tener que pagar por nuestra ininterrumpida bajeza. Extinción, pensé, pero, dicho sinceramente, incluso después de años, solo tenía una concepción aproximada, no pienso al respecto en algo inmenso, le dije a Gambetti, ni tampoco en algo único, pero sin embargo sí en algo más que un esbozo, más que un esbozo de existencia, en algo que se pueda mostrar. Solo en algo que se pueda mostrar y de lo que no tenga que avergonzarme, le dije a Gambetti.
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En The Objective.
7.9.25
Más libros, más libres, pero lo que diga Sánchez
[Montanoscopia]
1. El columnismo es escribir sobre una frase de María Pombo sin saber quién es María Pombo. La frase es que leer no nos hace mejores. Una verdad cristalina. Muchos sanchistas han aducido que Hitler leía. ¡Y hasta Netanyahu! Habría que recordarles que no leer tampoco ha hecho mejor a Sánchez. Uno de ellos, Altares, ha rescatado el lema de una antigua campaña de promoción de la lectura: "Más libros, más libres". Es como si la abrazara, aunque en su devenir diario el lema tendría que completarlo así: "Más libros, más libres, pero lo que diga Sánchez".
2. Todo ha partido, parece, de que la tal Pombo (arriesgado apellido para desdeñar la lectura) tiene las estanterías de su casa vacías. Me he acordado de Borges: "Ordenar bibliotecas es ejercer, de un modo silencioso y modesto, el arte de la crítica". En este sentido, la biblioteca sin libros de Pombo la convierte en una crítica implacable. Podría estar de acuerdo con ella. Es una biblioteca, lo acepto, en que faltan los mejores libros. Pero en compensación tampoco hay ninguno de los peores, que son la inmensa mayoría.
3. De jovencito me gustaba acortar el "Hay que ser absolutamente moderno" de Rimbaud para dejarlo en "Hay que ser absolutamente". La frase de María Pombo también se podría acortar: "Leer nos hace". (Al menos a unos pocos.)
4. Ábalos me cae cada vez mejor. Sus carpetas de tías en cueros lo convierten en mi semejante, en mi hermano. ¡Qué pena que yo no haya tenido su habilidad para manejar presupuestos! He hecho el bien porque no he podido hacer el mal, simplemente. Ahora se avecinan las declaraciones de su exmujer, que cuadruplicarán mi idolatría. Lo primero que ha soltado es maravilloso. Cuenta que les dijo a sus hijos: "Perdonad por haberos elegido a este señor de papá". Es como cuando Leopoldo María Panero acusó a su madre: "Lo que nunca te perdonaré es que, pudiendo haberme tenido con Luis Cernuda, me tuvieses que tener con el Conejito Blanco". (Así es como llamaba a su papá.)
5. He de escribir una nouvelle diderotiana: Amparo Rubiales o El patriotismo de partido produce monstruas. Lo último han sido sus palabras contra Isabel Perelló, presidenta del TS y el CGPJ, por su defensa de la independencia de los jueces. Rubiales culmina ("y mi feminismo es sabido", dice): "me gustaría que se recogiera esa melena sobre la cara". Nada más nítido para ver en qué se ha convertido el PSOE que el espejo de Rubiales.
6. Siempre pensé que a Sánchez solo podría derrotarlo un senador, es decir, una figura senatorial que encarnase exactamente lo contrario de lo que Sánchez representa. Por desgracia, Feijóo no es esa figura. Está cada vez más exasperado, más deshilachado, más sanchistizado. Y encima tampoco lee.
7. Agresiones a lo que más amo: Lisboa, la Vuelta. Noto que se resquebrajan mis pilares. Nunca me llegué a montar en el tranvía descarrilado, pero me gustaba verlo ahí, subiendo y bajando como parte de la cotidianidad lisboeta. Su estruendo con muertos ha sido la reproducción en una calle del terrible terremoto. Algo que no le pega a la pacífica Lisboa. En cuanto a los cretinos que cortaron la Vuelta en Bilbao, está claro que se movilizaron no por los muertos de Gaza sino por los terroristas de Hamás. Al fin y al cabo los comandaba un etarra. En este contexto son espeluznantes las palabras de la sin duda bondadosa Caballero: "¿Vale más la salud y la vida de un ciclista que la de un gazatí al que el gobierno israelí está dejando morir de inanición?".
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En The Objective.
5.9.25
Cóctel indumentario y tochos para la playa
[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 5:27]
Buenas noches. Antes que nada quiero dar cuenta de un cóctel indumentario de mi invención. Yo el verano lo paso, como saben, en camisa de manga corta y bermudas. En cuanto al calzado, nadie me baja de mis chanclas. Pero las chanclas a pelo siempre me han parecido sosas, así que les he añadido un complemento: no el calcetín de los guiris, demasiado aparatoso, ¡sino el pinki! Como nos ilustró Narváez, el pinki es ese calcetincito que no pasa del tobillo. A la combinación de las chanclas con pinkis le he puesto, en honor a nuestro compañero, "cóctel Narváez". Les invito a que lo prueben y verán qué elegante les queda. Pero yo no he venido hoy aquí a hablar de frivolidades, sino de libros: de los libros de playa. Libros que no han de ser frívolos, sino todo lo contrario. Nada detesto más que esas llamadas "lecturas refrescantes" que se suelen asociar a la playa porque son lecturitas fáciles, cómodas e insustanciales. Yo defiendo como lectura playera el tocho, y a ser posible el tocho filosófico. Tengo un amigo que se ha leído en la playa la Fenomenología del espíritu de Hegel, Ser y tiempo de Heidegger y El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer. Yo, por mi lado, me he leído este agosto un libro no filosófico pero sí filosofante: Extinción de Thomas Bernhard, su novela más extensa y, como todas las suyas, sin un solo punto y aparte. Son lecturas perfectas para la playa porque cada quince minutos puedes ir a refrescarte la cabeza en el mar. Cuando la sumerges, el agua hierve un poco a su alrededor. Desde arriba el sol te mira mosqueado, porque siente que estás intentando competir con él. Aunque luego se carcajea cuando te ve marcharte con tus chanclas con pinkis.
4.9.25
¿Es una comedia? ¿Es una tragedia?
Paradoja de la prolongación del sanchismo: es una tragedia que ya solo puede vivirse como comedia. Quien lo viva como la tragedia que obviamente es está perdido. La agonía unamuniana del "me duele España" deja inerme al que la siente: se ve tragado en su propia espiral. Es más espabilado el "estoy hasta los cojones de todos nosotros" de Estanislao Figueras. He aquí un diagnóstico (que no excluye a quien lo emite) ahogante pero respirable. Al menos por la bocanada que entra con la risa.
Leo a mis colegas analizar la entrevista a Pedro Sánchez de Pepa Bueno: una farsa en las dos sillas, y en el hilo entre ambas. Solo se podría no ser falaz analizándola en términos teatrales. La apariencia de neutralidad inicial de la entrevistadora es apenas síntoma de su conciencia de falta de neutralidad, que terminó aflorando. Al fin y al cabo, ella sabe por quién presenta el Telediario: por el que tenía enfrente. Este, por su parte, habló en todo momento como si lo hiciese por primera vez. Como si no existiera un archivo con él mismo desmitiendo cada una de sus afirmaciones. (Al menos Bueno le mostró una ficha de ese archivo.)
¿Hay que tomarse en serio a Sánchez? ¿Hay que darle relevancia? ¿Hay que analizar lo que dice? El hecho de que sea el presidente del Gobierno casi obliga a responder que sí. Pero va a ser que no. Si algo está acreditado es su descrédito. Como mucho, se puede intentar detectar si aflora algún indicio o signo, igual que hacían los kremlinólogos. Se puede aspirar a ser sanchólogo, una ciencia descompensada. En este sentido, hicieron mejor quienes se centraron en su aspecto.
Su autodestrucción física, su autodestrucción específicamente facial, tal vez esté siendo el único acontecimiento moral de su carrera política: un acontecimiento no voluntario sino involuntario, fisiológico. Sé que con esto corro el riesgo de parecer uno de aquellos curas que pronosticaban ceguera o caída de manos si se incurría en masturbación. Confío en estar más cercano a un moralista francés del XVIII; que hubiese leído a Freud, por supuesto (anacronismo este ocultado porque se habría descubierto a la larga). En las somatizaciones el cuerpo sabe que algo no va bien, aunque lo ignore el sujeto. En el caso de Sánchez hay algo que va mal, incluso muy mal: Sánchez.
Se ha mencionado, a propósito del presidente, El retrato de Dorian Gray y El traje nuevo del emperador (Wilde y Andersen). Se podría añadir a Berkeley, del que tanto hablaba Borges. Según el filósofo irlandés, es el sujeto el que sostiene su mundo, por medio de su percepción. Si dejo de percibir una piedra, esta deja de existir en mi mundo. Lo traigo porque Sánchez, el sanchismo, es el mundo sostenido por los sanchistas. Los sanchistas componen el lienzo en el que está pintado el retrato de Dorian Gray. Los sanchistas confirman que Sánchez no va desnudo: va vestido con el traje que ellos le ponen. Un traje de saliva, por cierto: sus lametones lo tejen sobre su piel.
Un perspectivismo atroz ha destruido la conversación pública española. Un perspectivismo hecho de mónadas (¡aparece también Leibniz en esta columna!) cuya perspectiva la determina la ideología o el partido; o el simple accidente topológico de considerarse a uno mismo "de izquierda" o "de derecha", como elemento existencial y no racional.
No se puede dialogar en verdad, únicamente emitir frases. Lo que predomina es el teatro. Tal vez así haya sido siempre en España, solo que en el sanchismo (este fenómeno tan español) se produce con una obscenidad extraordinaria. Es realmente una comedia.
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En The Objective.
31.8.25
Todos los partidos tienen razón
[Montanoscopia]
1. De nuestros partidos políticos se puede afirmar lo que Schopenhauer afirmaba de las naciones: cada uno se mete con los demás, y todos tienen razón.
2. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros: la primera actuación del Gobierno con los incendios fueron los chistes del ministrete. Este dice ahora (cómo le gusta adornarse) que las provocaciones están bien si las sustentan ideas. Lo podría defender. Solo que del ministrete consta una única idea: la obediencia ciega, servil, al (puto) amo.
3. El tétrico panorama de presidentes autonómicos del PP, ineficaces en inundaciones e incendios, le resta a Feijóo, que no pasa de ser un presidente autonómico sin autonomía (la tuvo y parece que le imprimió un carácter irreversible). A la sordidez del sanchismo solo alcanzará a sucederle, con mucha fortuna, la mediocridad del feijooísmo.
4. La presidenta Ayuso le entrega el premio de Literatura de la Comunidad de Madrid a Alfonso Ussía. ¡A Alfonso Ussía! El problema de la derecha es que no tiene a nadie relevante en cultura. Cuando llega al poder se desespera para cubrir sus puestos y dar sus premios. Estos solo pueden ser, casi, para los de izquierda reprobados por la izquierda. El resto, los de derecha propiamente dichos: apenas variantes, con las piernas más o menos largas, de Norma Duval.
5. Es falso que España sea un país aconfesional. Es un país sometido a la religión del nacionalismo, al que nadie le chista. Cuando la del BNG dijo que "Orense" no existe, que solo existe "Ourense", la respuesta de la ministra fue agachar la cabeza como pecadora. Faltan volterianos en España. Faltan cabezas erguidas contra el oscurantismo nacionalista.
6. Este lunes Pepa Bueno vuelve a presentar el Telediario. Debuta con una entrevista al presidente del Gobierno que podría titularse Masaje en prime time. Espero que la acreditada sanchista modere su entusiasmo y no llegue al final feliz.
7. No creo que el cuento español, que siempre ha gozado de mala salud, se reponga del golpe asestado por El País este agosto: esos horripilantes "amores de verano" que empezaron con Rufián, pasaron por González Porn y acaban hoy domingo con alguien que me está vedado ver, porque escribo el sábado, pero que confío esté a la altura. En sus buenos tiempos El País (así lo viví yo) era una prolongación del bachillerato; por eso, entre otras cosas, prohibía las inocentadas y fomentaba el cuento español. Hoy El País es una prolongación de la destrucción del bachillerato.
8. Al final en El País no están los mejores: Savater, Azúa, Pardo. Ahora están en The Objective, junto con tantos otros (incluidos su primer director Cebrián y nuestro director Nieto). Este periódico está sacando (en vídeo y por escrito) una fastuosa serie de entrevistas de Andreu Jaume a Savater: serán diez y va por la quinta. Además, en primavera se publicó un libro de Fernando Savater del que no se ha hablado: Claves, en Jot Down Books. Recoge sus editoriales para Claves de Razón Práctica entre 2012 y su desaparición en 2023. La revista nació en 1990, pero hasta la muerte en 2011 de Javier Pradera (codirector con Savater) no llevaba editorial. Es un libro sin duda menor, pero con gracia; y con apuntes de ideas; y con una sintomatología de la situación nacional que se va degradando. No me resisto a poner unas líneas del prólogo, quizá significativas: "Nos divertíamos haciendo la revista: dos o tres veces al mes me reunía con Javier en su despacho de Miguel Yuste y Juan Cruz, que ocupaba el despacho de al lado, ha contado que nuestras carcajadas le escandalizaban un poco".
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En The Objective.
28.8.25
Curiosos eventos las presentaciones de libros
Un mérito de los escritores es fijarse en una zona de la realidad que aún no había sido tema de escritura. La realidad es entera una carta de Poe y, aunque está a la vista de todos, extraer de ella lo que se ve requiere una educación de la mirada. Esto ha hecho Enrique Bueres con esos curiosos eventos que son las presentaciones de libros. Estaban ahí a la vista de todos, particularmente de los escritores, pero el que las ha visto ha sido él.
De ellas trata su libro Lo propio y lo ajeno (Renacimiento), una lectura deliciosa cuya delicia incrementan el prólogo de David Trueba y el epílogo de Pepe Colubi, estupendos. Dice Trueba: "Bueres es ácido, asentimental, ingenioso y malvado solo en la gradación que resulta soportable". Y Colubi: "Cuando lo cree conveniente, reparte Bueres estopa con la precisión de un espadachín, la furia de un bateador y la inmisericordia de un obispo". Llegué al libro por el podcast de Manuel Sollo, que recomiendo; y recomiendo el libro como lectura para el final del verano (sintagma este que uno no puede formularse sin la entonación del Dúo Dinámico, DEP).
De las presentaciones narradas en Lo propio y lo ajeno, que pertenecen al periodo 2000-2002, yo estuve en una de 2001 en la Fnac: la de Terapia de Ariel Dorfman, con Joaquín Estefanía y José Saramago. La recuerdo perfectamente. Para preservar mi integridad física asistí disfrazado de saramaguiano, lo que consistía en llevar colgado un zurrón (¡ir de Uclés avant la lettre!). En los últimos años he encontrado a Bueres en algunas presentaciones de Tipos Infames, y en una (creo que de Ray Loriga) estuve sentado a su lado. Lo conozco solo de vista y de nombre, por la ya desaparecida revista Clarín, donde se publicaron por primera vez estas crónicas. Ahora adquieren gracia tales coincidencias.
Asistir a presentaciones de libros, y conferencias y charlas en general, es una afición de mis tiempos de estudiante en Madrid. Por la mañana miraba las convocatorias en los periódicos del colegio mayor y me armaba el programa de tarde. La primera fue en la Biblioteca Nacional (¡hace cuarenta años!), la del libro La perversión del lenguaje de Amando de Miguel, con Jesús Hermida, otro que no recuerdo (¿Senillosa?) y Luis Antonio de Villena, de quien era fan y por eso asistía. Me senté en primera fila y me levantaron abruptamente unos gorilas. Pasé a la segunda y en mi sitio recién dejado se sentó el ministro Barrionuevo, a quien tuve delante durante toda la presentación. Aún me impresiona saber que entonces estaba metido en los GAL.
No me cabe consignar todas las presentaciones a las que asistí, solo digo dos. Una de Luis Racionero, creo que la de su novela sobre Ramón Llull, que me hizo gracia porque el autor se quedó en blanco y dijo sin más (sin ansiedad): "Pues hemos terminado". Y otra de Fernando Savater, la de A decir verdad, de la que el presentador Tomás Pollán (entonces ágrafo célebre) dijo que con esa publicación Savater alcanzaba el mismo número de libros que de años.
En la actualidad voy ya a presentaciones de libros de amigos, con su trastienda: la cena posterior. Y hasta he asistido a presentaciones de libros míos. En la de El Rastro de Andrés Trapiello en 2018, Javier Gomá empezó esbozando una Fenomenología de las presentaciones de libros: una operación de la mirada, caigo ahora, como la de Bueres, solo que desde el punto de vista filosófico. Así que a las presentaciones de la rentrée asistiré (también virtualmente) de otro modo mejor, más perceptivo.
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En The Objective.
24.8.25
La frase más nihilista de la historia
[Montanoscopia]
1. Los ufanos familistas, que se jactan de haberle puesto dique al nihilismo gracias a la institución familiar, son los principales emisores de la frase más nihilista de la historia: "¿Qué echan hoy en la tele?".
2. A veces pienso en los amantes a los que el patán The Puentete sencillamente les ha jodido la vida. Hace años tuve una relación Málaga-Madrid que dependía del raíl riguroso de los trenes, de su estricta puntualidad. Llegaba con el tiempo justo el viernes, tras salir del trabajo. Partía el lunes a primera hora, nada más saltar de la amorosa cama. Y así en otros festivos, puentes o moscosos. El horario se traducía en aquilatada felicidad. Funcionaba cotidianamente. Ahora me sorprendo aliviado de que aquella relación ya esté muerta. No habría podido soportar que el ministrete fuera su ejecutor.
3. Uno de los tontos más eminentes de nuestra intelectualidad va detrás de un premio, me llega, prestigioso. Por estos manejos me imagino cómo ha conseguido los que tiene, puesto que orgánicamente los acumula: tal es su inanidad. Qué diferencia con Savater, quien enumeró en una entrevista las tres cosas que hay que hacer con las condecoraciones: "no buscarlas, no rechazarlas, no ponérselas".
4. El acomodaticio Del Molino escribió que no es menos español que un voxista, aunque no le gusten las verbenas, y el voxismo se le echó encima. Así que me tuve que posicionar junto al acomodaticio. ¡Qué país más pesado! ¡Y este es el que supuestamente hay que amar! ¡Pretenden darte cucharadas de españolidad como aceite de ricino y encima te exigen un plus de sentimiento! El gran problema español ha sido siempre la incapacidad para el pensamiento abstracto. Por eso no les entra en la mollera el (limpio) concepto de ciudadanía formal (¡vacía!). Al parecer no basta con cumplir la ley: hay también que ir a verbenas, bailar jotas y despeñar cabras desde campanarios.
5. Así pierden la batalla cultural los melones que dicen entablarla: no encomendándose a la Ilustración y a la universalidad que lo woke revoca, sino a un más turbio oscurantismo.
6. Entrañables esos gallegos, asturianos y demás a los que les ha dado por sacar vídeos contra los madrileños que visitan sus regionales y provinciales tierras. Qué dócilmente se amoldan a la denominación ya dispuesta para ellos: paletos.
7. Este verano nuestros políticos han tenido a los españoles donde querían: quemándose a la parrilla. Hace unos meses los tuvieron ahogándose. Muerte por fuego, muerte por agua: el sueño de nuestros políticos para con los desgraciados que los votan. Es la culminación de larguísimos años de selección adversa mediante la cual los peores de la sociedad son los que han llegado arriba, como regurgitaciones de retrete. Ya cuestan vidas contantes y sonantes: vidas que sin ellos seguirían vivas. Pero a ellos les da igual: solo se acusan entre sí, eludiendo sus responsabilidades como irresponsables. ¿Antipolítica? Qué si no. Pero una antipolítica radical, cuyo desprecio incluye a los enfáticos de los extremos, que no arreglan nada. En el Borges de Alifano me encuentro esta definición de la política según Azorín (supongo que sería el joven Azorín, el anarquista): "juego sucio entre matones".
8. Más perlitas del Borges de Alifano, que voy picoteando junto al ventilador. Borges llama a los periódicos "museos de minucias efímeras". Y dice que en su juventud se ganaba el pan "escribiendo para el olvido, haciendo periodismo". Tiene memorables pullas contra Perón, pero no puedo reproducirlas porque prometí que en agosto no hablaría de Sánchez. Por último (por ahora) esta maravilla: "Una de las mejores inversiones de la vida es la adquisición de buenos recuerdos".
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21.8.25
El verano de Arquíloco
Se suponía que aquel verano debía ganar algo de dinero para el curso que iba a empezar en Madrid en octubre (¡entonces empezaban en octubre!) y solo encontré trabajo (tampoco era yo un lince buscándolos) como vendedor de enciclopedias. Adelanto que no vendí ni una, pero la experiencia tuvo su interés.
Estaban en sus toallas con la antología de lírica arcaica griega de Carlos García Gual en Alianza, que habían robado de la biblioteca. La imagen que tengo de aquella tarde es ideal: mi bici puesta boca abajo en la arena y los tres soltando bromas con material culto. Hasta entonces me había faltado eso. Qué felicidad de pronto estar hablando de altos temas y a la vez gamberrear y reírse.
Al principio fui de acompañante de una vendedora experta, para observarla. Se me rompía el corazón al ver cómo les colocaba enciclopedias a padres pobres por medio del chantaje emocional sobre el futuro de sus hijos, quienes contribuían poniendo cara de Pablito Calvo. Qué habrá sido de aquellas enciclopedias para el futuro, que el futuro inutilizó.
Pronto entendí que para ser un buen vendedor había que creer en el producto. Mi jornada inaugural, tras la ronda de los integrantes del grupo por pisos del barrio elegido, se me ocurrió soltar un chiste sobre la calidad de nuestras enciclopedias. El jefe se sorprendió, y me recitó muy serio los trucos que él mismo nos había enseñado para embaucar a los clientes.
Llegó el momento de salir solo. Fue un desastre. Me ponía de parte de mis supuestas víctimas cuando se resistían a mis esmirriados argumentos. Contraviniendo las instrucciones, me fui a vender a una zona acomodada. En ella el chantaje emocional carecería de efecto, pero al menos no corría el riesgo de entrampar a un desgraciado.
La señora me abrió. La casa estaba muy bien puesta, a diferencia de las anteriores, tan menesterosas. Me permitió que le soltara la retahíla entera, sin interrumpirme. Daba ya por vendida mi primera enciclopedia. Pero la señora rechazó comprarla: me dijo que me había hecho pasar y me había escuchado solo por educación. En ese momento vi en el mueble una fotografía de ella con su marido. Este, no me lo podía creer, era uno de los despreciables profesores de Filosofía que me había dado clase ese año y de los que yo escapaba yéndome a Madrid.
El remate fue en la siguiente puerta. Esta vez era un señor el que me hizo pasar y también escuchó mi discurso completo. Al término, me soltó: "Eres un chapuzas, macho". Resulta que él había sido vendedor, un número uno, según él, y había sentido curiosidad por cómo lo hacía aquel joven. "Fatal", resumió. Y se puso a desgranar mis defectos, que eran todos.
Ahí acabó mi carrera. Fui a casa a soltar los carpetones. Sabía que Curro y Palomo, a los que había conocido precisamente en primero de Filosofía, estaban en la playa de las Acacias. Aún no habíamos ido juntos, por mi dichosa obligación de las enciclopedias. Me puse el bañador, cogí la bici. Recuerdo la alegría mientras pedaleaba por el paseo marítimo, liberado al fin.
Escoger como lema vanguardista los versos de Tirteo de Esparta: "Pues es hermoso morir si uno cae en la vanguardia / cual guerrero valiente que por su patria pelea". O adorar a Arquíloco: "En la lanza tengo mi pan negro, en la lanza / mi vino de Ismaro, y bebo apoyado en mi lanza". Su libertad de tirar el preciado escudo: "¡Váyase al diantre! Ahora adquiriré otro no peor".
Fue entero el verano de Arquíloco, con vida pagana (éramos nietzscheanos, al cabo) junto al mismo mar. ¡Sensualidades de Safo y Alceo, vigor de Píndaro! Y la inoculación melancólica de poetas como Anacreonte, Teognis o Mimnermo, que nos hacían conscientes de la caducidad y la decrepitud a los diecinueve años. Pero la solución la daba el propio Arquíloco: "Porque ni llorando remediaré nada, ni nada / empeoraré dándome a placeres y festejos".
En cuanto al dinero que me faltaba, me siguió faltando, pero me fui a Madrid. El chantaje emocional se lo hice yo a mis pobres padres, no en plan Pablito Calvo sino Joselito, niño prodigio y traficante de armas: nuestro Rimbaud.
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En The Objective.
17.8.25
Escribir en chándal
[Montanoscopia]
1. Vidal-Folch (el nuestro, el bueno) ha escrito un estupendo artículo sobre Pessoa, en el que expone algunas de las enseñanzas que le ha proporcionado la repetida lectura de la biografía del poeta portugués escrita por Richard Zenith. Hacia finales de año la publicará Acantilado en español. El articulista no dice, por coquetería, que la traducción la ha hecho él. Aunque creo que además de la coquetería está la culpa. Las maratonianas jornadas que le exigieron este libro monumental le obligaron a traducir en chándal. Esta es una especulación mía, pero resulta de cajón. Entiendo que el declarado antibermudista (y antimangacortista) Vidal-Folch trate de escamotear que en casa se pone chándal para traducir y para escribir. No dudo, eso sí, que el chándal le siente bien, como es propio de un hombre tan elegante.
2. Hago una asociación pessoana a partir del diario de Juan Marqués Creo que el sol nos sigue, que ha publicado Pre-Textos. La primera versión de algunas entradas aparecieron en su día en The Objective (el título, por ejemplo, sale de esta). El libro es corto y suficiente como un poemario. En un pasaje, después de releer con disfrute Biografía del silencio de Pablo D'Ors, escribe Marqués que le escama: "Esa insistencia en que la meditación es el mejor modo de conocerse, esa obsesión con reflexionar sobre uno mismo, esa manía con pensarse...". Aquí es donde me he acordado de Pessoa, una de cuyas odas de Ricardo Reis termina: "Los dioses son dioses / porque no se piensan".
3. Como individuo flotante y aislado, sin pertenencia clara (desde luego, cero pertenencia a lo que los apretaos y apretás quieren que pertenezca), estoy disfrutando como nadie con una de mis facetas de este verano: la de cinéfilo del cine japonés. Me he visto todo Ozu y todo Mizoguchi, más algún Shindô, Naruse y Kobayashi. Ahora me dispongo a ver todo Kurosawa, pero antes me he puesto dos películas maravillosas dirigidas por la actriz (y directora también, a partir de ellas) Kinuyo Tanaka: Pechos eternos y La luna se levanta. Ella sale en numerosas obras maestras, con su papadita adorable; por ejemplo, en La vida de Oharu de Mizoguchi. Encontré el debate que le dedicaron en Qué grande es el cine ¡y no se la menciona! A pesar de que ella es la protagonista absoluta y de que, como digo, fue cineasta también. Pechos eternos es un drama pionero sobre el cáncer de mama, con uno de los finales más tristes de la historia del cine. La luna se levanta es una deliciosa comedia sentimental, con guión de Ozu y uno de los finales más felices de la historia del cine.
4. Otra cineasta que me tuvo atrapado en primavera es Chantal Akerman, de la que vi entonces todas las películas disponibles, incluida Jeanne Dielman, que me gustó mucho, aunque todavía más la rohmeriana Los encuentros de Anna. He leído ahora un librito que me compré en Lisboa y que Tránsito tiene editado en español: Una familia en Bruselas. Es prodigioso: una versión literaria, plenamente literaria, de sus películas. Habla sin parar, en chorro musical, coloquial, bernhardiano, una mujer que puede ser la madre de la autora, una polaca superviviente de Auschwitz que terminó residiendo en Bruselas. Ya la conocíamos de la película No home movie, la última de Akerman, y de otras alusiones e interpretaciones por otras actrices. Para ella su madre era tan fundamental que se suicidó tras su muerte. Akerman misma sale en sus películas con un poderoso desaliño, libérrimo, desprejuiciado: en chándal y cosas peores (o mejores: desnuda). Pocas ha habido más brillantes que ella.
* * *
En The Objective.
14.8.25
El verano de Griguol
"Traigo tresientas gorras y ninguna bonita", dijo Carlos Timoteo Griguol con su acento argentino cuando llegó a España para entrenar al Betis. Era Chiquito de la Calzada hecho míster. Lo adoré al instante. Fue en el verano de 1999 y solo aguantó un año en Sevilla, durante el que seguí todas sus declaraciones y no cesé de imitarlo. El verano siguiente, el del 2000, tuve que quedarme por primera vez en Madrid, trabajando. Decidí llevar gorras a lo Griguol y por eso le puse "el verano de Griguol".
No solo llevé gorra, sino todo lo demás: pioneras bermudas, camisas de manga corta, gafas de sol, sandalias. Me camuflé de turista para vivir el julio y el agosto madrileños. Por fortuna trabajaba en casa, escribiendo una serie; solo tenía un par de reuniones semanales. Me quedaba mucho tiempo libre y vivía Madrid a ese ritmo mitificado del verano. Lo que se cuenta es verdad: uno añora el mar, está claro, añora las vacaciones; pero, ya puestos, echa unos días y noches aceptables, con su poética particular. Luego tuve que pasar más veranos, pero el que recuerdo es el primero, en que todas aquellas sensaciones se grabaron en mí.
Iba mucho al cine yo solo, por la refrigeración. Me metía en los cafés de la cadena Jamaica, por la refrigeración. Leía la prensa de pie en el Vips; solo me compraba El País si había artículo de Savater o Azúa. Comía también en el Vips, o en el McDonald's o en la Cantina Mariachi. "¿En qué franquicia comes hoy?", me preguntaba con sorna un amigo. La Cantina Mariachi a la que yo iba la cambiaron de un día para otro por un Lizarran: se quedaron los mismos camareros mexicanos disfrazados de pamplonicas. En la calle los pasos debían ser lentos, y siempre por la acera de sombra. Si uno tenía que cruzar por un tramo de sol, sentía el cuchillo caliente cortándole el cuerpo. Había algo zen, o samurái.
Solo salí una vez de Madrid en aquellos meses: para ir a ver a João Gilberto a Barcelona, que actuaba en el Grec. Me escapé con mi amiga Marga, que era la productora de Gran Hermano, entonces en su apogeo. Con frecuencia ella tenía que resolver por el móvil asuntos de la Casa. En Barcelona reencontré aquel día la brisa mediterránea, que recibí con felicidad tras tanta ausencia. Y por la noche el genio de la bossa nova, que nos dejó mudos.
Iba también al templo de Debod, a la Fnac, y por la noche a las terrazas de Olavide y Conde-Duque. Recuerdo que fue el verano del submarino Kursk, cuyo rescate imposible estuvo durante días en la tele, como una pecera siniestra. Una tarde me terminaba mi McPollo en la plaza de los Cubos cuando pasó caminando muy despacio, solo, Lou Reed. Le eché un vistazo y seguí con mi comida. Me gustó no inmutarme, porque eso probaba que yo era un neoyorquino más. (Para disipar dudas miré al día siguiente el periódico y, en efecto, Lou había estado en Madrid.)
Yo vivía por la zona de Serrano Jover con Princesa. En las madrugadas de calor insoportable me vestía (sin las gafas de sol ni la gorra de Griguol) y bajaba hasta la plaza de España. Me situaba en la esquina del hotel con calle Reyes: allí siempre corría el aire. Es el cruce mágico de Madrid. Dos o tres más en la ciudad lo sabían y allí nos instalábamos, sin decir nada, absorto cada uno en su chute de fresquito. Era como Fuego en el cuerpo, pero sin ganas de follar.
* * *
En The Objective.
10.8.25
Emulsiones engrúdicas y apestosas
[Montanoscopia]
1. Al relato de Gabriel Rufián en El País solo me he acercado con el desactivador de explosivos, es decir, por medio de los análisis que Ricardo Dudda ha hecho en The Objective y Letras Libres. La emulsión engrúdica y apestosa (apestosa a colonia mala) de Rufián sintetiza el estado no solo estético, sino también moral, en que se encuentra nuestra izquierda: entre asintáctico y churrigueresco. No me extraña que toda ella vea hoy en Rufián a su cabeza aglutinante: un separatista antiigualitario por definición, un extranjerizador xenófobo; así está la cosa. Como apunta Dudda, su melopea literaria se corresponde con la melopea política que exhibe en el Parlamento. En otros tiempos era la izquierda la que intentaba, en su empeño ilustrado, podar tales excesos, porque eran los excesos de la tradición carcamal española, que cristalizaron en el franquismo. Lo de Rufián es, en este sentido, franquismo puro: el suyo es un puro problema de prosa. A propósito, vale esto de Jaime Gil de Biedma: "Además de un medio de arte, la prosa es un bien utilitario, un instrumento social de comunicación y de precisión racionalizadora, y no se puede jugar con ella impunemente en la poesía, durante años y años, sin enrarecer aún más la cultura del país –una cultura sometida a graves tensiones, lastrada por el peso de una casi invencible e inveterada insensatez– y sin que la vida intelectual y moral de sus clases ilustradas se deteriore".
2. De la misma estirpe estéticomoral que la prosa rufianesca es la retórica patriótica de Vox, como la de su moción en Jumilla contra los musulmanes en nombre de la identidad, las raíces y las tradiciones españolas. Lo paradójico es que esta chusca metafísica nacional no sería de aplicación a los musulmanes precisamente. Si Islam es sumisión, España no digamos. Tal vez por la directa herencia islámica, nadie hay más sumiso que el españolito medio, obediente de lo que le dicta su imán de cabecera (¡ahí lo vimos cazando a inmigrantes recién desembarcados, como cazan de todo y en todas direcciones, puesto que para cada una hay un imán!). Lo que carece de identidad española, y de raíz y tradición, es por ejemplo la lectura. Así que son los lectores de Jumilla (alguno habrá) los que han de sentirse concernidos por la moción de Vox.
3. Férrea sumisión igualmente la de los articulistas gubernamentales. Entre otras campañas, el Gobierno anda ahora en la del desprestigio de Madrid, en parte para justificar el cupo catalán y en parte porque es el único lugar vivible que queda en España, el único en el que aún se puede respirar, y eso resulta intolerable. Así que allá que van los articulistas, desplegándose por las playas españolas para escribir cuadros costumbristas como ordenanzas en bañador; cuadros en los que nunca faltan unos malos que (¡vaya la casualidad!) son madrileños.
4. Sigo con el Primer cuaderno Borges de Roberto Alifano. En la página 30 aparece un curioso personaje. Están en 1974, Alifano explica que una de las influencias del "peronismo revolucionario" es la Rerum novarum de León XIII y dice Borges: "Sí, eso lo sabía. Un cura jesuita que es profesor de literatura y me visita, llamado Jorge Bergoglio, me habla siempre de esa encíclica, a la que él se adhiere, por supuesto".
5. Tengo curiosidad por ver cómo trata Borges a Alifano en el diario de transcripciones de Bioy Casares. El resultado es triste. Apenas hay tres o cuatro menciones, entre displicentes y despectivas. Hasta que un día de 1982 anota Bioy esto de Borges: "María [Kodama] veta a Alifano. Me va a dejar solo".
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En The Objective.
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