Al estratega de Pedro Sánchez, Iván Redondo, le gusta jugar en el límite. Es un prestidigitador descarado cuyo ideal es la carta robada de Poe: que todos busquen, sin encontrarlo, lo que él mismo les ha puesto delante. En este caso se trataba de encubrir el cortoplacismo con lo que más aparentemente se le opone: el largoplacismo. Es también como el cuadro de Magritte Esto no es una pipa. Redondo le ha puesto al plan la leyenda Esto no es cortoplacista. Cuando obviamente lo es.
Redondo y Sánchez son máquinas de fabricar cortoplacismo. Y si le echan largoplacismo a la máquina, es para convertirlo en cortoplacismo también.
La política de Sánchez se ha caracterizado por la cortedad de miras. Desde su “no es no” fundacional hasta su actual Gobierno junto a Podemos apoyado por los independentistas y los proetarras, pasando por su moción de censura con los mismos. Su gestión de la pandemia ha sido su perfecta plasmación: terrorífica ineficacia combinada con un aparato propagandístico nivel Nodo, del que este plan España 2050 es su último y más aparatoso ejemplo.
El único objetivo de Redondo es mantener a Sánchez en el poder, que es para lo que fue contratado. Y el Sánchez desahuciado electoralmente que encontró es en lo esencial el mismo de ahora: un Sánchez incapaz de gobernar solo, porque los votos no le dan, y necesita el apoyo de los comunistas, los independentistas y los proetarras. Es decir, de todos aquellos cuyo propósito es que la España de 2050 no exista o sea aún más negra que la de 2021.
De manera que lo primero que tendría que hacer Sánchez por la España de 2050 es combatir a sus socios de Gobierno. Empezando por Sánchez, que es su principal socio de Gobierno.
Mi prospectiva quizá sea un poco ceporra (mi instrumental es la mirada a ojo), pero auguro que estaremos tanto mejor en 2050 cuanto antes Sánchez deje de estar en el poder.
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En El Español.