Que la ideología es el gran sustitutivo de la religión se ve con nitidez en lo referido al antiguo negociado de esta última: el de los cadáveres calientes. Antes los curas revoloteaban (como buitres, sí) en torno al moribundo ateo por si le podían sacar una conversión de última hora. Con fe o buena fe, pero, en fin de cuentas, utilizando a un ser concreto en aras de algo abstracto. Para alimentarse con él, en tanto que con él reforzaba su propio bastión mental, su creencia.
Con nuestros sacerdotes de la ideología pasa lo mismo. La vida es instrumental para ellos; mejor dicho: es instrumental para ellos lo concreto. Me gustaba mucho la expresión que prefería utilizar Eugenio Trías en vez de "individuo" (noción esta que para él contenía ya un principio de abstracción, de uniformización hacia dentro): ser singular sensible en devenir. Una caracterización sinuosa, revoltosa, con la que es difícil hacer negocios; sobre todo negocios religiosos o ideológicos.
Para su utilización hay reducir al ser singular a moneda, a moneda de cambio. Eso hacen los sacerdotes (¡y los monaguillos!) de la ideología. Con los cadáveres aún calientes se precipitan a instrumentalizarlos para su fe, que puede ser buena en su conciencia, pero que de raíz es mala. Volvió a pasar anteayer con el accidente aéreo de Los Alpes. Desde el minuto uno había nacionalistas catalanes dirimiendo si los cadáveres eran "españoles" o "catalanes"; y nacionalistas españoles (esta vez con precisa utilización del término) "alegrándose" de que en el avión hubiese catalanes; y anticapitalistas rebañando para su anticapitalismo; y hasta charcuteras echando sobre los cadáveres los hígados de la hepatitis C (de los que, por supuesto, solo le importa su instrumentalización partidista).
Muy pronto los cadáveres quedaron sepultados por las mencionadas abyecciones; y también por los que nos peleábamos contra ellas. Un amigo mío decía que el ego es como el pene: cuanto más se toca, más crece. Hasta los esfuerzos por reducirlo (hablo del ego) lo que hacen es incrementarlo, por el simple manoseamiento. Con la ideología pasa igual: como uno se meta en su fango, aunque sea para combatirla, acaba propiamente enfangado. Esta columna, lo reconozco, es un coletazo de lo mismo que critica. Me resigno a ello.
[Publicado en Zoom News]