26.3.11

El trípode

Siempre me gustó el uso que hace Andrés Sánchez Pascual del término simplista en el prólogo a su traducción de Radiaciones. Se refiere al periodo de Ernst Jünger en el Cáucaso, entre noviembre de 1942 y febrero de 1943:
Jünger estaba buscando un Sila que pudiera oponerse a Hitler, un simplista, enérgico y brutal "general del pueblo" capaz de enfrentarse al terrible simplificador que era el tirano.
Esa idea del simplista: el que hace abstracción de la complejidad de la vida (y la multiplicidad de pensamientos) y actúa. Corta el nudo gordiano. Los budistas saben que la complejidad y la multiplicidad no dejan de ser un espejismo: el velo de maya.

Me he acordado a propósito del libro de Murakami que he estado leyendo. Murakami es un simplista, pero quizá debiera hacerle caso para enfrentarme al Hitler de mi incompetencia. En De qué hablo cuando hablo de correr Murakami habla también, naturalmente, de escribir. Y, con todo su simplismo, monta un trípode escueto, que no es gran cosa pero sí de una diáfana simplicidad. Según Murakami, para escribir (para escribir novelas: habla de maratones) hacen falta tres cosas: talento, concentración y constancia. Sin esas tres patas el novelista no se tiene en pie.

El trípode es el único modo de sostenerse con firmeza, sin forzar equilibrios. Nuestras dos piernas humanas no cuentan, porque, por la extensión del pie, en realidad son un apoyo de cuatro puntos. El cojo lo sabe: por eso precisa de una muleta. En cuanto a mí, son dos las patas que me faltan para componer el trípode.

21.3.11

Correr

Llevarse a Montaigne a la cama es un problemón. El tocho de Vallcorba resulta impracticable. También para sacarlo de paseo. Así que esos dos lugares ideales para leer a Montaigne, la cama y el banquito frente al mar, quedan descartados. Hay que hacer entonces esa cosa rara: leer a Montaigne en el escritorio, adustamente, como quien estudia oposiciones. También de ahí emana el placer, aunque menos de lo que lo haría en los otros sitios... Una edición desmontable de Los ensayos sería lo suyo. (Están las de Cátedra y Orbis, en tres tomos, pero no son buenas.) De manera que vuelvo a admitir un libro adicional. Retomo el que tenía: De qué hablo cuando hablo de correr, del Murakami malo, Haruki (del bueno, Ryu, apareció ayer un artículo sobre el terremoto de Japón). Haruki es como tontaina, pero tiene algo: funciona. El libro está bien. Y ofrece lo que yo necesito: un canto al esfuerzo, a la disciplina, a la constancia. La cuestión estaría en tomar el ejemplo de Murakami pero para escribir libros que no fuesen tan malos como los de Murakami... Digo malos sin haberlos leído: apoyándome en el hecho de que todas mis amistades lectoras que lo han intentado con Murakami han dicho, sin excepción, que Murakami es una patata. De qué hablo cuando hablo de correr, en cambio, se lee estupendo. Murakami baja el nivel a tope para hacerse comprensible por todos. Y yo, en tanto uno más de esos todos, lo comprendo perfectamente. Lo fundamental lo consigue: despertar el gusanillo de lanzarse a correr. Mi problema es que ahora peso demasiado. Se me resienten las rodillas. Debo adelgazar y salir a correr de nuevo. Me lo pasaba bien corriendo. Era un ejercicio que me gustaba. (Este es el tipo de frases comprensibles que escribe Murakami.) Mi lugar de carrera, hace diez años, era el templo de Debod. Lo tenía a cinco minutos de casa, caminando; y una vez que llegaba allí me ponía a correr. Qué buenos recuerdos, con las distintas estaciones. No daba vueltas estrictamente al templo, sino al parque que lo rodea. Al principio el camino era de tierra, pero le pusieron adoquines. La época de las obras, 2002, fue la última en que corrí. Las rodillas comenzaron a darme la lata. Pero volveré en cuanto pueda.

20.3.11

El recuerdo de una sensación

Tengo una sensación asociada a una canción, "Na Baixa do Sapateiro", y la recuerdo ahora. Para contarla bien debería hablar más de aquella noche, de aquel verano; pero prefiero dejarla exenta. La circunstancia imprescindible es que me encontraba en un concierto de Caetano Veloso en el Conde-Duque, a principios de julio de 2000. Había adorado sus últimos discos, Livro y Prenda minha, de los que me gustaba especialmente la versión del clásico de Ary Barroso que traía el primero. Deseaba escuchar en vivo su introducción de vientos y después la delicia de la melodía y la letra: "Amor bobagem que a gente não explica, ai ai / Prova um bocadinho, ô / Fica envenenado...". Tenía ganas de mear. Llevaba muchos minutos aguantándome. Aguantaba porque no quería perderme la canción. Hasta que no pude más. Aprovechando otra canción me levanté. Atravesé las gradas y llegué a las casetas del servicio. Había cola. Esperé. Llegó mi turno y pasó lo que tenía que pasar: empezó la canción. Escuché los vientos en la amortiguación de la caseta, resignado. Y entonces sobrevino la felicidad. Esa felicidad como acolchada que se siente en los márgenes de las fiestas. La felicidad se prolongó durante mi regreso por las gradas, con el aire de aquella noche de verano y la música. Llegué y me senté, pero eso ya no lo recuerdo. Me recuerdo sólo regresando, mientras duraba la canción.

19.3.11

Ciclista subiendo una escalera



Me envía Losada la imagen de este ciclista subiendo una escalera, doblemente duchampiano: por el aprendiz al sol (cuya cuesta es la del Ventoux) y por el desnudo bajando una escalera. Aparece en la portada del libro Against Common Sense, de Alexei Ivanov, que Losada ha visto aquí. En la web de Art.Lebedev Studio, que se ha ocupado del diseño, encuentro algunos ensayos anteriores:







En esta última también baja. Pero dije doble y el ciclista es cuádruple, quíntuplemente duchampiano: las ruedas en aspa remiten al Vidrio Rotatorio y a la tijera del Gran Vidrio; que a su vez remiten a la rueda de bicicleta, a los rotorrelieves o al molinillo de café... Y así podríamos seguir: pedaleo mental.

* * *
PS. Alejo Urzass me manda el primer vídeo. Y después he dado con otro de ciclismo de ruedas cuadradas sobre girasol.



18.3.11

El papelón

Si alguna vez termino algo y lo publico, ¿qué voy a decir en las entrevistas? (¡si me las hacen!). A veces me quedo mirando las preguntas a otros, tratando de elaborar respuestas. La conclusión siempre es la misma: ¡menudo papelón el mío! Veamos un ejemplo. Anteayer Patricio Pron colgó en su blog un pequeño cuestionario sobre literatura y política: "¿Hay motivos para rebelarse?". Eran preguntas que le hizo Peio H. Riaño para un artículo de Público. Me las puse a mí mismo y vean, vean qué plan:

Antes de empezar, me gustaría preguntarle si entiende la literatura como un arma de intervención política.
Nunca he pensado en ello.

¿Una novela política o social es también ideológica?
Supongo que sí, ¿no?

¿Cree que se le está prestando la suficiente atención a las injusticias del momento? ¿Echa en falta propuestas en el panorama nacional narrativo con acento en estos problemas?
A la primera: no lo sé. A la segunda: las propuestas suelen sobrarme, no faltarme.

¿Está la novela política en crisis?
No la sigo.

¿Es un problema de márgenes: cuánto tiempo necesita la narrativa para reaccionar ante la actualidad? ¿Es un problema de temas: la narrativa debe interesarse por la actualidad?
No me sé ni lo de los márgenes ni lo de los temas.

¿Hay motivos para rebelarse, para darle a un texto interés y tinte político?
¿Motivación? ¿Tinte? Ah, esto iba de autoayuda y cosmética...

* * *
¿Lo ven? Al final me inclino por el chistecillo... ¿Adónde voy yo así? Lo que me inquieta es esto: ¿no será al revés? Es decir: ¿no será que primero hay que saber responder a las entrevistas y solo entonces logra uno terminar algo? (Esta tampoco me la sé.)

17.3.11

Los veinte mandamientos

Me he hecho con el libro de Sarah Bakewell, How to Live, or, A Life of Montaigne, y ahora puedo completar sus veinte mandamientos montaigneanos:

1. No te preocupes por la muerte.
2. Presta atención.
3. Nace.
4. Lee mucho, olvídalo casi todo y sé lento.
5. Sobrevive al amor y a la pérdida.
6. Sírvete de pequeños trucos.
7. Somételo todo a examen.
8. Mantén un cuarto propio en la trastienda.
9. Sé sociable y vive con los otros.
10. Despierta del adormecimiento de la costumbre.
11. Vive con templanza.
12. Preserva tu humanidad.
13. Haz algo que nadie haya hecho antes.
14. Asómate al mundo.
15. Haz bien tu trabajo, pero no demasiado bien.
16. Filosofa sólo por accidente.
17. Reflexiona, no te quejes.
18. No quieras controlarlo todo.
19. Sé común e imperfecto.
20. Deja que la vida sea su propia respuesta.

15.3.11

El momento de Montaigne

Ayer Iñaki Uriarte me mandó este artículo del New York Times: "Montaigne's Moment". Luego vi en la librería la nueva novela de Jorge Edwards: La muerte de Montaigne. Por mi parte había leído, de mañana, el tercer ensayo de Los ensayos: "Nunca estamos en nuestro propio terreno, nos encontramos siempre más allá. El temor, el deseo, la esperanza nos proyectan hacia el futuro, y nos arrebatan el sentimiento y la consideración de aquello que es, para que nos ocupemos de aquello que será, incluso cuando ya no estaremos". Tenía varios libros para leer tras El ciclista, en combinación con Montaigne (y Petrarca): De qué hablo cuando hablo de correr, de Murakami; En solitario, de Salter; y otro sobre ciclismo que he encargado. Pero me voy a quedar solo con Montaigne (y con Petrarca). Me vendrá bien un tiempo en la torre.

* * *
PS. Ana Nuño me envía este otro enlace montaigneano.

13.3.11

El ciclista

Junto a Montaigne y Petrarca, que se ha sumado al pelotón (o al grupo de escapados), he leído esta semana El ciclista, del holandés Tim Krabbé: un libro ideal para meterse en una carrera y matar el gusanillo. Cuando me aficioné al ciclismo compré una bici para eso, y lo conseguí con las carreras que eché con mis primos y mi hermano. Ha pasado mucho, pero guardo aquellas sensaciones. Y también las de las salidas en solitario, que fueron la mayoría. Un cierto olor de asfalto y campo; ascensos, descensos, arcenes de autopista; rutinas, curvas, pensamientos; la rotación de las estaciones como si las moviesen las mismas pedaladas... Luego veíamos la Vuelta o el Tour y conocíamos, a escala, lo que estaban sintiendo los ciclistas.

Leí entonces la novela de García Sánchez sobre el Tour, L'Alpe d'Huez, y estaba muy bien. Pero esta de Krabbé está mejor: es más seca, más impactante. No cuenta una carrera de profesionales sino de aficionados, de aficionados de nivel. Aquí se meten ciento treinta y seis kilómetros en cuatro horas y media. Es el Tour de Mont Aigoual, un día de finales de julio de 1977. Al parecer es una carrera prestigiosa, pero yo no la conocía. El ciclista llega en su coche, monta la bici, corre, vuelve al coche y se va. Entre dos momentos anodinos (que empalman, cada uno por su extremo, con la vida) transcurre la carrera: páginas intensas entre lasitudes.

Anoto algunos de mis subrayados:
Me di cuenta, algo desconcertado, de que los demás iban más rápido que yo. Digo desconcertado porque no me estaba forzando en absoluto, las piernas no me dolían o, al menos, no era el dolor que uno anota en su diario y conserva durante años. Pero no podía correr más.

Uno tiene poca conciencia encima de una bicicleta. Cuanto mayor es el esfuerzo que hace, menos conciencia tiene. [...] Lo que pasa por la cabeza de un ciclista durante una carrera es una bola monolítica, tan lisa y tan uniforme que ni siquiera se ve cómo gira. La ausencia casi absoluta de protuberancias en la superficie hace que no choque con nada que pueda entrar en el torrente de pensamientos.

Los cambios son como analgésicos, por eso equivalen a rendirse. Al fin y al cabo, si lo que quiero es eliminar el dolor, ¿por qué no elegir un método más eficaz? El ciclismo de competición es justamente generar dolor.

Me enfrentaba a la sencillísima elección de darme por vencido (y no volver a competir) o pasar por encima de mí mismo. Pasé.

Los caminos adoquinados, como sostienen algunos ciclistas de Amsterdam, fueron construidos por los romanos, que iban soltando un montón de piedras desde un helicóptero.
Aparece también el Mont Ventoux, en las evocaciones del ciclista. Cuenta que lo ha subido siete veces, por Bédoin (Petrarca lo subió por el otro camino, el de Malaucène). Sobre un tramo de la subida:
El bosque es lo peor. Durante más de diez kilómetros vas subiendo por pendientes de distinto desnivel, pero siempre superior al diez por ciento. No consigues mantener un ritmo. Ponerte de pie en los pedales no ayuda, sentarte en el sillín no ayuda. Es imposible dividir cuarenta y tres entre veintitrés. Cualquier pensamiento rueda inmediatamente cabeza abajo. Olvídate de hacer un buen tiempo. O subes o no subes; el reloj va a su aire.
En lo que yo nunca había pensado era en el descenso:
Aquella vez de abril, cuando escalé las paredes de hielo del Mont Ventoux, no imaginaba que lo más duro sería la bajada. Cuando iba por la mitad del paisaje lunar nevado conseguí frenar con el último músculo que aún no tenía congelado y desmonté. Seguí a pie un trecho hasta que la sangre empezó a circular otra vez, pero al poco de reemprender el descenso en bicicleta sentí de nuevo cómo se me congelaban la cabeza y las manos y tuve que volver a caminar. Cuando llegué a Bédoin resultó que había bajado del Mont Ventoux tres minutos más deprisa de lo que Gaul tardó en subirlo.

8.3.11

Lecturas

Estuve en Zaragoza de oyente en un congreso de editores y libreros y me llamó la atención una cosa: todos hablaban muy bien. Se ve que, además de andarse con libros, los leen; algo que no ocurre, por ejemplo, entre los profesores universitarios. Hice algunas fotos. Los debates fueron vivos, complejos, entre temerosos y esperanzados; pero en un momento percibí que aquel paraninfo era una atracción que daba vueltas sobre un suelo volátil: el de los lectores. Discutían sobre un negocio cuyo cliente no nace, sino que se hace: y no se está haciendo. Puede que el libro sí tenga futuro, pero para lectores que no existan.

Yo, por mi parte, vuelvo a leer con gusto. Me lo paso muy bien en internet, pero me estraga: es una ebullición de burbujas sin asiento. En cambio, después de un rato de lectura (de lectura en libro) me siento bien. El otro día me sorprendí diciéndome que daba igual el desánimo, porque siempre habrá lecturas en las que enfrascarse. Tiempo de vida, tiempo de lectura. Una de ellas ha sido esa, Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente, que leí a mi regreso de Zaragoza, en un contexto triste. Después saqué a pasear un librito en cierto modo complementario: La felicidad, desesperadamente, de André Comte-Sponville. Ha sido luego cuando he empezado con Montaigne, al que ya estoy saboreando. Voy a simultanear la lectura de Los ensayos, que alargaré, con otras, la primera de las cuales está siendo la de El ciclista.

7.3.11

Secretum

Soy un hombre con un secreto. Con un proyecto. Con un plan.

Cuando me disponía a ir a Asilah, mi amiga Francis me lo dijo: "Eres un hombre con un plan". Aquello me sentó bien.

En cierto modo, se trata de pasar por encima de uno mismo.

Recuerdo este fragmento póstumo de Nietzsche: "En estado de embarazo nos escondemos y somos miedosos: pues sentimos que entonces nos resulta difícil defendernos y más aún sentimos que, si nos defendemos, perjudicaremos a aquello que amamos más que a nosotros mismos".

Uno es un lugar donde hay más cosas que uno.

6.3.11

Inteligente

Una amiga calificó a un escritor conocido al que ahora frecuenta de "muy inteligente". Me hizo gracia, porque recordé que Nádia y las brasileñas se referían a mí así: "Ele é muito inteligente". Con lo de inteliyenxi querían decir solo que leía libros y que no siempre me sumaba a las reuniones. Si me encontraban leyendo lo decían: "¡Qué inteliyenxi!". Y si salía a darme un paseo solitario igual. Eso me dejaba un espacio propio: ser inteliyenxi era mi coartada. Nádia y sus amigas expresaban su admiración, pero rápido, sin darle importancia. Seguían con sus cosas, con sus risas. Yo leía o paseaba, me aislaba en mis rarezas; sabiendo que era en ellas donde estaba la inteligencia de verdad.

5.3.11

Cambiar la vida con Montaigne

He empezado, ya sí, con Los ensayos de Montaigne. Este empeño por enfrascarme en una lectura larga, en el curso de la cual se produzca una transformación: una lectura que marque una época, que haga época. La he preparado con el Montaigne de Stefan Zweig, que compré el 31 de diciembre y que le ha dado al día un aire a 1 de enero. Un 1 enero de luz más desahogada. Entre sus páginas tenía el artículo de Muñoz Molina que apareció aquella fecha, en el que se habla además del libro de Sarah Bakewell How to Live, or, A Life of Montaigne. Parece del estilo de aquel de Botton de Cómo cambiar tu vida con Proust. Contiene veinte proposiciones, de las que Muñoz Molina cita catorce:
No te preocupes demasiado por la muerte.
Presta atención.
Somételo todo a examen.
Preserva una habitación propia.
Sé sociable y vive con los otros.
Despierta del adormecimiento de la costumbre.
Vive con templanza.
Preserva tu humanidad.
Haz algo que nadie haya hecho antes.
Asómate al mundo.
Haz bien tu trabajo, pero no demasiado bien.
No quieras controlarlo todo.
Sé común e imperfecto.
Deja que la vida sea su propia respuesta.
Zweig extrae también una lista en su Montaigne (p. 79):
Liberarse de la vanidad y del orgullo, que es tal vez lo más difícil,
liberarse del miedo y de la esperanza,
de las convicciones y los partidos,
de las ambiciones y de toda forma de codicia,
vivir libre, como la propia imagen reflejada en el espejo,
del dinero y de toda clase de afán y de concupiscencia,
de la familia y del entorno,
de fanatismos, de toda forma de opinión estereotipada, de la fe en los valores absolutos.
El libro es una joyita. Lo escribió en Brasil y lo dejó sin revisar, porque se suicidó antes. Montaigne fue, pues, su último compañero. Zweig recomienda su lectura para alguien como yo: "No se puede ser demasiado joven, ni tampoco carecer de experiencia y desengaños, para poder apreciarlo como es debido". Del retrato de Montaigne que hace Zweig establezco puentes con mis autores admirados. Con Petrarca, la comunicación entre lectura y vida. Con Jünger, el empeño por preservar un modo propio de ser. Con Duchamp, el encomendarse al azar, sobre todo en el viaje. Con Bernhard, la libertad: el hacerse (y deshacerse) en la escritura. Con Spinoza, la mirada limpia. Con Nietzsche, la afirmación del mundo y del movimiento del mundo. Con Cioran, la negación. Y con Melville, esa torre que es también una ballena.

En su prólogo a Los ensayos, el traductor Bayod apunta a la tensión de Montaigne, que le da soterrada tragedia a la escritura:
¿Cómo compaginar estas dos caras: el Montaigne del perpetuum mobile y el Montaigne de la naturaleza regular y normativa, el Montaigne escéptico y el que apela a la regla de la razón, el Montaigne del tanteo indeciso y el de las tesis taxativas? No parece que se trate de una evolución filosófica. ¿Acaso se trata de una tensión interna esencial a su pensamiento?
Añado Montaigne y la filosofía, de Comte-Sponville, una de esas estafas editoriales consistentes en engordar una conferencia para que parezca un libro, pero que está bien. Ahí se cita una frase de Montaigne sobre el cambio: "Sólo pretendo descubrirme a mí mismo, que seré otro por ventura mañana, si un nuevo aprendizaje me cambiara". El aprendiz al sol: al sol de Montaigne.

4.3.11

Contra Pessoa



Me manda Pere Salinas el vídeo de esa estupenda serie de collages titulada "Contra Pessoa", y un enlace donde puede verse, desplegados, dos libros de artista sobre el poeta portugués. Precisamente estuve hablando ayer con una amiga sobre Pessoa. Le decía que mi destino va camino de ser pessoano, en lo que se refiere al confinamiento y al, así llamado, trabajo interior. Con una sutil diferencia: Pessoa lo hizo en la esplendorosa Lisboa y a mí me va a tocar hacerlo en una ciudad que detesto profundamente.

* * *
Sobre Fernando Pessoa hay también un ciclo de conferencias en la Fundación Juan March, algunas en portugués. Se celebró en 1981. Todas son interesantes, pero destaca la de Eduardo Lourenço.

3.3.11

El mirador del Ventoux



Otro amigo ha estado en el Ventoux: Bil. El día que yo vaya no solo me acordaré de Petrarca y los ciclistas (incluido el ciclista ético), sino también de los amigos que ya lo visitaron. Escribe Bil:
El monte está muy humanizado: carreteras, edificios, antenas, ¡hasta tiene un remonte!, así que podría subir alguno que pedía telesilla. A mí me da igual cómo de perjudicado esté el monte y el debate más turbio de si la intervención del hombre lo perjudica o no. El caso es que es muy prominente y se ve media Francia. He subido unas fotos del amanecer. [Ruta y fotos en Wikiloc.]

2.3.11

Filósofo en la noche

A Emilio Lledó le profeso simpatía, aunque con un cierto reparo debido a su extrema melosidad. Es de esos críticos no del todo críticos, porque no terminan de decir nada inconveniente. Hacen la crítica que se espera de ellos: una crítica, digamos, sacerdotal. Lledó tiene algo de sacerdotal. Sin embargo, cómo lo hubiera agradecido de profesor cuando empecé Filosofía. Eran profesores así los que anhelaba, y no la recua de carcamales que me tocó. Sacerdotes-sacerdotes que llevaban a (y por) un camino cegado; un sacerdote laico como Lledó, en cambio, hubiera sido fecundo. Confrontarse con la Modernidad, no con la Edad Media. A veces me cruzo con algunos de aquellos individuos: son, sin remisión, unos estafadores. Unos delincuentes que viven de modo fraudulento del erario público.

En la Fundación Juan March hay bastantes audios provechosos de Lledó. El último, el de "Autobiografía intelectual", lo he escuchado ahora. Lledó es un espíritu delicado, como lo fue Julián Marías, y he sabido hace poco que compartieron la misma tragedia: la pérdida temprana de la mujer. Sobre la del segundo escribí en "Julián Marías y la Sra. Muir". De la tragedia de Lledó me enteré por el recital (espléndido) que dio Joan Margarit también en la March. La cuenta a partir del min. 23 de la "Lectura", como presentación del poema "Filósofo en la noche" ("Filòsof en la nit" en el original catalán). Además de en el cuadernillo, puede leerse aquí, en los dos idiomas. Cuando lo escuché, el golpetazo me lo dio este verso: "Amo más que a nadie, junto a mí, tu ausencia".