Yo estaba convencido de que Elena Ferrante era un hombre. Quizá porque en la única novela suya que he leído, Los días del abandono, me identifiqué plenamente con la protagonista. Mi hipótesis la utilicé alguna vez en las disputas de Twitter, para epatar: “La mayor escritora europea de nuestro tiempo es un hombre”. Fiel a mi estilo, que en Twitter todavía cuela pero en un artículo resulta chocante (por eso lo reproduzco aquí, para exponerme), solté esto cuando se supo su identidad: “Pues resulta que Elena Ferrante no solo no es un hombre, sino que encima se apellida Raja”. (¡Paciencia conmigo!).
Mi shock en la percepción de las mujeres –y de los hombres, subsidiariamente– se produjo con la lectura de La evolución del deseo, de David M. Buss, en que se muestra la relación entre los sexos de un modo crudamente darwinista: un baño de realidad, para los que manteníamos resabios románticos (siempre hombres, según esa visión). Félix de Azúa también aportó su granito con un artículo de 2001 en que comparaba los libros de ese año de Catherine Millet y Michel Houellebecq: “La hembra archisexual, liberada de la castrante moral de sus dominadores, sale ahora de caza [...]. En cambio, para mantener vivo su romanticismo, el macho sombrío, decadente y sentimental, huye a la gruta de las felinas rameras asiáticas que nada exigen y a todo se prestan”.
Cuando Javier Marías publicó Los enamoramientos en 2011, dijo algo que me sorprendió: que para hacer más creíble la voz enamorada protagonista había hecho que fuese mujer. Me sorprendió porque, como me sucedió con la novela de Ferrante, yo me identificaba con esa voz; además sabía de amigos, pero no de amigas, inmersos en esas turbiedades. Y porque Marías era, al fin y al cabo, el autor de El hombre sentimental.
En relación con este asunto, llevaba yo buscando desde hacía años el libro de Luis Racionero Sobrevivir a un gran amor, seis veces, que no he leído pero que por sus declaraciones (como en la entrevista que le hizo Dragó) parece un ejemplo vivo de las tesis de Buss. Curiosamente, el otro día encontré a una amiga leyéndolo y le pregunté qué le parecía. Dijo con un desprecio irónico pero purificador (no exento de ternura): “Este es de los que dicen eso tan de moda de que el sentimental es el hombre”.
La conclusión es que habría que relajarse un poco. El desvelamiento de la identidad de Elena Ferrante (que ha analizado aquí Daniel Gascón) podría servirnos –podría servirme a mí, al menos– para desestancar la división de los sexos. De vez en cuando se nos olvidan las lecciones que ya sabíamos: que persona es máscara. Y que las relaciones entre unas y otras son un carnaval.
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En The Objective.