31.7.10

Posición perdida



Había previsto bien que descenderíamos a estratos donde ya no subsiste ningún mérito y donde sólo el dolor conserva peso y valor. Pero el dolor nos eleva a otras regiones, a la patria verdadera. Allí no nos perjudicará el haber resistido aquí en una situación sin salida y en una posición perdida. (Ernst Jünger)

30.7.10

Festín malagueñista

Yo, que no amo mi tierra, vi el otro día El camino de los ingleses y me pareció una patata de película. Pero ah! Lo que la salvaba eran precisamente los malagueñismos. ¡Qué deliciosos diálogos malagueñistas entre los chavales! Por desgracia, no son todos; ni la mayoría siquiera. El grueso de la película lo constituye un lirismo espeso, asfixiante, de una intensidad pringosa. Te pones a ver la película y ese lirismo te aplasta. Es un lirismo bien construido, ¿eh?, las frases de Antonio Soler son buenas, los planos de Antonio Banderas también. Pero, o la ves enchufado a la melancolía o te quedas fuera. Yo soy melancólico, pero mi melancolía está rebajada con aire, con chispazos alegres. No soporto un pastel de pura mermelada melancólica; ni soporto la estética del fracaso y esas nostalgias de "lo que nos quitaron", que me suenan siempre a Garci. Pero ese grumo se abre por aquí y por allá en El camino de los ingleses y se les deja a los chavales solos, hablando. Estas parrafadas también formarán parte del guión de Soler, y a él le corresponderá el mérito. Pero es que la película tendría que haber sido entera así: sólo eso, sólo Berlanga. Sólo hecha de "¿jabe?", de "perita" y de ese hablar con los ojillos entrecerrados. Lo paradójico es que de aquí no sólo se desprendía humor y gracia, sino también justamente la añoranza, la elegía, que la película ahogaba. Qué difícil es el arte. Lo mejor es dejarlo suelto.

29.7.10

Cosecha troll

Llevo 24 horas haciendo el troll en el Facebook y la cosecha es magnífica: me han dicho que qué me pasa en la cabeza, que lea, que estudie, que viaje, que soy repetitivo, que aburro, que busque en el diccionario la palabra nihilismo y, por fin, que no se me levanta. Yo creo que he triunfado, ¿no?

26.7.10

El hombre blandengue

Inesperada conexión entre Duchamp y El Fary: la caricatura de 1909 Dimanches [Domingos] funciona como ilustración de la doctrina del hombre blandengue.

* * *
Por otro lado, Domingos no deja de ser una variante de El aprendiz al sol: el carrito lo conforma una doble bicicleta. Y la cuesta ya no hace falta: la cuesta es la vida misma, cuando se tiene hijos.

25.7.10

El primer blog

El título que Antonio Muñoz Molina le ha puesto a su web, Escrito en un instante, me ha hecho caer en la cuenta de que a él fue a quien primero le leí algo parecido a un blog, cuando los blogs no existían. Me refiero a los textos breves que publicó durante el mes de febrero de 1988 en Diario 16, y que en 1997 recopiló en un libro llamado así. Con aquellos textos, que (no sé si mi memoria me engaña) aparecían en un recuadrito, me aficioné a leer a Muñoz Molina. Los había ido frecuentando desde que empezaron a salir, y me gustaban; pero hubo uno que marcó un antes y un después. El que se titula, precisamente, "En un instante":
De toda la extensión de un periódico, la parte más ajena a la literatura suele ser el suplemento literario, jardín tapiado que el lector común casi nunca frecuenta. En él yacen como lápidas los libros y las conmemoraciones de los libros, y es muy raro que el aire de la vida estremezca su adivinada claustrofobia, su cerrazón de cripta. La literatura y la pasión están en otra parte: en el anuncio de un perfume, en esa crónica de sucesos que habla de alguien que se murió de amor, en los mensajes microscópicos de los anuncios por palabras, que ofrecen instantáneamente el paraíso escondido tras un número de teléfono, tras el nombre falso y lírico de una mujer que espera una llamada y sube con gafas oscuras a los taxis y abraza a un desconocido en la habitación de un hotel. Pero lo más literario de todo es la fugacidad de las palabras y de las fotografías y su trémula familiaridad con el olvido. Lo que se escribe en los periódicos no dura más que una sonrisa, que un espejismo vislumbrado tras el cristal de un autobús.
Recuerdo que estas líneas me deslumbraron, que modificaron mi manera de mirar, y que a partir de entonces ya no leía a Muñoz Molina cuando lo encontraba, sino que iba a buscarlo.

24.7.10

Contrarreloj individual

La metáfora de la contrarreloj individual ni siquiera es metáfora, sino descripción. Es nombrar la vida, sin truco. La otra tarde me saltó esta cita: "No querías saberlo: tiempo es plazo". El aficionado a los propósitos va siendo consciente del deterioro del armazón. Sus proyecciones puede que estén cayendo ya fuera de la madera vibrante; en tanto se le apolilla el ademán. El ciclista pedalea y las dos ruedas de su bicicleta son el cronómetro acelerado. Máquina de cortar mortadela: rodajas del propio ser. Colocada la rueda en el taburete, obtenemos un campanario de salón. Ventilador que dinamiza el cuarto, que aligera del ser: al aire de su vuelo, por un viento sólo suyo. Cada reloj lleva una bomba. En una de las pedaladas hará bum.

23.7.10

El pianista

Encuentro refugio refrigerado en la Fnac. Se me va una hora hojeando libros. Hacía tiempo que no me engolosinaba así. Me da un subidón: no estoy perdido del todo para la cultura (ni, qué diablos, para la sociedad en general). Puedo pasar por uno de aquellos civilizados que hacían cola en el Alphaville; los que se sentaban en las salas de conferencias; los que iban a la Thyssen; los que leían en los parques. Mi desclasamiento aún me deja la opción del disfraz. No he comprado nada, aunque he estado a punto de comprarme una edición bilingüe de los sonetos de Shakespeare que he visto que sacó Alianza hace dos años (la compraré otro día). Escalera mecánica para bajar. Me gusta ver las mesitas geométricas abajo, blancas con asientos rojos, también alguna vez tomé café ahí. Estos centros me recuerdan a los Shoppings brasileños, territorios acotados para que no lleguen delincuentes ni balas perdidas: parques temáticos de la seguridad. Una seguridad grácil. El deslizarse por un espacio suave, sin aristas, con luces, envuelto en música ambiental. Voy bajando y encuentro que suena el piano en vivo, notas algodonosas como de un cabaret lánguido y diurno. El piano está justo donde termina la escalera y voy mirándolo en picado, mientras desciendo. Detrás del pianista se ha colocado una familia: el padre, la madre y la niña de tres años. Me fijo en la niña: su embeleso ante las teclas, nunca habrá visto un piano en acción. La niña está de pie, a sólo un paso del pianista; a su espalda el padre, encantado con la ganancia pedagógica de la escena. La madre está en el otro lado, pendiente de la música. No dicen nada. Del pianista sólo veo la calva, y mientras desciendo se me va mostrando el gesto, el torso. Lleva perilla y una camisa negra con bordados discretos. El pantalón es blanco. No mira atrás, se mece con sus notas. Al llegar al suelo observo que tiene una tremendísima erección.

22.7.10

El día del Tourmalet

Hoy es el día del Tourmalet y ha llegado el momento de confesarles algo: me aburre el ciclismo. Si lo veo, es por religiosidad; o mejor será decir que por filosofía. Mirando a los ciclistas, las montañas, me vienen sensaciones, pensamientos. Es un ejercicio de meditación. Los ejercicios de meditación resultan tediosos, pero de ellos se va exprimiendo un zumillo: el de la conciencia sosa de la realidad. Esos esfuerzos para nada, absurdos; pero que persisten. El sufrimiento encima de la bicicleta, cuyo reverso es una verdad irrefutable: es mayor el sufrimiento del sofá. La semisiesta atontada es un subterfugio. Si no se está ascendiendo un puerto pirenaico una tarde de julio da igual donde se esté: todas las demás opciones son un espejismo. Ser un nervio en tensión, un esqueleto que escala. Europa es una página y sólo la escriben quienes van en bicicleta.

* * *
Por terminar la ronda petrarquista (¡hasta el año que viene!), copio también lo que escribió el gran Jacob Burckhardt en La cultura del Renacimiento en Italia (parte IV, "El descubrimiento del Mundo y del Hombre"):
Pero lo que más profunda y sinceramente le conmovió [a Petrarca] fue su escalada del Mont Ventoux, no lejos de Aviñón. Una necesidad indefinida por contemplar un amplio panorama fue creciendo cada vez más en su interior, hasta que la casualidad le hizo dar con un pasaje de Livio en el que el rey Filipo, el enemigo de Roma, escalaba el Haemus. "Lo que no resulta indigno en un real anciano", pensó el poeta, "seguramente se puede disculpar en un joven de clase media". Y así tomó su decisión. En el ambiente en que vivía, el escalar montañas sin tener un propósito concreto era algo inaudito, y puesto que realmente no podía contar con la compañía de amigos o conocidos, Petrarca hizo que le acompañara únicamente su hermano más joven y dos lugareños del lugar donde hicieron su última parada. Al pie de la montaña, un viejo pastor les conminó a volverse atrás: él había intentado lo mismo hacía cincuenta años y no trajo de vuelta sino arrepentimiento, miembros magullados y ropa desgarrada, y ni antes ni después de aquello se había aventurado nadie en tal empresa. Pero ellos no cejaron y continuaron subiendo con empuje inquebrantable, hasta que vieron las nubes flotando bajo sus pies y alcanzaron la cima. Y si es verdad que sería inútil buscar una descripción del paisaje que contempló, no es porque el poeta permaneciera insensible, sino más bien al contrario, porque aquella impresión le resultara demasiado abrumadora. Por su mente discurrió entonces toda su vida anterior, llena de locura, recordando que hacía diez años que había dejado su Bolonia natal en plena juventud, y dirigiendo una mirada llena de nostalgia en dirección a Italia. Luego abrió el librito que era su compañero permanente por entonces, las Confesiones de San Agustín, pero sus ojos irían a detenerse en aquel pasaje del párrafo décimo donde dice: "Y los hombres continúan admirando las altas montañas y las amplias mareas del mar, y los poderosos torrentes que se precipitan rugiendo, y el océano y la órbita de las estrellas, y mientras lo hacen se olvidan de sí mismos". En cuanto a su hermano, al que le leyó estas palabras, nunca supo comprender por qué el poeta cerró entonces el libro y guardó silencio, sin responder.
* * *
PS. Bueno, etapón al final. En tardes así no me aburro. Belleza:

20.7.10

El programa de toda una vida



Petrarca es de esas personas que no dejan ni un día suelto en su ciclo vital; de todas las fechas han coleccionado el mismo número. Él, que hacía un uso artístico del calendario, tuvo la puntería de morirse un día antes de que se cumpliese el de su nacimiento. Murió, como decíamos anteayer, en la noche del 18 al 19 de julio; y nació un 20 del mismo mes, de setenta años antes. También el setenta tiene su significación, porque tendió a contar su edad en periodos de siete. (Sobre todo la edad que más le importaba: la de los aniversarios del día que conoció a Laura.)

He seguido leyendo estas jornadas sobre el poeta: los sustanciosos (y a ratos aburridos) estudios preliminares de las ediciones de Alianza y Cátedra del Cancionero. Copio lo que escribe Nicholas Mann en el de esta última sobre la ascensión al Mont Ventoux:
La carta en la que nos narra esta hazaña (F IV 1) está fechada un 26 de abril de 1336, y pretende haber sido escrita esa misma tarde, según regresaba de las pendientes con los pies ardientes o más bien doloridos, para contar cómo su hermano y él subieron a la montaña y admiraron el panorama. A primera vista, lo que el relato describe es la ascensión vacilante de Petrarca por senderos que parecían más atractivos porque eran menos escarpados, pero que a menudo lo conducían hacia abajo y con ello aumentaban su fatiga, en oposición al ascenso mucho más directo y rápido de Gherardo. Lo que significa, sin embargo, es que el monje cartujo había elegido el sendero más duro, pero que éste le había llevado a las alturas espirituales antes que su hermano, al que aún distraían los encantos del mundo secular y que había buscado una solución fácil. La alegoría es transparente, y Petrarca acentúa su transparencia aún más al describir cómo, al llegar a la cima, el viento abrió la copia de su libro favorito –las Confesiones de San Agustín, que casualmente llevaba encima– en un pasaje que reza: "los hombres van a admirar las cumbres de las montañas y el poderoso oleaje de los mares y los anchos caudales de los ríos y la extensión del océano y los giros de las estrellas, y sin embargo no se prestan atención a sí mismos" (Conf. X viii 15). La invitación a la introspección es parte integrante de la experiencia que Petrarca nos permite tener de él. Pero no es en absoluto fortuita. / Para empezar, la carta va dirigida a Dionigi da Borgo San Sepolcro, un fraile y teólogo agustino de cierta reputación, que le había dado a Petrarca su copia de las Confesiones tres años antes de la fecha de la ascensión. La fecha misma, además, no carece de significado, pues coincide, como Petrarca nos recuerda, con el décimo aniversario de su marcha de Bolonia y por consiguiente del abandono de los estudios de leyes. Tenía además treinta y dos años en 1336 [todavía no los había cumplido, por lo que en la subida contaba con los 31 que señalaba Uriarte], y la conversión del propio Agustín a los caminos del espíritu se dio teniendo treinta y dos años; Petrarca, que lo sabía, tiene buen cuidado en señalar que también Agustín había dado casualmente con un texto significativo que le había revelado la necedad de su vida anterior. No parece que paralelismos tan potentes y preceptos morales de tal peso pudieran surgir en su mente tras un duro día de montañismo, más aún teniendo en cuenta que Gherardo no entró en la cartuja hasta abril de 1343, siete años después del hecho. Sólo entonces adquiere la comparación entre ambos hermanos alguna función o impacto, y, de hecho, en la actualidad se cree que la carta no adquirió su forma definitiva hasta 1353. Diecisiete años después, la excursión de un día se había convertido en el programa de toda una vida.

18.7.10

La casa de Petrarca

Iñaki Uriarte ha tenido el detalle de enviarme una entrada inédita de su diario en que cuenta, entre otras cosas, una visita a la casa de Petrarca en Vaucluse. Me ha autorizado a ponerla en El aprendiz al sol, junto con la foto sacada por él mismo. Precisamente Petrarca murió en la noche del 18 al 19 de julio (de 1374), por lo que este regalo sirve de homenaje de lujo. De los Diarios (1999-2003) de Uriarte –que van ya por su segunda edición– hablé aquí y aquí. El pasaje nuevo es de 2006:
En el Mont Ventoux dicen que Petrarca inventó el montañismo. Por lo visto, fue el primero en subir a un monte nada más que por subirlo, y en describir su ascensión. Tenía 31 años y lo hizo en compañía de su hermano. He leído la carta que dirigió a un cura agustino de Roma relatando la subida. Veo la montaña allí al fondo. Conozco sus cumbres grises y peladas por haberlas visto por televisión en tantas etapas del Tour. Estoy sentado en la hierba, de espaldas a la piscina, en este maravilloso hotel de Gordes donde pasamos unos días.

A veces se dice que allí en la cima, en un momento de inspiración, Petrarca inventó también el Renacimiento. Esto resulta casi un chiste, pero es verdad que, al abrir al azar las “Confesiones”, de San Agustín, que tenía consigo, experimentó un trance y decidió cambiar su vida de señorito elegante de Avignon para recluirse a leer y estudiar los montones de libros griegos y romanos que comenzó a llevarse de las desvencijadas abadías en carros tirados por bueyes. Pocos hasta él los habían leído desde hacía siglos. Al visitar ayer su casa, en Fontaine de Vaucluse, recordé la frase de Heine: “Los conceptos filosóficos alimentados en el silencio del estudio de un académico pueden destruir toda una civilización”.

Llegamos tarde y estaba cerrada. Es una casa medio escondida al borde del río Sorgue, pegada a la montaña, demasiado pegada a la montaña para mí. Como que al abrir la ventana de atrás, Petrarca debía de darse de narices con la roca. Allí, con un perro y un criado, pasó cuatro años, desde los 33 a los 38, que dicen fueron los más fecundos de su vida.

En esa casa Petrarca comenzó el “Cancionero”, dedicado a su amor por Laura, una mujer a la que había visto por primera vez en una iglesia de Avignon, que ya no existe, y de la que se enamoró perdidamente. He traído el “Cancionero” al viaje. Dicen que Laura (“La bella giovenetta, ch’ora è donna”), era una tal Laura de Noves, casada con Hugo de Sade, antecesor del marqués de Sade. No se sabe si es cierto, pero el propio marqués así lo creía. Encerrado en la cárcel de Vincennes, leyó una biografía de Petrarca que había escrito un tío suyo, y se creyó lo de Laura a pies juntillas. Laura se le aparecía en sueños. Sade lloraba.

Desde aquí veo también la montaña del Luberon, un poco más a la derecha. En el Luberon, en un pueblito llamado La Coste, está el castillo del marqués de Sade. Ya lo visitamos en un viaje anterior. Es una ruina imponente, que ha comprado el modisto Pierre Cardin para hacer festivales en los veranos.

Esta tierra ha sido fértil en libros y nombres por los que no pasan los siglos. Sade escribió en su testamento que estaba seguro de que su recuerdo se borraría pronto de la memoria de los hombres. No ha sido así. Y con motivo: no entiendo que no existiera hasta él una palabra para designar algo tan común como el goce que produce en algunos el ejercicio de la crueldad.

Y ahora, al agua.

17.7.10

El esfuerzo



Mont Ventoux, metáfora del esfuerzo (y de las tribulaciones que pululan alrededor). Este año no se sube en el Tour de Francia, pero leo el resumen que hace Ángel Crespo de la subida de Francesco Petrarca, en su introducción al Cancionero:
Cuenta en ella [en la carta a Dionigi da Borgo San Sepolcro, fechada en Malaucène el 26 de abril de 1336] que su hermano Gherardo y él, acompañados por dos criados, emprendieron, tras de que un viejo pastor tratase de disuadirlos, la ascensión al monte Ventoso, situado no lejos de Aviñón. El tiempo era bueno, y Gherardo emprendió la escalada con decisión; Francesco, en cambio, dio rodeos, descendió algunos pasos, en busca de mejor camino, cuando se sintió fatigado y, ante las llamadas de su hermano, le dijo que, en lugar de seguir, como él, el camino más recto, buscaría uno que fuese más practicable por la otra vertiente, aunque ello le llevase más tiempo. No era, reconoce el poeta, sino un pretexto para justificar su pereza. La consecuencia fue que, tras desgarrarse las ropas y lacerarse las carnes, cansado y arrepentido de su falta de decisión, hizo un supremo esfuerzo y, una vez en lo más alto del monte, pudo contemplar un maravilloso panorama. La alegoría es transparente: la subida a la montaña es el sendero de la virtud y, en último término, el de la salvación.

15.7.10

El antipelotazo

¿Será casualidad que en este país de patanes (¡de los que no me excluyo!) los dos mundiales más difíciles –el de baloncesto y el de fútbol– los hayan ganado entrenadores discretos? Tienen mucho en común Pepu Hernández y Vicente del Bosque, que se resume en lo que ayer escribió sobre este último Eduardo Jordá. Casualidad sí fue que el día de la final estuve leyendo la última novela de Luis Magrinyà, Habitación doble, y en ella hay un diálogo futbolístico en que se recuerda que Del Bosque, pese a haber ganado "dos ligas y una Champions" para el Real Madrid, fue despedido por Florentino Pérez porque no daba "el perfil mediático". Se me había olvidado, y qué bien traído estuvo. Después de aquella frivolidad (casi bellaquería) en aras del zeitgeist, Florentino se estrelló. Y ha vuelto a estrellarse este año, ya con España (me refiero a la España país) entera. Lo que me pregunto es en qué medida decisiones como aquella de Florentino son las que nos han conducido a esto. Florentino queda así, pues, como el máximo representante de nuestros años locos. Se comportó como un tecnócrata del pelotazo, y son ahora sus damnificados como Del Bosque –aquellos que desentonaban en el escaparate hortera del poder– los que traen los triunfos y las alegrías. Siempre ha sido así, por otra parte. Y lo seguirá siendo.

* * *
(18-VII) Ahora sí toca mitificación: "Las empresas también buscan líderes tranquilos" y "Del Bosque y la línea recta". A destacar en éste la abyecta intervención del figurín Valdano.

14.7.10

La Dulcinea de Duchamp



En Árbol adentro (1987), Octavio Paz le dedicó un soneto a este cuadro de Duchamp, que pude ver hace dos veranos en Barcelona. Lleva un epígrafe: "–Metafísica estáis. / –Hago striptease". Y dice así:
La Dulcinea de Marcel Duchamp

Ardua pero plausible, la pintura
cambia la blanca tela en pardo llano
y en Dulcinea al polvo castellano,
torbellino resuelto en escultura.

Transeúnte de París, en su figura
–molino de ficciones, inhumano
rigor y geometría– Eros tirano
desnuda en cinco chorros su estatura.

Mujer en rotación que se disgrega
y es surtidor de sesgos y reflejos:
mientras más se desviste, más se niega.

La mente es una cámara de espejos;
invisible en el cuadro, Dulcinea
perdura: fue mujer y ya es idea.
En las notas finales del libro, escribe el poeta:
En 1911 Marcel Duchamp vio una joven en una calle de Neuilly. No le dirigió la palabra pero su imagen fue el modelo de un cuadro que llamó Retrato o Dulcinea. La joven está representada cinco veces, desde ángulos diferentes; en cada una de ellas aparece más desvestida, hasta la total desnudez. Un surtidor que se divide en cinco chorros. Ni exactamente cubista ni futurista –aunque Duchamp se propuso, como los pintores de esas tendencias, expresar simultáneamente distintos aspectos y momentos de un objeto– este cuadro prefigura a La Novia desnudada por sus solteros, aún... El retrato de esa Dulcinea, imaginaria como la de Don Quijote, es el momento inicial de la larga anamorfosis que es toda la obra de Duchamp: de una muchacha desnuda (la Aparición) a la Idea (la Apariencia: la forma) a la muchacha otra vez (la Presencia).

12.7.10

España en dos días

El nacionalismo es esa impostación, esa desnaturalización. Esos Urkullus y Carods diciendo, muy serios, que les da igual que gane Holanda o España. El fingimiento, la escenificación de esa distancia es el nacionalismo. Esa malapipa. Evidentemente, ni aun si el País Vasco o Cataluña se independizaran, sería lo mismo para ellos España que Holanda. En sus delirios geográficos, olvidan quiénes tendrían que ser sus vecinos. (Y de dónde procede buena parte de su población.)

Yo lo que he decidido es no tomarme más en serio a los nacionalistas, porque son un coñazo. Esa quejumbre pringosa: como se enrede uno en ella está perdido. Hemos pasado un periodo de discusión, pero aquí lo único que vale ya es el sarcasmo, o la ironía. Se nos han metido en el compartimento estos tristes y qué le vamos a hacer: hay que tomárselo con deportividad. A mí me toca las pelotas el discurso político de los sentimientos; y más si el sentimiento es el amor. Prefiero, francamente, el desprecio y el odio. Si un nacionalista vasco o catalán odia a España, ya tiene algo en común conmigo. Sólo que yo los odio a ellos también, por españolazos. Mi odio a España es odio al cerrilismo, y dudo que pueda encontrarse hoy muestras más acrisoladas de cerrilismo que las que ofrecen los nacionalistas. Pero ni siquiera los odio a ellos: odio que por su culpa estemos enfangados en semejantes gilipolleces.

Estos dos días han sido intensos, con montones de peces saltándoles a las narices a los analistas políticos; aunque dudo que los quieran analizar. Entre la manifestación de Barcelona en favor del Estatut (y contra la Constitución) y la final del Mundial se nos ha resumido España. Los más graciosos han sido los columnistas que se alarmaban por la proliferación de banderas españolas en los balcones. Les recordaban "otros tiempos". Yo he estado dándole vueltas, una vez más, a la famosa frase de Franco: todo está atado y bien atado. Sí, su semilla vive y parece irrompible: gracias a un truco de ilusionismo perfecto que es la maldición de nuestra Historia. Los antifranquistas de manual embisten la bandera de España, como el toro la muleta. Pero detrás (tachín tachán) no hay nada. Bueno, sí, hay algo: un equipo de fútbol (España hoy no es más que un equipo de fútbol). Y, mientras tanto, impune bajo las senyeras, el franquismo sociológico.

* * *
Precisamente estos días he estado escuchando un ciclo espléndido de conferencias de Santos Juliá sobre los "Orígenes intelectuales de la democracia en España", desde el final de la Guerra Civil hasta hoy. Bueno, hasta anteayer. (Prima la melancolía.)

(22-VII) Un artículo de Savater para redondear.

11.7.10

Pseudópodos

Y tras los tentáculos oraculares, los pseudópodos del falso conocimiento. Fue hace unos días. Yo iba con la mente flotante, mientras paseaba. Especulaba distraídamente sobre cierto aspecto que, en verdad, desconozco. De pronto fui consciente de ello: de que mi saber cesa en un punto. Y de que la actividad de la mente no se detiene ahí, sino que lanza sus pies falsos: proyecta espejismos. Se desborda hacia la sombra, con luces de mentira. Lo que ignoramos no lo dejamos en blanco (o en negro), sino que lo arañamos de figuraciones. Fue una autoconsciencia estrictamente kantiana, por supuesto. Pero la experimenté tal cual, sin mediación libresca. La mente es un ámbito sin vallas. La ocupa un ojo completo, que no se frena. Donde no hay nada, le echa una luz que crea algo, o la apariencia de algo. O diversas posibilidades de algo, en franjas sucesivas o simultáneas, sin sustento en la realidad. La bóveda del cráneo es la caverna de Platón, cuyas sombras son la luz misma en que consiste. El ejercicio ascético –y extático– sería paradójicamente confinarse en esta parte: vigilando los pseudópodos, para que no se salgan. Tener una percepción en masa del infinito, sin que se vea manchado de mundo.

10.7.10

Oráculos

Escribo con un ojo puesto en los ciclistas, en esta misma pantalla. El ventilador a mi izquierda, el café a mi derecha. Hoy empieza la montaña en el Tour. Hasta ahora sólo ha sido reseñable el pavés, esa carretera sin domar: carretera-potro. Llegan a la Station des Rousses, que, si no traduzco mal, significa Estación de las Pelirrojas. La "Jolie Rousse" de Apollinaire! Pero yo pienso en Petrarca. Esto refería Uriarte en sus Diarios:
San Agustín se convirtió una mañana al abrir la Biblia por una cualquiera de sus páginas y leer ciertas palabras que creyó dirigidas expresamente a él. A Petrarca le sucedió algo semejante al hojear al azar las Confesiones de san Agustín, mientras descansaba en la punta del Mont Ventoux después de una penosa ascensión.
Lo que le salió a Petrarca fue, según cuenta en su Subida al Monte Ventoso: "Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montañas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas y olvidaron mirarse a sí mismos". Yo, el día que vaya al Ventoux, lo que haré será abrir el Cancionero. Pruebo ahora, mientras veo los Alpes, la Croix de la Serra, que es por donde pedalean ahora. Mi edición es la reciente de Alianza, con la traducción de Ángel Crespo. Señalo con el dedo en una página al azar:
No sé si enfado siento,
que a mi edad en ladrón me has convertido
del mirar encendido
por el que vivo aunque de pena muero.
Es de la canción CCVII (pág. 437). A ver cómo lo traduce Jacobo Cortines en la edición en dos tomos de Cátedra:
No sé si he de enfadarme
por volverme ladrón tú ya a mis años
del resplandor gracioso
que entre tantos afanes me sostiene.
Y en el original italiano:
Non so s'i' me ne sdegni,
che 'n questa età mi fai divenir ladro
del bel lume leggiadro,
senza 'l qual non vivrei in tanti affanni.
Ya puestos, vamos a darle también cancha a Duchamp. Cojo el libro de Juan Antonio Ramírez, Duchamp. El amor y la muerte, incluso. Sale esto (pág. 153):
En todos los casos era fácil identificarlo con las fuerzas amorosas, considerando sobre todo las definiciones que daban los libros de la época. En un catálogo industrial se dice que "la electricidad es el más sutil y extraño agente físico", y un manualito escolar de principios de siglo afirma que "es un agente, todavía desconocido, que se nos manifiesta por los fenómenos que produce. Los principales de estos fenómenos son atracciones, conmociones orgánicas, combinaciones químicas, efectos luminosos, caloríficos, etc.". En una entrevista de 1959 (aunque publicada recientemente) Duchamp comparó también el aspecto misterioso de la electricidad con la naturaleza misma del arte: "Usted no define la electricidad; se ve la electricidad como un resultado pero no podemos definirla. Recuerdo que un profesor de física decía siempre que no es posible definir la electricidad. No puede decirse lo que es pero sí se saben los efectos que produce. Lo mismo sucede con el arte (...) Es una especie de corriente interior en el ser humano, o algo que no hay por qué definir. La primera definición no es necesaria".
Abro también el libro de Octavio Paz sobre Duchamp, Apariencia desnuda. Caigo en mitad de la pág. 73:
Los tres "florecimientos" acompañan a todos estos fenómenos. El primero se debe al desnudamiento por los Solteros y está gobernado eléctricamente. Entre la Novia y los Solteros no hay contacto directo sino a distancia: chispas del "magneto-deseo", explosiones del "motor de cilindros débiles", suspiros de la Novia que hacen ondular la tela de los 3 Pistones para comunicar sus llamados a la Máquina-solteros, transformación de la materia de filamentos en "llama consistente" que lame la bola negra que le tiende en una charola el Juglar de la Gravedad, estertores del auto que sube la cuesta, movimientos de los engranajes y las ruedas dentadas..."
Esto es ya lo del pulpo Paul: demasiados tentáculos oraculares.

9.7.10

Aire entre las letras

Gracias a Txani Rodríguez descubrí a Iñaki Uriarte y ahora yo también estoy en el club de fans de sus Diarios (1999-2003), que leí ayer tumbado junto al ventilador. El libro lleva una franja de Enrique Vila-Matas:
A Iñaki Uriarte me gustaba verlo como un gran lector, como un hombre muy inteligente y sensato ágrafo, un radical del silencio. Pero un día me sorprendió mandándome unos fragmentos del formidable diario que había estado escribiendo a lo largo de los años. Me pareció tan bueno lo que leí que aún no me he repuesto de la impresión. Le envidio porque es libre.
Esa última frase, que puede parecer coqueta, es la verdad: hay más libertad en Uriarte que en Vila-Matas. Para empezar, Uriarte está libre de la entrega a la literatura. Entrega que es rendición. Uriarte no se rinde a la literatura, y eso le da valor literario a sus páginas. Hoy no hay más cargante literatura que la asfixiada de literatura. Por estos diarios corre el aire, en estos diarios se respira. En la última anotación se habla de un procedimiento retórico de los renacentistas italianos, la sprezzatura:
Es decir, ese efecto de aparente desatención, ausencia de esfuerzo, escasa preocupación por las apariencias e incluso casi desdén al escribirlas, que quiero darles. Esa "naturalidad" algo desaliñada que en el fondo es también puro artificio, y tal vez el mayor de todos.
Hay trabajo literario, como no podía ser menos, en la sustracción de la literatura. Una de las anotaciones memorables es la que da cuenta de la progresiva mejora de un artículo, conforme le va restando palabras. Lo ideal es que falte espacio y sobre tiempo: tiempo para meter la tijera. El maestro de Uriarte es Montaigne. Entre mis ídolos, se exalta además a Borges y a Pessoa, y se recuerda a Gil de Biedma y a Cioran; pero (¡ay!) se habla mal de Bernhard. Otras cosas que no comparto, como ciertas displicencias hacia Juaristi, Azúa o los antinacionalistas, me parecen sin embargo saludables: estos diarios son eminentemente civilizados y es bueno que corra también el aire por las habitaciones ideológicas. Un brillante ejemplo:
Le dije: "Ya sé que es imposible dialogar con alguien que te está apuntando con una pistola, pero te aseguro que también es muy difícil discutir con alguien a quien le están apuntando con una pistola".
Por lo demás, tampoco falta el ataque a los nacionalistas. Uriarte no es nacionalista. Otro de mis ídolos, Jünger, aparece de pronto y Uriarte le estrecha la mano: fue en aquella extraña visita al País Vasco, invitado por sufíes batasunos o algo parecido (eso nos sonaba), cuyo origen aquí se cuenta. Pero más allá de historias, lo que hay en estos diarios es lo que nos gusta a los lectores de diarios: vida cotidiana. Vida hecha de lecturas, reflexiones, evocaciones del pasado, consideraciones acerca de uno mismo y los demás, fisiología, frases, escenas, la mujer, el gato y algún que otro viajecito. Aquí hay uno muy bueno a Florencia. Y hay una apología llamativa –y seductora– de Benidorm. Es en estas cosas donde se aprecia la libertad. En literatura, Benidorm es ya un terreno conquistado por Uriarte; y si algún día voy a Benidorm (ahora me apetece ir a Benidorm), me acordaré de Uriarte.

Vila-Matas, además de la franja, le ha dedicado un buen artículo en El País: "El vasco tranquilo". Subrayo el maravilloso eslogan de Pepitas de Calabaza, la editorial: "con menos proyección que un cinexín". También García Martín, gran diarista, ha escrito sobre Diarios en el cultural del ABC: "Un tipo interesante". Y Txani Rodríguez, en el suplemento Pérgola de Bilbao, le ha hecho una entrevista de lo más profesional (que incluye foto del autor). Por último, les dejo una bandejita con pasajes de Diarios –escogidos de entre los más breves– para abrirles el apetito:
El azar y la necesidad me llevaron a hacer crítica literaria en los periódicos. Llegar a Bilbao deprimido, sin dinero, trabajo, casa, novia ni amigos, me había hundido. Pasar directamente del más impresentable "fracaso" a exhibir mi firma en el periódico fue un buen modo de saltarme muchos pasos y aparentar "ser alguien". Resultaba una buena coartada. Lo cuento como fue, pero se ríen cuando digo lo de la coartada. Creen que es un chiste. Ahora que ya no publico prácticamente nada en el periódico, debería inventarme que estoy escribiendo un libro.

Vuelvo a hablar con Miguel sobre lo de escribir o no escribir. Resumo lo que le digo: yo no escribo bien, no he escrito cuentos ni se me ha ocurrido empezar una novela, no tengo voluntad, talento ni ambición suficientes para meterme en ese berenjenal de angustias y montaña rusa de vanidades y humillaciones que supone intentar publicar un libro. En fin, que no dispongo del arsenal necesario para ir a esa guerra.

Nunca me acostumbraré a la distancia que existe en algunas personas entre sus peroratas morales para el público y la deshonestidad con que actúan en la vida privada. A lo que sí me he acostumbrado es a que sean amigos míos.

El gusto es el estilo del lector. Cada uno tiene el suyo. El mío es muy raro. Y el poético lo tengo totalmente hecho. Es difícil que me gusten nuevos poetas. Casi todo lo nuevo que leo en poesía me parece obra de intrusos o imitadores.

Los hombres creyeron primero en Dios, luego dejaron de hacerlo y comenzaron a creer en cosas como la Razón, la Historia, el Progreso. Ahora empiezan a no creer ni en ellas. Algo me suena mal en este resumen. Es un poco raro que la historia de siglos de la Humanidad coincida con mi historia personal.

Tertulianos y columnistas y taxistas, même combat. Ese despliegue de indignación moral con el taxímetro en marcha.

Me voy al piso grande de abajo. María vendrá dentro de un par de meses. Mudarse es más que viajar. Son días en que uno no está en casa y tampoco tiene una a la que regresar.

Llaman vago a algún futbolista y lo convierten de inmediato en mi ídolo. Admirable. ¿Cómo se puede hacer el vago ante 40.000 espectadores?

Contaron que estuvo pesado, irritante, insoportable, la otra noche, aquella de la que él me dijo que había estado "arrollador, dominante, una de esas veces en la vida en que estás inspirado, tal vez porque había luna llena".

Es evidente que cualquiera de los que están arriba ha tratado a los otros como un medio y no como un fin. Sea lo que sea eso de Kant de tratar a las personas como un fin, así solo se va cuesta abajo.
Ah, y he conocido curiosos datos: como que Hobbes jugaba al tenis o que Montaigne firmaba Montanus en latín. Por no faltar, hasta se encuentra la subida de Petrarca al Mont Ventoux.

* * *
PS. Más sobre Uriarte: "Anotaciones de un hombre libre".

(4-VIII) Se suma Jabois: "Ni lágrimas, ni reproches".

(6-II-2011) Y Josepepe: "El arte de Uriarte".

(19-III-2011) Reseña de Jordi Gracia en Babelia.

(24-III-2011) Iñaki Uriarte aparece así en la Historia de la literatura española de editorial Crítica , vol. 7:
Punzantes y muy libres de juicio son las notas selectas de los Diarios 1999-2003 con los que Iñaki Uriarte (1946) anuncia una trilogía diarística de fuerte inspiración montaigniana.

7.7.10

Carbonero

Es curioso, pero carbonero ha sido para mí una palabra tranquilizadora. Ahora veo a esta musa apellidada así y me digo que no estaría nada mal burlar al guardameta... Aunque en este caso se trataría de un homenaje a mi historia, a mi infancia. Y el homenaje sería igual si la chica no fuese un bombón.

Hubo un tiempo en mi niñez en que me obsesionó la muerte. O mejor dicho: la eternidad. Cuando comprendí que todos nos moriríamos sentí desconcierto; pero era la prometida "vida eterna" lo que me angustiaba: el vértigo de los después sin fin. Una noche, calculo que yo andaría por los ocho, me apresó ese vértigo con especial virulencia. Tuve que levantarme. No era demasiado tarde aún y mis padres estaban en la sala viendo la televisión. Aparecí allí, como emergido de mis metafísicas. No recuerdo nada, sólo que mi padre me dijo: "Tienes las manos como un carbonero". Y que me las miré y estaban, sí, algo sucias, con churretes. Mis manos de niño. Y que la angustia se disipó.

6.7.10

Pensamientos estrangulados

Me pide una amiga la referencia de un aforismo de Cioran (¡sí, con algunas amigas mantengo este tipo de comercios!) y, buscándolo por donde yo sabía que estaba, en la sección "Pensamientos estrangulados" de El aciago demiurgo, me quedo engolosinado con muchos otros. ¡Oh Cioran: es enormísimo! El aciago demiurgo fue el primer libro suyo que me compré; aunque antes había tenido otro, sacado de la biblioteca: Adiós a la filosofía. Fue el libro con el que aparecí el primer día de clase de Filosofía. Así funciono. Adiós a la filosofía era, en realidad, una antología preparada por Savater de sus traducciones de Cioran, entre las que se encontraba El aciago demiurgo. Éste me lo compré ya en Madrid, precisamente después de haber dejado la Filosofía. Lo leí muchísimo por entonces, sobre todo los aforismos de "Pensamientos estrangulados". Ahora distraigo este atardecer copiando una miniantología, al pasar de las páginas:
¿En qué autor antiguo he leído que la tristeza era debida a la "disminución de la velocidad" de la sangre? Sin duda se trata de eso: sangre estancada.

Formar más proyectos de los que concibe un explorador o un estafador y estar, sin embargo, tocado en la raíz misma de la voluntad.

Tira y afloja de cada instante entre la nostalgia del diluvio y la embriaguez de la rutina.

Primer deber al levantarse: avergonzarse de uno mismo.

En todo profeta coexisten el gusto por el futuro y la aversión por la dicha.

Te piden actos, pruebas, obras y todo lo que puedes producir son llantos transformados.

El espíritu desfondado por la lucidez.

Toda forma de impotencia y de fracasos comporta un carácter positivo en el orden metafísico.

Lo que se llama "fuerza de alma" es el coraje de no figurarnos de otro modo nuestro destino.

El deber primordial del moralista es despoetizar su prosa; y, solo después, observar a los hombres.

La irresolución alcanzaba en él rango de misión. Cualquier cosa le hacía perder todos sus recursos. Era incapaz de tomar una decisión ante un rostro.

Durante días enteros, deseos de perpetrar un atentado contra los cinco continentes, sin reflexionar ni un solo momento en los medios.

¡Qué cantidad de fatiga reposa en mi cerebro!

Cada ser es un himno destruido.

Nuestras oraciones reprimidas estallan en sarcasmos.

La sabiduría disimula nuestras heridas: nos enseña a sangrar a escondidas.

El escepticismo es la fe de los espíritus ondulantes.

¡Tener juntamente el gusto de la provocación y el del ocultamiento, ser por instinto un aguafiestas y por convicción un cadáver!

Por naturaleza soy tan refractario a la menor empresa, que para resolverme a ejecutar una me es necesario recorrer antes alguna biografía de Alejandro o de Gengis-Khan.

¡Si pudiera uno hacerse inhumillable!

5.7.10

Firmo el decálogo

Días sujetos a una ocupación, a una preocupación; en el fondo ésta constituye una campana, esforzada pero confortable. Los flecos de la vida reducidos a uno. Pero esta semana se termina y me veré arrojado a la libertad. Tiene algo de existencialismo a lo Camus, también con el verano de paisaje.

Entre los pocos respiros, he escuchado las dos sesiones de Albert Boadella en la Fundación Juan March. La libertad sí aparece en él como disfrute y no como condena. ¡Terapia pura! Está la cultura como acogotamiento, están los escolasticismos que se exhiben como vanguardismos; pero a los buenos los reconoceréis por ese aroma liberador que desprenden. No te arrojan peso, sino que te lo quitan. Repaso a los artistas que de verdad me gustan y todos son así (y ninguno asá). La primera conferencia consiste en el desglose de un decálogo, el Decálogo Joglars, que anoto y firmo:
1. Rechazar la fantasía.
2. No telefonear al que está en el baño.
3. Acabar con el monopolio de los poetas.
4. Practicar sistemáticamente el mal gusto.
5. Defenderse de la modernidad.
6. Fomentar los enemigos.
7. No frecuentar la sopa boba.
8. Traicionar periódicamente a la patria.
9. Combatir sin piedad a los nuevos dioses.
10. No trabajar nunca.

4.7.10

Diagonal sebastianista

España jugará su semifinal contra Alemania en Durban, la ciudad en la que Pessoa vivió diez años, de 1895 a 1905. A los diecisiete (con un paréntesis) regresó a Lisboa y ya no volvió a salir. El fútbol lo puede todo y también que se hable de Pessoa en el As. Hojeo de paso el capítulo II de La vida plural de Fernando Pessoa, donde Ángel Crespo relata aquel periodo. Así era la ciudad:
Situada en la colonia británica de Natal, al Sur de la protuguesa de Mozambique, y fronteriza con ella, Durban era una ciudad nueva y a medio construir, pues había sido fundada en el año 1846 por un gobernador homónimo de la colonia de El Cabo. Tenía unos 30.000 habitantes blancos y cerca de 2.000 más, entre los que se contaban zulúes, negros de otras etnias, gente de raza amarilla y emigrantes hindúes. El barco en el que llegaron Fernando y sus familiares, probablemente el Athens, de 492 toneladas, no era, como se ve, de mucho calado, y esta circunstancia fue la que le permitió utilizar los todavía difíciles accesos al puerto, en el que sólo a partir de 1904 pudieron atracar los grandes navíos comerciales. Para entonces, la ciudad había prosperado rápidamente e iba camino de doblar el número de sus habitantes, pero en 1896 luchaba por abrirse paso entre las marismas y la vegetación subtropical, y los navíos que más la visitaban o estaban matriculados en ella eran balleneros y pequeños barcos de carga.
Mirando el mapa, trazo una diagonal entre Durban y la ciudad africana en que yo viví, Asilah. Reparo en que siguiendo hacia el noroeste está Lisboa. Y que Alcazarquivir (B), próxima a Asilah, es un punto, pues, de la diagonal entre Durban (A) y Lisboa (C).

1.7.10

Jugada del tiempo

Adormilarse es morirse un poco, morirse con gusto. Y más si es en la siesta, con el ventilador encendido. Rendición sin condiciones. Hoy me acuciaban dos nostalgias, la erótica y la de la edad. Sobre la primera he escrito al volver en mí, descansado: "La peor nostalgia es la nostalgia de la piel, del abrazo, de la tetita, del culo; la nostalgia del beso y de la lengua; del cuello, del hombro, del ombligo; la nostalgia de la cintura, la nostalgia del vientre, la nostalgia del brazo; la nostalgia del pelo, del costado, de la mano, del muslo; la nostalgia de la mejilla, de la boca, de la ingle; la nostalgia de la humedad y la suavidad y el calor y el olor y el sabor del sexo". La segunda ha consistido en una conciencia acentuada de la trituración. Ha sido escuchando una mesa redonda de junio de 1975, que evocaba un mundo que ya era nostálgico y al que le han caído treinta y cinco años más encima. Me he tendido con los cascos puestos y las voces han ido caracoleando por mis intermitencias. Se trataba de la sesión de novelistas españoles contemporáneos (entonces) dedicada a Vicente Soto. De este autor no he leído ni sé nada, sólo su nombre y el título de su novela más conocida, La zancada, que ganó el Nadal el año de mi nacimiento, porque aparecen en los apresurados resúmenes de la literatura posterior a la guerra civil. Me ha sorprendido su dignidad. Y la descripción que hace en su primer turno de su vida en Londres: buenísima. Dialoga con él Dámaso Santos, un crítico que sé que murió. Después de escribir las líneas que he copiado al principio, he metido en Google el nombre de Vicente Soto: nació en 1919 y vive, con 91 años. Luego he introducido el del presentador, José María Martínez Cachero: me ha saltado su esquela fresca, porque resulta que murió ayer. No estaba previsto que me librase hoy de la nostalgia. En su entrada de Wikipedia figuraba sólo la fecha en que nació, y he sido yo el que ha escrito la nueva y última, como quien le cierra los párpados al difunto.