Algunos tenemos que ir tomándonos con deportividad nuestro gran error político: el haber hecho nuestra una idea demasiado pulcra del Estado de Derecho. Ya somos un estorbo. Estamos condenados a dar la nota, a molestar, a no estar conformes con nada. Nuestro discurso era modestito: defendíamos sin más complicaciones la legalidad democrática. Pero eso basta para que en esta España imposible pasemos por subversivos. Nuestra defensa del sistema nos ha convertido en piedrecitas que entorpecen el funcionamiento del sistema.
El único beneficio es de carácter intelectual: comprendemos de primera mano por qué la Historia de España ha sido el desastre que ha sido. Al parecer no hay más cera que la que arde, y con estos mimbres etcétera etcétera. ¿Pesimismo? Constatación de lo que tenemos delante de las narices. En teoría todo está abierto. Pero la práctica viene siendo de una cerrazón asfixiante. Incluso un artículo tan animoso como el que destacados miembros de Libres e Iguales han publicado en El País, intentando deshacer la condena, es necesario aquí porque se siente que impera esa condena.
La foto del rey don Felipe VI junto a Artur Mas me dejó mal cuerpo el Día de la Constitución, que fue cuando apareció en El Mundo. Para mí Mas es una especie de Tejero catalanista, en tanto enemigo y agresor –como el golpista– de nuestro Estado democrático; es cierto que no quiere imponernos una dictadura, pero el que cuente con más apoyo para su delirio anticonstitucional lo convierte en un Tejero más grave. Desde esta visión, que el Jefe del Estado aparezca junto a él de un modo tan campechano (¡mal momento para recuperar ese gen!) me parece, como a Arcadi Espada, obsceno. Mucho más que la foto de don Juan Carlos con el elefante de Botsuana, que fue algo no ejemplar pero, en fin de cuentas, extrapolítico. Mi opinión tiene hilo directo con mi estómago. Y la foto me lo ha revuelto. Como si hubiese visto a don Felipe con otro elefante: el elefante cuatribarrado, más parecido al Elefante Blanco del 23-F que al de Botsuana.
Subiendo del estómago a la cabeza, entiendo los beneficios de la cordialidad. Y ahora que estoy con Escohotado, percibo lo de que de civilizatorio tiene el comercio, incluso en esas instancias. Pero es triste. Y deprimente. Los apaños que se hicieron para llegar a la Constitución fueron liberadores, puesto que se dirigían a la libertad y la racionalidad. Los apaños que puedan hacerse con el nacionalismo son siempre en la dirección opuesta. La melancolía que al final queda es que el sustrato de España es esa pulsión por el apaño en sí; o, si no sale, por la ruptura. Y que cuando el apaño ha conseguido algo beneficioso tampoco vale, porque lo que sigue vigente es la pulsión.
[Publicado en Zoom News]