23.4.19

¡Que viva el régimen del 78!

Después de una tarde atroz de dudas sobre si abstenerme o votar el mal menor, ha llegado el debate y les adelanto el resultado: se me va a hacer muy cuesta arriba votar el mal menor. Albert Rivera y Pablo Casado son muy bisoños, no dan como gobernantes. Y para colmo lo tendrían que hacer con Vox. Mi malestar es supremo. Por otra parte, Pedro Sánchez, que sí da como gobernante (tal vez solo ahora, después de serlo), tiene unos tics de caradura realmente heladores.

A pocos minutos de que empezara el debate escribí en Twitter: "Pablo Iglesias sería un genio si apareciera sin coleta y disfrazado de vicepresidente". Ha aparecido con coleta y sin traje... pero asombrosamente vicepresidencial. Ha abandonado el tono de rapero y ha hablado en un tono tranquilo, paternalista, dando instrucciones a los demás y pidiendo moderación (¡él!). Como atrezzo llevaba esa Constitucioncita que ha paseado por los mítines, pero que en televisión da mal: como las pelotas de ping-pong en las retransmisiones de ping-pong. Lo entrañable es que ahora es un predicador que intenta convencer de las virtudes del régimen del 78 a toda una generación a la que él mismo alentó contra el régimen del 78. Los más ortodoxamente marxistas de sus seguidores pensarán que de la infraestructura chaletiana emana la superestructura constitucional...

Pero volvamos brevemente al principio. Si la primera impresión es la que cuenta, Iglesias parecía el sobrinito entre tres tíos: ellos con traje y altos y él en mangas de camisa y más bajo. Pero pronto se vio que solo quería a uno de ellos, el más alto: con el que tenía tanta confianza que se permitía tirarle de vez en cuando de las orejas.

Empezó Rivera y empezó mal: acelerado, poco consistente, nada presidenciable. Luego ha ido mejorando, pero no tanto como para ganar el debate. A la gravedad de las cosas que dice le falta un tono de gravedad. Le falta gravedad en general, sí: es volátil, ligero, poco firme, excesivamente aniñado. Este último ha sido siempre su problema, pero ahora está más aniñado que nunca. Seguramente por el cotilleo que todos conocemos por las revistas del corazón, se siente rejuvenecido. Craso error para su propósito. Su mejor frase la ha dicho cuando hablaba de reformismo y lamentaba los últimos gobiernos del PP y del PSOE: "Hemos perdido una década". Pero me temo que en esta década hemos perdido también a Rivera.

Cuando tomó la palabra Casado, sorprendió una ligera ronquera. Llegué a pensar que era deliberada, justamente por darle un tono más adulto a su también juvenil voz. Aunque luego ha ido entonándose, creo que también para mal. Cuando está cómodo suelta frases hechas que da igual que sean verdad o no (muchas son verdad), porque suenan a hechas, a precocinadas. Ha tratado de hacer memoria histórica de la crisis reciente sufrida por los españoles. Y ha hablado también (como hizo Rivera) del independentismo. Pero no sé, todo sonaba un poco ahuecado.

En cuanto a Sánchez, está de vuelta de todo. No lleva ni un año un año en Moncloa y ya tiene el síndrome. Se le ve la soberbia, el desprecio por el contrario, lo pagado de sí mismo que está, el cinismo. Está muy muy pasado con sus gestos, sus comentarios por lo bajini: "No se puede mentir más", "Qué decepción" (¡esto hasta cinco veces seguidas, con impostación de actor del método!). Puede ser temible y será temible. La única esperanza (¡poca, la verdad!) es que fuese temible con los malos. Pero los malos volverán a ser sus aliados seguramente. Al final, como era previsible, invocó a Vox. Aunque lo cierto es que no le ha hecho tanta falta como se pensaba. De hecho, casi ha usado más "la derecha" que "las derechas".

En resumen, ventaja de Sánchez e Iglesias sobre Rivera y Casado. No definitiva, aunque no parece que estos vayan a remontar. El verdadero interés de este debate está en que es solo el primero de dos consecutivos. ¿Qué pasará en el de mañana? ¿Tendrá efecto, como en el ciclismo, el "cansancio acumulado"? ¿Habrá alguna "pájara"? Me temo que todo sea bastante igual. Pero a ver.

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En The Objective.