La libertad va con la responsabilidad. El sujeto libre es el sujeto responsable: el que se hace cargo de lo que ha hecho, y también de lo que le ha pasado. Porque el sujeto responsable no es omnipotente: le pasan también cosas que no ha decidido. Ya que estamos con los griegos, en la tragedia se escenificaba precisamente esa herida; y la parte contraria sí era omnipotente: el destino.
Los grandes trágicos eran artistas para adultos: les enseñaban que hay problemas irresolubles. Instalaban a los espectadores en esa tensión, que solía acabar mal. La tragedia del escenario era la tragedia de la libertad de cada uno. Hasta que con Eurípides, según señalaba Nietzsche, llegó el pasteleo: los problemas empezaron a tener solución. Esta solución no procedía de la lógica interna de la trama (que era, como digo, irresoluble), sino de fuera: aparecía un dios que lo arreglaba todo. El famoso deus ex machina (el dios desde la máquina, de la tramoya), que ahora vienen a representar Alexis Tsipras en Grecia y Pablo Iglesias en España.
Zyriza y Podemos son, pues, partidos antitrágicos. Es decir, partidos que postulan (y venden) un final feliz. Al fin y al cabo, la historia que postula su profeta Carlos Marx tiene un final made in Hollywood. Al igual que Hollywood, Tsipras e Iglesias son especialistas en halagar al público. Su halago consiste, básicamente, en eximirle de toda responsabilidad. El pueblo no ha tenido ninguna responsabilidad en el estado de su país: toda la responsabilidad es de sus políticos, y en los últimos años también de Alemania y de la troika.
He aquí el populismo perfecto. Escenificado especialmente en el caso español con esa acuñación de "la casta", que funciona como una aspiradora moral: a ella va a parar la responsabilidad de todos los males, dejando al pueblo limpio, sin una pelusilla. Y el pueblo, como buen espectador de Hollywood que es, lo ha comprado: basta con sustituciones en el poder y con actos de decisión para que la realidad (moldeable como en Hollywood) no ofrezca ya problema.
Pero la realidad suele ser más pedregosa y resistente, no tan fácil de moldear, ni moldeable por completo. Y la historia, a diferencia del cine y del teatro, no se para. No hay un telón ni un The End, sino que la trama sigue. El momento de la (falsa) solución terminará desembocando en el nuevo problema, o en el problema antiguo agravado. Y al pueblo no se le ahorrará verlo ni sufrirlo en sus carnes; y si lo ha hecho excesivamente mal, tampoco se les ahorrará a sus hijos.
[Publicado en Zoom News]