Por Óscar Benítez
Tras trabajar en el mundo editorial y televisivo, José Antonio Montano (1966) ejerce actualmente como columnista en cabeceras como El Español, Jot Down o The Objective. Cultivado e irreverente, el articulista malagueño desgrana en esta charla su visión sobre el conflicto catalán, del que lamenta tanto el “delirio” de los nacionalistas como el desunión de los constitucionalistas.
Ha afirmado que el problema catalán es una “enajenación colectiva”.
Es una expresión fuerte, pero no encuentro otra más económica. Y lo digo con incomodidad, con tristeza, con desolación incluso. El último episodio ha sido esa comparación que ha hecho Elsa Artadi con Ana Frank. Es un espectáculo muy feo, degradante también para los que lo contemplamos. Los nacionalistas catalanes nos han puesto (a los demás catalanes y al resto de los españoles) en una situación muy violenta: en la de tener toda la razón. Algo inaudito en este tiempo en el que la duda no es solo un imperativo, sino también una coquetería. Esta situación también puede volvernos locos (como empieza a verse en el voxismo), pero de momento somos la única esperanza de los independentistas: que haya alguien (¡nosotros los constitucionalistas!) que pueda ponerle freno a su delirio. Somos la última carta que les queda para su salud mental.
También se ha mostrado escéptico con respecto a la eficacia del “diálogo” con los secesionistas.
Yo no soy escéptico con el diálogo ni con su eficacia: al contrario, soy un firme partidario del diálogo y de su eficacia. El diálogo es la única solución. Pero siempre que sea diálogo. Y lo que proponen o exigen los secesionistas no lo es. Como ha dicho Savater, nuestra ley (nuestra ley democrática) es ya el fruto del diálogo (del diálogo parlamentario). No respetar la ley es, por lo tanto, no respetar el diálogo. Esto para empezar.
El nacionalismo suele quejarse de que la singularidad catalana no ha sido suficientemente reconocida. ¿Le parece cierto?
No sé lo que es “la singularidad catalana” ni demás abstracciones metafísicas. Las singularidades catalanas concretas –culturales, lingüísticas, folclóricas– están reconocidas de sobra, y además forman parte de lo que defendemos los constitucionalistas. Mi generación (la nacida en la década de 1960) se educó en ese reconocimiento, y la generación anterior (como ha escrito Muñoz Molina) aún más. El respeto a la lengua catalana, por ejemplo, formaba parte del conjunto de las libertades que defendíamos y celebrábamos. Por eso nuestra sensación de estafa es monumental.
Autores como Mikel Arteta han denunciado el avance de las políticas nacionalistas en comunidades como Valencia. ¿Es una situación preocupante?
No lo sé. Me imagino que los políticos han visto que ahí hay negocio y van a por ello. El localismo siempre cumple una función para aquellos que están en la lucha por el poder: limitan la competencia. Y las exigencias también.
Recientemente, TV3 emitió un controvertido reportaje en el que vinculaba machismo con constitucionalismo. A su juicio, ¿qué parte de responsabilidad le corresponde al canal autonómico de lo ocurrido en Cataluña?
Altísima. Como arma propagandística y manipuladora, TV3 ha dado con una fórmula letal: Goebbels más disseny. Es el fascismo friendly de los presumidos.
La Constitución catalana planeaba prohibir los partidos que reclamasen volver a formar parte de España. Sin embargo, cierta izquierda sigue sin advertir el carácter autoritario de parte del independentismo. ¿A qué lo atribuye?
A la obediencia a Franco. Esa pseudoizquierda le ha comprado a Franco la idea que este tenía de España. Traicionando, por cierto, a la izquierda de la República, que luchaba por “España” contra Franco (“la guerra de España”, como la llamaban en el extranjero, era esa la lucha; “si cae España”, decía César Vallejo). Las consecuencias de esta traición son aberrantes: esa pseudoizquierda no solo obedece a Franco en su idea de España, sino que simpatiza con lo más parecido al franquismo que tenemos, que es el nacionalismo catalán.
Frente a las propuestas de Ciudadanos y PP para que el castellano vuelva a ser vehicular en la educación catalana, la ministra de Educación, Isabel Celaá, ha asegurado que esta lengua ya es vehicular en las escuelas. ¿Qué opina de la postura del PSOE en el conflicto lingüístico?
Lamentable. Es una de las muchas cuestiones en que nuestros supuestos socialdemócratas se comportan de un modo absolutamente antisocialdemócrata: en contra de la igualdad, perjudicando a los más pobres.
Los comunes han presentado como cabeza de lista a las elecciones del 28 de abril Jaume Asens, un firme partidario de la secesión. ¿Le sorprende la decisión?
No. Ya sabemos lo que son los comunes. Este Asens es el que salió el otro día en un vídeo con Pablo Iglesias diciendo que Albert Rivera era como el nazi Adolf Eichmann. Son respulsivas (¡y empalagosas!) estas proyecciones en los otros de lo que uno es. Se trata de un tipo curioso de narcisismo: soy tan guay que lo asqueroso que soy no me puedo permitir contemplarlo en mí mismo, así que lo contemplo en el de enfrente; y no como si fuera mío, sino como si fuera del de enfrente.
Por su parte, Manuel Valls ha remitido una carta a Sánchez, Casado y Rivera en la que les pide un acuerdo constitucionalista que excluya a separatistas y populismos de izquierda y derecha. ¿Lo suscribe?
Por supuesto. Y el que eso no parezca posible es el resumen exacto de nuestra desastrosa situación.
¿Y cómo valora la candidatura de Valls?
Con simpatía de afrancesado.
* * *
En El Catalán.
19.3.19
18.3.19
Bajo un cielo velazqueño
Qué bonitas las imágenes de la manifestación independentista en Madrid, bajo un cielo velazqueño. Había tanta belleza política como justicia poética: miles de personas prestándose a desmentirse a sí mismas, al clamar contra la falsa democracia, según ellos, del país en el que se manifestaban democráticamente. Era algo así como una automamada ideológica, como viene siendo el independentismo. Aunque con una particularidad admirable: el placer lo recibían otros; nosotros concretamente, los constitucionalistas. Por el espectaculito. Y por su refutación.
Era una tarde de Madrid estupenda, y cómo me acordé viendo la tele de mis tardes estupendas en Madrid. Aquellas tardes tenía que salir de casa o me daba algo. Fuesen cuales fuesen mis obligaciones, no se podía dejar escapar ese oro. Aunque llevase a la ruina. Yo vivía en Santa Cruz de Marcenado esquina Serrano Jover y tenía mi circuito: bajaba por Quintana hasta el paseo de Rosales, me asomaba al templo de Debod, seguía hasta los jardines de Sabatini, pasaba por el palacio Real y la Almudena hasta las Vistillas, y allí me metía por los callejones del Seminario hasta el parque de la Cornisa, subía por la calle del Rosario hasta la basílica de San Francisco el Grande, en la Latina entraba en el jardincito del Príncipe de Anglona, luego tiraba hacia la plaza Mayor, bajaba a Sol, subía por Preciados, me metía a mirar libros en la Fnac (no estaba La Central aún) y volvía a casa por Gran Vía y Princesa. Así echaba mis tardes primaverales, y las buenas de invierno también. Eso cuando iba solo. Con compañía estaba el placer de pasear charlando, por otros circuitos, y el de sentarse en algún café o en las gloriosas terrazas, con la vida de Madrid delante.
El sábado por la tarde se debía de estar de vicio. Pero esos miles de ciudadanos de Cataluña, que habrían sido bien recibidos, como todo el mundo, en las calles, parques y terrazas de Madrid, decidieron pasarla en un empeño desagradable, si bien se mira: el de convertir en extranjeros a más de la mitad de sus convecinos catalanes, que son quienes lo sufrirían de cerca, y al resto de sus conciudadanos españoles. Esas buenas gentes, con sus banderas, sus pancartas y sus efusiones rabiosas y sentimentales, desperdiciaban una tarde por un absurdo con consecuencia de maldad.
Pero Madrid los acogió tranquilamente, los dejó en paz, pese al insulto sustancial de sus prédicas, y encima les regaló una tarde maravillosa. Una tolerancia amparada por la ley, que para colmo se acopla con el espíritu abierto de la ciudad. De Madrid al cielo, aunque algunos opten por el suelo.
* * *
En El Español.
Era una tarde de Madrid estupenda, y cómo me acordé viendo la tele de mis tardes estupendas en Madrid. Aquellas tardes tenía que salir de casa o me daba algo. Fuesen cuales fuesen mis obligaciones, no se podía dejar escapar ese oro. Aunque llevase a la ruina. Yo vivía en Santa Cruz de Marcenado esquina Serrano Jover y tenía mi circuito: bajaba por Quintana hasta el paseo de Rosales, me asomaba al templo de Debod, seguía hasta los jardines de Sabatini, pasaba por el palacio Real y la Almudena hasta las Vistillas, y allí me metía por los callejones del Seminario hasta el parque de la Cornisa, subía por la calle del Rosario hasta la basílica de San Francisco el Grande, en la Latina entraba en el jardincito del Príncipe de Anglona, luego tiraba hacia la plaza Mayor, bajaba a Sol, subía por Preciados, me metía a mirar libros en la Fnac (no estaba La Central aún) y volvía a casa por Gran Vía y Princesa. Así echaba mis tardes primaverales, y las buenas de invierno también. Eso cuando iba solo. Con compañía estaba el placer de pasear charlando, por otros circuitos, y el de sentarse en algún café o en las gloriosas terrazas, con la vida de Madrid delante.
El sábado por la tarde se debía de estar de vicio. Pero esos miles de ciudadanos de Cataluña, que habrían sido bien recibidos, como todo el mundo, en las calles, parques y terrazas de Madrid, decidieron pasarla en un empeño desagradable, si bien se mira: el de convertir en extranjeros a más de la mitad de sus convecinos catalanes, que son quienes lo sufrirían de cerca, y al resto de sus conciudadanos españoles. Esas buenas gentes, con sus banderas, sus pancartas y sus efusiones rabiosas y sentimentales, desperdiciaban una tarde por un absurdo con consecuencia de maldad.
Pero Madrid los acogió tranquilamente, los dejó en paz, pese al insulto sustancial de sus prédicas, y encima les regaló una tarde maravillosa. Una tolerancia amparada por la ley, que para colmo se acopla con el espíritu abierto de la ciudad. De Madrid al cielo, aunque algunos opten por el suelo.
* * *
En El Español.
10.3.19
Jot Down 26
Sale el trimestral de Jot Down nº 26, especial Mensajes, sobre periodismo y comunicación. Mi colaboración se titula "El columnista de batín". Empieza así:
El columnismo es una manera fácil de ganarse un dinerillo. Antes ese dinero era mucho (un dinerazo), ahora es muy poco. Salvo para unos cuantos, que siguen cobrando bien. Clase alta sigue habiendo. Y clase baja. Lo que ha desaparecido es la clase media. O se gana mucho (unos pocos), o se gana poco (la mayoría). Lo que ya no existe es ganarse la vida aceptablemente solo escribiendo columnas. El único consuelo de quienes cobran –de quienes cobramos– poco es que hay una clase aún inferior a la nuestra: la de quienes no cobran nada. Pero esto nos sirve menos como alivio que como amenaza. Y como recuerdo: bastantes venimos de ahí. Y ahí volvemos cada vez que cierra un medio para el que trabajamos, que suele largarse con una estela de deudas. El último medio a cuyo cierre asistí me dejó debiendo casi tres mil euros: medio año de columnas (dos a la semana, entonces).
Esta miseria, por otra parte, no deja de ser una forma de justicia poética, porque escribir columnas está chupado. Estos tiempos interesantes en que las columnas se escriben solas serían una edad de oro del columnismo si nos las pagasen bien; es decir, si no nos las pagaran como si se escribiesen solas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)