¡Qué memorable ejercicio leer ahora Contra Catalunya de Arcadi Espada! Y digo leer y no releer porque (¡negligencia en mi arcadismo!) no lo había leído en la edición de 1997, sino que acabo de hacerlo en la nueva de Ariel. Sin duda hubiera estado bien leerlo antes, pero este ha sido el mejor momento. Me permite llegar al aniversario del ominoso 1 de octubre ciertamente oxigenado.
La putrefacción de la sociedad catalana por obra de los nacionalistas es el tema del libro, y produce melancolía (y rabia) ver cómo lo que estaba ocurriendo hace veinte años, y desde veinte años antes de la escritura de esta crónica, haya continuado ocurriendo más de veinte años después. Con un grado de putrefacción creciente. El 1 de octubre de 2017 fue el punto culminante: en él se encontraron la borrachera nacionalista en su cota máxima y la torpeza del Estado tratando de contener en un día el fruto de cuatro décadas de dejadez.
El tema de Contra Catalunya es, en realidad, esa dejadez: la putrefacción debida a esa dejadez. La complicidad casi unánime de los que callaron y dejaron hacer a los nacionalistas, cuando no colaboraron abiertamente con ellos. “Ahora, más de veinte años después –escribe Espada en el postfacio de 2018–, una lectura amable puede concluir que este libro fue un presagio y que advertía con más o menos detalle de la catástrofe moral y política que se iba a desencadenar en Cataluña y en el resto de España. No despreciaré ninguna amabilidad. Pero creo que este libro no era anuncio de lo que iba a pasar sino descripción de lo que ya estaba pasando. Una crónica. Un tipo de enfermedad. Pues lo que estaba pasando entonces es lo mismo que sustancialmente está pasando ahora: la distribución sostenida, envolvente y eficaz de un compacto amasijo de mentiras”.
Uno que lo vio desde el principio fue Federico Jiménez Losantos, al que unos terroristas de Terra Lliure le pegaron un tiro en la pierna en 1981. En 1982 escribió Félix de Azúa en El País su artículo antinacionalista “Barcelona es el Titanic”. Es un artículo justamente célebre. Se ha olvidado, sin embargo, la respuesta que le propinó Carlos Barral: excelente síntoma de los mecanismos de defensa del pudridero, y eso por parte de alguien no nacionalista, de izquierdas y tan sofisticado como Barral. Menos sofisticado fue Manuel Vázquez Montalbán en el artículo –este también célebre– en que salió en defensa de Jordi Pujol cuando el caso de Banca Catalana (1984): “De Pujol se podrá pensar que ha sido un mal banquero, que es de la derecha camuflada o que es feo, pero nadie, absolutamente nadie en Cataluña, sea del credo que sea, puede llegar a la más leve sombra de sospecha de que sea un ladrón”.
Espada sitúa en aquel episodio de 1984 el momento crucial de la rendición de la izquierda ante el nacionalismo: “La tarde de Banca Catalana fue la primera vez que los [nacionalistas] los llamaron [a los socialistas] una y otra vez traidores”. La consecuencia fue rápida y desoladora: “Los primeros que confundieron a Pujol con Cataluña fueron los socialistas de Cataluña. Se trató de una gran desgracia para todos”.
Contra Catalunya era (y es) la expresión con que los nacionalistas han tratado siempre de conjurar e impedir la crítica. No es contra ellos, sino “contra Catalunya”. Arcadi Espada se atrevió a transgredir esa barrera hace veinte años, pagándolo, naturalmente, pero también haciéndose un nombre. Y un hombre: en el libro está cómo se hace. Abriéndose paso en el caparazón de silencio.
Y están además el periodismo y Barcelona. Espada detesta las novelas y no diré esta vez que Contra Catalunya sea una novela, por más que haya disfrutado (incluso novelísticamente) con el libro. Sí diré que si un novelista escribiese sobre aquella Barcelona, en su novela tendría que estar la de Contra Catalunya para que resultase veraz, y tendría que recibir en consecuencia, por parte de los putrefactos, esa misma acusación. Que yo sepa, aún no ha sucedido.
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En El Español.