3.2.21

Los demás

A veces me gusta hacer experimentos cognitivos, incluso sociológicos, en Twitter. Suelto una frase con varios sentidos posibles y me espero a ver cómo reacciona el respetable. El otro día puse: “Illa es el mejor candidato. Cómo serán los demás”. No tardaron en lloverme los improperios: ¡otra vez –decían– me la habían colado los socialistas! ¿Cómo se podía defender a Illa, siendo Illa lo que ha sido?. Etcétera. Las respuestas tenían todas esa dirección. Nadie reparó en el segmento desolador de mi tuit: “los demás”. Ni en que “Illa” podía entenderse como medida de lo terrorífico. 

Terrorífica ha sido, en efecto, la ineficacia del anterior ministro de Sanidad y actual candidato del PSC a las elecciones catalanas Salvador Illa. Se cuenta en decenas de miles de cadáveres y una ruina nacional en ciernes. Sobre ese fondo se recorta su celebrada buena educación. Es muy interesante el momento que han escogido los españoles, y no digamos los catalanes, para celebrar las formas. La primera vez en la historia en que les importa y tenía que ser ahora. Al capitán del Titanic le valoran que lleve bien planchada la camisa. 

Pero están los demás. Qué poco empaque. Vi a ratos el debate electoral del domingo por la noche (en cerrada competencia con Paquirrín) y “la oferta constitucionalista” era para echarse a llorar. Carlos Carrizosa (Ciudadanos) estaba nervioso, astillado, titubeante; las verdades que decía se iban por el sumidero de su poca prestancia. Alejandro Fernández (PP) tiene gracejo pero no gravitas; sirve como contrapunto discursivo, no para gobernar. Ignacio Garriga (Vox) era el que mejor daba; pero claro, diciendo las barbaridades que dice Vox. (Barbaridades que, en el contexto catalán, son con todo menos bárbaras que las de los independentistas –por más caritas que pusieran.)

Así que Illa. Él, pese a los carteles de Cs, era el que verdaderamente proponía abrazos. Le saltaban las serpientes indepes a la cara pero él seguía. A veces se enfadaba un poquito por la insolencia de los otros, pero seguía. Era patético en realidad, pero seguía. Su consigna era colocar, exhibiendo educación, su mensaje vacío: “Hay que poner fin a estos diez años de decadencia de Cataluña”. Pero la decadencia la teníamos ante los ojos. También la encarnaba Illa. Ni el fracaso del procés ni su cansancio han servido para reactivar el seny. Los nacionalistas siguen dando, simultáneamente, risa y miedo.

Diez años de decadencia que en realidad son muchísimos más por atrás, y me temo que otros muchísimos por delante. El “pasar página” que propone Illa es otro espejismo. Quizá por eso le funcione. Y por los que no son Illa.

* * *