Me he animado a rellenar yo también el cuestionario que el 4 de octubre le pasó Arcadi Espada a Martín de Riquer en el suplemento cultural de El Mundo para que estableciera (o esbozara) su canon literario. He decidido (por nada, sólo por aligerarme de compromisos) cancelar mi colaboración con Kiliedro, y ésta me parece una buena forma de despedida. Sólo he cambiado de orden las dos últimas preguntas, para concluir con la memorable frase de Cervantes.
1. Mejor libro de caballerías. Los únicos que he leído (exceptuando el Quijote) son los libros de caballerías de Fernando Savater: El juego de los caballos y A caballo entre milenios. Los he disfrutado muchísimo, a pesar de que no me gusta la hípica. Me parecen particularmente deliciosas las crónicas del Derby de Epsom.
2. Mejor poema de amor. Diré cinco: "La unión libre" de André Breton (que incluye el verso "Mi mujer de sexo de algas y de bombones antiguos"); "Pilares" de Octavio Paz (que incluye "Yo me pierdo en tus ojos/ y al perderme te miro/ en mis ojos perdida" y "con los ojos cerrados,/ con mi tacto y mi lengua,/ deletreo en tu cuerpo/ la escritura del mundo"); el soneto XII del Cancionero de Petrarca (el que empieza "Si del tormento áspero mi vida"); el "Poema leído en la boda de André Salmon" de Apollinaire (que incluye el adorable "el Amor hoy quiere que mi amigo André Salmon se case"); y "A una transeúnte" de Baudelaire ("Fugitiva belleza / cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer").
3. Mejor poema épico. En la tradición escrita: las crónicas ciclísticas de Carlos Arribas en El País. En la tradición oral: las retransmisiones radiofónicas de Javier Ares. Un ejemplo de estas últimas: "¡Ataca Pantani! ¡El Elefantito! ¡El Divino Caaalvo!".
4. El mejor verso. Van diez: "cesó todo y dejéme" (San Juan de la Cruz); "entre las azucenas olvidado" (ídem); "Só mornos ao sol quente" [sólo tibios al sol caliente] (Ricardo Reis); "que el viento mueve, esparce y desordena" (Garcilaso de la Vega); "en nuestros labios, de chupar cansados" (Francisco de Aldana); "El mar, y nada más" (Luis Cernuda); "I have measured out my life with coffee spoons" [He medido mi vida con cucharillas de café] (T. S. Eliot); "en la mutilación de la metralla" (Ramón López Velarde); "Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos" (Pere Gimferrer); "No basta ser cruel. Eres el último" (Jorge Luis Borges).
5. La mejor traducción. Las que hizo Andrés Sánchez Pascual de Nietzsche y de Jünger, y las que hizo Miguel Sáenz de Thomas Bernhard. Ya dije alguna vez que me parecen obras maestras del español.
6. Mejor cuento infantil. Sin duda, Pinocho. Me impresionó especialmente una versión televisiva que emitieron a mediados de los setenta. Era muy descarnada, casi traumática, hecha con actores de carne y hueso (a Pinocho lo interpretaba un niño peloncete llamado Andrea: me inquietó que un niño tuviese nombre de niña). Hace poco reviví el cuento gracias a las reflexiones que le dedica Paul Auster en La invención de la soledad.
7. La mejor novela policíaca. Las de mis dos detectives favoritos: Sherlock Holmes y Hércules Poirot. Más otra de Agatha Christie sin Poirot: Diez negritos.
8. La mejor biografía. Don Ramón María del Valle-Inclán de Gómez de la Serna, Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía de Safranski, Gustave Flaubert de Herbert Lottman, Noel Rosa: uma biografia de João Máximo y Carlos Didier, y O anjo pornográfico: a vida de Nelson Rodrigues de Ruy Castro.
9. La mejor novela de aventuras. La línea de sombra de Joseph Conrad, que cuenta la aventura del paso de la primera juventud a la (primera) madurez. El eje es la lucha contra un enemigo insondable e insidioso: la calma chicha en alta mar. Y otra de Conrad: El espejo del mar (en la traducción de Javier Marías), que habla de la aventura del mar a pelo, sin novela.
10. Las mejores memorias. Las de Nietzsche: Ecce homo. Un libro injustamente calificado de ególatra, cuando es un puro chisporroteo humorístico. Nietzsche se nos muestra más entrañable que nunca, y su autoironía es total. Incluye además unas sublimes páginas sobre la inspiración y el símbolo, a propósito de Así habló Zaratustra. En esa línea juguetonamente petulante siempre he adorado "La confesión desdeñosa" de André Breton (incluida en Los pasos perdidos). Otras memorias excelentes, y cuya escritura constituye un ejemplo de castellano diáfano, son las de Luis Cernuda: Historial de un libro. Y, por supuesto, la pentalogía autobiográfica de Thomas Bernhard. ¡Y el Mira por dónde de Savater!
11. El mejor himno. El "Himno a la Luna" de Leopoldo Lugones (incluido en Lunario sentimental). Si hubiera que escoger el de algún país, el brasileño, que dice la palabra "retumbante": "Ouviram do Ipiranga às margens plácidas/ de um povo heróico o brado retumbante". Ivan Lins tiene una versión del himno. Aunque él mismo compuso un himno mucho mejor, la canción "Meu país": "Aqui é o meu país/ nos seios da minha amada". ("Seios" significa, patrióticamente, "senos").
12. La mejor crónica o reportaje. La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, en cuyo prólogo hace la siguiente declaración: "y a esta causa, digo y afirmo que lo que en este libro se contiene es muy verdadero, que como testigo de vista me hallé en todas las batallas y reencuentros de guerra; y no son cuentos viejos, ni Historias de Romanos de más de setecientos años, porque a manera de decir, ayer pasó lo que verán en mi historia, y cómo y cuándo, y de qué manera". Destaco también el informe que escribió Vargas Llosa sobre la matanza de Uchuraccay, en los Andes (que leí en uno de los tomos de Contra viento y marea). Y la historia de la bossa nova escrita por Ruy Castro, Chega de saudade. História e histórias da Bossa Nova: un magnífico reportaje de cuatrocientas páginas.
13. La mejor obra sobre Barcelona. Sin duda, los poemas de Jaime Gil de Biedma. En especial "Barcelona ja no és bona", con sus irresistibles pasajes: "Oh mundo de mi infancia, cuya mitología/ se asocia -bien lo veo-/ con el capitalismo de empresa familiar!". Y si tuviese que decir la mejor sobre Málaga: El otro reino de la muerte, titulado en otra edición Málaga en llamas, de Gamel Woolsey (que era muchísimo mejor escritora que su marido Gerald Brenan).
14. El libro más útil. Apariencia desnuda de Octavio Paz y Duchamp. El amor y la muerte, incluso de Juan Antonio Ramírez: ambos son utilísimos para aproximarse a la comprensión de una de las cosas fundamentales de esta vida, como es el Gran Vidrio de Marcel Duchamp.
15. La mejor novela psicológica. Por el camino de Swann, de Marcel Proust, que es el único tomo que he leído (¡por ahora!) de En busca del tiempo perdido: por las evocaciones de su infancia, las reflexiones sobre la magdalenesca memoria y el estudio, más que sobre los celos, sobre el amor no correspondido; con aquella inolvidable conclusión: "¡Y pensar que he malgastado los mejores años de mi vida por una mujer que no era mi tipo!". Aunque mi mayor descubrimiento literario relacionado con la psicología no me lo dio una novela, sino el Libro del desasosiego de Fernando Pessoa: en él encontré que podía escribirse sobre la intimidad de un modo que yo jamás había sospechado.
16. La mejor fantasía. Las de Borges, en Ficciones y El Aleph. Y los cuatro primeros libros (hasta Relatos de poder inclusive: ni uno más) de Carlos Castaneda.
17. El mejor drama. Escogeré dos guiones de cine, y sus películas: Breve encuentro de David Lean y El apartamento de Billy Wilder. Las dos están relacionadas: cuando Wilder vio Breve encuentro, se fijó en el personaje que le presta el apartamento a la pareja de amantes. ¿Qué hará él mientras tanto?, pensó. Y ese fue el origen de su futura película. En Breve encuentro, por cierto, hay una frase memorable, cuando el protagonista le dice a la protagonista, para animarla a que acepte su invitación: "Vamos, la mediana edad sólo se vive una vez". (El drama, o la tragedia, es la disyuntiva entre el Orden y la Aventura.)
18. El mejor libro científico. La evolución del deseo de David M. Buss, que es como una operación de cataratas románticas para el corazón. También experimenté un gran placer científico con el desenmarañamiento que hace Dámaso Alonso del Polifemo de Góngora. Añado un ensayito de ciencia psicoanalítica: "Duelo y melancolía" de Freud (incluido en El malestar en la cultura).
19. El mejor tratado político. La Historia de Roma de Indro Montanelli: ahí está todo, pasado, presente y porvenir. Y también Jünger: Radiaciones (sólo los tomos de la Segunda Guerra Mundial) y La emboscadura.
20. La mejor obra cómica. Leyendo me he sonreído muchas veces, pero apenas me han salido carcajadas. Éstas se han producido, por ejemplo, con Pantaleón y las visitadoras de Vargas Llosa, La vida exagerada de Martín Romaña de Bryce Echenique y casi todos los libros de Thomas Bernhard (en especial Tala, El imitador de voces y los pasajes contra Stifter y Heidegger de Maestros antiguos).
21. La mejor frase de Cervantes. Esta del admirable prólogo del Quijote, tan justamente repetida: "procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención; dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos". (Vale.)
[Publicado en Kiliedro]
24.10.07
8.9.07
La actualidad como relato
Voy a ensayar yo también (a lo teatral, y a lo Montaigne) esta fórmula que se está imponiendo en el Nickjournal de ofrecer pildoritas más o menos engarzadas.
La rabiosa actualidad.— La actualidad como ente. Es un auténtico bicho. Rabioso: lo de "la rabiosa actualidad" es una acuñación exacta. Pero la actualidad es uno de esos fantasmas (perfectamente berkeleyanos) que desaparecen en cuanto uno deja de mirarlos. Eso ocurre en los días de apagón informativo. Uno pretende liberarse, ante todo, de una ansiedad. Justo esta que señala Jünger en La emboscadura: "La simple necesidad que la gente siente de absorber varias veces al día noticias es ya un signo de angustia; la imaginación gira y gira y de esa manera va creciendo y paralizándose. A lo que se asemejan todas esas antenas que hay en las ciudades gigantescas es al cabello erizado." Borges, otro intempestivo, decía que "el periodismo se basa en la falsa creencia de que todos los días sucede algo nuevo". En realidad, siempre sucede lo de siempre. El énfasis en la novedad (en la noticia) es un rasgo plebeyo. Siempre me hizo gracia aquella epiquilla a lo Lou Grant por dar la primicia; todas aquellas puñaladas y correteos del "periodista de raza". Como el bueno de Alejo García, llegando desfondado al micrófono para dar la noticia de que había sido legalizado el PCE. Lo de Alejo, ahora que lo pienso, es una buena metáfora: llegar al micrófono sin voz, por las prisas. La actualidad completamente esfumada en la precipitación.
El relato de la jornada.— Desde que el periodismo se convirtió en carrera universitaria no puede decirse que haya mejorado su calidad; pero sí que los periodistas tienen ya también su jerga académica. Todas aquellas monsergas sobre "el relato informativo" que nos daban en la Facultad de Ciencias de la Información. Se ha llegado a extremos grotescos, como el de ese presentador de telediario que al despedir suelta el latiguillo de "este ha sido el relato de la jornada". Podría pensarse que ese desvelamiento de la actualidad como relato tuvo un origen ilustrado, algo así como un paso más en el desenmascaramiento de las "astucias de la imaginación" para dar gato por liebre. Lo coherente hubiera sido, entonces, esmerar la higiene y los cuidados; estar más atentos ante las falsedades que se colaban, justamente para que se dejasen de colar. Pero ha ocurrido justo lo contrario: lo del "relato de la actualidad" se ha tomado como coartada para que cada uno arme, en efecto, el relato que más le interesa. Tiene cierta equivalencia con el dostoyevskiano "si Dios no existe, todo está permitido". La reacción antirrelatística de los nuevos defensores de la objetividad, como Arcadi Espada, parece a veces nostálgica de los tiempos en que Dios (sive La Verdad) existía. Pero es más sofisticada: la melancolía por las debilidades de la razón y los agujereamientos de la verdad no debería servir para lanzarse desbocadamente por los paraísos de la ficción; sino, más modestamente, para cortarse un poco. Para caminar con las precauciones del que sabe que va por terreno movedizo.
Faltan elementos narrativos.— En cualquier caso, puestos a aceptar la actualidad como relato, se pediría al menos cierta coherencia narrativa; cierto equilibrio a la hora de presentar los hechos y los personajes. Pero no. Abundan el escamoteo y la elipsis, vacíos que intentan ser cubiertos con brochazos propagandísticos. El "relato de la actualidad" es, en efecto, el "relato de la jornada": la flor de un solo día. Una planta flotante, a modo de nenúfar, cuando el pasado desmiente el interés actual del medio en cuestión; o una planta bien arraigada cuando el pasado le conviene. En la Cope y en la Ser se aprecia con frecuencia. Ante una afirmación de ZP, por ejemplo, que esté en contradicción con otra suya anterior, nos encontraremos en la Ser con un abrumador silencio con respecto al pasado; mientras en la Cope echarán mano exhaustivamente de hemerotecas y archivos sonoros. Actitud que se invierte cuando es una declaración de Rajoy o de Aznar la contradictoria: silencio abrumador en la Cope y hemerotecas y archivos sonoros a punta pala en la Ser. Los documentalistas de una y otra emisora son galeotes que han demostrado que saben remar... pero sólo lo hacen cuando el patrón les azuza. Este uso a conveniencia del pasado (de todo el material narrativo que constituye el pasado) resulta más descarado cuando se trata del pasado recentísimo: apenas el del día anterior. Recuerdo, por ejemplo, cuando la Comisión del 11-M. Aznar había estado un montón de horas declarando y los tertulianos de la Cope se felicitaban de su fortaleza y añadían: "A ver mañana lo que aguanta ZP. Ese a la media hora ya está fundido". Pues bien: al día siguiente ZP estuvo declarando más tiempo aún que Aznar... y aquellos mismos tertulianos ya no dijeron ni mú al respecto. Faltan continuamente, en uno y otro bando, elementos narrativos. Apenas se oyen frases como "a pesar de que ayer dijimos esto, hoy ha ocurrido esto otro". No hay elementos de enlace, ni confesión de fallas, ni titubeos. Todo es una insistente, incesante adición.
Indicios audiovisuales.— El espectador de la actualidad no percibe realmente la actualidad, sino lo que los medios le muestran de ella. El espectador no tiene acceso a las fuentes y puede que tampoco sea muy ducho a la hora de aclararse con el aluvión de datos que le caen encima. Pero cuenta con un elemento secundario que puede permitirle sacar ciertas conclusiones: el de los "indicios audiovisuales". Éstos son aquellos elementos de la realidad que se cuelan en bruto en los medios, sin elaboración. Mejor dicho: aquellos elementos que, siendo audiovisuales, nos permiten hacernos una idea de lo que se está cociendo en la trastienda. La ventaja de los indicios audiovisuales es que, a diferencia del acontecimiento en cuestión, a ellos sí los conocemos de primera mano. Son esquirlas audiovisuales de la realidad, por decirlo así: esquirlas que alcanzan directamente al espectador. Pondré dos ejemplos. Yo no sé si Felipe González organizó los Gal o estuvo al tanto de los mismos. No he tenido acceso a las fuentes y, ciertamente, soy incapaz de manejar los datos que se ofrecieron al respecto. Pero, como espectador audiovisual, sí vi a Felipe González defendiendo con argumentos dudosos, y excusando, a los implicados en los Gal: lo que me pareció de una gravedad suficiente. Tampoco sé si el Gobierno de Aznar mintió durante el 11-M. Pero, como espectador audiovisual, vi a Acebes cerúleo y sudoroso en las ruedas de prensa de aquel día: con un nerviosismo que no parecía sólo el del que está "abatido por la catástrofe" o "superado por los acontecimientos".
El relato como actualidad.— Hay otra forma de contemplar el relato de la actualidad. Y es la de contemplar el relato en tanto actualidad: contemplar el relato en tanto trozo de realidad que se nos ofrece. El espectador no se encuentra primeramente ante la realidad de la actualidad, sino ante la realidad del telediario. Ante la noticia de un terremoto, ¿cuál es la realidad principal a la que estamos asistiendo? No al terremoto en sí, que nos llega como relato y no como realidad. Sino más bien a la realidad de la presentadora maquillada que nos lo cuenta, que normalmente sonríe a pesar de la catástrofe. Y sonríe (su sonrisa es más real en ese momento que las ciudades desmoronadas) por dos razones: porque el terremoto, al fin y al cabo, le ha animado el telediario, en especial si es verano o finde; y, sobre todo, porque la presentadora en cuestión está trabajando, porque acabó Periodismo y logró abrirse paso en la jungla y ahora está con curro y colocada en la tele, cosa que le produce una explicable satisfacción. Puede apreciarse que cuanto más crudo se pone el mercado laboral para el licenciado en Ciencias de la Información, más sonríen los presentadores de telediario, por bestial que sea la catástrofe. De unos años a esta parte, prácticamente lo cuentan todo a carcajadas.
[Publicado en Nickjournal]
La rabiosa actualidad.— La actualidad como ente. Es un auténtico bicho. Rabioso: lo de "la rabiosa actualidad" es una acuñación exacta. Pero la actualidad es uno de esos fantasmas (perfectamente berkeleyanos) que desaparecen en cuanto uno deja de mirarlos. Eso ocurre en los días de apagón informativo. Uno pretende liberarse, ante todo, de una ansiedad. Justo esta que señala Jünger en La emboscadura: "La simple necesidad que la gente siente de absorber varias veces al día noticias es ya un signo de angustia; la imaginación gira y gira y de esa manera va creciendo y paralizándose. A lo que se asemejan todas esas antenas que hay en las ciudades gigantescas es al cabello erizado." Borges, otro intempestivo, decía que "el periodismo se basa en la falsa creencia de que todos los días sucede algo nuevo". En realidad, siempre sucede lo de siempre. El énfasis en la novedad (en la noticia) es un rasgo plebeyo. Siempre me hizo gracia aquella epiquilla a lo Lou Grant por dar la primicia; todas aquellas puñaladas y correteos del "periodista de raza". Como el bueno de Alejo García, llegando desfondado al micrófono para dar la noticia de que había sido legalizado el PCE. Lo de Alejo, ahora que lo pienso, es una buena metáfora: llegar al micrófono sin voz, por las prisas. La actualidad completamente esfumada en la precipitación.
El relato de la jornada.— Desde que el periodismo se convirtió en carrera universitaria no puede decirse que haya mejorado su calidad; pero sí que los periodistas tienen ya también su jerga académica. Todas aquellas monsergas sobre "el relato informativo" que nos daban en la Facultad de Ciencias de la Información. Se ha llegado a extremos grotescos, como el de ese presentador de telediario que al despedir suelta el latiguillo de "este ha sido el relato de la jornada". Podría pensarse que ese desvelamiento de la actualidad como relato tuvo un origen ilustrado, algo así como un paso más en el desenmascaramiento de las "astucias de la imaginación" para dar gato por liebre. Lo coherente hubiera sido, entonces, esmerar la higiene y los cuidados; estar más atentos ante las falsedades que se colaban, justamente para que se dejasen de colar. Pero ha ocurrido justo lo contrario: lo del "relato de la actualidad" se ha tomado como coartada para que cada uno arme, en efecto, el relato que más le interesa. Tiene cierta equivalencia con el dostoyevskiano "si Dios no existe, todo está permitido". La reacción antirrelatística de los nuevos defensores de la objetividad, como Arcadi Espada, parece a veces nostálgica de los tiempos en que Dios (sive La Verdad) existía. Pero es más sofisticada: la melancolía por las debilidades de la razón y los agujereamientos de la verdad no debería servir para lanzarse desbocadamente por los paraísos de la ficción; sino, más modestamente, para cortarse un poco. Para caminar con las precauciones del que sabe que va por terreno movedizo.
Faltan elementos narrativos.— En cualquier caso, puestos a aceptar la actualidad como relato, se pediría al menos cierta coherencia narrativa; cierto equilibrio a la hora de presentar los hechos y los personajes. Pero no. Abundan el escamoteo y la elipsis, vacíos que intentan ser cubiertos con brochazos propagandísticos. El "relato de la actualidad" es, en efecto, el "relato de la jornada": la flor de un solo día. Una planta flotante, a modo de nenúfar, cuando el pasado desmiente el interés actual del medio en cuestión; o una planta bien arraigada cuando el pasado le conviene. En la Cope y en la Ser se aprecia con frecuencia. Ante una afirmación de ZP, por ejemplo, que esté en contradicción con otra suya anterior, nos encontraremos en la Ser con un abrumador silencio con respecto al pasado; mientras en la Cope echarán mano exhaustivamente de hemerotecas y archivos sonoros. Actitud que se invierte cuando es una declaración de Rajoy o de Aznar la contradictoria: silencio abrumador en la Cope y hemerotecas y archivos sonoros a punta pala en la Ser. Los documentalistas de una y otra emisora son galeotes que han demostrado que saben remar... pero sólo lo hacen cuando el patrón les azuza. Este uso a conveniencia del pasado (de todo el material narrativo que constituye el pasado) resulta más descarado cuando se trata del pasado recentísimo: apenas el del día anterior. Recuerdo, por ejemplo, cuando la Comisión del 11-M. Aznar había estado un montón de horas declarando y los tertulianos de la Cope se felicitaban de su fortaleza y añadían: "A ver mañana lo que aguanta ZP. Ese a la media hora ya está fundido". Pues bien: al día siguiente ZP estuvo declarando más tiempo aún que Aznar... y aquellos mismos tertulianos ya no dijeron ni mú al respecto. Faltan continuamente, en uno y otro bando, elementos narrativos. Apenas se oyen frases como "a pesar de que ayer dijimos esto, hoy ha ocurrido esto otro". No hay elementos de enlace, ni confesión de fallas, ni titubeos. Todo es una insistente, incesante adición.
Indicios audiovisuales.— El espectador de la actualidad no percibe realmente la actualidad, sino lo que los medios le muestran de ella. El espectador no tiene acceso a las fuentes y puede que tampoco sea muy ducho a la hora de aclararse con el aluvión de datos que le caen encima. Pero cuenta con un elemento secundario que puede permitirle sacar ciertas conclusiones: el de los "indicios audiovisuales". Éstos son aquellos elementos de la realidad que se cuelan en bruto en los medios, sin elaboración. Mejor dicho: aquellos elementos que, siendo audiovisuales, nos permiten hacernos una idea de lo que se está cociendo en la trastienda. La ventaja de los indicios audiovisuales es que, a diferencia del acontecimiento en cuestión, a ellos sí los conocemos de primera mano. Son esquirlas audiovisuales de la realidad, por decirlo así: esquirlas que alcanzan directamente al espectador. Pondré dos ejemplos. Yo no sé si Felipe González organizó los Gal o estuvo al tanto de los mismos. No he tenido acceso a las fuentes y, ciertamente, soy incapaz de manejar los datos que se ofrecieron al respecto. Pero, como espectador audiovisual, sí vi a Felipe González defendiendo con argumentos dudosos, y excusando, a los implicados en los Gal: lo que me pareció de una gravedad suficiente. Tampoco sé si el Gobierno de Aznar mintió durante el 11-M. Pero, como espectador audiovisual, vi a Acebes cerúleo y sudoroso en las ruedas de prensa de aquel día: con un nerviosismo que no parecía sólo el del que está "abatido por la catástrofe" o "superado por los acontecimientos".
El relato como actualidad.— Hay otra forma de contemplar el relato de la actualidad. Y es la de contemplar el relato en tanto actualidad: contemplar el relato en tanto trozo de realidad que se nos ofrece. El espectador no se encuentra primeramente ante la realidad de la actualidad, sino ante la realidad del telediario. Ante la noticia de un terremoto, ¿cuál es la realidad principal a la que estamos asistiendo? No al terremoto en sí, que nos llega como relato y no como realidad. Sino más bien a la realidad de la presentadora maquillada que nos lo cuenta, que normalmente sonríe a pesar de la catástrofe. Y sonríe (su sonrisa es más real en ese momento que las ciudades desmoronadas) por dos razones: porque el terremoto, al fin y al cabo, le ha animado el telediario, en especial si es verano o finde; y, sobre todo, porque la presentadora en cuestión está trabajando, porque acabó Periodismo y logró abrirse paso en la jungla y ahora está con curro y colocada en la tele, cosa que le produce una explicable satisfacción. Puede apreciarse que cuanto más crudo se pone el mercado laboral para el licenciado en Ciencias de la Información, más sonríen los presentadores de telediario, por bestial que sea la catástrofe. De unos años a esta parte, prácticamente lo cuentan todo a carcajadas.
[Publicado en Nickjournal]
8.8.07
Sin esfuerzo
Este es un artículo perezoso. Hecho sin hacer –por picoteo. Es verano. Se anuncia un azote de calor del Sáhara y yo tengo puesto el ventilador. Escucho el último disco de Caetano Veloso, Cê. He perdido el hilo, el de mi vida; pero aún se mantiene cerquita. Me bastaría con hacer un fácil esfuerzo con la mano. La tierra rebosa de felicidad. Por eso solemos caminar unos palmos por encima. Estamos en las etapas montañosas del Tour: por las laderas, centenares de ready-mades –ruedas de Duchamp (sin taburete) tomándose a sí mismas demasiado en serio.
Quería haber escrito sobre Octavio Paz. Sobre la pasión que tuve por él hace veinte años. Entonces solía encontrárseme con los pies en las piscinas –sentado en los bordes mientras leía sus poemas. Era una experiencia erótica. Creo que nunca ha habido un lector mejor de Semillas para un himno: "Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida, / bahía donde el mar de noche se aquieta, negro caballo de espuma, / cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro, / boca del horno donde se hacen las hostias, / sonrientes labios entreabiertos y atroces, / nupcias de la luz y la sombra, de lo visible y lo invisible / (allí espera la carne su resurrección y el día de la vida perdurable)." Veo ahora que la sección donde está ese poema, "Cuerpo a la vista", se titula El girasol. En el que le dedicó a Luis Cernuda había todo un programa (ético y poético): "Con letra clara el poeta escribe / sus verdades obscuras / Sus palabras / no son un monumento público / ni la Guía del camino recto / Nacieron del silencio / se abren sobre tallos de silencio / las contemplamos en silencio". Octavio Paz decía cosas que no decía nadie. En "La palabra edificante" por ejemplo, también sobre Cernuda, que era "el poeta menos cristiano" de la literatura española. Cernuda, a su vez, le dedicó el poema "Limbo" a Octavio Paz, que termina con aquel verso insuperable: "Mejor la destrucción, el fuego". Ayer en el telediario salió que un tipo había robado un tanque no sé dónde y con él se había dedicado a destruir una fábrica. Hace años se produjo otro suceso en que se aliaron "la destrucción y el amor". Un hombre se subió a una excavadora y avanzó en línea recta hasta la casa en la que vivía su amada, arrasando todo lo que encontró a su paso (vallas, jardines, coches, otras casas). Recuerdo que Savater dijo a propósito que habría que hacer algo así al menos una vez en la vida.
Fue por Savater por quien me aficioné a Octavio Paz. Al principio a éste, antes de haberle prestado atención, lo veía como uno más de los "autores iberoamericanos" que nos soltaban sus monsergas retóricas en 300 millones. Eran todos como variaciones de Pepe Domingo Castaño, que los presentaba. Aquello era como un programa religioso en que siempre estaban predicando la tabarra de la Hispanidad. Engolamiento a lo Joaquín Soler Serrano que, es cierto, los superaba a todos. Un día me interesó algo que Octavio Paz dijo en la radio, sobre las diferencias entre la amistad y el amor; pero no fue suficiente. Hasta que no supe que era amigo de Savater (por una alusión de éste en Sobre vivir), no me decidí a leerlo. Sí, así es como funciono: necesito que el personal me llegue con avales. Empecé por Pasión crítica y la antología de Júcar (¡amarilla, que leí sobre el verde césped del campus de Letras, como prefigurando mi afición brasileñista!). Luego devoré todo lo demás, ensayos y poemas, en una chisporroteante hoguera de admiración. Eso es lo que hubiera querido contar aquí, explicando mis razones; pero de nuevo me canso. En cuanto me aplico para adoptar un tono riguroso, me invade la pereza. El calor centrifuga la profundidad. Aunque no hace calor en mi escritorio: el ventilador emite una incesante brisilla artificial. Caetano Veloso sigue en el equipo de música, aportando su tropicalismo. Yo podría ser un detective de Rubem Fonseca, o mejor el Espinosa de Garcia-Roza, instalado en un cuartucho de Río de Janeiro. Escribo tratando de aclarar el caso. El caso es que el mundo es un resorte criminal (confuso). Y también es que he estado leyendo el Afterpop de Eloy Fernández Porta y me siento "un bulto solemne, de repente antiguo".
Luis Cernuda le dedicó un poemita al cacharro: "Aún queda, brusca delicia, / La que abre tu caricia, / Oh ventilador cautivo". La diferencia con el aire acondicionado es que éste no acaricia. Refresca pero sin tocar: es más socialdemócrata. Muchos suicidios en Suecia se evitarían con ventiladores. Aunque allí no existe el ventilador, porque no hace falta. Puede que los suecos se vengan al Sur no en busca de nuestro sol sino de nuestros (acariciantes) ventiladores. En verdad, dos cosas quedan en el litoral mediterráneo, dos únicas cosas: la luz y la brisa. Todo lo demás es horror. Fealdad, ruido, abyección, corrupción, asesinato. Pero, entre los horripilantes montones de detritus, aún circula la brisa. Y se cuela la luz o cae (a veces aplastando, qué euforia, sin piedad). Hay un tercer elemento, pero hay que asomarse al horizonte: el azul del mar; el azul flotante, ya separado o abstraído del mar. Un azul con frecuencia rayado por el cretino de la moto acuática, pero en permanente proceso de autorrestitución. La nada es azul. Un día el azul nos tragará y seremos felices (o al menos puros). Podría modificarse el último verso del "Limbo" de Cernuda: "Mejor la destrucción, el azul". El azul del cielo. En lo de "ir al cielo" lo sustancial es "ir al azul". Al fin y al cabo, el azul del mar es un azul prestado del cielo. En cuanto al horrendo litoral: sólo la brisa nos absuelve. Y la brisa, la fresca brisa que suscita el ventilador es una absolución doméstica, pequeñita. (Me vale para echar la mañana.)
El aspecto adocenado de Octavio Paz, si se mira bien, era un logro. Llevar una vida literaria de premios, congresos, conferencias y presentaciones es una de las posibles vías purgativas para la iluminación. Él mismo contaba que, cuando le dieron el primer premio importante, dudó si aceptarlo o no. En un lado, pensaría, están los capitostes huecos de la literatura; en el otro, Baudelaire, Rimbaud y los demás rebeldes vivos. Fue a consultarle sus dudas a un santón (se encontraba en la India) y éste le dijo: "Sea humilde, acepte el premio". Hay un momento en que lo ridículo es el aspaviento. Salinger, por ejemplo, dándole el manotazo a la cámara y encerrado en su búnker de uralita. Nietzsche, una vez más, indicó el camino sabio (y socarrón): "Un oficio es algo bueno: lo interponemos entre nosotros y los demás y así tenemos un escondite tranquilo y artero y podemos hacer y decir lo que todo el mundo considera que tiene derecho a aguardar de nosotros. También puede utilizarse de ese modo una fama precoz: suponiendo que, detrás de ella, pueda nuestro yo, sin que se lo oiga, volver a jugar libremente consigo y a reírse de sí mismo". Suponiendo eso último, por supuesto. En el otro extremo: los malditos sin humor, que llevan su malditismo con docilidad de oficinistas (léase la biografía de Haro Ibars al respecto).
Me gustó saber que Octavio Paz era amigo de Cioran: ese fue el aval definitivo, en los comienzos. Según contaba Savater, a Cioran le gustaba el soneto que termina "Y nada queda sino el goce impío / de la razón cayendo en la inefable / y helada intimidad de su vacío". Ahora, repasando la Breve historia del ensayo hispanoamericano de José Miguel Oviedo para ver si me animaba a escribir sesudamente sobre Octavio Paz, doy justo con un Cioran colombiano cuya existencia desconocía: Nicolás Gómez Dávila, que es con quien Oviedo concluye su libro. Este Gómez Dávila, nacido en 1914 como Paz y que no sé si aún vive (el Google lo abriré después), es autor de un único libro: Escolios a un texto implícito, que publicó muy tarde ya en su vida, en 1977. Dice Oviedo: "El título contiene una irónica alusión a ese largo silencio: el libro es el epílogo a una obra que no existe, que se omitió para dar vida sólo a unos fragmentos". Vienen unos cuantos y son, en verdad, cioranescos: "Nuestra última esperanza es la injusticia de Dios"; "Las verdades convergen hacia una sola verdad -pero las rutas han sido cortadas"; "La historia sepulta, sin resolverlos, los problemas que plantea". ¡Hay que conseguir ese libro! Y vaya con los colombianos: tenían a su Bernhard (Fernando Vallejo) y ahora resulta que también a su Cioran. Y el mundo dándole atención al mentecato de Macondo.
Me he pasado ya en unas líneas de la extensión habitual. Al final he despachado este artículo como yo quería, sin esfuerzo (creo que no he gastado ni una sola neurona). Caetano Veloso canta ahora "Homem" ("Hombre"), en que cuenta qué es todo aquello que no envidia de la mujer: ni la maternidad ni la lactancia ni la adiposidad ni la menstruación ni la sagacidad ni la intuición ni la fidelidad ni el disimulo. Sólo tiene envidia de dos cosas: "da longevidade e dos orgasmos múltiplos". "Eu sou homem", apostilla melancólicamente. Yo también.
[Publicado en Kiliedro]
Quería haber escrito sobre Octavio Paz. Sobre la pasión que tuve por él hace veinte años. Entonces solía encontrárseme con los pies en las piscinas –sentado en los bordes mientras leía sus poemas. Era una experiencia erótica. Creo que nunca ha habido un lector mejor de Semillas para un himno: "Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida, / bahía donde el mar de noche se aquieta, negro caballo de espuma, / cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro, / boca del horno donde se hacen las hostias, / sonrientes labios entreabiertos y atroces, / nupcias de la luz y la sombra, de lo visible y lo invisible / (allí espera la carne su resurrección y el día de la vida perdurable)." Veo ahora que la sección donde está ese poema, "Cuerpo a la vista", se titula El girasol. En el que le dedicó a Luis Cernuda había todo un programa (ético y poético): "Con letra clara el poeta escribe / sus verdades obscuras / Sus palabras / no son un monumento público / ni la Guía del camino recto / Nacieron del silencio / se abren sobre tallos de silencio / las contemplamos en silencio". Octavio Paz decía cosas que no decía nadie. En "La palabra edificante" por ejemplo, también sobre Cernuda, que era "el poeta menos cristiano" de la literatura española. Cernuda, a su vez, le dedicó el poema "Limbo" a Octavio Paz, que termina con aquel verso insuperable: "Mejor la destrucción, el fuego". Ayer en el telediario salió que un tipo había robado un tanque no sé dónde y con él se había dedicado a destruir una fábrica. Hace años se produjo otro suceso en que se aliaron "la destrucción y el amor". Un hombre se subió a una excavadora y avanzó en línea recta hasta la casa en la que vivía su amada, arrasando todo lo que encontró a su paso (vallas, jardines, coches, otras casas). Recuerdo que Savater dijo a propósito que habría que hacer algo así al menos una vez en la vida.
Fue por Savater por quien me aficioné a Octavio Paz. Al principio a éste, antes de haberle prestado atención, lo veía como uno más de los "autores iberoamericanos" que nos soltaban sus monsergas retóricas en 300 millones. Eran todos como variaciones de Pepe Domingo Castaño, que los presentaba. Aquello era como un programa religioso en que siempre estaban predicando la tabarra de la Hispanidad. Engolamiento a lo Joaquín Soler Serrano que, es cierto, los superaba a todos. Un día me interesó algo que Octavio Paz dijo en la radio, sobre las diferencias entre la amistad y el amor; pero no fue suficiente. Hasta que no supe que era amigo de Savater (por una alusión de éste en Sobre vivir), no me decidí a leerlo. Sí, así es como funciono: necesito que el personal me llegue con avales. Empecé por Pasión crítica y la antología de Júcar (¡amarilla, que leí sobre el verde césped del campus de Letras, como prefigurando mi afición brasileñista!). Luego devoré todo lo demás, ensayos y poemas, en una chisporroteante hoguera de admiración. Eso es lo que hubiera querido contar aquí, explicando mis razones; pero de nuevo me canso. En cuanto me aplico para adoptar un tono riguroso, me invade la pereza. El calor centrifuga la profundidad. Aunque no hace calor en mi escritorio: el ventilador emite una incesante brisilla artificial. Caetano Veloso sigue en el equipo de música, aportando su tropicalismo. Yo podría ser un detective de Rubem Fonseca, o mejor el Espinosa de Garcia-Roza, instalado en un cuartucho de Río de Janeiro. Escribo tratando de aclarar el caso. El caso es que el mundo es un resorte criminal (confuso). Y también es que he estado leyendo el Afterpop de Eloy Fernández Porta y me siento "un bulto solemne, de repente antiguo".
Luis Cernuda le dedicó un poemita al cacharro: "Aún queda, brusca delicia, / La que abre tu caricia, / Oh ventilador cautivo". La diferencia con el aire acondicionado es que éste no acaricia. Refresca pero sin tocar: es más socialdemócrata. Muchos suicidios en Suecia se evitarían con ventiladores. Aunque allí no existe el ventilador, porque no hace falta. Puede que los suecos se vengan al Sur no en busca de nuestro sol sino de nuestros (acariciantes) ventiladores. En verdad, dos cosas quedan en el litoral mediterráneo, dos únicas cosas: la luz y la brisa. Todo lo demás es horror. Fealdad, ruido, abyección, corrupción, asesinato. Pero, entre los horripilantes montones de detritus, aún circula la brisa. Y se cuela la luz o cae (a veces aplastando, qué euforia, sin piedad). Hay un tercer elemento, pero hay que asomarse al horizonte: el azul del mar; el azul flotante, ya separado o abstraído del mar. Un azul con frecuencia rayado por el cretino de la moto acuática, pero en permanente proceso de autorrestitución. La nada es azul. Un día el azul nos tragará y seremos felices (o al menos puros). Podría modificarse el último verso del "Limbo" de Cernuda: "Mejor la destrucción, el azul". El azul del cielo. En lo de "ir al cielo" lo sustancial es "ir al azul". Al fin y al cabo, el azul del mar es un azul prestado del cielo. En cuanto al horrendo litoral: sólo la brisa nos absuelve. Y la brisa, la fresca brisa que suscita el ventilador es una absolución doméstica, pequeñita. (Me vale para echar la mañana.)
El aspecto adocenado de Octavio Paz, si se mira bien, era un logro. Llevar una vida literaria de premios, congresos, conferencias y presentaciones es una de las posibles vías purgativas para la iluminación. Él mismo contaba que, cuando le dieron el primer premio importante, dudó si aceptarlo o no. En un lado, pensaría, están los capitostes huecos de la literatura; en el otro, Baudelaire, Rimbaud y los demás rebeldes vivos. Fue a consultarle sus dudas a un santón (se encontraba en la India) y éste le dijo: "Sea humilde, acepte el premio". Hay un momento en que lo ridículo es el aspaviento. Salinger, por ejemplo, dándole el manotazo a la cámara y encerrado en su búnker de uralita. Nietzsche, una vez más, indicó el camino sabio (y socarrón): "Un oficio es algo bueno: lo interponemos entre nosotros y los demás y así tenemos un escondite tranquilo y artero y podemos hacer y decir lo que todo el mundo considera que tiene derecho a aguardar de nosotros. También puede utilizarse de ese modo una fama precoz: suponiendo que, detrás de ella, pueda nuestro yo, sin que se lo oiga, volver a jugar libremente consigo y a reírse de sí mismo". Suponiendo eso último, por supuesto. En el otro extremo: los malditos sin humor, que llevan su malditismo con docilidad de oficinistas (léase la biografía de Haro Ibars al respecto).
Me gustó saber que Octavio Paz era amigo de Cioran: ese fue el aval definitivo, en los comienzos. Según contaba Savater, a Cioran le gustaba el soneto que termina "Y nada queda sino el goce impío / de la razón cayendo en la inefable / y helada intimidad de su vacío". Ahora, repasando la Breve historia del ensayo hispanoamericano de José Miguel Oviedo para ver si me animaba a escribir sesudamente sobre Octavio Paz, doy justo con un Cioran colombiano cuya existencia desconocía: Nicolás Gómez Dávila, que es con quien Oviedo concluye su libro. Este Gómez Dávila, nacido en 1914 como Paz y que no sé si aún vive (el Google lo abriré después), es autor de un único libro: Escolios a un texto implícito, que publicó muy tarde ya en su vida, en 1977. Dice Oviedo: "El título contiene una irónica alusión a ese largo silencio: el libro es el epílogo a una obra que no existe, que se omitió para dar vida sólo a unos fragmentos". Vienen unos cuantos y son, en verdad, cioranescos: "Nuestra última esperanza es la injusticia de Dios"; "Las verdades convergen hacia una sola verdad -pero las rutas han sido cortadas"; "La historia sepulta, sin resolverlos, los problemas que plantea". ¡Hay que conseguir ese libro! Y vaya con los colombianos: tenían a su Bernhard (Fernando Vallejo) y ahora resulta que también a su Cioran. Y el mundo dándole atención al mentecato de Macondo.
Me he pasado ya en unas líneas de la extensión habitual. Al final he despachado este artículo como yo quería, sin esfuerzo (creo que no he gastado ni una sola neurona). Caetano Veloso canta ahora "Homem" ("Hombre"), en que cuenta qué es todo aquello que no envidia de la mujer: ni la maternidad ni la lactancia ni la adiposidad ni la menstruación ni la sagacidad ni la intuición ni la fidelidad ni el disimulo. Sólo tiene envidia de dos cosas: "da longevidade e dos orgasmos múltiplos". "Eu sou homem", apostilla melancólicamente. Yo también.
[Publicado en Kiliedro]
1.8.07
Curso de filosofía para ceporros
Del mito al logos.- La Filosofía nace cuando un tipo dice que a la porra con los dioses y que "el agua es el origen de todas las cosas". Eso está clarísimo, ¿no? El menda, Tales de Mileto, siguió caminando y se cayó en una zanja.
Parménides.- Éste alzó la voz para decir: "¡Eh, quieto ahí!". E inventó la metafísica.
Heráclito.- A éste en cambio no le gustaba nada la quietud y se puso a berrear: "¡Moverse, moverse!". También dijo que nadie se quema dos veces con el mismo fuego, o algo así. Le llamaban El Oscuro, porque solía decir enigmas en plan Pedrito Ruiz.
Sócrates.- Dijo "sólo sé que no sé nada", y me temo que con acierto. Todos coinciden en que era más feo que el Fary chupando limón.
Platón.- Tenía pinta y vozarrón de Constantino Romero. Su filosofía consiste en que vivimos en una caverna y que hay que salir de ella para que nos dé el solecito. Sus herederos son los dependientes de las agencias de viaje.
Aristóteles.- Este tío se creía, al igual que Goethe, una especie de Adriansens que lo sabía todo. En el fondo tenía el cerebro patético del aficionado a los crucigramas.
Epicuro.- Éste sí que se lo montó bien. Su filosofía es muy simple: "Vosotros seguid pensando, que yo voy a tomarme unas aceitunitas".
Filosofía cristiana.- San Agustín, Santo Tomás y toda esa panda lo tenían clarísimo: "Sí, sí, vosotros dadle al coco... pero la Luz la tenemos nosotros porque nos sale de los melifluos y algodonosos cojoncillos". En este sentido, el más coherente fue Duns Escroto.
Descartes.- Este tío se inventó la "duda metódica" y el "pienso, luego existo", que para un filósofo es como ganar el festival de Benidorm. Su fama fue tal que la reina Cristina de Suecia lo invitó a su cama, y por el camino René se resfrió. Se parecía a Clark Gable, pero sin las orejas de soplillo.
Leibniz.- Dijo que todo es una monada y "vivimos en el mejor de los mundos posibles". Enigmática frase que sólo llegaron a comprender los psocialistas cuando llegaron al poder en el 82 y se pusieron a descabezar gambas.
Spinoza.- Hizo una Ética según el orden geométrico. Si la entendí bien, consiste en pensar en triángulos y rectángulos para evitar hacer el mal. A causa de esta revolucionaria filosofía, lo expulsaron de la sinagoga.
Hume.- El primer filósofo con falda, puesto que era escocés (bueno, también lo fue Duns Escroto). Cansado de los racionalistas, dijo: "¡Alto ahí! ¡Los sentidos! ¡Ante todo los sentidos!". Y se puso a comer salchichones hasta engordar tremendamente.
Kant.- Del triste Inmanuel sólo nos ha quedado eso de que, a su paso, la gente ponía los relojes en hora. Lo del fenómeno y el noúmeno y las aporías es muy complicado para vosotros y ni siquiera voy a esbozároslo. Pero sí es muy importante lo del imperativo categórico. Consiste en que debemos actuar siempre como si fuésemos Milikito.
Hegel.- El tío vio a Beethoven y se dijo: "Voy a hacer lo mismo, pero en filosofía". Su tragedia es que luego no vino un Mike Ríos a hacernos digeribles sus empanadas (mentales, por supuesto). A otro colega idealista, sin embargo, sí le dedicaron un hit en los setenta: "Saca el whisky, Schelling".
Marx.- Menudo pillo. Dijo: "Yo digo lo mismo que Hegel, pero dándole la vuelta, y me hago el rey". La operación funcionó y se convirtió en un filósofo tipo Mili Vanilli, que movía la boca pero no cantaba (el que cantaba era Hegel). Años después hizo de Doctor Infierno en la serie Mazinger Z.
Schopenhauer.- Alguien le habló del budismo y éste dijo: "Uy, uy, esto me lo adapto yo y triunfo". Y así fue: exactamente como cuando Ana Belén se puso a cantar en español canciones de Chico Buarque.
Nietzsche.- Con ese bigotón, se equivocó de trabajo: tenía que haberse puesto a cantar rancheras. Con lo del Eterno Retorno tuvo un vislumbre de lo que serían los programas de cotilleos.
Filosofía del siglo XX.- Tras muchos galimatías, llegó el hombre que lo puso todo en claro, enciclopédicamente: Adriansens.
Filosofía del siglo XXI.- Por fortuna Adriansens sigue vivo, con lo que tenemos garantizada la luz por otra temporada.
[Publicado en Nickjournal]
Parménides.- Éste alzó la voz para decir: "¡Eh, quieto ahí!". E inventó la metafísica.
Heráclito.- A éste en cambio no le gustaba nada la quietud y se puso a berrear: "¡Moverse, moverse!". También dijo que nadie se quema dos veces con el mismo fuego, o algo así. Le llamaban El Oscuro, porque solía decir enigmas en plan Pedrito Ruiz.
Sócrates.- Dijo "sólo sé que no sé nada", y me temo que con acierto. Todos coinciden en que era más feo que el Fary chupando limón.
Platón.- Tenía pinta y vozarrón de Constantino Romero. Su filosofía consiste en que vivimos en una caverna y que hay que salir de ella para que nos dé el solecito. Sus herederos son los dependientes de las agencias de viaje.
Aristóteles.- Este tío se creía, al igual que Goethe, una especie de Adriansens que lo sabía todo. En el fondo tenía el cerebro patético del aficionado a los crucigramas.
Epicuro.- Éste sí que se lo montó bien. Su filosofía es muy simple: "Vosotros seguid pensando, que yo voy a tomarme unas aceitunitas".
Filosofía cristiana.- San Agustín, Santo Tomás y toda esa panda lo tenían clarísimo: "Sí, sí, vosotros dadle al coco... pero la Luz la tenemos nosotros porque nos sale de los melifluos y algodonosos cojoncillos". En este sentido, el más coherente fue Duns Escroto.
Descartes.- Este tío se inventó la "duda metódica" y el "pienso, luego existo", que para un filósofo es como ganar el festival de Benidorm. Su fama fue tal que la reina Cristina de Suecia lo invitó a su cama, y por el camino René se resfrió. Se parecía a Clark Gable, pero sin las orejas de soplillo.
Leibniz.- Dijo que todo es una monada y "vivimos en el mejor de los mundos posibles". Enigmática frase que sólo llegaron a comprender los psocialistas cuando llegaron al poder en el 82 y se pusieron a descabezar gambas.
Spinoza.- Hizo una Ética según el orden geométrico. Si la entendí bien, consiste en pensar en triángulos y rectángulos para evitar hacer el mal. A causa de esta revolucionaria filosofía, lo expulsaron de la sinagoga.
Hume.- El primer filósofo con falda, puesto que era escocés (bueno, también lo fue Duns Escroto). Cansado de los racionalistas, dijo: "¡Alto ahí! ¡Los sentidos! ¡Ante todo los sentidos!". Y se puso a comer salchichones hasta engordar tremendamente.
Kant.- Del triste Inmanuel sólo nos ha quedado eso de que, a su paso, la gente ponía los relojes en hora. Lo del fenómeno y el noúmeno y las aporías es muy complicado para vosotros y ni siquiera voy a esbozároslo. Pero sí es muy importante lo del imperativo categórico. Consiste en que debemos actuar siempre como si fuésemos Milikito.
Hegel.- El tío vio a Beethoven y se dijo: "Voy a hacer lo mismo, pero en filosofía". Su tragedia es que luego no vino un Mike Ríos a hacernos digeribles sus empanadas (mentales, por supuesto). A otro colega idealista, sin embargo, sí le dedicaron un hit en los setenta: "Saca el whisky, Schelling".
Marx.- Menudo pillo. Dijo: "Yo digo lo mismo que Hegel, pero dándole la vuelta, y me hago el rey". La operación funcionó y se convirtió en un filósofo tipo Mili Vanilli, que movía la boca pero no cantaba (el que cantaba era Hegel). Años después hizo de Doctor Infierno en la serie Mazinger Z.
Schopenhauer.- Alguien le habló del budismo y éste dijo: "Uy, uy, esto me lo adapto yo y triunfo". Y así fue: exactamente como cuando Ana Belén se puso a cantar en español canciones de Chico Buarque.
Nietzsche.- Con ese bigotón, se equivocó de trabajo: tenía que haberse puesto a cantar rancheras. Con lo del Eterno Retorno tuvo un vislumbre de lo que serían los programas de cotilleos.
Filosofía del siglo XX.- Tras muchos galimatías, llegó el hombre que lo puso todo en claro, enciclopédicamente: Adriansens.
Filosofía del siglo XXI.- Por fortuna Adriansens sigue vivo, con lo que tenemos garantizada la luz por otra temporada.
[Publicado en Nickjournal]
18.5.07
La giganta
Me he puesto a releer Las flores del mal en la traducción de Martínez Sarrión, que estoy disfrutando como nunca. Junto a los poemas de siempre, reparo ahora en otros a los que apenas les había prestado atención, como este delicioso de "La giganta":
Cuando Naturaleza, en su brío poderoso,concebía diariamente monstruosas criaturas,vivir habría querido cerca de una gigantacomo al pie de una reina un gato ronroneante.
Habría visto su cuerpo florecer con su espírituy en libertad crecer con sus juegos terribles;sabría si el corazón guarda una llamarada,en las mojadas nieblas que bogan por sus ojos.
Recorrer, al azar, sus magníficas formas;escalar las vertientes de sus piernas enormesy, acaso, en el estío, cuando soles malsanos
la tumbaran rendida en mitad de los campos,a la sombra del seno dormitar sin cuidadocomo escondida aldea al pie de una montaña.
19.2.07
La venganza de los aduladores
Con motivo de la reciente ceremonia de los Premios Goya (que este año no ha estado tan mal, después de todo, con el gamberro de Corbacho), me he vuelto a acordar de la mítica frase de José Luis Cuerda: "El cine español naufraga en océanos de autocomplacencia provocados por la cocaína". Pocas veces he leído un diagnóstico tan certero. Hasta el punto de que si la revista Fotogramas se dedicara sólo al cine español, debería llamarse Fotogramos. Sí, sé que es un mal chiste: es mi particular homenaje al cine español, tan abundante en ellos. Pero en el resto del artículo no hablaré más de cocaína, sino de autocomplacencia: me da igual su causa.
Es curioso, pero de ningún otro arte se indica, hoy en España, la nacionalidad como reclamo (al menos, fuera de los delirantes ámbitos de las, así llamadas, "nacionalidades históricas"). Nunca se dice "ve a ver esa exposición, es una exposicion de pintura española", ni "escucha ese disco, es un disco de música española", ni "lee esa novela, es una novela de literatura española". Los pintores, los músicos y los novelistas triunfan o fracasan por sí solos: no se subraya si son españoles o no. Se tiene en cuenta, por supuesto: pero no se destaca especialmente. Y, sobre todo, no se establece una relación directa entre la nacionalidad y la calidad. No se considera que ser pintor, músico o novelista español sea particularmente bueno; pero, quizá por eso mismo, tampoco se considera que sea particularmente malo. Con el cine ocurre justo al revés. Se dan, simultáneamente, los dos movimientos: la propaganda acerca de su gran calidad por parte de quienes lo hacen (y de la mayoría de los críticos), y la aversión escarmentada que han ido desarrollando los espectadores. Estos, como se han sentido estafados tantas veces, no han tenido más remedio que segregar (en defensa propia) el prejuicio de que la nacionalidad española de una película supone un hándicap: prejuicio que suele verse reforzado por la realidad.
La autocomplacencia es el gran cáncer. Lo es para todo artista, pero resulta más visible (y devastador) en el cineasta. Supongo que tiene que ver con el hecho de que el cine necesita toda una industria para su ejecución. Eso hace, por un lado, que muchos cineastas de talento, que quizá estarían mejor blindados contra la autocomplacencia, no han sabido ganarse los favores de la industria y se han quedado sin la ejecución de su arte. Y, por otro, que los que lo han conseguido tienden a una megalomanía no sólo artística, sino también industrial. Un escritor podrá ser megalomaníaco (y lo es con frecuencia), pero al fin y al cabo no es más que un tipo que se sienta a rellenar páginas. Un director, en cambio, es alguien al mando de un despliegue wagneriano de medios, por intimista que sea su película. La tragedia del cine español es que los que han pasado la criba de la industria suelen ser ineficaces también como industriales. Lo cual no deja de resultar un misterio económico: ¿por qué cunde tanto la autocomplacencia si ésta es también perjudicial para la industria? En la tele, por ejemplo, no ocurre: por eso hoy en día hay más profesionalidad en las teleseries españolas que en las películas españolas. Las teleseries españolas, por cierto, también se han ido abriendo paso por sí solas: sin una machacona campaña resaltando su nacionalidad.
No sé, ciertamente, qué podría hacerse "en favor del cine español". Pero sí sé cuál es uno de los requisitos para que mejore: acabar con la mentira. No se puede elogiar una mierda como Alatriste sólo por lo mucho que "la industria" ha invertido en ella, ni por lo bien que caiga Díaz Yanes. El peor negocio es estafar con el producto, haya costado lo que haya costado, y caiga el director lo bien que caiga. ¿Cuántos espectadores volverán a estar mucho tiempo sin ver "cine español" por haber picado con Alatriste? A un director puede salirle mal una película y no pasa nada. Díaz Yanes ya lo hizo bien una vez y quizá vuelva a hacerlo bien en el futuro. Lo que no se puede es promocionarlo en su fracaso. Lo suicida, para el arte y para la industria, es toda la propaganda que conduce al espectador hasta la sala de cine sin que haya habido una sola voz que le advierta de que lo que va a ver es un bodrio. Esa soledad en la sala ante un bodrio del cine español, mientras en la prensa todo son elogios, es una de las sensaciones más desagradables que puede experimentar un amante del cine.
Yo lo he experimentado muchas veces (no escarmiento), pero quizá la más dolorosa fue con Perdita Durango. Creo que nunca he ido con más ganas a ver una película, ni con más confianza de que iba a pasármelo bien, sin reservas. La anterior de Álex de la Iglesia, El día de la bestia, me había encantado (aquello sí que era un prodigio de película "de cine español", una bocanada de aire fresco, impecable) y estaba convencido de que Perdita Durango iba a ser mejor aún. Nada en la prensa (ni en los anuncios) hacía pensar que no fuese a ser así. Por eso la decepción resultó tan espectacular. Quizá no haya dolor más agrio que el provocado por el desmoronamiento de un placer que dábamos por seguro. Pero lo peor en estos casos es que, ya fuera del cine, uno sigue asistiendo a la promoción pública de la película y a los elogios hacia el director, con las consiguientes exhibiciones de autocomplacencia del mismo: espectáculo que ya es percibido como farsa.
Las demás películas de Álex de la Iglesia también me han ido pareciendo mediocres (Muertos de risa, La comunidad, Crimen ferpecto -de 800 balas me libré), unas mejores que otras, y algunas incluso con buenas ideas y buenos momentos, pero ninguna redonda como El día de la bestia. ¿El talento había abandonado de pronto al director? En cierta ocasión asistí a una escena que lo explicaba todo. Yo me encontraba en un Kentucky Fried Chicken (no sólo soy un gourmet de escándalos, también lo soy de franquicias), cuando entró Álex de la Iglesia comandando su séquito. Empleo esta palabra con propiedad: eran diez o doce acompañantes en actitud de inferioridad jerárquica, a medio camino entre sirvientes y bufones. Juntaron varias mesas y el director se sentó con pompa en un extremo, ocupando mucho espacio, mientras los demás se apelotonaban en los laterales. Componían una estampa medieval. Durante la comida, De la Iglesia se dedicaba a deglutir sus trozos de pollo, sumido en un silencio autista y mirando únicamente su bandeja. Los del séquito no cesaban de decir chistes e ingeniosidades, aparentemente los unos para los otros, pero mirando de reojo al director. Este, cada cierto tiempo, celebraba escuetamente alguno. Entonces su emisor se henchía de satisfacción, al tiempo que los demás se encendían de envidia. Aquel subyugante espectáculo me hizo comprender qué había pasado con el cine de Álex de la Iglesia, y con todo el cine español en general. La adulación, el elogio acrítico, endiosa al artista, lo eleva, pero a la vez lo envuelve en una campana hermética que termina matando su arte y arruinándole el talento. Es la venganza de los aduladores.
[Publicado en Kiliedro]
* * *
(25.1.11) Esta entrada había quedado conceptualmente redonda; pero, por fortuna, la realidad se mueve: se resiste (se opone) a toda fijación. Es de justicia transcribir aquí un pasaje del artículo que publica hoy Álex de la Iglesia en El País:
Es curioso, pero de ningún otro arte se indica, hoy en España, la nacionalidad como reclamo (al menos, fuera de los delirantes ámbitos de las, así llamadas, "nacionalidades históricas"). Nunca se dice "ve a ver esa exposición, es una exposicion de pintura española", ni "escucha ese disco, es un disco de música española", ni "lee esa novela, es una novela de literatura española". Los pintores, los músicos y los novelistas triunfan o fracasan por sí solos: no se subraya si son españoles o no. Se tiene en cuenta, por supuesto: pero no se destaca especialmente. Y, sobre todo, no se establece una relación directa entre la nacionalidad y la calidad. No se considera que ser pintor, músico o novelista español sea particularmente bueno; pero, quizá por eso mismo, tampoco se considera que sea particularmente malo. Con el cine ocurre justo al revés. Se dan, simultáneamente, los dos movimientos: la propaganda acerca de su gran calidad por parte de quienes lo hacen (y de la mayoría de los críticos), y la aversión escarmentada que han ido desarrollando los espectadores. Estos, como se han sentido estafados tantas veces, no han tenido más remedio que segregar (en defensa propia) el prejuicio de que la nacionalidad española de una película supone un hándicap: prejuicio que suele verse reforzado por la realidad.
La autocomplacencia es el gran cáncer. Lo es para todo artista, pero resulta más visible (y devastador) en el cineasta. Supongo que tiene que ver con el hecho de que el cine necesita toda una industria para su ejecución. Eso hace, por un lado, que muchos cineastas de talento, que quizá estarían mejor blindados contra la autocomplacencia, no han sabido ganarse los favores de la industria y se han quedado sin la ejecución de su arte. Y, por otro, que los que lo han conseguido tienden a una megalomanía no sólo artística, sino también industrial. Un escritor podrá ser megalomaníaco (y lo es con frecuencia), pero al fin y al cabo no es más que un tipo que se sienta a rellenar páginas. Un director, en cambio, es alguien al mando de un despliegue wagneriano de medios, por intimista que sea su película. La tragedia del cine español es que los que han pasado la criba de la industria suelen ser ineficaces también como industriales. Lo cual no deja de resultar un misterio económico: ¿por qué cunde tanto la autocomplacencia si ésta es también perjudicial para la industria? En la tele, por ejemplo, no ocurre: por eso hoy en día hay más profesionalidad en las teleseries españolas que en las películas españolas. Las teleseries españolas, por cierto, también se han ido abriendo paso por sí solas: sin una machacona campaña resaltando su nacionalidad.
No sé, ciertamente, qué podría hacerse "en favor del cine español". Pero sí sé cuál es uno de los requisitos para que mejore: acabar con la mentira. No se puede elogiar una mierda como Alatriste sólo por lo mucho que "la industria" ha invertido en ella, ni por lo bien que caiga Díaz Yanes. El peor negocio es estafar con el producto, haya costado lo que haya costado, y caiga el director lo bien que caiga. ¿Cuántos espectadores volverán a estar mucho tiempo sin ver "cine español" por haber picado con Alatriste? A un director puede salirle mal una película y no pasa nada. Díaz Yanes ya lo hizo bien una vez y quizá vuelva a hacerlo bien en el futuro. Lo que no se puede es promocionarlo en su fracaso. Lo suicida, para el arte y para la industria, es toda la propaganda que conduce al espectador hasta la sala de cine sin que haya habido una sola voz que le advierta de que lo que va a ver es un bodrio. Esa soledad en la sala ante un bodrio del cine español, mientras en la prensa todo son elogios, es una de las sensaciones más desagradables que puede experimentar un amante del cine.
Yo lo he experimentado muchas veces (no escarmiento), pero quizá la más dolorosa fue con Perdita Durango. Creo que nunca he ido con más ganas a ver una película, ni con más confianza de que iba a pasármelo bien, sin reservas. La anterior de Álex de la Iglesia, El día de la bestia, me había encantado (aquello sí que era un prodigio de película "de cine español", una bocanada de aire fresco, impecable) y estaba convencido de que Perdita Durango iba a ser mejor aún. Nada en la prensa (ni en los anuncios) hacía pensar que no fuese a ser así. Por eso la decepción resultó tan espectacular. Quizá no haya dolor más agrio que el provocado por el desmoronamiento de un placer que dábamos por seguro. Pero lo peor en estos casos es que, ya fuera del cine, uno sigue asistiendo a la promoción pública de la película y a los elogios hacia el director, con las consiguientes exhibiciones de autocomplacencia del mismo: espectáculo que ya es percibido como farsa.
Las demás películas de Álex de la Iglesia también me han ido pareciendo mediocres (Muertos de risa, La comunidad, Crimen ferpecto -de 800 balas me libré), unas mejores que otras, y algunas incluso con buenas ideas y buenos momentos, pero ninguna redonda como El día de la bestia. ¿El talento había abandonado de pronto al director? En cierta ocasión asistí a una escena que lo explicaba todo. Yo me encontraba en un Kentucky Fried Chicken (no sólo soy un gourmet de escándalos, también lo soy de franquicias), cuando entró Álex de la Iglesia comandando su séquito. Empleo esta palabra con propiedad: eran diez o doce acompañantes en actitud de inferioridad jerárquica, a medio camino entre sirvientes y bufones. Juntaron varias mesas y el director se sentó con pompa en un extremo, ocupando mucho espacio, mientras los demás se apelotonaban en los laterales. Componían una estampa medieval. Durante la comida, De la Iglesia se dedicaba a deglutir sus trozos de pollo, sumido en un silencio autista y mirando únicamente su bandeja. Los del séquito no cesaban de decir chistes e ingeniosidades, aparentemente los unos para los otros, pero mirando de reojo al director. Este, cada cierto tiempo, celebraba escuetamente alguno. Entonces su emisor se henchía de satisfacción, al tiempo que los demás se encendían de envidia. Aquel subyugante espectáculo me hizo comprender qué había pasado con el cine de Álex de la Iglesia, y con todo el cine español en general. La adulación, el elogio acrítico, endiosa al artista, lo eleva, pero a la vez lo envuelve en una campana hermética que termina matando su arte y arruinándole el talento. Es la venganza de los aduladores.
[Publicado en Kiliedro]
* * *
(25.1.11) Esta entrada había quedado conceptualmente redonda; pero, por fortuna, la realidad se mueve: se resiste (se opone) a toda fijación. Es de justicia transcribir aquí un pasaje del artículo que publica hoy Álex de la Iglesia en El País:
Soy un tipo con el genio fácil y dado a la respuesta rápida y poco meditada. Esta gente me dio una lección. Es cómodo hablar con los que te siguen la corriente: te reafirmas en tus ideas, te sientes parte de un grupo, protegido, frente al resto de locos que se equivocan. Por vez primera, aprendí que dialogar con personas que te llevan la contraria es mucho más interesante. Puede resultar incómodo al principio, sobre todo si eres soberbio, como yo. Pero cuando aprendes a encajar, la cosa fluye, y las ideas entran.
10.2.07
El escándalo no ha muerto
Finalmente no se ha confirmado una de las frases más melancólicas del pasado siglo. Aquella que le dijo André Breton a Luis Buñuel: "El escándalo ha muerto". Quizá sí haya muerto en sus variantes primitivas, pero no en las sofisticadas. Quienes ya no escandalizan son los niños y los tunos: pero los adultos aún pueden hacerlo. Ya no basta con la voluntad de escandalizar, sino que se requiere un poco de inteligencia. Para que brote hoy el chorro negro del escándalo hay que hacer prospecciones como cuando se va a sacar petróleo. Es necesario un estudio minucioso del contexto (¡del grupo!), y sólo después pasar a la acción con la treta adecuada. Aquí en el Nickjournal, mi querido delfín Adrede lo ha entendido muy bien. En este contexto predominantemente antisocialdemócrata, él ha sabido sacarle notas de escándalo a un filón inesperado: la defensa de la socialdemocracia. Aquí, un "ZP es el Kennedy español" provoca más revuelo que un "Aznar fue un gran estadista" o el clásico "caca, culo, pedo, pis". Y yo, como gourmet de escándalos, me quito el sombrero (y hasta el cráneo si es preciso).
Pero la teología que domina ahí fuera suele ser la contraria. Al menos por los ámbitos culturales, que son por los que me muevo con mayor asiduidad. Tuve ocasión de comprobarlo otra vez la semana pasada, cuando mi amiga Berta me llamó para asistir a unas jornadas sobre "La Poesía del Rock" que se celebraban en el Instituto Municipal del Libro. Este nombre, por cierto, siempre ha despertado en mí evocaciones kafkianas, aunque en apretada competencia con otro organismo de la zona: el Centro Cultural Provincial. Una ciudad con un Instituto Municipal del Libro y un Centro Cultural Provincial es una ciudad que no se anda con chiquitas en estos asuntos (intimida un poco). Camino del acto ya se anticipó, en plan semillita wagneriana, el tema de este escrito. Berta me contó que había leído en el blog de Javier Rioyo unos lamentos de éste por la imposibilidad de provocar hoy en día. La concurrencia parecía estar de acuerdo. Ella preguntó, en un comentario, que qué pensaban que estaban haciendo en Cataluña Boadella y Ciutadans, por ejemplo. Supongo que Rioyo y los demás se arrebujaron en sus babuchas, porque nadie dijo ni mu. Eso me hizo recordar que uno de los artículos más abyectos contra el Todas putas de Hernán Migoya lo escribió alguien del cogollito: Juan José Millás. En aquella ocasión, quienes se escandalizaron con el pornógrafo fueron los clérigos de la socialdemocracia.
Al llegar al Instituto Municipal del Libro (nunca me cansaré de repetir su nombre), me encontré dos gratas sorpresas. Primero, que las conferencias las organizaba Silvia Grijalba. Segundo, que la inaugural era de Sabino Méndez. Con ambos crucé unas palabras después, en el intermedio. Berta me presentó a Grijalba, que precisamente me había escrito unos días antes para pedirme excusas por el lapsus (leve) de su Dios salve a la Movida, que conté aquí. A Méndez me acerqué mientras se estaba dejando fotografiar junto a unos fans y nos abrazamos con la efusividad de viejos nicks que se encuentran por vez primera fuera de internet. Aunque lo cierto es que yo me hubiera hecho otra foto de fan: ya escribí hace tiempo que me gustó mucho su Corre, rocker, y que encontraba en sus canciones la misma precisión y encanto que en los poemas de Jaime Gil de Biedma (buena "poesía del rock", ciertamente.)
Luego había una mesa redonda con Julián Hernández (de Siniestro Total), Javier Ojeda (de Danza Invisible) y Javier Díez (subdirector de Radio 3), además del propio Sabino Méndez. Entre el público, por cierto, estaba el poeta beat John Giorno, que tenía un recital-performance al día siguiente. El hombre, un anciano vigoroso, permanecía atento sin entender nada (no habla español), con una beatífica sonrisa zen. Me hizo gracia que, en el descanso, los de la organización se decían con alivio: "Qué bien está aguantando John, John está aguantando estupendamente". Y la verdad es que a mí también me hubiera gustado ser John, para no entender una de las frases que se dijeron en la mesa redonda.
Habían hablado ya todos, con inteligencia, con chispa, con originalidad, cuando le tocó el turno a Javier Ojeda. Este, como tenía poco que decir, se lanzó a ejercitar su gracejo. Era el eterno Malaguita de todas las milis. Y lo cierto es que tenía gracia: su gracejo funcionaba. Contó, por ejemplo, su momento de gloria académica: cómo una vez le intentó rebatir algo sobre el Mío Cid a su profesor de Hispánicas y éste contraatacó diciéndole que Danza Invisible eran unos Spandau Ballet de Torremolinos. La gente se echó a reír, y yo me eché a reír con la gente. La velada estaba siendo entretenida. Pero unas frases después, Ojeda, sin abandonar el tono simpaticote, soltó eso que Arcadi Espada llamaría un sanguinolento animalito: "Porque claro", dijo, "aquí si no llega a pasar lo del 11-M, gana otra vez el PP". Me quedé de piedra. Miré a Berta y ella tampoco daba crédito. Pero en torno, en la mesa y entre el público, todo seguía igual: buen rollito, risas. Anoté la frase para que no se me olvidara. Y después, en el turno de preguntas, alcé la mano. El último interviniente había dicho algo sobre sexo, y yo aproveché para enlazar: "Simplemente quisiera repetir la frase más pornográfica que se ha pronunciado aquí esta noche". La leí en mi papelito, sin ni siquiera mencionar a Ojeda. No era el tema del encuentro y yo sólo pretendía subrayar la frase, sin más: para que constara. Pero Ojeda saltó, con la inocencia de los pánfilos. Como era previsible, no tenía ni idea de lo que significaba la frase que él mismo había dicho. Le sugerí que se la anotara y la leyera y releyera, a ver si se daba cuenta. Pero soy pesimista al respecto. Ojeda, por supuesto, no es culpable de nada, es sólo un síntoma. No es, desde luego, un malvado: entre otras cosas, porque carece de la osadía maléfica que se requiere para asumir desnudamente lo que decía su frase. En cuanto pudo articularlo, dijo que él no deseaba que se hubiera producido ningún atentado, por favor. Y le creo. Ojeda tan sólo estaba montado en el magma mental imperante y se dejaba llevar. Es sólo una inercia, pero una inercia agresiva, avasalladora: implacable con los que se resisten.
Yo me caliento en exceso en estas trifulcas y no estuve elegante. No me estaba gustando mi manera de decir las cosas, pero al menos tenía el alivio moral de saber que yo era el hereje ahí, y ellos los inquisidores. O las monjitas que se ruborizan con las obscenidades. Me pareció especialmente significativa la mirada que me lanzó Julián Hernández. No llegó a intervenir, pero su mirada se me quedó grabada. Era (no puedo asegurarlo, pero lo apostaría) una mirada de odio. Una mirada (¡sí!) de escándalo. Luego en casa, rememorando, caí en ello y me sonreí: haber logrado escandalizar al inolvidable autor de "Mata hippies en las Cíes", "Ayatola no me toques la pirola" o "Me pica un huevo" (al que, si escarbamos, tanto le debe el personaje de AS) era algo con lo que yo, ciertamente, no contaba en la vida.
[Publicado en Nickjournal]
Pero la teología que domina ahí fuera suele ser la contraria. Al menos por los ámbitos culturales, que son por los que me muevo con mayor asiduidad. Tuve ocasión de comprobarlo otra vez la semana pasada, cuando mi amiga Berta me llamó para asistir a unas jornadas sobre "La Poesía del Rock" que se celebraban en el Instituto Municipal del Libro. Este nombre, por cierto, siempre ha despertado en mí evocaciones kafkianas, aunque en apretada competencia con otro organismo de la zona: el Centro Cultural Provincial. Una ciudad con un Instituto Municipal del Libro y un Centro Cultural Provincial es una ciudad que no se anda con chiquitas en estos asuntos (intimida un poco). Camino del acto ya se anticipó, en plan semillita wagneriana, el tema de este escrito. Berta me contó que había leído en el blog de Javier Rioyo unos lamentos de éste por la imposibilidad de provocar hoy en día. La concurrencia parecía estar de acuerdo. Ella preguntó, en un comentario, que qué pensaban que estaban haciendo en Cataluña Boadella y Ciutadans, por ejemplo. Supongo que Rioyo y los demás se arrebujaron en sus babuchas, porque nadie dijo ni mu. Eso me hizo recordar que uno de los artículos más abyectos contra el Todas putas de Hernán Migoya lo escribió alguien del cogollito: Juan José Millás. En aquella ocasión, quienes se escandalizaron con el pornógrafo fueron los clérigos de la socialdemocracia.
Al llegar al Instituto Municipal del Libro (nunca me cansaré de repetir su nombre), me encontré dos gratas sorpresas. Primero, que las conferencias las organizaba Silvia Grijalba. Segundo, que la inaugural era de Sabino Méndez. Con ambos crucé unas palabras después, en el intermedio. Berta me presentó a Grijalba, que precisamente me había escrito unos días antes para pedirme excusas por el lapsus (leve) de su Dios salve a la Movida, que conté aquí. A Méndez me acerqué mientras se estaba dejando fotografiar junto a unos fans y nos abrazamos con la efusividad de viejos nicks que se encuentran por vez primera fuera de internet. Aunque lo cierto es que yo me hubiera hecho otra foto de fan: ya escribí hace tiempo que me gustó mucho su Corre, rocker, y que encontraba en sus canciones la misma precisión y encanto que en los poemas de Jaime Gil de Biedma (buena "poesía del rock", ciertamente.)
Luego había una mesa redonda con Julián Hernández (de Siniestro Total), Javier Ojeda (de Danza Invisible) y Javier Díez (subdirector de Radio 3), además del propio Sabino Méndez. Entre el público, por cierto, estaba el poeta beat John Giorno, que tenía un recital-performance al día siguiente. El hombre, un anciano vigoroso, permanecía atento sin entender nada (no habla español), con una beatífica sonrisa zen. Me hizo gracia que, en el descanso, los de la organización se decían con alivio: "Qué bien está aguantando John, John está aguantando estupendamente". Y la verdad es que a mí también me hubiera gustado ser John, para no entender una de las frases que se dijeron en la mesa redonda.
Habían hablado ya todos, con inteligencia, con chispa, con originalidad, cuando le tocó el turno a Javier Ojeda. Este, como tenía poco que decir, se lanzó a ejercitar su gracejo. Era el eterno Malaguita de todas las milis. Y lo cierto es que tenía gracia: su gracejo funcionaba. Contó, por ejemplo, su momento de gloria académica: cómo una vez le intentó rebatir algo sobre el Mío Cid a su profesor de Hispánicas y éste contraatacó diciéndole que Danza Invisible eran unos Spandau Ballet de Torremolinos. La gente se echó a reír, y yo me eché a reír con la gente. La velada estaba siendo entretenida. Pero unas frases después, Ojeda, sin abandonar el tono simpaticote, soltó eso que Arcadi Espada llamaría un sanguinolento animalito: "Porque claro", dijo, "aquí si no llega a pasar lo del 11-M, gana otra vez el PP". Me quedé de piedra. Miré a Berta y ella tampoco daba crédito. Pero en torno, en la mesa y entre el público, todo seguía igual: buen rollito, risas. Anoté la frase para que no se me olvidara. Y después, en el turno de preguntas, alcé la mano. El último interviniente había dicho algo sobre sexo, y yo aproveché para enlazar: "Simplemente quisiera repetir la frase más pornográfica que se ha pronunciado aquí esta noche". La leí en mi papelito, sin ni siquiera mencionar a Ojeda. No era el tema del encuentro y yo sólo pretendía subrayar la frase, sin más: para que constara. Pero Ojeda saltó, con la inocencia de los pánfilos. Como era previsible, no tenía ni idea de lo que significaba la frase que él mismo había dicho. Le sugerí que se la anotara y la leyera y releyera, a ver si se daba cuenta. Pero soy pesimista al respecto. Ojeda, por supuesto, no es culpable de nada, es sólo un síntoma. No es, desde luego, un malvado: entre otras cosas, porque carece de la osadía maléfica que se requiere para asumir desnudamente lo que decía su frase. En cuanto pudo articularlo, dijo que él no deseaba que se hubiera producido ningún atentado, por favor. Y le creo. Ojeda tan sólo estaba montado en el magma mental imperante y se dejaba llevar. Es sólo una inercia, pero una inercia agresiva, avasalladora: implacable con los que se resisten.
Yo me caliento en exceso en estas trifulcas y no estuve elegante. No me estaba gustando mi manera de decir las cosas, pero al menos tenía el alivio moral de saber que yo era el hereje ahí, y ellos los inquisidores. O las monjitas que se ruborizan con las obscenidades. Me pareció especialmente significativa la mirada que me lanzó Julián Hernández. No llegó a intervenir, pero su mirada se me quedó grabada. Era (no puedo asegurarlo, pero lo apostaría) una mirada de odio. Una mirada (¡sí!) de escándalo. Luego en casa, rememorando, caí en ello y me sonreí: haber logrado escandalizar al inolvidable autor de "Mata hippies en las Cíes", "Ayatola no me toques la pirola" o "Me pica un huevo" (al que, si escarbamos, tanto le debe el personaje de AS) era algo con lo que yo, ciertamente, no contaba en la vida.
[Publicado en Nickjournal]
19.1.07
Top-less con melodrama
Llegó la hora de hablar del gran tema de estas dos semanas: ¡la gallega de Cancún! Es curioso y sumamente morboso el modo en que Interviú (nunca dejaré de envidiar el apellido de su director: Cerdán, toda una declaración de principios) nos ha ido ofreciendo las fotos. En la primera entrega, tuvimos a una gallega artificiosa y pasada a tope por el photoshop: era como el elefantito de silicona, pero con tetas (no de silicona). En esta segunda, ya hay detalles naturalistas: ciertas irregularidades en el color de la piel, alguna insidiosa verruguita... Pero lo que en ambos lotes predomina es el melodrama del rostro. Ese rostro compungido no es un poema, sino justamente eso: un melodrama. Uno puede asomarse a una película de Berlanga por él (se trata, sí, de un melodrama castizo). Las estrecheces económicas de la peluquera y el marido (¡con lo imposibles que están las hipotecas!). La inesperada oferta de Interviú, que cae como una genuina "proposición indecente". Los debates de mesacamilla dentro del lecho conyugal. Las (sospechamos) poco convincentes reticencias iniciales del marido y el (sospechamos igualmente) secreto alivio cuando comprueba que su esposa está dispuesta a inmolarse tal Juana de Arco del top-less en la hoguera de la mirada pública... Y luego los incómodos flecos prácticos: la sesión fotográfica (¡el maquillaje, los focos, el fotógrafo de la melenita!), el cheque, la frialdad del cheque, la llegada a los kioskos de la revista y el eterno crepitar de las llamas durante la semana entera... Si no recuerdo mal, se fueron a Cancún a pasar la luna de miel. Pero me da a mí que estas fotos son ya el comienzo del divorcio. Lo malo es que ni siquiera habrá película: ¡se lo comerá todo la televisión!
[Publicado en Nickjournal]
[Publicado en Nickjournal]
16.1.07
El año de Radio 3
No se me ocurre mejor justificación del Estado que la existencia de Radio 3. Podría aducirse también la Sanidad, y la verdad es que yo me enternezco cada vez que visito un hospital público y veo a los enfermos allí acumulados bajo el cuidado estatal; cutre y deficiente con frecuencia, pero también cálido. Veo las sabanitas o esas bandejitas de plástico con el soso menú y me emociono. Siempre trato de visualizar ese gasto a la hora de pagar mis impuestos. Porque si lo que visualizo son los coches oficiales o los dispendios de autopromoción política, me deprimo. Con la Educación tengo un problema. Soy partidario (¡republicanamente!) de la Instrucción Pública. Pero el rebanamiento cerebral que ha provocado la Logse me hace pensar que podríamos suprimir esa partida presupuestaria. A cambio, naturalmente, habría que incrementar la de la Policía: el vaciamiento de las aulas causaría hoy mayores desórdenes callejeros que el vaciamiento de las cárceles. No es justo que los inermes profesores deban seguir ocupándose de esas hordas de delincuentes que son nuestros alumnos: auténticos lobos hobbesianos nacidos de pedagogos con el cerebro rebosante de mermelada Rousseau. Esos que aún no han aprendido que el buen salvaje no nace: se hace. Si se le deja hacer, se convierte en caníbal.
Pero volvamos a Radio 3. Conforme más lo pienso, más milagrosa me parece su existencia. ¿Cómo es posible que exista, en España, y pagada por el Estado, una maravilla así? ¿Cómo se ha colado una maravilla así? Cada mañana la sintonizo con el temor de que voy a encontrar un chisporroteo de nieve. Pero no: el milagro se renueva. Me siento como esos antiguos que temían que cualquier día dejase de salir el sol. Radio 3 lleva ya un montón de años, ¿pero cuántos más durará? Si algo me ha enseñado la vida es que hay que disfrutar del momento, porque cualquier rinconcito agradable, cualquier retícula por la que circule un poco de aire fresco, acaba siendo cerrada inevitablemente. En esto, como en tantas otras cosas, soy muy de Cioran, quien decía: "La vida es un infierno, cada instante del cual es un milagro". Y, por ahora, el milagro diario de Radio 3 se sucede.
Yo la escuché mucho en los ochenta, pero desde entonces no había vuelto a enchufarme a ella con la fruición con que lo he hecho en este recién acabado 2006. Me he pasado el año haciendo vida de gabinete, en que mis únicos esparcimientos (aparte de los eróticos) han sido los paseos por la playa y la música. La música también en la playa, por los cascos, rivalizando con el mar; y, por supuesto, en mi gabinete, a manera de mar sonoro. Creo recordar que Trías, en una de esas clasificaciones de las Artes que hace en sus libros, colocaba a la Arquitectura y a la Música como las dos artes esenciales, creadoras de habitabilidad. La Arquitectura, de habitabilidad del espacio; la Música, de habitabilidad del tiempo. Cuando uno pone música en la habitación, se le abre un desván de materia sutil. Aparece una ola invisible: literalmente, un mar de sensaciones (esta expresión le encantará a Antonio Gala, mas no por ello voy a reprimírmela). Los que estamos en este esforzado y áspero oficio de la escritura, no cesamos de envidiar a los músicos: nuestro público ha de hacer una pausa en la vida para atendernos; el de los músicos puede atenderlos en el curso de la propia vida -caminando, mientras conducen o follan, cuando se adormilan... incluso cuando leen. Sin literatura la vida sería posible. Sin música no. Y, si lo fuera, resultaría nefasta: un error, como señalaba Nietzsche.
Lo que uno descubre escuchando Radio 3 es la riquísima variedad de belleza y de talento que burbujea por el mundo. Hay miles (¡millones!) de personas haciendo las cosas bien. Toda esta riqueza apenas llega a las masas, que por esto son pobres. La maquinaria de los grandes medios de difusión emite sin cesar un grumo estólido que es el que configura la atmósfera estética que nos cubre (¡pegajosamente!). En realidad, esta atmósfera estética es ya un cielo sin capa de ozono, perpetuamente achicharrante. El paisaje general está perdido: sólo caben refugios. En este sentido, Radio 3 es un inagotable surtidor de sombrillas. Lo llamativo es que todos esos músicos actuales están metidos hasta las cachas en nuestro tiempo: su sensibilidad está conformada por la pluralidad de incitaciones que ofrece el mundo capitalista. Son sus mejores intérpretes, los que mejor saben gozarlo y surfearlo (y también sufrirlo de un modo fértil). Y a la vez ese mundo capitalista les cierra el Mercado, quiere ahogarlos y exterminarlos... pero al final, sorprendentemente, es el Estado el que nos permite enterarnos de la existencia de esos músicos y disfrutar de sus obras. Es una paradoja sólo aparente: el Mercado es también totalitario. El enemigo no es, pues, el Mercado en concreto ni el Estado en concreto, sino la perversa inercia que ambos tienen de configurar masas incapacitadas para una percepción estética singular. Por muy optimistas que nos pongamos, no podemos dejar de considerar que Radio 3 es una estricta excepción que nada contracorriente.
Pero las cosas también están estupendamente así -siempre y cuando uno haya caído del lado de los happy few. No se trata de elitismo, ni mucho menos: basta echarles un vistazo a nuestras, así llamadas, élites para comprobar en qué grado de embrutecimiento sensitivo y mental viven. Se trata más bien de una invitación a la aristocracia puesta al alcance de todos -de todos los que quieran merecerla. Hablo, como siempre, de aristocracia espiritual. La del oyente de clase media-baja, o de clase baja, que puede poner la radio y recibir la música de Paul Mounsey, por ejemplo, mientras los más afamados banqueros del país bailan estólidas sevillanas. Tiene su morbo, de hecho, que el paisaje sonoro sean las sevillanas y que uno pueda abrirse una catacumba en que suene Paul Mounsey. Es una variedad estética de la emboscadura de Jünger. Por eso poner Radio 3 me produce siempre regocijo.
[Publicado en Kiliedro]
Pero volvamos a Radio 3. Conforme más lo pienso, más milagrosa me parece su existencia. ¿Cómo es posible que exista, en España, y pagada por el Estado, una maravilla así? ¿Cómo se ha colado una maravilla así? Cada mañana la sintonizo con el temor de que voy a encontrar un chisporroteo de nieve. Pero no: el milagro se renueva. Me siento como esos antiguos que temían que cualquier día dejase de salir el sol. Radio 3 lleva ya un montón de años, ¿pero cuántos más durará? Si algo me ha enseñado la vida es que hay que disfrutar del momento, porque cualquier rinconcito agradable, cualquier retícula por la que circule un poco de aire fresco, acaba siendo cerrada inevitablemente. En esto, como en tantas otras cosas, soy muy de Cioran, quien decía: "La vida es un infierno, cada instante del cual es un milagro". Y, por ahora, el milagro diario de Radio 3 se sucede.
Yo la escuché mucho en los ochenta, pero desde entonces no había vuelto a enchufarme a ella con la fruición con que lo he hecho en este recién acabado 2006. Me he pasado el año haciendo vida de gabinete, en que mis únicos esparcimientos (aparte de los eróticos) han sido los paseos por la playa y la música. La música también en la playa, por los cascos, rivalizando con el mar; y, por supuesto, en mi gabinete, a manera de mar sonoro. Creo recordar que Trías, en una de esas clasificaciones de las Artes que hace en sus libros, colocaba a la Arquitectura y a la Música como las dos artes esenciales, creadoras de habitabilidad. La Arquitectura, de habitabilidad del espacio; la Música, de habitabilidad del tiempo. Cuando uno pone música en la habitación, se le abre un desván de materia sutil. Aparece una ola invisible: literalmente, un mar de sensaciones (esta expresión le encantará a Antonio Gala, mas no por ello voy a reprimírmela). Los que estamos en este esforzado y áspero oficio de la escritura, no cesamos de envidiar a los músicos: nuestro público ha de hacer una pausa en la vida para atendernos; el de los músicos puede atenderlos en el curso de la propia vida -caminando, mientras conducen o follan, cuando se adormilan... incluso cuando leen. Sin literatura la vida sería posible. Sin música no. Y, si lo fuera, resultaría nefasta: un error, como señalaba Nietzsche.
Lo que uno descubre escuchando Radio 3 es la riquísima variedad de belleza y de talento que burbujea por el mundo. Hay miles (¡millones!) de personas haciendo las cosas bien. Toda esta riqueza apenas llega a las masas, que por esto son pobres. La maquinaria de los grandes medios de difusión emite sin cesar un grumo estólido que es el que configura la atmósfera estética que nos cubre (¡pegajosamente!). En realidad, esta atmósfera estética es ya un cielo sin capa de ozono, perpetuamente achicharrante. El paisaje general está perdido: sólo caben refugios. En este sentido, Radio 3 es un inagotable surtidor de sombrillas. Lo llamativo es que todos esos músicos actuales están metidos hasta las cachas en nuestro tiempo: su sensibilidad está conformada por la pluralidad de incitaciones que ofrece el mundo capitalista. Son sus mejores intérpretes, los que mejor saben gozarlo y surfearlo (y también sufrirlo de un modo fértil). Y a la vez ese mundo capitalista les cierra el Mercado, quiere ahogarlos y exterminarlos... pero al final, sorprendentemente, es el Estado el que nos permite enterarnos de la existencia de esos músicos y disfrutar de sus obras. Es una paradoja sólo aparente: el Mercado es también totalitario. El enemigo no es, pues, el Mercado en concreto ni el Estado en concreto, sino la perversa inercia que ambos tienen de configurar masas incapacitadas para una percepción estética singular. Por muy optimistas que nos pongamos, no podemos dejar de considerar que Radio 3 es una estricta excepción que nada contracorriente.
Pero las cosas también están estupendamente así -siempre y cuando uno haya caído del lado de los happy few. No se trata de elitismo, ni mucho menos: basta echarles un vistazo a nuestras, así llamadas, élites para comprobar en qué grado de embrutecimiento sensitivo y mental viven. Se trata más bien de una invitación a la aristocracia puesta al alcance de todos -de todos los que quieran merecerla. Hablo, como siempre, de aristocracia espiritual. La del oyente de clase media-baja, o de clase baja, que puede poner la radio y recibir la música de Paul Mounsey, por ejemplo, mientras los más afamados banqueros del país bailan estólidas sevillanas. Tiene su morbo, de hecho, que el paisaje sonoro sean las sevillanas y que uno pueda abrirse una catacumba en que suene Paul Mounsey. Es una variedad estética de la emboscadura de Jünger. Por eso poner Radio 3 me produce siempre regocijo.
[Publicado en Kiliedro]
Suscribirse a:
Entradas (Atom)