30.9.20

La linterna de Eduardo Jordá

Qué encanto han tenido siempre para mí los libros de artículos. El primero, Sobre vivir de Fernando Savater, lo leí en una primavera madrileña cuando yo era estudiante y me impregnó de las sensaciones que ya se repetirían (con mayor o menor intensidad) con todos los demás: el agradable trastorno provocado por la conjunción del tiempo volandero de los periódicos y el más estable de los libros, una cierta nostalgia por el pasado reciente y ya inasible, la delicia de la sedimentación de la estrepitosa actualidad en estampas que sin embargo conservan algo de aquel estrépito...

Borges dijo que "todo poema, con el tiempo, es una elegía". Y todo artículo también. Aunque los peores desaparecen implacablemente. Y los mejores conservan algo de vidilla: son elegías con vidilla.

Ahora he leído uno de artículos muy buenos y con mucha vidilla de Eduardo Jordá, Fuera, en la oscuridad (ed. Newcastle), que se fueron publicando entre 2004 y 2019. El orden en el libro no es cronológico, sino que el autor los ha dispuesto de manera que formen un año simbólico (de Año Nuevo a Navidad) hecho con artículos de diversos años. Esto propicia que se acentúen simultáneamente el carácter temporal y el cíclico, que remeda la eternidad. Jordá es también un excelente poeta y en sus artículos –además de numerosas menciones a la poesía– late una aspiración a lo que permanece.

El título está tomado del poema "Out in the Dark" de Edward Thomas, al que Jordá dedica el último artículo y que traduce entero al final del volumen. En la presentación cuenta que, poco antes de morir en la batalla de Arras (1917), "Thomas vivía con su mujer –la gran Helen– y sus tres hijos en una casita ruinosa de Epping Forest. La estufa de parafina no funcionaba, hacía mucho frío, llovía y llovía sin parar, y el día de Nochebuena, su hija pequeña le dijo que tenía miedo de entrar en la sala de su casa porque estaba a oscuras. Thomas cogió a su hija de la mano, la llevó hasta la sala y le hizo ver que no tenía ningún motivo para sentir miedo". Después escribió el poema, que termina así:
Qué débil y pequeña es esta luz,
y todo el universo a nuestra vista,
y el amor y los gozos,
frente al poder,
si no puedes amarla, de la noche. 
Inspirándose en él, Jordá hace la siguiente declaración (que vale como poética para sus artículos y para su escritura en general): "Para mí, escribir –cuando uno es un verdadero escritor y no un simple diletante o un pomposo literato– es mirar lo que ocurre ahí fuera en el mismo momento en que ahí fuera reina una oscuridad tan densa que parece que no vaya a disiparse jamás. Escribir es el deseo desesperado de arrojar un poco de luz que nos ayude a encontrar acomodo en este mundo".

Los artículos de Fuera, en la oscuridad son, en este sentido, linternas que nos alumbran: proponen un cobijo en la realidad sin eludir que está rodeado de sombras. La atención a lo frágil, a los atisbos prometedores en este mundo hosco, es una de las capacidades de Jordá. Por eso esta selección de artículos (de la que han sido excluidos los de la cruda actualidad política, que el autor también trata en los periódicos con una exquisitez no exenta de valentía) es serena, emocionante y reconfortante.

* * *

28.9.20

Naufragio

España se ha metido en una ratonera tontísima. El que sea tontísima nos inclinaría a pensar que con un poco de inteligencia se podría salir de ella. Y así sería, en efecto. En contra de esa esperanza está nuestra historia: caracterizada precisamente por la falta de ese poco de inteligencia. 

La Transición nos había malacostumbrado. Ese poco de inteligencia se produjo. Por ese poco hemos vivido casi cuarenta años de libertad, prosperidad y aceptable paz civil. Con un marco, el de la Constitución de 1978, que permitía que se afrontase cualquier tipo de problema político real. 

Lo malo ha venido cuando han empezado a introducirse (a reintroducirse) todo tipo de problemas políticos irreales. El primero, la falacia de que la Constitución de 1978 es el obstáculo para la resolución de los problemas políticos reales. Es como si no se soportase que algo hubiese salido medianamente bien en nuestra desastrosa historia. 

La aspiración tan antipragmática de cargarse la Constitución me recuerda a aquellos hitos suicidas del “más vale honra sin barcos que barcos sin honra” y similares. Es, ciertamente, una aspiración muy española. 

Y qué vergüenza para los que nos sentimos herederos del ideal de la II República (no tanto de su desdichada plasmación) ver que “república” ocupa el lugar de “honra” ahí. Porque en la famosa frase lo de “honra”, además de suicida y absurdo, era fraudulento. Lo que fue promesa de ilustración es hoy moneda de oscurantismo. 

Soy muy pesimista. La deriva ya era preocupante cuando llegó la pandemia. La conciencia de su gravedad, con el primer estado de alarma, fue un punto de inflexión. Se pudo haber rectificado entonces, ante la realidad atroz (resumida en dos palabras: ruina y muerte) que se nos venía encima. Ha ocurrido todo lo contrario. Es terrorífico. 

Como ha dicho Ignacio Varela, el desastre se ha debido a un “fallo multiorgánico” de nuestra sociedad: de todas las instancias políticas, y también de la población. Pero el máximo responsable es el Gobierno Sánchez-Iglesias. Quizá porque es la expresión tangible de ese fallo multiorgánico: en él ha desaguado casi todo lo que en España falla, casi todo lo que está equivocado. 

Ahora desde el propio Gobierno se está en lo de la “honra”, en aquel sentido fraudulento y pomposo, en vez de en los barcos. Se está en fomentar la división, en burlar la Constitución y atacar al Rey mientras nos hundimos. Naturalmente, por el poder. Será un milagro que nos salvemos de este naufragio. 

* * * 

21.9.20

Mangacortismo

Sí, ya sé que el país se hunde, que el virus no se va, que lo que viene es terrorífico, que lo de este gobierno no tiene nombre, que menudo el PP con la Kitchen y con Ayuso, que qué asco Otegi y qué horror Torra... pero en el último día oficial del verano tengo que abordar lo que me ha venido atormentando aún más que lo anterior: ¡el mangacortismo!

Ha sido mi obsesión de estos meses. No porque esté en contra, sino porque estoy a favor. Me obsesionan los que están en contra. 

Lo natural, lo normal para los hombres en la estación calurosa es la camiseta –incluso la de tirantes–, el torso desnudo (si estamos en la tropical Málaga), el polito o niqui (si estamos en una novela de Javier Marías) y –aquí venía yo– la camisa de manga corta. Pero, por alguna razón, esta está proscrita. Alguien dijo que no y muchos se lo creen. 

Es un fascinante espectáculo de servidumbre voluntaria. Yo puedo contemplarlo con una cierta ingenuidad, porque no me enteré hasta hace pocos veranos de la proscripción. Siempre he llevado mis camisas de manga corta, no necesariamente hawaianas, con la conciencia de ser lo que soy: alguien pintón, un artista. Y resulta que no, que voy vestido de abuelete. 

Se lo pillé a un Maldonado –uno de los muchos que pululan por la Costa– en una conversación. Dijo algo despectivo contra las camisas de manga corta (no contra mí, que ese día llevaba camiseta) y entonces vi de golpe a todos los esforzados mangalarguistas que han poblado los veranos de mi vida, incluido ese Maldonado (he de aclarar que no se trata de Arias Maldonado, que comparte mangacortismo conmigo). 

El espectáculo, como digo, es fascinante. Cuarenta grados a la sombra y el mangalarguista no se pone una camisa de manga corta ni a tiros. Se mantiene empapado de sudor en la de manga larga, que además no se puede remangar más allá del codo (es otro de los palos de esa cruz). Lo que me fascina es eso: cómo ha interiorizado una norma que nadie sabe de dónde ha surgido y hace de ella religión (rama ascética). 

Mientras yo me miraba y remiraba para comprobar si mi camisa de manga corta me hacía parecer un abuelete (¡y concluyendo rabiosamente que no, que mi aspecto era el de un artista y además fresquito!), no dejaba de observar los sufrimientos de los portadores de camisa de manga larga, empapados en sudor y con aparatosos arremangamientos nunca más allá del codo, en torno al cual se formaban unas peloteras de tela espantosas... 

Lo divertido es que empieza a imponerse otra moda que entra un poco en colisión: la del pantalancortismo. Este verano he visto a un centauro que llevaba pantalón corto y camisa de manga larga. En todos los ámbitos se cabalgan contradicciones.

* * * 

16.9.20

Con su espectacular monotonía

Ante la noticia de que han hallado “posibles indicios de vida en Venus”, John Müller tuiteó algo sensacional: “Acabamos con ese planeta hace trillones de años y tuvimos que venir a este”. Le respondí: “Pensar que ya no estamos en Venus es demasiado optimista, amigo Müller”. Sí, es muy optimista pensar que ya no estamos en el descuartizamiento y la calcinación. 

Luego me acordé de “El embarco para Citerea” de Guillermo Carnero. Citerea es la isla de Venus y el poema adquiere ahora un aire futurista: “Hoy que la triste nave estar al partir, / con su espectacular monotonía...”. (Este segundo verso me parece el mejor adjetivado de la poesía universal.) 

El poeta explica que ha tomado el título del cuadro de Watteau en que personajes frívolos suben al barco que va al amor, ignorantes de lo que les espera. Pero el pintor los mira desde una cierta distancia: él no está entre ellos, se le pasó la ilusión. Carnero lo expresa así: “quiero quedarme en la ribera, [...] / oír lejanos en la oscuridad / los remos, los fanales, y estar solo”.

El indicio de la vida en Venus lo da un gas fétido, la fosfina, que existe también en la Tierra. “Se asocia –según los investigadores– a microbios que viven en entornos donde no hay oxígeno, incluido el fondo de algunos lagos, las aguas fecales y el intestino de animales, incluidos los humanos”. 

No está mal. Me recuerda a lo de Yeats: “el amor ha erigido su mansión / en el lugar del excremento”. Y al poema terrible que Baudelaire también le dedicó a Citerea. El navegante avista esa “triste y negra isla” y, ya de cerca, distingue en su costa a un ahorcado picoteado por pajarracos: “Fosas eran los ojos y del saqueado vientre / los gruesos intestinos colgaban por los muslos...” (tr. Sarrión). 

Al final de “Un viaje a Citerea”, el navegante (¡Baudelaire!) se descubre a sí mismo: “–¡Oh Venus!, en tu isla no encontré frente a mí / sino una horca simbólica donde pendía mi imagen... / –¡Ah, Señor! ¡Otorgadme el coraje y la fuerza / de aceptar sin disgusto mi corazón, mi cuerpo!”. 

Jaime Gil de Biedma, que también escribió su “Desembarco en Citerea”, cita ese penúltimo verso en otro, “De senectute”: “Amanece otro día en que no estaré invitado / ni a un momento feliz. Ni a un arrepentimiento / que, por no ser antiguo, / –ah, Seigneur, donnez-moi la force et le courage!– / invite de verdad a arrepentirme / con algún resto de sinceridad”. 

Concluye con un verso memorable, en el que me permito insertar un corchete para la ocasión: “De la vida [en Venus] me acuerdo, pero dónde está”. Algunos seguimos allí, descuartizados y calcinados: su espectacular monotonía.

* * * 

14.9.20

Dos viejos debates

Qué experiencia para los de mi generación volver a ver antiguos programas de la tele. Aquellos que vimos sin ninguna duda, puesto que los vimos todos. Nuestra vida iba por dos cauces, el de la vida y el de la tele: que no se mermaban entre sí, puesto que los dos iban a tope y en los dos estábamos. Teníamos todo el tiempo para los dos. 

Entonces había que verlos cuando los emitían, y por lo general solo los emitían una vez. Por eso los volvemos a ver ahora con la certeza de que la experiencia anterior estuvo en un momento concreto de nuestra vida. Es como meterse en nuestros ojos de tal día concreto. Y, por extensión, del momento histórico, el que corría alrededor de la pantalla. 

En YouTube se pueden ver muchas cosas (¡a veces me pongo Colombo!), pero no hay nada como el formidable almacén de RTVE A la Carta. Los más ilustrativos son los programas de conversación. Por ejemplo, el de la tertulia que tuvo en 1981 Fernando Fernán-Gómez: está entera la época en aquellas charlas. Si los jóvenes se asoman, se harán una idea. 

Este verano me he puesto dos debates que recordaba bien, aunque con las filtraciones de la memoria. Revivirlos ha sido bastante espectacular. 

El primero es el dedicado a El compromiso de los intelectuales en 1987, moderado por Victoria Prego y con la participación de (¡agárrense!) Octavio Paz, Jorge Semprún, Mario Vargas Llosa, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Goytisolo y Fernando Savater. Todos hombres, sí, pero los tiempos eran falócratas. Lo cual tenía también sus cosas buenas. Los falos se conjugaban con los cerebros, que estaban engrasados. Hoy, sencillamente, no podríamos ver un programa así: no por los falos, sino por los cerebros. (Hasta Vázquez Montalbán está aceptable.) 

El segundo es la discusión que tuvieron en el Querido Pirulí de Fernando García Tola, en 1988, Savater y Javier Sádaba (a partir del 22:42). La revisitación aquí me produjo un sobresalto: ¡Sádaba es un proto-Zapatero! La misma carita edulcorada, la misma retórica curil, la misma estrategia pasivo-agresiva, estrictamente inquisitorial. El burreo al que lo somete Savater es épico: la inteligencia afilada y sin grasa (¡rápida, chispeante!) de Savater frente a la paquidérmica maquinaria neuronal de Sádaba, que echa la caña a su cerebro a ver si se le engancha alguna ideílla, siempre mala... 

Sádaba no era proetarra, pero era de los que alimentaban la sopa boba del etarrismo. Habla de “la paz” de manera untuosa. Mientras que ETA había asesinado diez días antes y volvería a asesinar nueve días después. Y aún es lo suficientemente miserable como para soltarle a Savater (además de que se le entiende “como se entiende a la policía”, 44:45) que si tiene problemas en Zorroaga “tú sabrás por qué” (49:25). 

De modo que a mi edad he vuelto a exaltarme ante la pantalla como a mis veintiún años, con la irritación añadida de que el sabadismo es lo que impera hoy. Por lo demás, los viejos dinosaurios falócratas fueron abatidos, junto con sus cerebros. Quedan Vargas Llosa y Savater, a los que llaman “fachas”. 

* * * 

12.9.20

Jot Down 32

Ha salido el nuevo Jot Down en papel, núm. 32, especial Decadencia. Incluye una (¡preciada!) entrevista a Iñaki Uriarte. En cuanto a mi colaboración, se titula "El pecador nietzscheano" y empieza así:
Todo iba demasiado rápido. Me aficioné a la revista Estetas y decadentes. Poco después me soltó un amigo al que me acababan de presentar –era nuestra primera conversación–: “Estoy hasta los huevos de estetas y decadentes”. Eran los ochenta. Él tenía dieciocho años y yo diecinueve. Yo había escrito un poemita que terminaba con estos dos versos: “Soy un anciano / de diecinueve años invividos”. Pero la frase de mi nuevo amigo me hizo estar también hasta los huevos de estetas y decadentes.

10.9.20

Cuestionario Proust (2020)

Los principales rasgos de mi carácter
Diré el que los resume todos: la improductividad.

La cualidad que prefiero en un hombre
Que se sepa distanciar de su máscara.

La cualidad que prefiero en una mujer
Que sea ella.

Lo que más aprecio de mis amigos
La cortés intermitencia.

Mi principal defecto
El aplazamiento infinito.

Mi ocupación favorita
Últimamente leer (supongo que para no escribir).

Mi sueño de felicidad
¡Ay!

Lo que para mí sería la mayor desgracia
Seguir así.

Quién me gustaría ser
El que me gustaría ser.

Dónde me gustaría vivir
Siempre me ha gustado vivir entre Málaga y Madrid. Ahora vivo solo en Málaga.

Mi color preferido
Dos: el rojo y el negro.

La flor que más me gusta
El girasol.

Mi ave favorita
Ahora los cormoranes (cuando los veo volar desde el mirador metafísico).

Mis autores preferidos
Tucídides, Montaigne, Cervantes, Nietzsche, Conrad, Proust, Borges, Jünger, Lispector, Bernhard.

Mis poetas favoritos
Petrarca, Aldana, Baudelaire, Dickinson, Pessoa, Apollinaire, Breton, Cernuda, Paz, Szymborska.

Mis héroes de ficción
Los galos de Astérix y los vikingos de Vicky.

Mis heroínas de ficción
Las malagueñas que follan.

Mis compositores preferidos
Bach, Schubert, Brahms, Jobim, Donato, Calcanhotto.

Mis artistas favoritos
Lorrain, Duchamp, Taro, Rohmer, Katz, Gómez Losada.

Mis héroes en la vida real
Los que consiguen follar con malagueñas.

Mis heroínas históricas
Las mujeres de Atenas.

Los nombres que más me gustan
Estos años: Torrequebrada y Aravaca.

Lo que más odio
Este coñazo.

Los personajes históricos que menos me gustan
Los populistas y los nacionalistas.

La campaña militar que más admiro
La de Proust en su lecho de muerte (durante quince años).

La reforma que más aprecio
La silenciosa.

El don de la naturaleza que me gustaría tener
El del renacer primaveral.

Cómo me gustaría morir
Tarde y bien.

El estado actual de mi espíritu
Inquieto.

Las faltas que puedo soportar
Las de puntualidad.

Mi lema
"¡Ahora sí!"

* * *
Anteriores respuestas: 2006, 2012 y 2017.

7.9.20

Marketing

Quienes no incurrieron en indignación ante el cartel de HBO de la serie Patria se han acomodado, para justificar su flema, en la explicación de que solo es marketing. El propio Fernando Aramburu lo ha dicho, aunque poniendo “márquetin”, que para eso es escritor: “Atribuyo el cartel a una estrategia de márquetin que no comparto”.

No la comparte, pero en la comprensión hay una cierta justificación. Es interesante cómo lo que tiene que ver con el comercio, con el dinero, tiende a justificarse por sí mismo: es una estación final de los razonamientos. “Ah, si es marketing entonces ya no hay nada más que decir”. Se cierra así, con la explicación, una línea que podría resultar fecunda.

Evidentemente, el cartel de HBO es marketing, puro marketing. Un marketing exitoso (su éxito ha llegado hasta esta culumna), aunque no por ello menos abyecto y repulsivo. La inicua simetría que establece entre los asesinados por ETA y los torturados por las fuerzas policiales es su estrategia de venta. La yuxtaposición de los dos fotogramas insinúa una sintáxis: lo uno conduce a lo otro. Y postula un equilibrio: ambas violencias se sostienen.

Podría servir también como estrategia de venta o de justificación tanto para los policías que torturaban como para los terroristas que asesinaban: “hacíamos lo de este fotograma porque estaba lo del otro”. Los comerciales de la HBO, pues, además de vender la serie, les habrían dispensado su marketing a terroristas y a torturadores. Un marketing aún más abyecto y repulsivo.

Encuetro en las memorias de Fernando Savater, Mira por dónde (2003), estas reflexiones sobre la impresión que produciría leer la prensa de finales de los ochenta: “basta con que el firmante del artículo sea semiprogre o seminacionalista y ya resulta imposible determinar claramente cuál es el grupo terrorista, si ETA o la Guardia Civil. Otros, en cambio, se entregaban patrióticamente a la apología apenas encubierta de la tortura ‘por la buena causa’ y del asesinato paramilitar, ‘para que prueben su propia medicina’. Se diría que todo el mundo confiaba en los crímenes y casi nadie en las instituciones democráticas...”.

Precisamente de la conculcación de la democracia por parte de ETA en los pueblos en que dominaba (y por extensión en el País Vasco) es de lo que trata la novela de Aramburu. El marketing de ETA, en cambio, se empeñaba (como siguen haciendo sus herederos) en lo contrario: es la España nacida de la Constitución de 1978 la que no es democrática. La miseria del cartel de HBO está en que suscribe exactamente este marketing.

* * *
En El Español.

2.9.20

Suplemento de bicicletas

Este año me he desentendido del ciclismo. Solo he visto, por avisos sueltos, algunas etapas menores. La primera creo que fue de la Vuelta a Burgos. Qué subidón volver a ver a los ciclistas, tras estos tortuosos meses. Había bastante público en las carreteras y en los pueblos: todos con mascarillas, que no contenían el entusiasmo. Me pareció un precioso ejercicio de resurrección; algo así como la respiración artificial. Cada aplauso apuntalaba un trozo de la vida anterior.

Y de pronto el Tour, la formidable locomotora. Llega en las fechas de la Vuelta y el efecto es el que tenía la Vuelta antes, cuando empezaba en abril: una irrupción arrasadora, que tiraba de las tres semanas siguientes.

Recuerdo que cuando aún no era aficionado y no sabía qué día empezaba la Vuelta, ni estaba al tanto de las vueltas pequeñas ni las clásicas, llegaba un momento en que el televisor se llenaba de bicicletas; y también, por contagio, la calle. En aquel tiempo la televisión se derramaba fácilmente en la calle: después de Tambores lejanos salíamos haciendo el semínola, y después de El luchador manco el karateca. Al ver a los ciclistas en la tele, nos acordábamos de nuestras bicis. O bien montábamos carreras de chapas.

Veo ahora la cuarta etapa, la primera con final en subida. El pelotón discurre por un valle con luz inusual para el Tour: no la intensidad abrasadora de julio, sino una nitidez líquida, languideciente. Son emociones nuevas, de orden cromático.

Ya empiezan a subir. No sé si es por sugestión, pero también veo las sombras de los ciclistas más alargadas que nunca: pedalean notablemente duplicados. El sol se tiende en la cuesta, como para que asciendan por su miel doliente. Hay competición, uno arranca y gana. Pero también ahora priman los aspectos plásticos.

Comienza una temporada político-periodística que se presume salvaje. Se exige pelea en un momento en que lo que menos me apetece es pelear. Hay acopio artillero, básicamente para usarlo entre ruinas. En tal ambiente, qué alivio este suplemento de bicicletas. Cuando todo se derrumba, ahí están los ciclistas: elevándose y elevándonos.

* * *
En The Objective.