¡Qué libro más bonito es el Atlas del bien y del mal de Tsevan Rabtan (ed. geoPlaneta)! Perfecto para regalo, incluso a uno mismo. De pronto, un primor. Con todo en grado de excelencia: el texto de Tsevan Rabtan, las ilustraciones de Alejandra Acosta, el prólogo de Manuel Jabois y hasta el formato, con el tamaño de aquellos álbumes de la biblioteca que yo leía de niño y adolescente.
Y este ha sido para mí el primer efecto de su lectura: me he visto como entonces, metido en junglas y desiertos, en ejércitos, en expediciones, en matanzas, ante crueldades, bellaquerías, venganzas, ambiciones e inesperados gestos de desprendimiento y generosidad. Jabois consigna bien en el prólogo el empeño del autor: “A través de la Historia cuenta una particular novela de aventuras con el agravante de lo real”. Y acuña una fórmula brillante: se trata de “un thriller con pudor”. En efecto: el estilo es escueto pero parsimonioso, con una higiénica contención ante el exceso de lo que cuenta. Se diría que, ya que no en el contenido, aberrante y desquiciado en muchos casos, la razón está en la prosa. Una razón con encanto: punteada de ironías.
Tsevan Rabtan ofrece la clave de su interés: “Siempre me han llamado la atención las anomalías históricas, los monstruos en el mundo convulso de las naciones, casi siempre nacidos violenta y caóticamente por la confluencia del azar, la aventura y el comercio”. Yo encuentro una coherencia estricta entre esto y su pasión por la ley, de la que el abogado Tsevan Rabtan es su mayor defensor. La ley, al cabo, intenta contener, ordenar un poco esa realidad que sin ella sería –justamente– más monstruosa, caótica y violenta.
Pero vuelvo a lo que he experimentado durante mi lectura. Ha sido ciertamente mágico recuperar las viejas sensaciones, porque yo (¡demasiado adulto ya!) abandoné aquellos libros. Pero lo mejor es que no he tenido que dejar de sentirme adulto para disfrutar del Atlas del bien y del mal, que con su sabiduría tiende puentes entre la adolescencia y la madurez.
En este mapa de las miserias y grandezas del ser humano por los cinco continentes, en treinta y una historias, he hallado –con la inevitable exageración de los casos tremebundos– lo que he venido aprendiendo de la vida, de lo real. Tsevan Rabtan se centra exclusivamente en las historias, sin moraleja; pero con su inteligencia logra que se desprenda una lección. La que yo he recibido tiene el eco nietzscheano del título.
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En The Objective.