Que la ideología es el gran sustitutivo de la religión se ve con nitidez en lo referido al antiguo negociado de esta última: el de los cadáveres calientes. Antes los curas revoloteaban (como buitres, sí) en torno al moribundo ateo por si le podían sacar una conversión de última hora. Con fe o buena fe, pero, en fin de cuentas, utilizando a un ser concreto en aras de algo abstracto. Para alimentarse con él, en tanto que con él reforzaba su propio bastión mental, su creencia.
Con nuestros sacerdotes de la ideología pasa lo mismo. La vida es instrumental para ellos; mejor dicho: es instrumental para ellos lo concreto. Me gustaba mucho la expresión que prefería utilizar Eugenio Trías en vez de "individuo" (noción esta que para él contenía ya un principio de abstracción, de uniformización hacia dentro): ser singular sensible en devenir. Una caracterización sinuosa, revoltosa, con la que es difícil hacer negocios; sobre todo negocios religiosos o ideológicos.
Para su utilización hay reducir al ser singular a moneda, a moneda de cambio. Eso hacen los sacerdotes (¡y los monaguillos!) de la ideología. Con los cadáveres aún calientes se precipitan a instrumentalizarlos para su fe, que puede ser buena en su conciencia, pero que de raíz es mala. Volvió a pasar anteayer con el accidente aéreo de Los Alpes. Desde el minuto uno había nacionalistas catalanes dirimiendo si los cadáveres eran "españoles" o "catalanes"; y nacionalistas españoles (esta vez con precisa utilización del término) "alegrándose" de que en el avión hubiese catalanes; y anticapitalistas rebañando para su anticapitalismo; y hasta charcuteras echando sobre los cadáveres los hígados de la hepatitis C (de los que, por supuesto, solo le importa su instrumentalización partidista).
Muy pronto los cadáveres quedaron sepultados por las mencionadas abyecciones; y también por los que nos peleábamos contra ellas. Un amigo mío decía que el ego es como el pene: cuanto más se toca, más crece. Hasta los esfuerzos por reducirlo (hablo del ego) lo que hacen es incrementarlo, por el simple manoseamiento. Con la ideología pasa igual: como uno se meta en su fango, aunque sea para combatirla, acaba propiamente enfangado. Esta columna, lo reconozco, es un coletazo de lo mismo que critica. Me resigno a ello.
[Publicado en Zoom News]
26.3.15
20.3.15
19.3.15
Chistes desde el poder
Soy partidario del humor, naturalmente; por sus virtudes desengrasadoras y civilizatorias, y –más allá de los motivos edificantes– por el gusto que en sí mismo produce. Pero cuando es el poder el que se pone chistoso, me sobreviene un malestar que me convierte casi en un moralista. Como el fraile que oponía a la risa en El nombre de la rosa. Decía Cioran que todas las religiones son, en su esencia, "cruzadas contra el humor". Y algo de cruzado antihumorístico tengo cuando me cruzo con los chistecitos de quien manda...
A veces son chistes buenos, como los que decía de vicepresidente Alfonso Guerra. Pero incluso en ese caso la sonrisa me sale incómoda: a la gracia del chiste se le superpone la poca gracia de que haya sido dicho desde el poder. Nuestras dos últimas graciosas son mujeres: Susana Díaz, que estuvo muy dicharachera en el debate electoral del lunes, y Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta como Guerra (el cargo parece el club de la comedia), que ha hecho una escenificación comparando a los que no son del PP con los que se paran a mirar las obras. Una escenificación que yo calificaría de desafortunada; aunque, por no hacerle un feo a su presidente Rajoy, afecto al término, voy a llamarla patética.
El PP está nervioso. Lo tenía todo perfecto para el chantaje: o PP o Podemos. Un chantaje impresentable pero razonable: desde luego, antes PP que Podemos. Pero ahora se ha interpuesto Ciudadanos y la estrategia se le ha hundido. La opción más razonable ya no es el PP. Y ha empezado a aflorar la risa floja. Que si Siudatans, como dijo Floriano; que si Naranjito, como dijo Hernando; que si Albert, como dijo Sanz; o que si mirones de obras, como dice ahora Soraya...
La legislatura empezó con la virulencia de Rajoy contra Rosa Díez en el debate de investidura y acaba con los chistes contra Ciudadanos. Este ha recogido el testigo de UPyD. Y enfrente, el Gobierno atacando en cada momento la opción que más le exigía entrar en razón y adecentarse. De risa.
[Publicado en Zoom News]
A veces son chistes buenos, como los que decía de vicepresidente Alfonso Guerra. Pero incluso en ese caso la sonrisa me sale incómoda: a la gracia del chiste se le superpone la poca gracia de que haya sido dicho desde el poder. Nuestras dos últimas graciosas son mujeres: Susana Díaz, que estuvo muy dicharachera en el debate electoral del lunes, y Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta como Guerra (el cargo parece el club de la comedia), que ha hecho una escenificación comparando a los que no son del PP con los que se paran a mirar las obras. Una escenificación que yo calificaría de desafortunada; aunque, por no hacerle un feo a su presidente Rajoy, afecto al término, voy a llamarla patética.
El PP está nervioso. Lo tenía todo perfecto para el chantaje: o PP o Podemos. Un chantaje impresentable pero razonable: desde luego, antes PP que Podemos. Pero ahora se ha interpuesto Ciudadanos y la estrategia se le ha hundido. La opción más razonable ya no es el PP. Y ha empezado a aflorar la risa floja. Que si Siudatans, como dijo Floriano; que si Naranjito, como dijo Hernando; que si Albert, como dijo Sanz; o que si mirones de obras, como dice ahora Soraya...
La legislatura empezó con la virulencia de Rajoy contra Rosa Díez en el debate de investidura y acaba con los chistes contra Ciudadanos. Este ha recogido el testigo de UPyD. Y enfrente, el Gobierno atacando en cada momento la opción que más le exigía entrar en razón y adecentarse. De risa.
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17.3.15
Énfasis andaluces
He pasado diez días en Madrid y no me he dado cuenta del privilegio hasta que no he regresado a Andalucía. Nada más entrar en Málaga, el sábado, vi los cartelones de los candidatos colgados de las farolas. Podrían parecer ahorcados, como aquellos ahorcados cuya presencia anunciaba la cercanía de una ciudad; pero estos estaban demasiado vivos. Parecían más bien pájaros, o saltimbanquis. O las flores de una primavera forzada: naciendo del metal. Mi impresión espontánea es que se ha optado más que nunca por la infantilización. Algo cómodo para unos candidatos con el nivel por los suelos. (Susana, Juanma: ¡vamos a jugar!).
En los días siguientes me he sometido al suplicio de las cadenas locales, o de las "desconexiones locales" de las cadenas nacionales: raciones de zurrapa mucho más abuntantes de las que pillaba en Madrid. Uno está acostumbrado a la inanidad de los mítines y no les pide nada, pero los fragmentos que he escuchado me han parecido particularmente ofensivos. ¿Tan poco respeto les tienen los políticos a los electores como para hablarles así? En esto no hacen excepción los, así llamados, "partidos nuevos". Por lo que se atisba, el futuro Parlamento de Andalucía será disperso y áspero, pero parace que ninguno va a desentonar en Canal Sur.
La televisión regional parece la norma: la que marca el canon estético al que todos se atienen. Para él no hay oposición. En ese canon tiene mucha importancia el habla. A mí me gusta el acento andaluz, el deje andaluz (aunque el mío en concreto no salga bien, como le corresponde a un descastado). El andaluz popular me gusta, y me gusta también el andaluz culto. Lo que no me gusta es esa manera de hablar andaluz de los andaluces profesionales: el de esos que delimitan su negocio hablando así, como para evitar que se les cuelen otros "de fuera". El "andaluz batúa", como lo llama mi amigo Fray Josepho, es una estricta demarcación de casta (a la que la candidata de Podemos se ha sumado, naturalmente).
Sus dos variables más cargantes son la folclórica y la humorística. La primera está encarnada por Susana Díaz, cuya manera de hablar está entre María del Monte y la Pantoja, aunque si que la cosa desemboque en canción (lo cual puede que sea de agradecer). La segunda variable es la de Moreno Bonilla, con su andaluz de humorista o graciosete, entre de Paco Gandía y Jesulín, que habla como preparando un chiste que no termina nunca de llegar (aunque con sus resultados electorales sí que nos reiremos). En ambos, y en todos los demás, predomina el énfasis. Como si no tuvieran otra virtud que la de ser andaluces.
En Madrid, por los días en que empezaba la campaña, hablé con un editor especializado en novelas: el género más leído. Me dijo que Andalucía está entre los sitios donde menos vende de toda España, y que cuando publica a un escritor andaluz sabe que no va a contar con un apoyo significativo de lectores de su región, lo que en la práctica es casi un lastre. En esas estamos, por detrás de la campaña, antes y después. Al fin y al cabo es a ese elector al que se dirigen los candidatos, con sus énfasis vacíos e infantilistas: al elector que no es lector. Como ellos mismos, por lo demás. Carne de Canal Sur.
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En los días siguientes me he sometido al suplicio de las cadenas locales, o de las "desconexiones locales" de las cadenas nacionales: raciones de zurrapa mucho más abuntantes de las que pillaba en Madrid. Uno está acostumbrado a la inanidad de los mítines y no les pide nada, pero los fragmentos que he escuchado me han parecido particularmente ofensivos. ¿Tan poco respeto les tienen los políticos a los electores como para hablarles así? En esto no hacen excepción los, así llamados, "partidos nuevos". Por lo que se atisba, el futuro Parlamento de Andalucía será disperso y áspero, pero parace que ninguno va a desentonar en Canal Sur.
La televisión regional parece la norma: la que marca el canon estético al que todos se atienen. Para él no hay oposición. En ese canon tiene mucha importancia el habla. A mí me gusta el acento andaluz, el deje andaluz (aunque el mío en concreto no salga bien, como le corresponde a un descastado). El andaluz popular me gusta, y me gusta también el andaluz culto. Lo que no me gusta es esa manera de hablar andaluz de los andaluces profesionales: el de esos que delimitan su negocio hablando así, como para evitar que se les cuelen otros "de fuera". El "andaluz batúa", como lo llama mi amigo Fray Josepho, es una estricta demarcación de casta (a la que la candidata de Podemos se ha sumado, naturalmente).
Sus dos variables más cargantes son la folclórica y la humorística. La primera está encarnada por Susana Díaz, cuya manera de hablar está entre María del Monte y la Pantoja, aunque si que la cosa desemboque en canción (lo cual puede que sea de agradecer). La segunda variable es la de Moreno Bonilla, con su andaluz de humorista o graciosete, entre de Paco Gandía y Jesulín, que habla como preparando un chiste que no termina nunca de llegar (aunque con sus resultados electorales sí que nos reiremos). En ambos, y en todos los demás, predomina el énfasis. Como si no tuvieran otra virtud que la de ser andaluces.
En Madrid, por los días en que empezaba la campaña, hablé con un editor especializado en novelas: el género más leído. Me dijo que Andalucía está entre los sitios donde menos vende de toda España, y que cuando publica a un escritor andaluz sabe que no va a contar con un apoyo significativo de lectores de su región, lo que en la práctica es casi un lastre. En esas estamos, por detrás de la campaña, antes y después. Al fin y al cabo es a ese elector al que se dirigen los candidatos, con sus énfasis vacíos e infantilistas: al elector que no es lector. Como ellos mismos, por lo demás. Carne de Canal Sur.
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12.3.15
La generosidad de UPyD
El partido cuyo lema es "Lo que nos une" lleva meses obcecado en resaltar lo que lo separa: lo que lo separa de Ciudadanos, lo que lo separa de sus votantes y lo que lo separa, en consecuencia, de sí mismo. Ciudadanos es el partido al que más se parece. Y las diferencias que sí que se encuentran entre ambos, si se buscan, desaparecen considerablemente en lo que concierne a sus votantes. En efecto, lo que une a UPyD y Ciudadanos, por encima de lo que los separa, es lo que hacía a esos votantes dudar en cada elección si votaba a uno o a otro.
Un votante de UPyD se parece tanto a un votante de Ciudadanos que con frecuencia es el mismo votante: que va oscilando entre uno y otro partido en cada convocatoria electoral. Por el matiz de la separación no merecía la pena la desgarradura, que electoralmente hablando era un desagüe por el que se perdían votos. Este desperdicio se atenuaba cuando en la práctica parecía darse un reparto territorial: Ciudadanos (Ciutadans) en Cataluña y UPyD en el resto de España. Algo que no va a ocurrir en las reñidas elecciones que se avecinan.
Luchando por el mismo electorado, ambos partidos estaban condenados a perder. Y hablo en pasado porque UPyD ha tenido la generosidad de autosabotearse para no ser un estorbo. Todavía le restará votos a Ciudadanos, pero serán pocos y seguramente por última vez (o penúltima, como mucho).
Dos partidos para la misma franja de votantes son demasiados partidos. Que existieran los dos era un inconveniente. Consumada la inconveniencia, solo quedaba restañarla con el pacto. Abortado el pacto, no restaba otra solución que la desaparición o la inutilización (la reducción a la insignificancia) de uno de ellos. Parecía que iba a ser un proceso penoso y feo, pero UPyD ha tenido el detalle de abreviarlo (aunque no de embellecerlo), gracias a su cúpula. No está mal como último (o penúltimo) servicio del partido.
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Un votante de UPyD se parece tanto a un votante de Ciudadanos que con frecuencia es el mismo votante: que va oscilando entre uno y otro partido en cada convocatoria electoral. Por el matiz de la separación no merecía la pena la desgarradura, que electoralmente hablando era un desagüe por el que se perdían votos. Este desperdicio se atenuaba cuando en la práctica parecía darse un reparto territorial: Ciudadanos (Ciutadans) en Cataluña y UPyD en el resto de España. Algo que no va a ocurrir en las reñidas elecciones que se avecinan.
Luchando por el mismo electorado, ambos partidos estaban condenados a perder. Y hablo en pasado porque UPyD ha tenido la generosidad de autosabotearse para no ser un estorbo. Todavía le restará votos a Ciudadanos, pero serán pocos y seguramente por última vez (o penúltima, como mucho).
Dos partidos para la misma franja de votantes son demasiados partidos. Que existieran los dos era un inconveniente. Consumada la inconveniencia, solo quedaba restañarla con el pacto. Abortado el pacto, no restaba otra solución que la desaparición o la inutilización (la reducción a la insignificancia) de uno de ellos. Parecía que iba a ser un proceso penoso y feo, pero UPyD ha tenido el detalle de abreviarlo (aunque no de embellecerlo), gracias a su cúpula. No está mal como último (o penúltimo) servicio del partido.
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10.3.15
Pitanza electoral
No sé si este 2015 va a ser un año de mudanza, pero desde luego sí de pitanza. Y los andaluces estamos invitados a pinchar y cortar los primeros. Bueno, los segundos: los primeros han sido los propios partidos, que nos han dejado la mesa electoral llena de muñones, orejas, ojos, lenguas y hasta cabezas (sin mucho seso). El panorama electoral español es pura casquería. El andaluz también, aunque con una peculiaridad: la casquería nos viene embalsamada. Aquí, más que casquería hay charcutería. Una vez vi un rutilante cartel en un escaparate de comestibles: "Tenemos chóped puro". A eso es a lo máximo a lo que puede aspirar Andalucía, electoralmente hablando: a la pureza de su chóped.
Es en Madrid donde está la carne fresca, con los cadáveres (políticos) de Tomás Gómez e Ignacio González todavía chorreantes, y el de Tania Sánchez en plena transmigración. En vista de la escabechina que va a hacer el electorado con los partidos, estos han querido probar antes, a ver qué se siente. Nuestros partitocráticos no les permiten primicias a los votantes, ni siquiera la de acabar con ellos...
Hay algo preocupante: la falta de democracia interna. No hay costumbre de debate, y cuando surgen discrepancias se resuelven a navajazos. Las discrepancias, por lo demás, rara vez son de ideas, y ni siquiera ideológicas (es decir, de ideas en su versión raquítica). Responden al "quítate tú para ponerme yo". En este sentido, ciertamente, el navajazo era la única solución. El reverso de los personalismos son las cabezas cortadas de los personalistas que no han sabido imponer su persona.
Una tendencia que he empezado a observar es la del "voto por penilla". Sobre todo, por penilla al PSOE y a IU. Quizá por ello el instinto de estos partidos les ha llevado a poner como candidatos en Madrid a un filósofo y a un poeta, respectivamente: maestros en el arte de llorar que solo podrían ser batidos por un cantautor. Pero en Andalucía no tenemos ni eso. Mi sensación como votante es que solo tengo para meter en el sobre rodajas de mortadela. (He de decir, porque no voy a votarlo, que el menos mortadelesco de todos me parece Maíllo, el de IU).
El panorama mortecino regional hace que mucho voto se conciba con ambición nacional. Los meses y meses que llevamos de zarandeo político al fin se encuentran con unas urnas, y resulta que son las de los andaluces. Vamos a ser los primeros en hincarle el diente a lo que nos han dejado los partidos.
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Es en Madrid donde está la carne fresca, con los cadáveres (políticos) de Tomás Gómez e Ignacio González todavía chorreantes, y el de Tania Sánchez en plena transmigración. En vista de la escabechina que va a hacer el electorado con los partidos, estos han querido probar antes, a ver qué se siente. Nuestros partitocráticos no les permiten primicias a los votantes, ni siquiera la de acabar con ellos...
Hay algo preocupante: la falta de democracia interna. No hay costumbre de debate, y cuando surgen discrepancias se resuelven a navajazos. Las discrepancias, por lo demás, rara vez son de ideas, y ni siquiera ideológicas (es decir, de ideas en su versión raquítica). Responden al "quítate tú para ponerme yo". En este sentido, ciertamente, el navajazo era la única solución. El reverso de los personalismos son las cabezas cortadas de los personalistas que no han sabido imponer su persona.
Una tendencia que he empezado a observar es la del "voto por penilla". Sobre todo, por penilla al PSOE y a IU. Quizá por ello el instinto de estos partidos les ha llevado a poner como candidatos en Madrid a un filósofo y a un poeta, respectivamente: maestros en el arte de llorar que solo podrían ser batidos por un cantautor. Pero en Andalucía no tenemos ni eso. Mi sensación como votante es que solo tengo para meter en el sobre rodajas de mortadela. (He de decir, porque no voy a votarlo, que el menos mortadelesco de todos me parece Maíllo, el de IU).
El panorama mortecino regional hace que mucho voto se conciba con ambición nacional. Los meses y meses que llevamos de zarandeo político al fin se encuentran con unas urnas, y resulta que son las de los andaluces. Vamos a ser los primeros en hincarle el diente a lo que nos han dejado los partidos.
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5.3.15
Ejercicio de admiración
Manifestar admiración por Iñaki Uriarte es algo que no combina, por enfático, con el tono de sus Diarios: tan elegante es la distancia que ha sabido proponer en ellos. Pero uno, después de todo, no es Uriarte, sino un aprendiz de Uriarte, por lo que puede permitirse (aún) esta enfática inelegancia de proclamar su admiración; y de paso, empujar al lector a que lo lea. Me refiero, naturalmente, al lector que aún no conoce a Uriarte: pero el que lo conoce no está leyendo esta columna, sino sus Diarios, cuyo tercer tomo acaba de salir ahora (como los anteriores, en la editorial Pepitas de Calabaza).
Lo recomiendo desde una columna de actualidad porque de tarde en tarde hay que sacar la pierna de su bocado rabioso. Contra la rabiosa actualidad, en efecto, nada como estas páginas en que uno gana perspectiva y puede ganarse, por tanto, a sí mismo. En una de las entradas, un amigo le dice a Uriarte, tras haber estado charlando con él: "Qué paz, me voy como recién duchado". Y comenta Uriarte: "Si de alguna cosa pudiera preciarme en esta vida es de esos momentos en que he tenido y podido contagiar un poco de calma a mi alrededor. A diferencia de aquel que quería ser dinamita, a mí me parece bien cumplir la función de valium".
En los Diarios, con todo, asoma la actualidad. Abarcan el periodo de 2008 a 2010 y ahí están la crisis económica, Obama, el alto el fuego de ETA o el medio ambiente nacionalista (del que Uriarte anda desligado). Hay también algunos vistazos a la historia: Mayo del 68, la cárcel en el franquismo, los GAL (con una inquietante aparición de Amedo), o la emigración y el exilio vasco en Nueva York, de donde él procede. Como dice la escueta nota biográfica: "nació en Nueva York (1946), es de San Sebastián y vive en Bilbao". Pero sobre todo está la vida –en lo bueno, en lo malo y en lo regular–, filtrada por una percepción educada en Montaigne; y están las lecturas.
Quizá la clave de su arte ("el arte de Uriarte", como dice mi amigo Josepepe) esté en que es más un lector que un escritor. Esto no le supone escribir peor, porque de hecho escribe mejor, sino librarse de los vicios (y las brasas) de los escritores. Como dice en otra entrada: "Esos que escriben como si en la literatura se tratara de escribir y no de leer". El resultado es que estos Diarios son un regalo para el lector. Desde que empezaron a publicarse en 2010 (el lector Uriarte se convirtió en el autor Uriarte con sesenta y tres añitos), se hicieron con lectores agradecidos por pasárselo tan bien leyendo.
El gato de Uriarte se llama Borges. Y al otro Borges, que aparece con frecuencia en los Diarios (casi tanto como el gato y como Montaigne), le dedicó Cioran unas líneas en sus Ejercicios de admiración que yo le aplicaría a Uriarte: "podría convertirse en el símbolo de una humanidad sin dogmas ni sistemas, y si existe una utopía a la cual yo me adheriría con gusto, sería aquella en la que todo el mundo le imitara a él, a uno de los espíritus menos graves que han existido, al último delicado".
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Lo recomiendo desde una columna de actualidad porque de tarde en tarde hay que sacar la pierna de su bocado rabioso. Contra la rabiosa actualidad, en efecto, nada como estas páginas en que uno gana perspectiva y puede ganarse, por tanto, a sí mismo. En una de las entradas, un amigo le dice a Uriarte, tras haber estado charlando con él: "Qué paz, me voy como recién duchado". Y comenta Uriarte: "Si de alguna cosa pudiera preciarme en esta vida es de esos momentos en que he tenido y podido contagiar un poco de calma a mi alrededor. A diferencia de aquel que quería ser dinamita, a mí me parece bien cumplir la función de valium".
En los Diarios, con todo, asoma la actualidad. Abarcan el periodo de 2008 a 2010 y ahí están la crisis económica, Obama, el alto el fuego de ETA o el medio ambiente nacionalista (del que Uriarte anda desligado). Hay también algunos vistazos a la historia: Mayo del 68, la cárcel en el franquismo, los GAL (con una inquietante aparición de Amedo), o la emigración y el exilio vasco en Nueva York, de donde él procede. Como dice la escueta nota biográfica: "nació en Nueva York (1946), es de San Sebastián y vive en Bilbao". Pero sobre todo está la vida –en lo bueno, en lo malo y en lo regular–, filtrada por una percepción educada en Montaigne; y están las lecturas.
Quizá la clave de su arte ("el arte de Uriarte", como dice mi amigo Josepepe) esté en que es más un lector que un escritor. Esto no le supone escribir peor, porque de hecho escribe mejor, sino librarse de los vicios (y las brasas) de los escritores. Como dice en otra entrada: "Esos que escriben como si en la literatura se tratara de escribir y no de leer". El resultado es que estos Diarios son un regalo para el lector. Desde que empezaron a publicarse en 2010 (el lector Uriarte se convirtió en el autor Uriarte con sesenta y tres añitos), se hicieron con lectores agradecidos por pasárselo tan bien leyendo.
El gato de Uriarte se llama Borges. Y al otro Borges, que aparece con frecuencia en los Diarios (casi tanto como el gato y como Montaigne), le dedicó Cioran unas líneas en sus Ejercicios de admiración que yo le aplicaría a Uriarte: "podría convertirse en el símbolo de una humanidad sin dogmas ni sistemas, y si existe una utopía a la cual yo me adheriría con gusto, sería aquella en la que todo el mundo le imitara a él, a uno de los espíritus menos graves que han existido, al último delicado".
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