28.4.21

La ilusión de la vida

¿Por qué los lectores del diario de Andrés Trapiello esperamos cada nuevo tomo como si no hubiéramos leído tantos ya? Por la ilusión de la vida. En sus páginas ha ido elaborándose una vida que es también nuestra, y en cada tomo la retomamos y la vivimos, y si nos falta ese tomo es vida nuestra que se pierde. Tenemos ilusión por esa vida que es a su vez ilusión (en palabras).

Durante mucho tiempo, el ritmo fue de un tomo al año, lo que le hizo ponerlo a Félix Ovejero junto a la película de Woody Allen como garantías anuales por si todo lo demás se torcía. Últimamente se tuercen ellas también, una o las dos, y hemos tenido años sin película de Woody ni diario de Trapiello.

Las ganas, sin embargo, no se pierden, sino que se acumulan. Así disfrutamos el doble (o el triple) cuando de pronto está Woody en cartel o llega un nuevo tomo del Salón de pasos perdidos, nombre genérico del diario de Trapiello (diario y "novela en marcha"). Este abril ha llegado el número veintitrés: Quasi una fantasia, correspondiente al año 2009.

La novedad es que ya no lo edita Pre-Textos, como venía haciendo desde el primer tomo, que salió en 1990 (correspondiente a 1987), sino Ediciones del Arrabal. Como dice el autor en el prólogo: “Pre-Textos es, ha sido y será para mí el centro del mundo editorial, y si ahora nos vamos al arrabal es... por fantasía y espíritu errabundo”.

Es una empresa familiar, ciertamente quijotesca, que, además de editar, vende y distribuye el libro. Dentro de un mes llegará a las librerías, pero mientras tanto se puede adquirir por la web de la editorial. A mí tuvieron la cortesía de enviármelo y he dedicado la última semana a leerlo. Una semana que he pasado en ese suplemento de vida que me venía faltando.

Los viejos lectores del diario de Trapiello no necesitan explicaciones: solo la confirmación de que es un tomo espléndido, como todos los demás. Hay un ligero progreso en cuanto a soltura, a libertad, a travesura incluso, siempre de orden cervantino (no ausentes, por lo demás, de los tomos anteriores). Pero en los sustancial es el mismo libro, como los aficionados queremos.

En cuanto a los nuevos lectores, o los que querrían serlo, siempre están con la duda de por qué tomo empezar. No hay respuesta más sencilla: por cualquiera. Nunca falla empezar por el nuevo, y luego ir leyendo los demás, no necesariamente en orden, ni necesariamente todos. Al gusto, y dejándose llevar por el gusto. La vida que hay en esos libros se va recomponiendo sola. Está en cada página y la acumulación la refuerza: y da igual el orden en que se vaya acumulando.

En Quasi una fantasia se casa el hijo mayor y se muere el gato, el autor viaja promocionando su novela Los confines, prepara una nueva edición de Las armas y las letras y presenta el tomo del diario que publicó entonces, Troppo vero. Hay tres viajes a Francia, mucho Las Viñas y mucho Rastro, menos Madrid que otras veces, historias de la guerra civil, Ian Gibson buscando los huesos de Lorca, Cosmopoética, el Hay Festival, la Feria del Libro, León, Santander, Valencia, Málaga... Mucho humor, situaciones cómicas, figuronismos de escritores o críticos (¡ese PR., personaje que comparte con el volatinero, quien es a su vez uno de sus personajes!), o despedidas emocionantes, como la del antequerano JAMR.

A Trapiello le cuentan historias, o las observa, y las cuenta. Por eso los suyos son los diarios en que hay más gente. Son, en verdad, una novela: no solo la novela de un hombre sino también la de muchos hombres, y mujeres, y animales, y libros, y fantasmas. Para justificar la ficción que hay en ellos, recurre al Goethe de Poesía y verdad: “La vida real pierde a veces de tal modo su brillo, que es preciso animarla con el colorido de la ficción”. Se trata de una literatura en favor de la vida.

Y todo lo sostiene la escritura, naturalmente. En cada página hay hallazgos, proyecciones imaginativas (poéticas) en los detalles. Yo anoto solo cuatro de Quasi una fantasia, para terminar (y abrirles boca):

Sobre una plaza nevada, por la que no ha pasado nadie: “la nieve se ensució con gran celeridad, pero no sé cómo, como si ella misma se pisara los bajos de su vestido de gala” (p. 33).

Sobre una pareja que desayuna en una mesa de hotel: “Se reían de buena gana por algo. Estaban solos. Sentí curiosidad por saber de qué se reían. Siempre que ve uno reírse a alguien, dan ganas de acercarse y extender la mano, como un mendigo, para que le den lo que les sobre” (p. 245). Al ver las camisas planchadas que ha dejado la asistenta que acaba de despedirse para siempre, por enfermedad: “Me va a parecer, el día que las desabotone para ponérmelas, que despliego el pabellón de un barco rumbo a una travesía incierta” (p. 305).

Sobre el sol de una mañana muy fría: “aquel solecito de la esquina parecía conservar el frío entre algodones, sin destruirlo” (p. 508).

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