Acaba de salir un libro notable, ideal para bernhardianos: Thomas Bernhard, Viena y yo, de Antonio Ríos Rojas (ed. Nausicaä). Vale también para quienes se quieran introducir en Bernhard, de un modo entre teórico y práctico. Es un libro insólito, muy personal, surgido de una convicción genuina y algo desmesurada, como la que suelen tener los personajes de Bernhard. De hecho, el narrador es como un personaje de Bernhard pero con algo que se sale de ahí, original de su autor. El efecto es ciertamente subyugante.
Thomas Bernhard, Viena y yo mezcla lo autobiográfico y narrativo con lo ensayístico y filosófico, en buena prosa siempre. La autobiografía lleva mucho de exageración bernhardiana, con una cierta distancia que le permite al autor sus desvíos de la realidad. El autor, en verdad, se presenta como el receptor del manuscrito de un amigo que se ha instalado en Viena. El libro lo constituye propiamente este manuscrito. Aunque en el epílogo el autor visita a su amigo, e incluso aparece fotografiado junto a la tumba de Thomas Bernhard: la última de las muchas fotos (casi todas de Bernhard) que contiene la obra. Como dando a entender que el amigo es él, pero bernhardianizado.
El narrador deja su Ceuta natal y se instala en Viena, por dos razones: el estudio del alemán y el amor a la música. Viena es la otra gran protagonista, junto con Bernhard y el yo narrativo, como recoge el título con precisión. Pero hay una razón más, que el narrador formula de un modo que insinúa su personalidad: “Había un tercer motivo añadido que me impulsaba a vivir en Viena, y era el deseo de entrar en una vida completamente nueva desde la que darme a mí mismo la oportunidad de lograr algo de sociabilidad y apertura a mi carácter, aspectos en los que había fracasado de continuo”.
Naturalmente, vuelve a fracasar. Y aquí es donde el recurso a Bernhard queda justificado. Escribe el narrador en la presentación: “Eso [‘no estás solo’] ha venido a decirme Thomas Bernhard en todos estos años en Viena. Sus libros habrán de ser para ciertos extranjeros e incluso para ciertos vieneses condenados a vivir entre sus vecinos, singularísimos libros de autoayuda. Es más, yo diría que para estas personas son los únicos libros de autoayuda”. Concluye el párrafo con una estupenda tiradita bernhardiana: “Afirmando que la obra de Bernhard ayuda a vivir en Viena, declaro ya abiertamente que concibo la vida como supervivencia, y niego por ello el fin de la literatura de autoayuda, pues pretendidamente ésta ayuda a vivir y no a sobrevivir. Pero no existe el vivir, sino sólo el sobrevivir, y por ello quiero contar cómo he sobrevivido –vivido– en Viena con la ayuda de Thomas Bernhard”.
Poco después dice algo igualmente definitorio de las páginas que seguirán: “Este libro no sólo toma partido en favor de Thomas Bernhard, sino también en su contra, y es que resulta insoportable que alguien tenga la fuerza de llegar a ser un guía permanente de supervivencia. Y Bernhard, por más que él mismo lo niegue, ha querido poseer al lector –en este caso a mí– con una fuerza diabólica, penetrando en el lector como un cuchillo en mantequilla. Me revuelvo no pocas veces contra las insistencias de mi maestro, pues yo mismo quiero ser independiente, quiero vivir sin él, y a veces intento que se retire de mí, que no me asfixie y que me deje ser yo mismo. Pero siempre me respondo que es imposible ser uno mismo, no existe ningún ser humano que sea sí mismo”.
En esta tensión probernhardiana y antibernhardiana (en un momento el narrador llama a Bernhard “canalla” al leer sus chanzas contra Mahler, para afirmar más adelante: “Es Bernhard y no Mahler quien me libera de mi miedo a la muerte”) se desarrolla Thomas Bernhard, Viena y yo, con fotos y citas de Bernhard, comentarios sobre Bernhard, historias sobre Viena y los vieneses, anécdotas y reflexiones autobiográficas, pensamientos sobre la existencia, filosofía de la música y hasta un capítulo memorable en torno al idioma alemán.
Ahora que ya no hay más libros de Bernhard, los bernhardianos podemos leer este libro probernhardiano y antibernhardiano, que le hubiese encantado a Bernhard.
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En The Objective.