El padre de Pablo Iglesias pasó por el FRAP sin ser terrorista, como esos faquires que pasan por el fuego sin quemarse. O como Bill Clinton, que se fumó un porro sin tragarse el humo. En eso debe de fundamentarse la demanda que le ha puesto a Cayetana Álvarez de Toledo, y será interesante ver cómo la Justicia resuelve este asunto de memoria histórica reciente.
Ya sabemos que la hipocresía es un homenaje que el vicio le rinde a la virtud. Por eso yo me conformo con ese reconocimiento tácito de que el terrorismo es malo. O de que ser terrorista “no mola”, por emplear el lenguaje del hijo. A este, por cierto, sí parecía “molarle” que su padre hubiese sido “frapero”, como puso en un tuit (en el que además hacía un uso pop del piolet).
El rifirrafe sobre el FRAP, tan significativo, sepultó sin embargo un detalle aún más significativo de aquella sesión parlamentaria del 27 de mayo. Antes de que Álvarez de Toledo llamase a Iglesias “hijo de terrorista”, el hijo en cuestión había escenificado en qué consiste el luto para el Gobierno.
Era el día en que empezaba el luto oficial por los muertos por coronavirus en España y, en su primer cruce con el portavoz del PP, les soltó Iglesias a los diputados de este partido: “¿No se les cae la cara de vergüenza de reírse en un día de luto?”.
De lo que se reían era de la insinuación que acababa de hacer Iglesias –mussolinianas manos a la cintura– de que el portavoz del PP había llamado “a la insubordinación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado”. (Se puede ver la secuencia completa en el vídeo.)
O sea, Iglesias primero provoca con una falsedad (las palabras de Teodoro García Egea fueron gruesas, pero no llamaban a insubordinación alguna) y luego les reprocha a los provocados su reacción. Montándose para ello en la novedad del día: el luto. Al que le intenta sacar beneficio partidista desde el primer momento.
Como un curilla, lo que le interesa a Iglesias de la ética es culpar desde ella: señalar a los malos, trazarles un cerco. No la utiliza para la ordenación de su conducta, sino para fiscalizar las conductas ajenas. Y solo de acuerdo con lo que a él personal o ideológicamente le conviene.
Su luto es el luto del inquisidor: una ocasión emocionalmente cargada desde la que ejercer su chantaje. Hay que sentir en cada momento lo que él ha decidido que hay que sentir. Y si no, te acusa. Otra trampa populista.
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En El Español.