No he estado en La Habana, pero sí en Salvador de Bahía. Me puedo imaginar La Habana. Y por las canciones y los libros (y las fotos, las películas y los documentales). Sobre todo por los libros: los de Guillermo Cabrera Infante, concretamente. La Habana parada en su memoria: andante. La Habana muerta viviendo en su cabeza exiliada en Londres.
El día después de la muerte del dictador, empecé a releer La Habana para un Infante difunto: como homenaje no a la muerte sino a la vida. La leí hace años y pocas lecturas he tenido más placenteras: puro gozo lector, con regocijo erótico; crepitaban las palabras y las carnes. El libro se abre con una cita del guión de King Kong, lo que dice el protagonista ante los nativos: “Parece que las rubias escasean por estos pagos”. Así en La Habana, así en Cuba.
La otra noche dijo la castrista Cristina Almeida: “Que decida el pueblo, pero no esos de Miami”. Esos de Miami, que son cubanos exiliados (por la dictadura que ella defiende), no son “pueblo cubano”: ¡la banca ideológica siempre gana!
Mi amigo Ernesto Hernández Busto, habanero ya barcelonés, poeta y escritor finísimo, se entusiasmó cuando se retiró Fidel y abrió un blog para contarlo: Últimos días. Cuando se comprobó que el dictador seguía respirando en su chándal, tuvo que poner Penúltimos. Han durado diez años, hasta estos días ya posúltimos.
No ha habido exilio más vilipendiado: da vergüenza ajena, que es propia. Vicente Molina Foix recordaba cómo los amigos españoles de Cabrera Infante le reían todo menos el anticastrismo. Exilio doble: exterior e interior. Por eso los libros de Cabrera Infante, y los de Hernández Busto, valen tanto: son la isla paralela que se han hecho. Para vivir ellos, y para festejar a quienes los visiten.
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En The Objective.