Cuando el martes, en el Festival de Cine Español de Málaga, terminó la proyección de Gente que vive fuera, su director, Arcadi Espada, y Albert Boadella, uno de los cuatro protagonistas (los otros tres son Félix de Azúa, Federico Jiménez Losantos y Xavier Pericay), bajaron al escenario para responder las preguntas del público. Hubo dos significativas. La primera, la de un señor que dijo sentirse extrañado de que en la película no hubiese victimismo, "con lo victimistas que sois los catalanes". La segunda, la de una periodista de Madrid, de las que se encuentran en el festival, que contó cómo se sintió rechazada por tres periodistas catalanas a las que les dijo que iba a ver Gente que vive fuera. "Me pareció muy raro, pero después del documental me lo explico".
Ni Espada ni sus cuatro amigos son victimistas porque, en Cataluña, los victimistas no son los que se tienen que ir, ni los que viven incómodos, sino justo los otros: los que los echan o incomodan. La lógica desquiciada del nacionalismo empieza por ahí: los que retóricamente van de víctimas son los verdugos efectivos. El victimismo es en ellos la coartada para, como hacía el padre Ubú (que Boadella transformó en Ubú president), meterles el palitroque por la oreja a los no nacionalistas. En cuanto a las tres periodistas catalanas del festival, seguro que son muy modernas y muy del cine, sin darse cuenta de que el adoctrinamiento las ha convertido en monjitas escandalizables: beatas de un catecismo férreo (y ramplón).
Sobre los aspectos estólidamente clericales del catalanismo incide Azúa en la película, con malevolencia de viejo nietzscheano. "Es como si el monasterio de Montserrat se hubiese hecho con el control de Cataluña". Habla con sorna de la actual proliferación de monjas, entre las que, junto a Forcades y Caram, incluye a Rahola, Colau e incluso a Artur Mas (lo que está muy bien visto). Los clérigos del nacionalismo se han cargado la Barcelona cosmopolita de los años sesenta y setenta, que era una capital libre porque, como dice Losantos, la libertad la llevaban los que iban allí buscando libertad. Ahora se van por la misma razón: para buscar libertad en otro sitio.
En el documental hay rabia, hay reflexión, hay recuerdo, hay denuncia, hay también pasmo ante lo insólito (lo alucinatorio) de la situación. La melancolía de las frases y de los interludios contemplativos, con planos apacibles de la ciudad, se incrementa cuando pensamos que se van los mejores. Son los más cultos, los más civilizados, los que mejor hablan, los que mejor piensan. También los que más gracia tienen. Por eso oírles hablar en Gente que vive fuera, con todo, es una delicia.
El que sigue viviendo en Barcelona es Espada, y también se lo preguntaron. Dijo que en Barcelona se vive muy bien (y se come muy bien) y que él, en cualquier caso, se mueve en una zona muy delimitada, "uno de cuyos caminos conduce a la estación".
[Publicado en Zoom News]