Indudablemente mi vida era mejor cuando “Echenique” solo me evocaba a Alfredo Bryce Echenique. Una secuencia fonética que me producía felicidad, por el recuerdo de la que tuve leyendo La vida exagerada de Martín Romaña: sin duda la novela que más he recomendado, y la que más me han agradecido. (“Especie de Woody Allen peruano”, se decía en alguna solapa.)
La vida ha menguado desde entonces, o ha venido exagerando a peor. Está la edad individual, con sus pesadumbres; pero sobre todo está el ambiente, lo público. El nacionalismo supuso siempre un achicamiento de espacios, al que el populismo le ha añadido una estrechez ceporril de la existencia. Que “Echenique” fuese algo dulce y ahora algo amargo sintetiza el decurso. Antes ironía, distancia, humor (también autohumor); hoy literalismo, pegajosidad, resentimiento.
Cuando la política se come la vida cotidiana es una desgracia. Y si se trata de política basura, esa desgracia nos pone perdidos.
La degradación de la política española no es nueva. Ya estaba degradada antes, por la larga irresponsabilidad del PP y el PSOE principalmente (un fuerte impulso lo dio Zapatero). Pero desde que llegó Podemos la degradación se ha acelerado de manera exponencial. Se han alcanzado unos niveles que solo estaban en las pozas de los nacionalismos (con su espejo nacionalista nacional, que es Vox). No en vano, el populismo viene a ser el nacionalismo de las ideologías.
Podemos ha excitado unos bajos instintos que –fuera de esos ámbitos nacionalistas– estaban sin excitar; tan descarnadamente al menos. Y Vox ha venido a completar los que Podemos se había dejado. Así que ya tenemos excitados en España todos los bajos instintos excitables.
Pablo Echenique, portavoz de Podemos en el Congreso, ejemplifica como nadie esos bajos instintos, su excitación. Es una bomba perfecta de mal rollo. En buena medida, porque nos somete a una tensión insoportable.
Por un lado, admiramos cómo se ha sobrepuesto a su situación física; la voluntad y el ánimo con que no se ha dejado vencer por ella. Por otro, detestamos su sectarismo asfixiante, su juego sucio, su miseria moral. La respuesta a esto que no se puede quedar sin respuesta se ve, pues, colapsada: antes de nuestras explosiones ha habido mucha implosión.
Pero incluso aquí ha logrado Echenique un extraño éxito: su conducta nos ha liberado del pesado fardo de la compasión. Ha logrado que haya algo (su mala baba, sus ataques baratos) más potente que su situación física. Y esto es francamente admirable también.
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En El Español.