He pasado diez días en Madrid y no me he dado cuenta del privilegio hasta que no he regresado a Andalucía. Nada más entrar en Málaga, el sábado, vi los cartelones de los candidatos colgados de las farolas. Podrían parecer ahorcados, como aquellos ahorcados cuya presencia anunciaba la cercanía de una ciudad; pero estos estaban demasiado vivos. Parecían más bien pájaros, o saltimbanquis. O las flores de una primavera forzada: naciendo del metal. Mi impresión espontánea es que se ha optado más que nunca por la infantilización. Algo cómodo para unos candidatos con el nivel por los suelos. (Susana, Juanma: ¡vamos a jugar!).
En los días siguientes me he sometido al suplicio de las cadenas locales, o de las "desconexiones locales" de las cadenas nacionales: raciones de zurrapa mucho más abuntantes de las que pillaba en Madrid. Uno está acostumbrado a la inanidad de los mítines y no les pide nada, pero los fragmentos que he escuchado me han parecido particularmente ofensivos. ¿Tan poco respeto les tienen los políticos a los electores como para hablarles así? En esto no hacen excepción los, así llamados, "partidos nuevos". Por lo que se atisba, el futuro Parlamento de Andalucía será disperso y áspero, pero parace que ninguno va a desentonar en Canal Sur.
La televisión regional parece la norma: la que marca el canon estético al que todos se atienen. Para él no hay oposición. En ese canon tiene mucha importancia el habla. A mí me gusta el acento andaluz, el deje andaluz (aunque el mío en concreto no salga bien, como le corresponde a un descastado). El andaluz popular me gusta, y me gusta también el andaluz culto. Lo que no me gusta es esa manera de hablar andaluz de los andaluces profesionales: el de esos que delimitan su negocio hablando así, como para evitar que se les cuelen otros "de fuera". El "andaluz batúa", como lo llama mi amigo Fray Josepho, es una estricta demarcación de casta (a la que la candidata de Podemos se ha sumado, naturalmente).
Sus dos variables más cargantes son la folclórica y la humorística. La primera está encarnada por Susana Díaz, cuya manera de hablar está entre María del Monte y la Pantoja, aunque si que la cosa desemboque en canción (lo cual puede que sea de agradecer). La segunda variable es la de Moreno Bonilla, con su andaluz de humorista o graciosete, entre de Paco Gandía y Jesulín, que habla como preparando un chiste que no termina nunca de llegar (aunque con sus resultados electorales sí que nos reiremos). En ambos, y en todos los demás, predomina el énfasis. Como si no tuvieran otra virtud que la de ser andaluces.
En Madrid, por los días en que empezaba la campaña, hablé con un editor especializado en novelas: el género más leído. Me dijo que Andalucía está entre los sitios donde menos vende de toda España, y que cuando publica a un escritor andaluz sabe que no va a contar con un apoyo significativo de lectores de su región, lo que en la práctica es casi un lastre. En esas estamos, por detrás de la campaña, antes y después. Al fin y al cabo es a ese elector al que se dirigen los candidatos, con sus énfasis vacíos e infantilistas: al elector que no es lector. Como ellos mismos, por lo demás. Carne de Canal Sur.
[Publicado en Zoom News]