28.10.12

Quincallería sevillí

Han pasado ya unas semanas, pero el dinosaurio, como en el cuento de Monterroso, sigue ahí. Me refiero al estruendoso silencio de los personajes catalanes a los que Arcadi Espada (¡también catalán!) fue haciendo llegar, desde el 19 de septiembre, estas dos preguntas:
1. ¿Quiere usted que Cataluña siga formando parte del Estado de España?
2. ¿Defendería activa y públicamente su punto de vista si en algún momento Cataluña y el resto de España iniciaran un proceso de discusión de su vínculo constitucional?
Según el recuento que hizo el propio Espada el 13 de octubre, de los treinta y siete que las recibieron, solo contestaron dos. El resto, silencio y alrededores. Félix de Azúa, que ha huido de ese ambiente, lo he definido bien: “un terror pequeñito”. Es imposible no detectar, en las no respuestas y en los circunloquios, el miedo. El miedo, obviamente, al régimen. El que impera en Cataluña se ha decantado por la independencia. Por eso, quienes están a favor se pronuncian sin tapujos; y el resto trata de eludir la cuestión como buenamente puede: sabe que otra cosa le traería problemas o incomodidades. Quizá algún lector eche de menos una definición de régimen. Propongo esta para el contexto catalán: “dada una circunstancia histórica determinada, régimen es aquello que apoya La Vanguardia”.

De entre todas las no respuestas, me quedé prendado de la de Pere Gimferrer: una formidable voluta elusiva, en dos tiempos. En el primero, un despliegue erudito de estirpe barroca: casi una exudación nerviosa, para encubrir o aplazar. En el segundo, con barroquismo semejante, la no respuesta definitiva. Me acordé, por contraposición, de un insólito momento en que Gimferrer sí fue contundente en política: el de su ataque a Felipe González en Mascarada. Cito en la traducción de Justo Navarro:
Es bajo ser criado de uno
como ese Felipe González
No pongáis las zarpas aquí
Soy insumiso a este gobierno
Quincallería sevillí
Gobierno de ropavejeros
Lo llamativo es que Gimferrer se pasó catorce años sin decir nada –que trascendiera– contra los socialistas, y que en cuanto cayeron aparecieron esos versos. El PSOE perdió las elecciones en marzo de 1996, y Mascarada se publicó dos meses después; aunque fue escrito en otoño de 1995. Cuando se publicó en castellano, en 1998, el poema fue saludado precisamente por Arcadi Espada, y es en verdad un poema magnífico: valiente, sí, y también hermoso; osado en territorios más decisivos tal vez que la política. Este ha sido el signo de Gimferrer: atrevido en estética y en moral, pero en política cobardón. (Aunque hay que resaltar que sin caer en el servilismo.)

Es una actitud que, por otra parte, comprendo. En una atmósfera tan encanallada como la nuestra, no sé hasta qué punto tiene sentido permitir que la política le arruine a uno los días. En El agente provocador, escribe algo que podría adjudicarse a este pensamiento: “Si en el fondo, aparte de mi estricta felicidad personal, no me ha interesado nada de nada en la vida aparte de los libros”. Lo comprendo, pero no deja de incomodarme. Yo admiro la obra de Gimferrer, en poesía y en prosa; pero echo de menos en ella una pasión crítica hacia los asuntos públicos como hay en la de su maestro Octavio Paz. Hablo del Octavio Paz de su (larga) época dorada: el de los últimos años se volvió más prudente aún que Gimferrer.

Y echo de menos un poeta catalán que escribiera versos incendiarios y gloriosamente liberadores como podrían ser hoy estos, con solo cambiar un nombre y un adjetivo; contra el régimen:
És cosa baixa ser el criat
d’algú com Artur Mas
No acosteu les urpes ací
D’aquest govern sóc insubmís
Quincalleria barceloní
Govern de roba venturera.
[Publicado en Jot Down]