Yo es que me lo paso pipa con los beatitos de nuestra pseudoizquierda: cuanto más laicos o ateos se ven, más religión exudan. No es fácil zafarse de las creencias, y menos cuando se ha entregado el alma (¡o el cerebro!) a la ideología. Que es, hoy, la religión verdaderamente existente: la que salva y condena, la que emite bulas o quema a los malos. Las religiones tradicionales siguen operando, por supuesto: pero cuando inciden en la vida pública es ya también cuando adoptan un comportamiento ideológico.
El último espectáculo de nuestros beatitos (¡o penúltimo, siempre penúltimo!) ha sido con la jura de cargos del nuevo Gobierno. En cuanto vieron una Biblia y una cruz, se espantaron como monjitas. A los laicistas de verdad (¡como yo!) no nos agrada que esos objetos estén en tales ceremonias; sin ellos, habría más pulcritud civil. Pero hay que ser muy obtuso para no ver el lugar meramente simbólico que a estas alturas ocupan. Remiten a un tiempo antiguo, predemocrático; pero, en último extremo, dan políticamente igual: no menoscaban la democracia. Al fin y al cabo, lo que se promete o jura, aunque la mano esté en la Biblia, no es nada religioso, sino cumplir las obligaciones del cargo (“con lealtad al Rey”) y “guardar y hacer guardar la Constitución...”.
Pero nuestros beatitos armaron la de siempre. ¡Cuánto escándalo! De inmediato se activó en ellos el inquisidor que llevan dentro: ver esos símbolos les bastaba para mandar nuestra democracia a la hoguera. La alternativa que muchos de ellos promueven no es un marco legal común, en el que quepan todos; no una democracia laica efectiva: sino un Estado ideológico, con buenos y malos y de comunión (ideológica) diaria.
Exagero, naturalmente. Pero por ahí va la cosa: es una exageración didáctica. En un libro que llega hoy a las librerías, La democracia sentimental de Manuel Arias Maldonado (le dedicaré próximamente una columna), se habla –en el contexto de un pormenorizado análisis de la relación entre las emociones y la política– del “componente ansiolítico” de las ideologías, que estas “comparten con las religiones”. Por tal semejanza (esto lo digo yo), el individuo ideologizado es en el fondo religioso; aunque la ideología en cuestión que profese se predique atea.
Por no salirnos del mundillo de los juramentos, donde hay genuina religión, no meramente simbólica sino operativa, es en esas jaculatorias que sueltan algunos diputados cuando prometen “por imperativo legal”, o aprovechan incluso la ocasión para endilgar un sermón o una misa.
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En El Español.