Soy partidario del humor, naturalmente; por sus virtudes desengrasadoras y civilizatorias, y –más allá de los motivos edificantes– por el gusto que en sí mismo produce. Pero cuando es el poder el que se pone chistoso, me sobreviene un malestar que me convierte casi en un moralista. Como el fraile que oponía a la risa en El nombre de la rosa. Decía Cioran que todas las religiones son, en su esencia, "cruzadas contra el humor". Y algo de cruzado antihumorístico tengo cuando me cruzo con los chistecitos de quien manda...
A veces son chistes buenos, como los que decía de vicepresidente Alfonso Guerra. Pero incluso en ese caso la sonrisa me sale incómoda: a la gracia del chiste se le superpone la poca gracia de que haya sido dicho desde el poder. Nuestras dos últimas graciosas son mujeres: Susana Díaz, que estuvo muy dicharachera en el debate electoral del lunes, y Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta como Guerra (el cargo parece el club de la comedia), que ha hecho una escenificación comparando a los que no son del PP con los que se paran a mirar las obras. Una escenificación que yo calificaría de desafortunada; aunque, por no hacerle un feo a su presidente Rajoy, afecto al término, voy a llamarla patética.
El PP está nervioso. Lo tenía todo perfecto para el chantaje: o PP o Podemos. Un chantaje impresentable pero razonable: desde luego, antes PP que Podemos. Pero ahora se ha interpuesto Ciudadanos y la estrategia se le ha hundido. La opción más razonable ya no es el PP. Y ha empezado a aflorar la risa floja. Que si Siudatans, como dijo Floriano; que si Naranjito, como dijo Hernando; que si Albert, como dijo Sanz; o que si mirones de obras, como dice ahora Soraya...
La legislatura empezó con la virulencia de Rajoy contra Rosa Díez en el debate de investidura y acaba con los chistes contra Ciudadanos. Este ha recogido el testigo de UPyD. Y enfrente, el Gobierno atacando en cada momento la opción que más le exigía entrar en razón y adecentarse. De risa.
[Publicado en Zoom News]