Estaba mirando el cielo en la foto que invita a mirarlo estos días, por la lluvia de estrellas, cuando la tierra pegó un tironazo: terremoto en Ecuador. Otra vez una catástrofe nos devuelve a nuestro sitio: entre los escombros y los astros. Arriba luces y abajo heridos y muertos. Motivos para deleitarse y motivos para sufrir. Después de todo, nuestro propio planeta es un escombro. Pero las estrellas también: escombros en llamas. Después de todo, aquí abajo se muere porque hay vida.
Es conocida la anécdota del primer filósofo, Tales de Mileto, que por ir mirando el cielo se cayó en una zanja. Para nuestro Eugenio Trías el origen del filosofar no estaba tanto en el asombro, como decía Aristóteles, como en el vértigo: un ‘ataque’ del abismo al que se intenta responder con la razón. Durante un terremoto hay vértigo no solo por los abismos abiertos, sino también por los que se van a abrir. Hay vértigo por la posibilidad de que en cualquier punto se abra un abismo. Y hay ‘vértigo’ también hacia arriba: hacia el techo que se puede desplomar y aplastarnos; el techo, que es el cielo de la casa.
Hace unos meses, en Málaga, un terremoto me sacó de una pesadilla. La cama se mecía, como por una madrastra violenta. Me quedé quieto instintivamente. Sabiendo que no podía hacer nada. Hubo unos segundos de resignación estoica, atentísimos. Casi me vi con aplomo de sabio. Aunque si se mantuvo fue porque la cosa no fue a más. Se paró y no ocurrió nada. De haber ocurrido, ese arranque de filosofía habría sido devorado por el animal con miedo. Supongo.
Y arriba las estrellas mirando. Sin vernos.
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En The Objective.