20.1.15

Floriano, cortometrajista

Para ilustrar lo abajo que estaba un guionista en Hollywood, Billy Wilder contaba esto que oyó una vez sobre un rodaje: "Fíjate si estaba salida la script, que se acostó hasta con el guionista". Pero los que hemos estado en el guionismo de cine y televisión, aun en su modalidad más bajuna, como es la del cine malo y la televisión mala, siempre hemos tenido a alguien más abajo aún: los cortometrajistas. Eran prácticamente nuestro único balón de oxígeno: aquellos a los que podíamos despreciar con la convicción de que eran peores. Luego algunos triunfaban, pasaban a hacer largos y demostraban ser mejores. Pero esta, como se decía en Irma la Dulce, es otra historia.

Los cortometrajistas son muy pesados, los pobres (no les queda otra), pero lo que me agobiaba de ellos era el abismo que mediaba entre su talento y su ilusión. Era una ilusión descomunal y una falta de talento igualmente descomunal (esto último, en el 95% de los casos; como también pasa, por otra parte, en los escritores y hasta en los columnistas). Ahora a Carlos Floriano le han encomendado una misión con presupuesto, la de la campaña del PP en las autonómicas y municipales de mayo, y lo primero que ha hecho ha sido rodar unos cortos. De pronto me he dado cuenta de que siempre había tenido un algo de cortometrajista: de esos que se han hecho su curso en Nueva York, aunque con look aseado.

Los cinéfilos con estas cosas lo que nos hacemos es una jam session, y eso he hecho yo con la producción completa, hasta esta hora, de Floriano: siete cortometrajes que configuran un mundo, el Macondo personal de Floriano. Los simples títulos ya nos dejan un aroma: Aún queda mucho por hacer, Cercanía, Un paso más, Aciertos y desaciertos, Voluntad de mejora, Detrás de los datos. Suena a algo entre Ingmar Bergman y Leni Riefensthal; el voluntarismo de esta, eso sí, endulzado con un tono (¡socialdemócrata!) de autoayuda.

Esto último explica por qué este universo fílmico resultaría hospitalario para Zapatero. Nos lo imaginamos perfectamente llegando a esa estancia inundada de luz, sin suciedad, humo ni vicios, que quizá se ha utilizado luego para hacer un anuncio de Danone, cogiendo una manzana y sentándose entre Rajoy, Cospedal, Arenas, Pons y el propio Floriano, que, como Woody Allen, sale en sus películas. También él, cómo no, dice mordisqueando la manzana, tiene ideas para mejorar el país. Y los demás lo escuchan porque ese es el estilo de la película, el de escuchar y ser guays. El de ser todos, en realidad, Zapatero. De hecho, es a Zapatero al que interpreta Floriano cuando dice lo de que "a lo mejor nos ha faltado piel y sensibilidad".

El resultado es un maravilloso ciclo sobre la impostura del poder. Quizá Torres-Dulce esté de acuerdo si algún día vuelve la tertulia de Garci y lo ponen. Malos actores interpretando un papel que no se creen, e interpretándolo mal, en una cápsula que no tiene nada que ver con lo que hay ahí fuera: la realidad, la vida. Floriano logra traducir admirablemente a lenguaje cinematográfico el carácter mediocre y hueco del político español, encarnado en este caso en los de la cúpula del PP, a los que quizá no les vendrían mal unas clases de Cristina Rota (aún a riesgo de salir todos luego con la pegatina del "No a la guerra").

En cuanto al presidente Rajoy, enlaza con esa tradición actoral española de intérpretes carraspeantes y titubeantes, incapaces de emitir un golpe de voz firme. Este tono tiene su gracia cuando se trata de presentar a un personaje atribulado, tipo Pepe Sacristán en Cara de acelga; pero exhibirse así estando al timón del barco resulta raro. En el cine todo se puede arreglar, sea repitiendo las secuencias o después en montaje, y si Floriano no lo ha arreglado es porque es eso lo que quería transmitir. Dice Josep Pla en El cuaderno gris que para sus padres debió de ser duro ver que tenían un hijo "en forma de nebulosa". Floriano nos cuenta que los españoles tenemos un presidente exactamente así.

Tampoco se ha arreglado en montaje el error más importante de todos, el que desbarata a Rajoy y consagra a Floriano como cineasta malvadísimo: el uso de Rajoy de "deber de" en vez de "deber". Si eso estaba en el guión, es para Goya. Dice Rajoy: "Lo que te da equilibrio y lo que te da fuerza es hacer aquello que crees que debes de hacer". Me recuerda a lo que unos amigos me dijeron un domingo, eufóricos de su sábado: "Anoche estuvimos a punto de empezar a ligar". La emisión de Rajoy, ya de por sí desequilibrada y débil, y por lo tanto con una forma que refuta el contenido, se rompe del todo al final con ese "de" de plastilina. En El País sí se lo han arreglado en montaje, y en el titular lo han puesto bien: "lo que crees que debes hacer".

No es para menos. Es algo sabido de sobra (menos por Rajoy y los que son como él), pero Manuel Seco lo explica con dos palabras en su Diccionario de dudas (Espasa, 2001): deber + infinitivo significa obligación; deber de + infinitivo significa suposición. Así que el sentido del deber de don Mariano es, de momento, dicho por él mismo y no corregido por Floriano, lo segundo.

[Publicado en Zoom News]