No sé si los nacionalistas catalanes son conscientes de cómo están arruinando la marca Cataluña. Tampoco sé si les importa. Ellos van a lo suyo, en el sentido más cerril de la expresión: como buenos nacionalistas. (Y con un enemigo principal, que no son “los españoles”, sino los catalanes que no son nacionalistas).
Lo de la Marca España tuvo su gracia. El temible nacionalismo español del PP se manifestó así: reduciendo los énfasis apoteósicos y metafísicos del “¡Arriba España!” o el “¡Una, Grande y Libre!” a un asunto civil, comercial; de producto que podría encontrarse en las estanterías del Corte Inglés. Era la constatación de que el patriotismo había pasado a ser algo menor, más asequible: un escohotadiano “amigo del comercio”. La idea principal, higieniquísima, es que a la patria hay que sacarle algún dinerillo.
A lo mejor eso es lo patriótico hoy en día. Y lo nacionalista lo contrario: empodrecer el producto. Esa parte fundamental de la Marca España que es Cataluña la están dejando podrida, invendible. Un perjuicio para ellos mismos –los nacionalistas– y para todos.
Mi generación, la de los que éramos niños en la Transición, se crio admirando a Cataluña. Se nos dio (en la enseñanza pública al menos) una visión no nacionalista y sí crítica de la historia de España. Y en esa visión estaba integrada Cataluña como el lugar de España por el que se salía a Europa y por el que entraba Europa...
Y ahora estos palurdos retrógrados, como salidos del pozo español.
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En The Objective.