en El Mundo
Inspiración para leer reúne los mejores textos del columnista malagueño, desde la literatura clásica hasta los paraísos artificiales de los peta zetas.
Era inexplicable que José Antonio Montano no tuviera un libro publicado, a menos que fuera para seguir sosteniendo con coquetería aquello de Borges: «Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído». Montano, lector voraz, escritor agudo y sensible, autobautizado como columnista de batín, de hedonismo desvergonzado, ha reunido en Inspiración para leer (Jot Down Books) algunos de sus artículos de crítica cultural. El resultado de este patchwork inteligente es un retrato vitalista y divertidísimo.
Eres uno de los mejores lectores que conozco.
Yo he sido un lector intermitente. A lo largo de mi vida he atravesado periodos de abulia lectora. En realidad la euforia comenzó cuando conseguí terminar En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, creo que fue en 2015. Últimamente ando pensando en un aforismo de Karl Kraus, que dice que «un escritor que se pasa el día leyendo es como un cocinero que se pasa el día comiendo». Creo que ha llegado el momento de que me dedique más a escribir que a leer.
Una de tus grandes virtudes como crítico cultural es que tú no haces una lectura moralista. Estos salmos de que la cultura nos hace mejores.
Una de mis devociones es Thomas Bernhard. Tiene fama de ser autor difícil e incluso aburrido, porque escribe largas parrafadas sin punto y aparte. Yo lo leo porque me lo paso pipa, igual que cuando leía Mortadelo y Filemón. Es el mismo placer, lo que pasa es que ya no me lo da Mortadelo y sí Bernhard, pero el fundamento es el mismo. Sin moralismos.
Cuando estaba pensando en esta entrevista me dije: «bah, vamos a hablar de Moby Dick y ya está».
Mira, Moby Dick es un ejemplo de libro que abandoné. Yo no estaba preparado entonces para Moby Dick y me cansó pero se me quedó grabado algo. El horror al blanco, al color blanco. Luego la leí más adelante y me apasionó.
Es normal que abandonaras Moby Dick, de hecho uno de sus grandes atractivos es el tedio, un tedio necesario que te transporta al ambiente de a bordo del Pequod.
Eso mismo pasaba con La educación sentimental de Flaubert, un título muy atractivo para un joven. Además habla de un chico de provincias que va a París para triunfar en la literatura. Era mi caso. Empecé a leerlo con ánimo romántico y luego me empecé aburrir. Cuando lo terminé comprendí que ese era el propósito de Flaubert, él quería hacer una epopeya de la mediocridad. Eso es muy bonito cuando ya eres un lector capaz de apreciar ese tipo de cosas. La calma chicha de Moby Dick o de La línea de sombra de Conrad. Cuando un autor consigue que percibas eso, está en un nivel superior.
Con Francisco Umbral te vas peleando y reconciliando, no sé ahora cómo se encuentra ahora vuestra relación.
Umbral fue una de mis primeras pasiones literarias, luego lo rechacé y estuve mucho tiempo sin leerlo. Una de las lecturas con las que comencé este año fue La noche que llegué al Café Gijón y me quedé encantado pero al mismo tiempo me satura y acabo harto. Lo que me gustaba cuando lo descubrí con 15 o 16 años era el doble juego. El Umbral que se conocía era el provocador, el antipático, el que vacilaba, el frívolo. Luego leías sus libros y allí había un hombre muy tierno, con una sensibilidad descarnada y una manera de contar la intimidad que no se veía en otros autores. El hecho de poder acceder a los dos te daba la sensación de que formabas parte de un club.
Pronosticas que de la literatura española actual casi sólo sobrevivirán los diarios de Andrés Trapiello.
En ese artículo digo que sólo van sobrevivir dos obras, además cuyos autores no se caen demasiado bien, que son los diarios de Trapiello y las novelas de Javier Marías. Aunque en la última de Marías creo que se empieza a ver la decadencia, así que Trapiello va ganando. Al principio pensaba que lo suyo con los diarios era excesivo pero hay un momento en que la cantidad pasó a formar parte de la calidad. La extensión y lo catedralicio le dan aún más valor. Además está sostenido por una escritura preciosa.
Te duele que con Woody Allen no vaya a terminar la enfermedad o la muerte, que es inevitable, sino el puritanismo rampante.
A sus últimas películas sus espectadores acudíamos con un ánimo crepuscular. Cada año íbamos a ver su película pensando que podía ser la última. Estábamos instalados en esta suave decadencia, aceptando de una manera vitalista este crepúsculo y de repente te vienen estos clérigos a darte el hachazo sin venir a cuento. Y una cosa que era un plácido adormecimiento hasta la desaparición, vienen estos aquí con sus cuchillos y lo convierten en... ¡bah! ¡Es irritante!
Yo me atrevo a definirte como columnista: eres un socialdemócrata antinacionalista que finge creer que la izquierda tiene redención. Es importante lo de «finge».
No, no lo finjo. A ver. Yo soy muy pesimista y creo que el PSOE se ha equivocado y es un gran culpable. Lo que pasa es que, elevándome sobre esto, pienso que sin el PSOE no se puede hacer nada. Yo lo que constato es la división del país y eso me fastidia y me tiene descolocado.
Pero hay algo que está en toda tu obra periodística, que es la traición de la izquierda por su alianza con el nacionalismo.
Otra constante es la destrucción del bachillerato y el antifranquismo como el último reducto de nostalgia del franquismo. Recuerdo la manifestación de Barcelona del 8 de octubre. Aquel fue un gran momento de banderas sin nacionalismo. Fue una gran ceremonia del famoso patriotismo constitucional. Una cosa limpísima. Eso se lo ha cargado Vox, lo que es la nacionalidad como contenido formal, Vox la ha llenado de contenidos espurios y de ademanes y de energumenismo que a mí no me gusta nada.
No solo hablas de cine y lectura. A mí me gusta especialmente tu elogio de la Pantera Rosa, el bollo, y de los Peta Zeta como tus paraísos artificiales.
Es que, ¿dónde está en la naturaleza la Pantera Rosa? ¿Dónde está ese sabor? La pura artificialidad. Decía Borges que todo viaje es un viaje espacial. Bueno, pues todo sabor es químico pero esa es una química acentuada. El color... Hace unos años, un amigo me trajo un Bony y una Pantera Rosa y me di cuenta al comerlos que esas son nuestras magdalenas proustianas. Nuestro disparadero proustiano son esas cosas de colorines y chillonas. Nada elegante, algo pop.
¿Qué libro te gustaría haber escrito a ti? Elige uno.
Radiaciones de Ernst Jünger.
¿Cómo? Digo escribirlo tú, no el que más te gusta.
Ah, bueno, claro... Radiaciones no, porque no me hubiera gustado ser oficial del ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial, ni invadir Francia y eso habría sido necesario... Igual el Libro del desasosiego y vivir lánguidamente en Lisboa como Pessoa sí. Pero elijo La vida exagerada de Martín Romaña de Bryce Echenique, que es como un Woody Allen peruano.
¿Cuando te vas de Twitter?
¡Ya me he ido! Llevo ocho días sin tuitear y no voy a volver a hacerlo.
[Su último tuit antes de la engrevista es de hace 39 minutos. Una declaración de amor a Lilith Verstrynge.]