30.10.16

Sánchez después de muerto


Ilustración: Tomás Serrano

Quién le iba a decir al vendedor de enciclopedias Pedro Sánchez que en algún punto de su biografía tendría a toda España pendiente de él. Así sucedió ayer sábado, y él aprovechó su momento cumbre para anunciar que se despeñaba. Todo suicidio (político) es bonito y el de Sánchez no lo ha sido menos. Aunque el suicidio de Sánchez tiene dos peculiaridades. La primera, que se ha suicidado después de que se lo cargaran. La segunda, que seguramente volverá a la vida. No para resucitar su partido, sino para terminar de enterrarlo. Las cosas hay que hacerlas bien o no hacerlas.

EL ESPAÑOL ha celebrado editorialmente su “lección de urbanidad democrática”. Y estoy de acuerdo en la corrección de sus formas, en su dignidad, en su coherencia incluso. El problema es que todos eran ya gestos desde un suelo torcido. Sentirse más cerca de Podemos y los independentistas que del PP (en lo que este tiene, contra los otros, de defensor de la Constitución) es justo lo que ha hundido al PSOE. Sánchez es un tozudo capitán del Titanic que quiere retomar el timón, en pleno naufragio, para darle más fuerte contra el iceberg. No hay nada como una misión histórica, y la de Sánchez parece que es la de rematar lo que Zapatero empezó (a matar).

Quién iba a decirle también a Sánchez que emularía, desde su grisura, a dos figuras españolas legendarias: el Empecinado y el Cid. Al primero lo metieron en una jaula, como el propio Sánchez se metió en la jaula de su “No es no”. Esta frase, por cierto, evoca a la de “fútbol es fútbol”. Casi podrían fusionarse: el “no es no” es “fútbol”. Como señalé en otro lugar, aquí hay una clave de lo que es la militancia: su equivalencia con la hinchada. Por si hubiera que explicitarlo más, Sánchez dijo en su comparecencia que “siente los colores socialistas”. Con estos halagos a los suyos, Sánchez es algo así como un populista de la militancia. Aunque si esta se le entrega habrá justicia poética: si se trata de liquidar al PSOE, que la militancia participe.

La otra figura es el Cid, que ganaba batallas después de muerto. Aunque está por ver que Sánchez las gane (me refiero a las batallas electorales, que la de acabar con su partido sí es probable –como hemos dicho– que la termine ganando). El Cid Sánchez, o el Sánchez Campeador, tiene además algo de jinete sin cabeza, lo que da a sus pretensiones épicas un toquecito gótico. Para el ambiente de Halloween viene fenomenal, y más con el nuevo presidente Rajoy: un muerto que, a diferencia de Sánchez, sí que goza de buena salud.

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En El Español.