Mi primera huelga general, la de 1988, me pilló con veintidós años (¡edad gloriosa!) y yo no sabía muy bien en qué se iba a traducir aquello. Se le daba mucho bombo, pero, como a lo largo de la Transición se le había dado mucho bombo a tantas cosas, no lograba discernir en qué iba a cifrarse su especificidad. Lo supe al segundo: cuando a las cero horas de aquel 14-D la emisión de TVE se cortó. Al que no lo haya vivido, le resultará difícil imaginar qué significaba aquello. La tele lo era todo. Atravesar un día sin tele era como atravesar el desierto del Gobi sin cantimplora. Nada más nacer, pues, aquella huelga había triunfado.
Hoy el equivalente sería que se cortara internet: solo entonces el resultado resultaría rotundo. Ni siquiera el corte de la tele (de las teles ya) implicaría gran cosa. Internet es el medio que hace transitable la realidad, el que le da persistencia. En este instante parece que hay una huelga ahí fuera; suenan a ratos, por ejemplo, sirenas y helicópteros. Pero aquí en la pantalla, mientras escribo, se mantiene el flujo. Aquí la huelga no ha penetrado. Al contrario: todo el mundo trabaja. Los que apoyan la huelga también.
Yo aún no he salido a la calle y no sé lo que está pasando. Pregunto por mails que envío a Madrid, Sevilla, Córdoba y Málaga. Una amiga me dice que trabaja, que de ocho que son en la oficina han hecho huelga tres. Otra pasó la madrugada con los piquetes y ha salido con el brazo morado. Otra, que es profesora, se ha quedado en casa. Una pareja ha ido a trabajar y otra no. Miro la prensa digital. En el diario de Escolar la huelga es un éxito. En el de Losantos, un fracaso estrepitoso. Titulares respectivos en este instante (15.05h): “Los sindicatos cifran en el 80% el seguimiento del 14N”; “Toxo y Méndez cosechan el mayor fracaso en la historia de las huelgas”. La realidad es tan ancha, que cada cual encuentra en ella lo que busca.
Los periodistas de los distintos medios están de servicios máximos, porque se lo tienen que currar: han de cocinar para sus menús el tipo de huelga –fracasada o exitosa– que demandan sus comensales. El 15-N cada lector desayunará su particular huelga a la carta. Y al que se le ocurra picotear en varias, acabará con el estómago revuelto.
[Publicado en Zoom News]