Estamos donde hemos estado siempre, más o menos: en la incapacidad para comprender lo que es el Estado. En buena parte por culpa de quienes gestionan el Estado: incapaces como nosotros, gusanos de la misma poza; que están donde no saben. Pero donde no hay Estado –como dijo alguien (¿Escohotado?)– lo que hay es mafia. El lobo de Hobbes, nuestro animal recurrente. (En Brasil, de las favelas dominadas por los narcotraficantes se dice que son "zonas a las que no ha llegado el Estado").
El amigo Caballero lo ha señalado a propósito de esta última moda en que han participado Jordi Savall y Colita: "Los autores que rechazan premios nacionales sólo demuestran no entender la diferencia entre Gobierno y Estado". Mentalmente, mira qué cosas, siguen en la época de los "cesantes" de Galdós, o en el franquismo. Como casi todos nosotros. (Y me vengo poniendo por cortesía, porque yo, naturalmente, no estoy ahí; como no lo está Caballero: nuestras amarguras nos cuesta –amarguras espolvoreadas de regocijo, tampoco lo vamos a negar).
Tener el olfato demasiado aguzado para estas cuestiones condena a un notable pesimismo, que hay que llevar con alegría para no hundirse. Se percibe la corrupción casi al nivel de un budista, de un padre de la Iglesia o de un Cioran: todos están podridos; también quienes van de supuestos limpios y salvadores.
Se ve nítidamente el hilo que une (con diferentes grados de gravedad) a Savall y Colita, los políticos que roban o enchufan, los electores que los votan sabiendo que son corruptos, los que malversan fondos públicos, los gobernantes que atacan a los tribunales que los condenan o no cumplen lo que estos dictan, los presidentes autonómicos que llevan acabo pseudoconsultas inconstitucionales y los presidentes del gobierno que hacen dejación de su deber; también quienes mandan cercar parlamentos y desprecian la única democracia larga que hemos tenido llamándola "el régimen del 78", que ha de ser revocado bolivarianamente.
La corrupción mayor es este remitirse a todo tipo de "voluntades" (al término de todas las cuales está, como un tótem, El triunfo de la Voluntad hitleriano) por encima de la instancia racionalizadora y común, que es la ley, el Estado. La corrupción mayor es este impresentable y generalizado cachondeo.
[Publicado en Zoom News]