Me he sentado a escribir sobre José María Aznar cuando ha llegado la noticia de la muerte de Paloma Chamorro, nuestra benefactora de La Edad de Oro. Y me he acordado de lo que contó hace poco Jesús Quintero sobre la primera entrevista que le hizo a Aznar a principios de los noventa. Quintero le había indicado al cámara que mantuviese un primer plano del entrevistado, y nada más comenzar le espetó: “¿Usted ha sido punki?”. No sé qué se trasluciría en su rostro, pero el futuro presidente pensaría sin duda en mazmorras para el entrevistador...
Lo gracioso es que, si bien a Aznar no nos lo imaginamos punki de joven, ha llegado a ser técnicamente, en muchos aspectos, punki de mayor. Algunos lo han tachado incluso de antisistema. Extremando el juego, ocupa una posición equiparable a la Pablo Iglesias: Aznar vendría a ser hoy para el PP un elemento de presión radicalizadora equivalente al que supone Iglesias para el PSOE. En ambos casos, se trata de un empuje ideologizador –cada uno en su propio sector ideológico, claro está–, en contra de dejadeces más o menos pragmáticas y de tibiezas conceptuales.
¿Qué pretende Aznar, qué busca, qué quiere? Yo creo que dar miedo. Ha escogido como destino personal justo lo que se le reprochaba, como si siguiera el célebre consejo: “Aquello que te censuran, cultívalo, porque eso eres”. Les daba miedo a los contrarios y para completar su vocación ha decidido darles miedo también a los propios. La renuncia a la presidencia de honor de su partido alimenta ese efecto, y el revuelo sobre la posibilidad (poco probable) de que funde un partido propio.
Aznar no es exactamente el jarrón chino que, según Felipe González, no se sabe dónde colocar; sino más bien eso: un punki que se coloca donde más miedo mete. Cuando se lo topan los que hoy mandan en el PP, de Mariano Rajoy para abajo, ponen una cara tan rara como la del joven Aznar cuando recibió la pregunta de Quintero.
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En The Objective.