8.8.18

La confusión

De pronto la verdad se abrió paso en el discurso del presidente: la verdad de las mentiras; o de las ficciones. Cuando todos les rezaban, según el santoral realmente vigente, a las 13 rosas, Pedro Sánchez se puso a rezarles a las actrices que las interpretaron en el cine. Él estaba, y no los otros, en el secreto de la santificación. Al fin y al cabo, estos solo las recordaban porque se hizo la película.

Pensaba verla, pero no la he encontrado. En su día la dejé pasar, porque no me interesaba. Daba por hecho que era de Montxo Armendáriz, porque todas las películas sobre la guerra civil son de Montxo Armendáriz. Pero era de Emilio Martínez-Lázaro. He buscado la crítica de Carlos Boyero, porque me fío de su estilo estomacal: frente a tanto cinéfilo cerebral, me gustan esas críticas sustentadas en un “me llega” o “no me llega”. Las 13 rosas no le llegó: la consideró una película endeble. Tuvo el valor de decirlo, porque hay que tener valor para eludir el chantaje de esos dispositivos estéticos que, si no te gustan, eres un indeseable.

El asunto, hoy, es ese y no otro. El día de las 13 rosas no se recuerda a las muchachas asesinadas por el franquismo el 5 de agosto de 1939: no se recuerda su dolor, su martirio, su tragedia, ni siquiera la injusticia. Se erige una trampa para cazar –para señalar– a quienes no se suman al devocionario. Si no, ¿de qué iba a estar ahí, por ejemplo, un sujeto tan nocivo como Juan Carlos Monedero? Hace poco me leí su libro La Transición contada a nuestros padres y era guerracivilismo puro. A él solo le interesa la leña que alimente su fuego; regándola, eso sí, con su “Orinoco de lágrimas”, que actúa como gasolina.

Monedero, por cierto, también puso la foto de las actrices, en lo que probablemente sea el primer (y me temo que último) gesto de honestidad intelectual de su vida.

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En The Objective.